Con motivo del año que llevamos de Covid-19, Hypermedia Magazine ha despachado las siguientes preguntas a un amplio grupo de escritores cubanos:
1) ¿La pandemia ha modificado sus hábitos y/o métodos de escritura? ¿De qué modo?
2) ¿Han variado este año sus hábitos de lectura? ¿Ha leído más? ¿Ha leído menos?
3) ¿Cuáles han sido las lecturas (títulos, autores, plataformas) más reveladoras durante esta pandemia?
4) ¿La nueva situación global le ha inspirado algún proyecto literario?
5) Cuéntenos cómo es actualmente un día en su vida de escritor(a).
Compartimos con nuestros lectores los mensajes que retornan a nuestro buzón.
1.
La pandemia ha modificado mis circunstancias de vida. Yo no soy una escritora tradicional. Soy una persona que vive bajo una abrumadora actividad docente y que escribe en fuga, cuando consigue zafarse de sus responsabilidades.
La pandemia me encerró en casa y me regaló horas imprevistas. Puso a mi disposición esos valiosos colgajos de tiempo que invertimos en trasladarnos, reunirnos, contarnos cosas esenciales o tontas… Suprimió el directo presencial y yo lo aproveché: desde marzo de 2020 he publicado tres libros. Uno técnico, de didáctica, y dos poemarios: Mujer, aparta de mí ese smartphone y Cien días en cuarentena. El último, a modo de crónica poética diaria. Durante los primeros 100 días de encierro —como una gallina ponedora— concebí un poema detrás de otro.
La fertilidad nació, también, de la circunstancia excepcional que vivimos: aislados, pero enlazados por las redes y el deseo común de recuperar la salud y la libertad perdidas.
Fue maravilloso, porque hablo de una producción en cadena: escribir o terminar de escribir, editar, diseñar y trabajar la publicidad de todas esas obras. Hablo de un conjunto de competencias que el confinamiento, con sus tiempos muertos, me permitió desplegar en serie, desde un país como España, donde —también hay que decirlo— es posible hacer de todo con entrenamiento.
Resulta curioso: siempre pensé que la cárcel podía ser un estado de gracia para un escritor sin tiempo. Y claro que ningún escritor desearía estar preso, pero la disciplina obligada del encierro puede ser un excelente motor para lo creativo.
2.
Desde el concepto “hipermediático” que tiene la lectura ahora —febrero de 2021— he leído mucho más. He leído series, documentales históricos y biográficos —me dan la vida—, películas magníficas en todas esas plataformas al uso.
He leído textos suculentos en Facebook, posteados por amigos escritores inmensos.
He leído —era forzoso— a Susan Sontag y sus conceptos sobre las enfermedades crónicas y trasmisibles —por cierto: me han regalado su biografía a cargo de Benjamin Moser y estoy como yegua con potrico.
He leído los ensayos sublimes de Brodsky.
Siempre leo toda la poesía que me pasa por delante de los ojos, y eso lo mantuve.
Recientemente inhalé, embriagada de satisfacción detrás de la mascarilla, los poemas rectangulares de Botero en la última exposición suya que hubo en Madrid.
Gleyvis Coro Montanet.
3.
Hay libros que no releí en ese período y que han tenido una presencia constante en mi cabeza, a lo largo de la pandemia: Ensayo sobre la ceguera, de Saramago; La peste, de Camus; El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez, Voces de Chernóbil, de Svetlana Aleksiévich y El Decamerón, de Boccaccio.
Han estado ahí todo el tiempo, revolviéndose en el recuerdo, y es justo reconocerles el lugar, de mérito, que han tenido en nuestra forma de conducirnos. Porque son obras clásicas y serias, plantadas con todos sus atributos frente a lo que hemos hecho mal o casi mal o de risa en todos lados.
En la crisis del nuevo coronavirus SARS-CoV-2, de poco han valido los recursos de una humanidad tecnologizada, hiperconectada, con facilidades de rastreo, registro y prevención múltiples. La gestión más socorrida ha sido la más antigua y desamparada: recluirnos en casa. Matar la plaga al viejo modo parece un recurso tomado de la literatura —quizás venga de ahí esta sensación de irrealidad que nos acompaña.
Ante la desidia de los que nos gobiernan, el valor epidemiológico del referente literario —conservado en las obras que hemos leído, filmado o llevado a Netflix— ha demostrado la fuerza del arte en circunstancias tan raras y urgentes como una guerra de microbios.
4.
En Cien días en cuarentena he transitado de la oportunidad de escribir sobre temas favorecidos por la crítica a la decisión de escribir un libro cotidiano sobre la pandemia. Un libro simple sobre el desastre, construido con versos apurados desde la pena y el humor y todos los deseos y lascivias contenidas. No es ni tiene la intención de ser un clásico, ni de ganar nada que no sea el corazón del lector más sencillo.
Pensé mucho en El Decamerón todos esos días en que escribía y publicaba en Facebook un verso tras otro.
El Decamerón fue escrito después de la peste. La inmanencia de la muerte lo atraviesa por completo. La conciencia de que toda la gente sanísima que hoy está entre nosotros mañana puede estar muerta, impulsa esa desfachatez y esa hambre de colectivo.
Boccaccio se tomó varios años para escribir aquel centenar de cuentos llenos de picardías, buen humor y sátira. Yo no quise esperar, porque no había tiempo, ni soy Boccaccio. Ni quise depurar los versos. Preferí retratar y acompañar el pulso alicaído de la existencia y llenar de compañía el tiempo muerto de la espera.
Gleyvis Coro Montanet (Imagen de portada).
5.
Es la vida de una persona que sabe que puede morir y que, por lo mismo, vive a toda mecha creativa. Algo bueno debía traer la pandemia. ¿O no?
Una gran amiga citaba recientemente una frase, atribuida a Elsa Triolet, que es un selfie de lo que pasa por mi cerebro: “Tendríamos que pensar que moriremos mañana. Lo que nos mata es el tiempo que creemos tener por delante”.
A solas con mi cuerpo enfermo
Comencé a escribir en el iPhone. Me reconocí por primera vez en tanto tiempo. Y desde entonces escribo poemas y pequeñas prosas contando mi experiencia en el hospital, captando los balbuceos de aquellos días, mi delirio y mi lucha por seguir aún aquí, torpemente respirando.