Con motivo del año que llevamos de Covid-19, Hypermedia Magazine ha despachado las siguientes preguntas a un amplio grupo de escritores cubanos:
1) ¿La pandemia ha modificado sus hábitos y/o métodos de escritura? ¿De qué modo?
2) ¿Han variado este año sus hábitos de lectura? ¿Ha leído más? ¿Ha leído menos?
3) ¿Cuáles han sido las lecturas (títulos, autores, plataformas) más reveladoras durante esta pandemia?
4) ¿La nueva situación global le ha inspirado algún proyecto literario?
5) Cuéntenos cómo es actualmente un día en su vida de escritor(a).
Compartimos con nuestros lectores los mensajes que retornan a nuestro buzón.
La pandemia ha modificado la vida de los otros. No la mía. Estaba aislado antes de que comenzara esta historia de tintes distópicos. Ser portero nocturno es formar parte de un curioso gremio que vive en las antípodas del resto. La vida social se contrae. Te conviertes en algo fuera de lugar para tu propia familia y amigos.
Ahora el aislamiento se ha extendido. Vivimos del asilamiento al curfew más estricto. Pero nada de eso ha cambiado sustancialmente mis hábitos de escritura. Lo hago en las noches montrealenses, desde el lobby de Le Port-Royal Apartments, un viejo rascacielos que tiene mi edad. En ese buró, delante de 32 cámaras de seguridad, pendiente de la llamada telefónica de algún anciano doliente o quejumbroso, he escrito mis últimos libros.
He escrito, y escribo, mientras veo caer la lluvia o la nieve en la plazoleta del parqueo en dependencia de la estación. Y nunca dejo de pensar en la manera tan extraña en que formo parte de la clase trabajadora. En los otros escritores que lo han hecho antes.
Cuando no escribo, leo y escucho música, y me digo que dispongo del trabajo más intelectual de Montreal, y del mundo. Así fue antes y después de la pandemia. Durante los meses se acumulan lecturas y autores, libros en papel o digitales pirateados: Zagajewski, Jelinek, Hrabal, Ponte, O’Connor, Kratochvil, Ferro Rojas, Abe, Cheever, Díaz de Villegas, Morejón Arnaiz, etc.
Leer, por ejemplo, una novela cuya trama se desarrolla en Covadonga, un arrabal del centro de la isla, a la vez que escucho a algún compositor tan desconocido o raro como la misma novela (Fux, Krebs, Albicastro), y afuera nieva, no es otra cosa que un gran privilegio del cual doy infinitas gracias a Montreal, a la noche.
La pandemia como tema se la dejo a otros. Al menos por ahora, con padecerla basta.
Francisco García González.
En las noches, al filo de las diez, me dirijo hacia el downtown en metro. A esa hora solo lo abordan trabajadores nocturnos, homeless y alguna pareja de policías. En mi mochila llevo un salvoconducto por si los agentes indagan. A veces los guardias me preguntan. A los homeless, jamás. Han llegado adonde están luego de enloquecidos eventos. Tocaron fondo, y no hay nada que hacer.
Una vez que llego al edificio, comienza el viaje: el libro de turno, el cuento sin acabar y que no convence, la llamada del residente más calamitoso o desamparado, música de fondo, el amanecer que asoma desde el Saint-Laurent…
Al tanto de mi peste a muerto
En medio de la pandemia, empecé a postear “aforismos” en Facebook. Me río de mí, de la vida, y le rindo homenaje a la autora de nuestros días: la Muerte. No sé si sea también una respuesta a los problemas de presión alta que estoy teniendo. Lo que sí puedo asegurar es que estoy escribiendo al tanto de mi peste a muerto.