“Las Damas de Blanco llegamos para quedarnos”

Me llamo Yolanda Santana Ayala, soy Dama de Blanco. Vivo en calle 6ta., número 36, entre Primera Nueva y Progreso, Mantilla, Arroyo Naranjo. Mi familia es buena, tengo a mi hija, mi hijo, cuatro nietos. Me apoyan mi hija y mi hijo incondicionalmente en mi activismo.
En estos momentos soy Dama de Blanco activa. Cuando empecé, fue por Oriente, en la FLAMUR, con Martha Díaz Rondón.
Yo empecé en las Damas de Blanco el 1 de septiembre de 2013, ya que mi hermano, Aurelio Antonio Morales Ayala, es exprisionero político. A mí me gustó, sabía que estaba haciendo algo para defender a mi patria de unos tiranos. Entonces fui al movimiento Democracia, de José Díaz; fui delegada del movimiento ya siendo Dama de Blanco.
Muchas veces he tratado de llegar a la iglesia Santa Rita, adonde íbamos nosotras, al parque Gandhi, en 5ta avenida, y no podía porque era arrestada, ya fuera en mi casa o en la calle antes de llegar. A veces allí mismo, antes de llegar; otras, cuando salíamos de la actividad de marchar, por 5ta avenida, éramos arrestadas todas.
Domingo por domingo, íbamos a 5ta avenida, a la iglesia. Cuando salíamos, ya nos estaba esperando el departamento de Seguridad del Estado, las brigadas de respuesta rápida y la policía. Ahí nos caían a golpes, nos montaban en patrullas, en guaguas. En las guaguas éramos golpeadas, nos escupían, personas que ellos mandaban a que nos hicieran actos de repudio. En la calle 3ra nos montaban en la guagua y nos llevaban a Tarará con los brazos hacia atrás y las esposas apretadas.
Tarará era una escuela para niños y la cogieron para torturar a las Damas de Blanco. Muchas éramos torturadas, no nos dejaban ir al baño, sin almorzar ni comer nada, hasta las once de la noche. A las once de la noche era lo que ellos entendían. Te montaban en una guagua y te dejaban en lugares desconocidos, lejos de tu casa. Ya fuera en un puente, en la manigua, donde quiera ellos te tiraban y tenías que bajarte de una patrulla. No les importa si está lloviendo, no les importa el horario.
Fuimos víctimas casi todas de estar en patrullas cerradas herméticamente y llevarnos a la asfixia. Te ponen al sol, con todo cerrado.
En los mismos arrestos, me han hecho llaves en el cuello, con problemas para poder respirar, para llevarme detenida a la patrulla o a la guagua. Una vez, en 5ta avenida, mandaron a un hombre a que me diera un piñazo, que me lo dio por el estómago, y me quedé sin aire. Cuando yo subo, mis hermanas dicen: “Ella tiene asma”. Toda la guagua estaba cerrada; cerraban todos los cristales para que no se escuchara afuera. Tuvieron que abrir la ventanilla para que yo pudiera respirar, porque no me llegaba el oxígeno del piñazo que el hombre me había dado en la boca del estómago.
Muchas veces iba para calabozos en condiciones pésimas, sin comer nada hasta el otro día, 24, 48 horas, en dependencia de lo que decidieran. Sin agua, ni para bañarte ni para nada; la comida muy mal elaborada. Ahí nos ponían multas.
A veces iban del departamento de la Seguridad del Estado a obligarnos a ir a una oficina a dialogar. Nos hacían amenazas en contra de la familia: “Vamos a meter presa a tu hija, a tu hijo, a tu yerno, a tu esposo. A los niños los vamos a recoger y meter en una Escuela de la Patria”. Esas amenazas que acostumbran ellos hacer a todos los que dicen la verdad, los que defienden para que Cuba sea libre. Eso les molesta, porque el bolsillo de ellos se afecta.
Cuando éramos arrestadas en 3ra, en 5ta avenida, aparte de los golpes y los arrestos, éramos repudiadas. Nos llevaban personas para que nos repudiaran, nos decían mercenarias, palabras obscenas, que éramos asalariadas, todo tipo de groserías que pueden decir para dañarnos en todos los sentidos.
Eso era domingo por domingo. Después empezamos a salir de la sede de las Damas de Blanco, en Porvenir. Ahí nos llevaban a niños para actos de repudio, que decían palabras obscenas, horrores. Niños que podían ser nuestros hijos o nietos. Nos tiraban aguacates, tomates podridos, huevos podridos. Nos decían mercenarias, de todo. Cuando salíamos, los arrestos eran con golpes. La Seguridad del Estado mandaba a las personas a darnos golpes, las guardias que nos llevaban a Tarará nos daban en las guaguas y nos ponían multas por violar dispositivos de la Seguridad del Estado.
