Ese personaje de ficción en el que me he convertido

Con motivo del año que llevamos de Covid-19, Hypermedia Magazine ha despachado las siguientes preguntas a un amplio grupo de escritores cubanos:

1) ¿La pandemia ha modificado sus hábitos y/o métodos de escritura? ¿De qué modo?

2) ¿Han variado este año sus hábitos de lectura? ¿Ha leído más? ¿Ha leído menos?

3) ¿Cuáles han sido las lecturas (títulos, autores, plataformas) más reveladoras durante esta pandemia?

4) ¿La nueva situación global le ha inspirado algún proyecto literario?

5) Cuéntenos cómo es actualmente un día en su vida de escritor(a).

Compartimos con nuestros lectores los mensajes que retornan a nuestro buzón.




En la primera semana de marzo viajé a Marruecos por dos semanas. En el vuelo de regreso me acompañaron unos escalofríos y un malestar corporal que anunciaban la visita del Virus.

¿Dónde me contagié?

Mientras atravesaba en camello la noche clara del desierto de Marrakech;

en uno de los pasajes azules de Chefchaouen;

en el Jardin Majorelle, donde Yves Saint Laurent concibió sus mejores diseños;

en alguna de las trescientas callejuelas abarrotadas de negocios locales en la Medina que Juan Goytisolo caminaba todas las mañanas;

en el Rick’s Café de Casablanca, que no es el de la película, pero sí lo es en la mente del turista;

en el interior de la mezquita Hassan II, de las pocas en el mundo donde nos dejan entrar a los infieles;

en el globo aerostático que me llevó sobre las montañas del Alto Atlas, y donde pensé en Félix Nadar sobrevolando Petit Bicêtre…

Sí, me contagié un poco en cada lugar. 

Una vez en casa, me aislé en el ático durante dos, cuatro, diez semanas… (Por supuesto, de mi montaña mágica, de allá arriba, bajaba un poco cada día, casi a escondidas.) Un ático donde habitan unos 5000 volúmenes y tres marionetas checas.

Durante esos días febriles me imaginé como Edvard Munch, en 1919, pintando su Autorretrato con la gripe española. Pero como soy incapaz de pintar el más pueril de los garabatos, me puse a leer compulsivamente: agarraba al azar de este anaquel y de aquel otro, unas pocas páginas de este libro y unas muchas de aquel otro. Casi siempre leo tres, cuatro libros “a la vez”; ahora, durante la Era del Virus, leo pasajes —pueden ir de una línea a varias páginas— de veinte, veinticinco libros “a la vez”.



¿Qué lecturas?

Pasajes de las Cartas de Kafka,

de Vidas conjeturales de Fleur Jaeggy,

de las Cartas desde Venecia de Henry James,

de Los espíritus de Fellini de José Luis Villalonga,

de Apuntes y El libro de los sueños de Federico Fellini,

de la Historia del arte de Élie Faure (a quien llegué a través de Jean-Paul Belmondo, o de Godard, por una escena de Pierrot le Fou),

de Niveles de vida de Julian Barnes,

de La muerte de Napoleón de Simon Leys,

de El arte mágico y El amor loco de André Breton,

de Diccionario jázaro de Mirolad Pavic,

de El museo en sí de Guy Davenport,

un poco de Eliot y Virginia Woolf y Norman Douglas,

bastante de Pound, Baudelaire y Sor Juana,

revisitaciones a Proust, Valéry, Joyce y Cyril Connolly…

Y justo en Connolly hallé a Jonathan Edax, y como Jonathan Edax decidí bautizarme, literariamente hablando —si es que existe alguna distancia entre Vida y Literatura. Me pensé como ese personaje de ficción que para Connolly encarnaba la codicia, la gula del bibliófilo.  

Así, metido en la mente de esa invención del autor de Enemigos de la promesa, los libros de la colección de primeras y/o raras ediciones que he logrado armar en la última década, se convirtieron en personajes/temas mitad novelescos, mitad ensayísticos.

Justo aquí, en Hypermedia Magazine, he publicado las primeras entregas de lo que llamé La biblioteca de Jonathan Edax. Un espacio de escritura que me lleva por la selva selvaggia del ensayo, ese “centauro de los géneros” (como lo acuñó Alfonso Reyes); esto es, a pensar el ensayo como problema, tanto estilístico como temático. A fin de cuentas, escribir es ensayar.

La biblioteca de Jonathan Edax me lleva también a leer o releer las obras sobre las que quiero escribir; leer o releer sobre los autores —biografías, estudios, entrevistas, diarios, memorias— de esas obras.

La Era del Virus se alarga, quizás apenas estemos viviendo su inicio… Pero, ¿no será acaso el Virus el estado ideal para el escritor? ¿El estado natural del lector?

El Virus me infectó ese personaje de ficción en el que me he convertido.




Nara Mansur

Este año leer ha sido escuchar

Nara Mansur

Es reveladora la idea de la posverdad que circula en las redes, esa construcción hecha a golpes de me gusta y otros acuerdos de opinología. Es reveladora la sensación de devastación, de lectura unívoca, de homogeneización. Es reveladora la sensación de que se siguen repitiendo los mismos axiomas, errores y lugares comunes.