Con motivo del año que llevamos de Covid-19, Hypermedia Magazine ha despachado las siguientes preguntas a un amplio grupo de escritores cubanos:
1) ¿La pandemia ha modificado sus hábitos y/o métodos de escritura? ¿De qué modo?
2) ¿Han variado este año sus hábitos de lectura? ¿Ha leído más? ¿Ha leído menos?
3) ¿Cuáles han sido las lecturas (títulos, autores, plataformas) más reveladoras durante esta pandemia?
4) ¿La nueva situación global le ha inspirado algún proyecto literario?
5) Cuéntenos cómo es actualmente un día en su vida de escritor(a).
Compartimos con nuestros lectores los mensajes que retornan a nuestro buzón.
1.
Los hábitos no han cambiado su naturaleza. Apenas su volumen. Ahora tengo mucho más tiempo. Lo que sí ha variado es mi manera de interactuar con el mundo (ya sea a distancia a través de plataformas como Zoom, o en persona, casi siempre en grupos más pequeños), que me imagino que afecte mi visión de la realidad de algún modo.
2.
Antes (incómodo hablar de ese antes cuando no se sabe si regresará alguna vez) leía camino al trabajo o de regreso, y antes de dormir. Ahora leo más o menos cuando se me antoja. Y sí, he leído bastante más.
3.
Abrí la pandemia infectado yo mismo, de manera que lo que mejor pude encontrar fue algo como En la belleza ajena, del polaco Adam Zagajewski, que es un libro hecho de fragmentos, muy a tono con la discontinuidad mental que me produjo la fiebre alta y constante durante semanas. Luego he seguido con mi viejo vicio de husmear en la literatura de Europa del Este, región que insisto en ver como el espejo más fiel que podamos tener de la experiencia cubana de los últimos 60 años. Que no nos distraigan ni la nieve ni los idiomas: la perversión y el efecto que esta tiene en los seres humanos son los mismos. Así que seguí con Zagajewski (Una leve exageración), me releí El pensamiento cautivo (Milosz), y pude leer Tierras de sangre (Timothy Snyder), El telón de acero (Anne Applebaum), La promesa de Kamil Modracek (Jiri Kratochvil), entre otros.
También pude releerme, por orden cronológico, todo lo que escribió Virgilio Piñera entre 1958 y 1965 (cuentos, obras de teatro, artículos periodísticos, cartas, poesía), lo cual me permitió llevarme una idea del autor y su época muy distinta de la que extraje de las lecturas discontinuas que había hecho antes, con esa misma parte de su obra.
Tambien leí The Coddling of the American Mind, de los psicólogos Greg Lukianoff y Jonathan Haidt, cuyo subtítulo es bastante elocuente (“cómo las buenas intenciones y las malas ideas están preparando una generación para el fracaso”) y trata de explicar la incapacidad de la última generación de universitarios para lidiar con ideas adversas o simplemente incómodas.
Aprovechando el tirón de la pandemia traté de leer La peste, de Camus, pero no pude terminarlo; mientras que releer sus ensayos sobre literatura, ética, amistad, me resultó tan disfrutable como siempre. Como también lo fue El privilegio de pensar, un formidable libro de ensayos de Jorge Brioso que me ha llevado a entrevistarlo un par de veces en los últimos meses, y La condición totalitaria, colección de ensayos de Rolando Sánchez Mejías. Esos últimos son de los mejores libros de pensamiento cubano que haya leído en mucho tiempo.
Leí libros sobre la guerra civil norteamericana, literatura cubana del siglo XIX, y alguna que otra rareza que me ayudaron en la escritura de una novela que casi termino. También leí la autobiografía de Woody Allen, que pudo ser más interesante si le hubiera dedicado más tiempo a sus películas que a sus conflictos legales con Mia Farrow. Y hablando de Woody Allen, cumplí con el viejo sueño de Zelig, el hombre camaleón: leerme Moby Dick.
4.
No. Soy un escritor de digestión lenta. Rumio la realidad durante mucho tiempo antes de convertirla en literatura. Así que si toda esta situación me inspira alguna vez, será dentro de unos cuantos años. Para lo que sí me ha servido fue para adelantar unos cuantos proyectos que estaban detenidos, precisamente por falta de tiempo.
Yo sospecho mucho de esta pandemia como fuente de inspiración. La Covid-19 ha tendido a uniformar la experiencia de la humanidad y puede crear la noción engañosa de que a partir de ahora todos nos entenderemos mejor.
La pandemia ha universalizado la experiencia humana, sí, pero al más bajo nivel. Nos ha igualado en todo lo que no podemos hacer, en vez de acercarnos en nuestras mejores posibilidades, que es, por ejemplo, lo que logran las grandes obras de arte. Como no se cansaba de decir mi abuela: mal de muchos, consuelo de tontos.
Enrique Del Risco.
5.
Frenético. Para mí esta situación es un desastre a nivel humano (ha matado a millones, incluidos algunos amigos; ha enfermado a casi toda mi familia; nos mantiene en un constante régimen de terror y, en un sentido más personal, me impide viajar, ver gente que quiero, disfrutar de la música en vivo, etc.), pero como escritor es un regalo. En estos tiempos he dispuesto de mucho más tiempo, y trato de aprovecharlo lo mejor que puedo. Espero que esta situación acabe pronto, pero mientras tanto, trato de extraerle lo máximo que puedo.
Josefina, vacuna a los señores
¿Pero usted se cree que esto es El Corte inglés? La vacuna no se escoge, hombre: le ponen la que le toque. ¿A ti sí te da lo mismo ponerte cualquiera, verdad? Ah, bien, bien, porque no dejan escoger… A la gente le hace gracia la Moderna. Por el nombre, ¿sabe?