A mí me metieron presa en 2018, hasta 2019, un año por impagos de multas por violar dispositivos de la Seguridad del Estado.
Me llevaron para Santiago de las Vegas y, allí, el de la Seguridad mandó a la que tiene que ver con las multas a informarme que yo tenía seis multas por 13 060 pesos. Yo no puse abogado porque sabía que iban a estar prestados y ya ese juicio estaba hecho. Yo no tenía por qué estar poniendo un abogado.
No dejaron que llegara nadie a mi juicio, solamente mi hijo y mi hija. Ahí salieron 18 060 pesos de multa; ya no eran 13 060. Supuestamente, las doce multas más que me habían puesto, hacían el cupo de un año de privación de libertad. Por cada multa era un mes.
Para el juicio en la Palma, me montaron en una patrulla. Prácticamente iba como en una ambulancia porque aquello parecía que llevaban una delincuente o una terrorista. Tenía que estarme amparándome con las manos, aguantándome. Se llevaban las luces rojas. Hasta que llegamos al Guatao.
Cuando llegamos allí, me tomaron las huellas y todo lo que hacen. A las seis de la tarde me entraron al penal sin comer nada, para una celda de castigo, un mes. Yo no estaba de acuerdo, tenías que comerte tus alimentos ahí mismo en esas condiciones, con las ratas, las cucarachas. El baño, solo de verlo, daba asco. Decidí que no iba a almorzar ni a comer.
Supuestamente, ellos decían que yo no estaba castigada y, si no estaba castigada, no tenía por qué estar en una celda de castigo. Estuve así, dos días plantada; pero eso no les importaba. Si yo me moría, era una menos que ellos tenían que perseguir. Allí había nueve mujeres que me dijeron estar de acuerdo conmigo, que se iban a unir a mí y no iban a comer si no nos llevaban al comedor. Así empezaron a llevarnos.
Un día, a la hora del almuerzo, presencié a una muchacha que era de Santiago de Cuba, que estaba castigada por defenderse; porque las guardias allí te provocan, te insultan, te dicen palabras obscenas y tú te defiendes. Ellas se hacen llamar maestras; ellas no son maestras en ninguna parte. Entonces, en una discusión que tuvo con una reeducadora, no recuerdo el nombre porque no tenía nada que ver conmigo, esta le dijo a las otras guardias que le abrieran la reja para darle golpes a la muchacha con un bastón. Yo me paré y dije: “No. Si ustedes le caen a golpes, yo me voy a manifestar aquí mismo para defenderla. Yo soy Dama de Blanco, soy defensora de los derechos humanos”. No podía permitir que delante de mí se le diera una golpiza a la muchacha. Me dijeron que fuera para el comedor, que a ella no le iban a dar; pero cuando viro, por los gritos de la gente, me entero que le habían dado golpes.
En otra ocasión, había otra muchacha que estaba plantada porque le tocaba su libertad y no se la querían dar. Estaba desnuda, sin ropa, con un blúmer nada más, tirada en el piso. Plantada en huelga de hambre, llevaba varios días y allí no iba nadie a ver por qué esa muchacha joven estaba así. Después no sé, a mí me sacaron de allí y ella se quedó plantada.
Otra vez me quitaron el teléfono y la visita el día de mi cumpleaños. Yo fui sancionada en julio y cumplía años en abril. Mis hijos fueron con mis nietos a la visita por mi cumpleaños. Cuando llegaron, estaba la Seguridad del Estado riéndose de ellos, con la guardia del penal. Sin explicación, no me dieron la visita del día de mi cumpleaños.
Yo cogía visita semanalmente y, cuando ellos entendieron, me la pusieron cada quince días. Me pusieron en un régimen que no me correspondía, de mayor rigor, que son las personas sancionadas 20, 25, 30 años, que no les importa nada. No sé con qué objetivo yo me encontraba con esas personas en el salón.
En una ocasión, una de las internas me dijo que le iba a decir a su tía que en la visita, cuando fuera, me cayera a golpes en presencia de mis nietos y de mis hijos. Por suerte no se dio esa visita porque la tía no fue. No sé los motivos por los que no fue. Pero esa era la orden, que me cayeran a golpes en el salón de visitas.
