Creadoras latinoamericanas en Berlín se compone de entrevistas y reseñas en torno a las prácticas artísticas de mujeres artistas nacidas en América Latina y actualmente residentes en Berlín. Coordinado por tres licenciadas en Artes con mención en Teoría e Historia del Arte por la Universidad de Chile —Dalila Muñoz, Melisa Matzner y Valeska Navea, también residentes en las Alemania—, este dosier surge de una gestión editorial autónoma cuya perspectiva crítica persigue mostrar los procesos creativos de dichas artistas, cruzando la categoría de migranta con las perspectivas de género y visibilizado sus tránsitos y desplazamientos tanto migratorios como culturales.
Comprometida con epistemologías antirracistas, feministas y decoloniales, Juliana Streva (Río de Janeiro, 1990) es una investigadora transdisciplinaria que trabaja en pos de situar los legados coloniales de violencia y visualizar las disputas de base por otras formas de sociedad, comunidad y producciones de conocimiento. Conversamos sobre su documental, Mujeres en movimiento, un trabajo independiente y experimental sobre mujeres activistas en Brasil.
Juliana Streva.
¿Cómo surgió la idea de hacer el documental?
Mujeres en movimiento fue el resultado de un conglomerado de factores, de recuerdos y deseos. Desde muy joven tengo una fascinación por el cine, por las imágenes en movimiento, como observadora y también como “experimentadora”, digamos. Mi hermana y yo tuvimos la brincadeira, algo peculiar para los niños de nuestra edad, de unos 8-10 años, de hacer pequeñas películas con una vieja cámara VHS de la época, grande y pesada, que mi padre usaba solo para grabar eventos familiares, como el cumpleaños de alguien o nuestra graduación escolar. Durante las vacaciones escolares actuamos, dirigimos, pensamos en el guion, organizamos el cineclub para verlo más tarde (risas).
Pero tratando de responder más directamente a su pregunta sobre el documental actual, fue solo después de mudarme de Río de Janeiro a Berlín, en 2016, que mi fascinación por el cine se materializó en el campo de lo real, en el campo de lo posible. Me mudé aquí por mi doctorado en la Universidad Libre de Berlín, en un programa interdisciplinario que incluye derecho, política y filosofía. Mi investigación examina el feminicidio, es decir, el exterminio de las mujeres, en una lectura históricamente situada, permeada por el legado colonial de violencia política del Estado-nación, de la democracia constitucional con tendencias autoritarias.
En el desarrollo de mi investigación, vi la necesidad de salir de las paredes de la biblioteca e ir a escuchar las voces de los movimientos de base liderados por las mujeres de la periferia de Brasil. Fue en este contexto que decidí hacer un documental de mi viaje entre Río de Janeiro, Salvador y Manaos, en el que escucho a 35 mujeres activistas de diversos frentes: indígenas, negras, lesbianas, economía solidaria, trans y travestis, clasicistas, sindicalistas, abolicionistas penales, etc.
El documental surgió así en un intento de reconectar lo que nunca debe desconectarse: la teoría con la práctica, la producción de conocimiento académico con las prácticas políticas de los movimientos sociales.
¿Cómo destaca la película el aspecto colonial y hegemónico del “Otro”, frente a un enfoque decolonial de los sujetos?
Bueno, hablando como investigadora y académica encuentro profundamente problemática la forma en que la noción de “trabajo de campo” se ha realizado históricamente. La idea de ir a un lugar para extraer información de la gente, leída literalmente como una fuente de datos, para ser analizada por “científicos neutrales e imparciales”, es, sin duda alguna, un legado colonial eurocéntrico. Ya sea a través de tesis doctorales, libros teóricos o incluso películas etnográficas, la aplicación de este modelo tradicional volvería a reproducir un mecanismo violento que objetiva y deshumaniza los cuerpos, especialmente los de las mujeres de la periferia.
Al reconocer la crucialidad de reconectar la teoría con la práctica, me di cuenta de la necesidad de repensar este “trabajo de campo” para desarrollarlo de manera decolonial y feminista. La película fue impulsada así por prácticas de cuidado, escucha, articulación y disputa política.
Juliana Streva – Mujeres en movimiento.
¿Cómo fue la búsqueda de estas mujeres activistas en Brasil?
