Relaciones Cuba-Estados Unidos: redefiniendo prioridades

Desde mucho antes del surgimiento de los primeros sentimientos nacionales cubanos, en especial durante la Guerra de Independencia y con posterioridad a 1898, las relaciones de Cuba con Estados Unidos fueron siempre un asunto central.

Su peso tuvo pequeñas oscilaciones durante los años republicanos, y ha sido muy gravitatorio después de 1959. O sea, no hay dudas de que este es un tema de gran importancia para la nación, bajo cualquier esquema político, económico y social, pues ha condicionado quienes fuimos, somos y seremos. Digamos que es parte inseparable de nuestro ADN fundacional.

Esas relaciones han sido, y serán, marcadamente asimétricas, y tienen un carácter inevitable, en especial para Cuba, por su alto impacto doméstico: el poderío norteamericano, su cercanía geográfica —y lugar de residencia de dos millones de cubanos—, la prevalencia del conflicto, la alta dependencia de las remesas y el indiscutible impacto humano.

Todo ello, sumado al sistema político cerrado que impera en la Isla, ha provocado que esa relación tenga un peso desproporcionado y asfixiante en la vida de los cubanos de las últimas décadas.

Pero que esa relación sea asimétrica e inevitable, y que haya prevalecido el conflicto, no significa que de ella solo se deriven aspectos negativos, o que su actual estadio sea eterno e inmodificable. Coexisten también oportunidades y ventajas que podrían contribuir al desarrollo de la nación, si se asumiera que son los ciudadanos la variable fundamental y los depositarios de toda soberanía, y no el sistema político e ideológico excluyente que ha prevalecido.

Se trata entonces de colocar la mayor fortaleza de la nación: sus recursos humanos, como fuente de derechos y no como rehén de posicionamientos doctrinarios, a través del establecimiento de las profundas reformas democráticas, políticas, económicas y sociales que requiere el país. Empoderar a los cubanos es la vía más eficaz para incrementar la capacidad negociadora de Cuba y para acceder a intercambios más beneficiosos con Washington.

Cualquier avance real en la relación debería suponer la subordinación de la lógica beligerante a la lógica de cooperación, y el reconocimiento mutuo de legítimos intereses, dejando de lado agendas maximalistas. Para ello, sería conveniente que sea Washington el que inicie y promueva los pasos más decisivos, pues tiene poco o nada que perder; además, debería abstenerse de buscar incidir directamente en los destinos de la isla, algo que ha sido más contraproducente que beneficioso para ambos países.

Cuando eso suceda, entonces seguirá siendo importante (pero no definitorio) que un Biden triunfador retome el camino de Obama, con anunciados ajustes (veremos relajamiento de sanciones y un quid pro quo más evidente).

Si Trump sale reelecto entraríamos en un escenario menos definido, al estar bajo las libertades que ofrecen los segundos mandatos. Es decir, que podríamos asistir lo mismo a la profundización de las presiones que a lo contrario: buscando Trump aparecer como triunfador frente a una Habana extenuada y al borde del colapso.

La fórmula más ganadora, la que nos traerá mayor equilibrio en las siempre asimétricas e inevitables relaciones con los Estados Unidos, no es la llegada a la Casa Blanca de un presidente u otro, sino la reconstrucción de las bases republicanas de la nación cubana.


© Imagen de portada: Fotograma de Conga irreversible, Los Carpinteros, 2012.




Arturo López-Levi

Cuba en las elecciones norteamericanas: distensión o incertidumbre

Arturo López-Levy

En el tema Cuba, Trump espera imponerle al mundo, con sanciones secundarias, su política de aislamiento contra la Isla. Lo más probable es que, por inercia, continúe con esa misma política; pero tampoco es descartable que, si le conviene, intente negociar con la Isla una vez retirado Raúl Castro en 2021.