Fui trasladada a un campamento cerca del Guatao, que es como una unidad militar. Ahí están las malversadoras. A mí no me tocaba ese campamento, sino Ceiba 4; pero me dejaron para revocarme. Me pasé tres meses allí. Ellos querían doblegarme, que yo trabajara. Si tú a mí en la calle no me das trabajo, me botas cuando busco trabajo, aunque sea particular, vas y amenazas al particular con que si no me bota tú le quitas la licencia, cómo tú crees que yo te voy a trabajar. Si yo no soy confiable para trabajar, no voy a trabajar en el penal.
Mercedes Rodman, la directora del penal, me dijo que yo tenía que atender las veces que fueran necesarias al departamento de la Seguridad del Estado. Yo le dije que no, que en primera yo estaba presa por gusto y no tenía por qué dialogar nada con el departamento de la Seguridad del Estado. Me tumbó rápidamente la conversación: “A partir de mañana estás montada en una brigada”. “Yo no voy a trabajar, van a trabajar Raúl y Díaz-Canel, pero yo no les voy a trabajar a ellos”. “Bueno, tú sabes que vas revocada”. “Está bien, ahora mismo voy a prepararme para que usted me revoque”.
Preparé mi maletín con todas las cosas que podía entrar a la prisión. Llamé a Bertha y le dije lo que estaba pasando. Bertha es mi representante, la líder de las Damas de Blanco. “Si te revocan, si te dan teléfono o le das el teléfono a cualquiera, que me avisen”. Pasaron como quince días o más hasta que me mandaron a una guardia: “Recoge tus pertenencias que vas para el penal, estás revocada”. Automáticamente corrí al teléfono y llamé a Bertha; le expliqué que me acababan de informar que estaba revocada. Bertha empezó a sacar la denuncia.
Me revocaron y me pusieron en el destacamento 1. Allí todo lo que yo veía era terrible. Eran 28 mujeres en un espacio que son dos losas pequeñas, chiquitas, para el pasillito, que apenas te podías mover, para dos personas. Eran literas de a dos. Ahí me pusieron con una muchacha, Roseling, que no tenía por qué estar, porque había sido sancionada tres veces. Ella tenía echado 13 años.
Ella me echaba el colchón para atrás y metía las cenizas de cigarro en el hueco de la litera, como si fuera un cenicero. Si no, cogía el colchón, las echaba y, cuando bajaba de su cama, empezaba a soplar toda aquella ceniza, que caía en mi cama. Era una manera de provocarme, para que yo me complicara.
La Seguridad, en varias ocasiones, había ido a hacerme amenazas, a decirme que allí había mujeres que estaban presas, que tenían años echados, que yo me podía complicar si no desistía de ser Dama de Blanco. Yo traté de evitar por todos los medios una discusión. No me paraba de mi cama.
Llegó el momento que le cogí pánico al sol porque, cuando te sacaban, era como a un campo, como un estadio abierto. Con tal de que cogiéramos sol, cerraban todo aquello con puertas y todo, como si metieras un ganado a comer hierba allí. No podías salirte, no podías meterte bajo una mata, había que estar visible. A las diez de la mañana ese sol no lo aguanta nadie y a la una, las dos de la tarde, empieza nuevamente.
Pero no cogí tanto miedo por el sol, sino por temor a las personas en mi misma galera que ellos estaban mandando a provocarme. Me podían poner un objeto, comprometer con drogas, una pastilla, un cuchillo, una navaja. Cogí miedo a tal extremo, que ya iba al comedor muy poco.
En primera, porque me enfermé con la comida: picadillo podrido. A veces iba porque lo necesitaba, mi estómago me pedía algo calentico. El agua de la sopa que daban no sabía a nada. Mis familiares me llevaban calditos con aceite y yo pintaba aquello, echaba el poquito de arroz y eso era lo que comía. No tocaba el picadillo porque a muchas nos hizo daño al estómago.
Fui provocada en varias ocasiones por esa muchacha, por otra que estaba esperando juicio por malversadora y por otra por drogas. Me decían que yo era mercenaria, asalariada. Esas palabras las usa el departamento de la Seguridad del Estado. Manipuladas con que las iban a sacar.
Una que me provocó, trabajaba en una farmacia: vendía medicamentos, la cogieron y fue presa; cogieron al muchacho al que ella le vendía los medicamentos y él la echó pa’lante. Estaba esperando juicio. Después empezó a trabajar en el comedor, solamente para provocarme. Una muchacha joven, de 27-28 años, con un palo, a darme a mí, una persona mayor de 53 años en aquel entonces. Para asustarme, para que yo me quitara de las Damas de Blanco. Corrieron todos y se metieron, dijeron que era un abuso, que yo era una señora mayor que no se había metido con nadie.