Aunque existe una enorme multiplicidad de movimientos comunitarios y de base articulados por mujeres, su búsqueda y mapeo no fue fácil. Esto se debe a que muchos de estos movimientos todavía no se comunican con frecuencia a través de medios digitales, debido al exhaustivo nivel de trabajo productivo y reproductivo que las mujeres enfrentan diariamente en la militancia, en el interior y, a menudo, en el trabajo informal precario. Aunque muchos colectivos y asociaciones tienen una página en la red social o una dirección de correo electrónico, no hay un respiro en la vida cotidiana para responder al enorme flujo de mensajes recibidos. Durante mis búsquedas, era necesario estar físicamente en las ciudades, caminando por las calles, visitando los colectivos, yendo a eventos organizados.
¿Cómo ves la aparición de las mujeres brasileñas en el extranjero?
Bueno, como brasileña en el extranjero, a menudo oigo, incluso de personas que nunca han estado en Brasil, el comentario de que “no parezco brasileña” porque tengo la piel y los ojos claros. Por lo tanto, no tengo mi cuerpo asociado al imaginario de la “mujer brasileña”, que ha sido históricamente estigmatizada, fetichizada y erotizada en la corporalidad de la mujer negra.
Y digo mujer negra y no “mulata” a propósito. En portugués, la palabra “mulata” deriva del término “mula”, que se utiliza para referirse a la resultante de la mezcla entre el caballo y el burro. La palabra lleva consigo una carga histórica de violencia oculta por el discurso del mestizaje, tanto fuera como dentro del propio país. Las categorías de “parda”, “mulata”, “morena”, presentan un legado de fragmentación y despolitización que ha perjudicado y sigue perjudicando la articulación del movimiento negro en el Brasil.
Así, la imagen festiva y armónica de un Brasil de exportación, impregnada de carnaval, caipirinha, fútbol y la “mujer brasileña”, sigue alimentando el imaginario que conforma la identidad nacional brasileña en el extranjero. Pero nunca está de más recordar que, lejos del mito de la democracia racial, seguimos siendo el quinto país en el ranking de feminicidios, el país que más asesina a la población LGBTQI+, el país con más policías asesinos del mundo, el país con el mayor y más largo legado de esclavitud de la modernidad.
Juliana Streva – Mujeres en movimiento.
¿Cómo coexiste la resistencia de estas mujeres con un mundo globalizado e instrumentalizado de narrativa blanca, masculina y europea? ¿Cómo se relaciona el movimiento feminista mundial de los últimos años con los movimientos de resistencia en Brasil?
En primer lugar, es importante destacar que las mujeres no somos una masa homogénea, sino múltiple, con diferentes experiencias, lugares de habla (lugares de fala), y procedentes de diferentes espacialidades del país-continente llamado Brasil. Digo esto para explicar que, debido a nuestra multiplicidad, nuestras estrategias y movimientos son también múltiples, impregnando desde las disputas macropolíticas de la representatividad democrática hasta las acciones micropolíticas cotidianas.
Y un movimiento está impregnado, engendrado, interrelacionado con el otro, en una práctica de resistencia que no solo busca “coexistir” con este mundo globalizado, patriarcal, racista y neoliberal. Es más que eso: se busca la transformación de estas estructuras.
Creo que los movimientos feministas de los últimos años han llegado a reconocer la importancia y el poder de la articulación interseccional y transnacional. Y por articulación interseccional me refiero a la articulación entre los movimientos antirracistas, anticoloniales, anticapitalistas, antitransfóbicos, antimachistas, con agendas ambientales, veganas, etc. Todavía nos enfrentamos a muchos obstáculos para materializar esta articulación en la práctica, especialmente si consideramos la articulación de los movimientos feministas afrodiaspóricos e indígenas del cono sur con el resto del mundo. Pero creo que este desafío es parte de un movimiento constante, de un proceso continuo para revitalizar, transformar, organizar, cuidar y articular otras formas de política institucional, y para convivir en sociedad, disputando los significados de la política, la territorialidad, la producción y el trabajo.
Costanza Rossi: “Debemos sociabilizar el trabajo reproductivo”
La revuelta, las asambleas, y la organización que se ha desarrollado en Chile desde el 18-O es la confirmación de que debemos actuar como colectivo. Esa misma fuerza deriva en la realización de ollas comunes y otras iniciativas para resistir la crisis actual de la Covid-19. Las ollas comunes son un claro ejemplo de sociabilización del trabajo reproductivo.