Yo de mi cama no salía. Las personas no se acercaban a mí. Había algunas que se acercaban y tenían otras amistades; pero era como si yo tuviera la peste. Una vez una se acercó porque teníamos vicio de café y fumábamos. Ella era del Eléctrico, estaba por problemas de droga. Mi cama estaba pegada a la ventana y a la puerta; todas las personas venían y se sentaban en la parte mía, que era donde había más visibilidad para afuera, para el comedor y para el patio. Un día me dice: “¿Tú sabes que me vinieron a buscar, me sacaron? La Seguridad del Estado me dijo que qué yo hacía conversando tanto contigo, relacionándome contigo. Yo le dije que tú tenías tu manera de pensar y yo la mía, que no hablábamos de política, que yo sabía lo que tú eras, pero que no tengo nada que ver con política”. Pero yo noté que ya no era lo mismo, ya no venía donde yo estaba cuando hacía café o cuando ella hacía café no venía.
Yo me metía días de días y no hablaba con nadie. Como si estuviera sola ahí, en ese pedacito, en esa celda, un destacamento con 28 mujeres. Todo el mundo tenía miedo a hablar conmigo por temor a las represalias, porque eran personas que estaban esperando juicio. Hubo muchas que me dijeron: “Yo estoy esperando juicio y no quiero que hablar con usted me vaya a dar problemas”. Y no hablaban conmigo.
Todas estábamos presas; unas por gusto. Hubo muchas que estaban injustamente presas, que, al cabo de un año, dos años y 8 meses, las llevaban a tribunales y para la calle. Todo ese tiempo que se habían metido presas injustamente, ¿quién se lo pagaba? Nadie.
Los baños no puedo ni explicar. Son dos, y dos duchas. Las duchas, cuando te metías a bañarte, no tenían agua; tenías que buscarla del tanque, que a veces estaba sucia. El agua la ponían por la mañana y por la tarde, una hora. Tenías que aprovechar. Había mujeres que tenían conciencia de coger el agua con un cubito; pero muchas metían el cubo así mismo sucio. Y así, sucia, tenías que bañarte.
Todos los excrementos de las tazas, porque había tupición, venían a parar a donde estaban las duchas.
Las mujeres allí se enfermaban y aquello era terrible. Tú llamabas a la guardia y por gusto, la mujer tirada en el piso, desmayada. Cuando llegaba la guardia y le decías que la sacaran porque nosotras no podíamos salir porque estábamos presas, te decían que teníamos que sacarla nosotras mismas.
A mí me quitaron el teléfono por tres meses porque, según ellos, yo no podía llamar a la sede de las Damas de Blanco.
Para mí fue muy duro alejarme de mis hijos y mis nietos. Yo he sido su mamá y soy su abuela, pero me siento como madre de mis nietos. Mis nietos siempre han sido niños enfermizos, son alérgicos. La niña es epiléptica. En aquel entonces, yo empecé a recibir todas las represiones en presencia de ella. A veces mi hija estaba ingresada en un hospital en una sala y yo tenía que irme con el otro hijo a ingresar en otra sala. He hecho el papel no solo de abuela, sino de madre también.
Para mí fue un dolor muy duro y grande la situación en que yo me encontraba. La manera en que ellos me reprimían, llevarme a prisión; toda la violencia que han usado con mi familia, llevando mi hijo a prisión en dos ocasiones, reprimiendo a mi hija, botando a mi nieta con 15 años de una escuela…, todo eso me ha hecho fuerte, nada me va a parar. Las Damas de Blanco llegamos para quedarnos, yo llegué para quedarme, para defender al pueblo, a todas las personas que les estén violando sus derechos en este país; como se vive violando todos los derechos de los ciudadanos, de las personas de a pie. Los derechos de las Damas de Blanco y de nuestros hermanos opositores que también están en las cárceles de la dictadura injustamente, por lo mismo que me metieron a mí, por multas que no pagamos porque no cometemos delito.
Yo no puedo entender que en mi casa tenga una patrulla y yo no pueda salir. Mi casa no es calabozo. Si está la patrulla allí, yo salgo, porque quiero llegar a la iglesia. Exijo la libertad de todos los presos políticos, de mi patria, de todo el pueblo cubano.
Abajo el hambre, viviendas decorosas para todas las personas que están necesitadas. En este país, vivimos bastante mal. La alimentación es mala, el salario muy bajo para tú llegar a una tienda y comprar; menos con este cambio de divisas que ellos han hecho. La economía no te da, aunque trabajes.
A mí me ha afectado muchísimo. Apenas puedo dormir. A veces son las 12:00 o 1:00 de la mañana y estoy en pie, con el teléfono en la mano, buscando denuncias, para poder pedir libertad para mis hermanos, para el pueblo de Cuba. Cuando pego los ojos, ya a las cinco de la mañana estoy en pie. No puedo dormir; eso me ha traído muchos problemas a la hora de mi sueño. La presión se me declaró.
Era mucho el estado de ver a las mujeres allí fajadas, las mismas guardias fajadas con las internas, ofendiendo y echando malas palabras, que no podías ni moverte porque todo allí era un delito, por cualquier cosa te quitaban la visita, te metían a las celdas; viendo cómo muchachas jóvenes se picaban las venas porque no las llevaban al médico; no había medicamentos. Las pastillas para la presión mi familia tenía que llevármelas. Se las daban a la reeducadora para que se las diera a la enfermera. A una no le quedaban pastillas porque hacían falta para otras internas; era otra que estaba sufriendo lo mismo que yo, para mí era justo que se las dieran a ellas. Pero sé que eso no llegaba a las internas, se las cogían.
También siento temor por mis hijos y mis nietos, que me les tiren un carro arriba, me los maten. Tengo temor porque he sido amenazada con que los van a meter presos, que van a desaparecer a mi familia, que me van a desaparecer a mí. Yo no salgo de noche, tengo temor a todo. Mis nietos están traumatizados.
Hace poco vinieron a traerme una citación falsa, con un papel de agenda escrito: el oficial de la Seguridad del Estado me esperaba en la PNR. Yo les dije que no iba a ir con esa citación porque no era oficial. Al otro día no me presenté y vinieron aquí a buscarme, que yo tenía que ir porque me estaba esperando el oficial en el Capri. Mi hijo les dijo que yo no les debía nada a ellos, que ya me habían metido presa y yo había pagado lo que me habían echado.
A las dos semanas de haber pasado eso, a mi hijo lo encausaron por un supuesto delito de tenencia de arma blanca. Se encontraba cerca de la una de la mañana, frente a la casa de su suegra, con una botella de ron, tomando, cuando llegó la policía. Le puso la mano encima y decía que un cuchillo, que había a tres metros de distancia de donde se encontraba mi hijo, era suyo. Ahí había otras personas porque se iba a realizar una fiesta; pero nada más se llevaron a mi hijo. Él estaba tomando solo, lo único que tenía era la botella. Es la segunda vez que toman represalias con mi hijo, llevándolo a prisión.
Yo hago un llamado a todos nuestros hermanos de lucha y a toda Cuba, a todos los de a pie, a todas las personas. Unidos podemos lograr que haya un cambio en nuestra patria, que sea libre de esta dictadura. Y el cambio es ya, eso está en la puerta, pisándonos los talones; solamente necesitamos que todo el pueblo coopere. Que todo el mundo coja conciencia de que la dictadura está acabando con el pueblo. Necesitamos salir a las calles a exigir la libertad de nuestra patria y que esta dictadura se acabe de caer. Le hago un llamado a todos los cubanos, que hemos sido víctimas de esta dictadura; todos hemos sido víctimas de este Gobierno de una forma o de otra. Hemos ido a prisión, casi todos los hermanos han ido presos. Nuestros hermanos están en las mazmorras de la dictadura y necesitan mucho de nosotros, de que cojamos las calles a exigirle al Gobierno de que libere a todos los presos políticos, a exigirles la libertad, que se vayan, que nosotros no lo queremos. Ellos están ahí porque se pusieron, no porque nosotros los elegimos.
Hagan lo que hagan, yo no voy a salir de las calles. Yo voy a seguir defendiendo la libertad de todos los presos políticos y la libertad de mi patria. Las Damas de Blanco llegamos para quedarnos.




María Cristina Labrada Varona

“Nuestra arma es un gladiolo en las manos”

María Cristina Labrada Varona

“Nosotras somos mujeres pacíficas, no violentas. Yo soy de las que digo que nuestra arma es un gladiolo en las manos. Simplemente reclamamos la libertad de todos los presos políticos, de hombres y mujeres presas injustamente por la dictadura”.