Abel Sierra Madero: El país como centro de castigo

En el contexto del estallido social del 11J organizaciones de la sociedad civil han documentado más de 1 000 detenciones arbitrarias. Muchas ocurrieron en viviendas, mediante fuertes operativos policiales. 

El Gobierno ha reconocido la ejecución de al menos 67 juicios sumarios y en el transcurso de esta semana se han comenzado los procesos penales a los cientos de personas que continúan encarceladas o bajo medidas cautelares, y que implican peticiones de privación de libertad de 2 a 18 años.

Algunos casos, con los cargos de sabotaje, relacionados con la vandalización de tiendas en MLC, están siendo manejados por las fiscalías militares y las sanciones podrían superar los 20 años de privación de libertad. En muchos de estos juicios los testigos principales han sido oficiales de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) o del Departamento de la Seguridad del Estado que participaron en las detenciones.

La mayoría de las personas detenidas están en el rango etario de 17 a 35 años. Tres niñas de 17 años fueron sometidas a procesos sumarios: una fue absuelta y las otras dos condenadas a varios meses de privación de libertad, con cambio de medida a trabajo correccional sin internamiento, luego de la apelación. Al menos tres jóvenes en edades entre 20 y 26 años fueron sentenciados a privación de libertad y luego de la apelación, a trabajo correccional con internamiento. 

Las personas liberadas han denunciado diversos métodos de castigo y malos tratos en los diferentes centros de reclusión, que han incluido formas de tortura sexual.

He conversado con el escritor e historiador cubano Abel Sierra Madero sobre las fórmulas punitivas desplegadas por el Estado cubano después del 11 de julio. A continuación comparto con los lectores de Hypermedia Magazine la transcripción de nuestra charla.

¿Qué connotaciones tienen estos procesos judiciales y la aplicación de sanciones de trabajo correccional?

Los juicios, más que una medida disciplinaria, son una medida política orientada a sacar del país a una generación de jóvenes, a desmantelar un movimiento, y a desmantelar una pulsión. Por otra parte, tienen la función de amedrentar, de provocar pánico en la ciudadanía para que no haya nuevos alzamientos, nuevas protestas. 

Al mismo tiempo, tienen una función diplomática. Van a utilizar a esos muchachos como parte de futuras negociaciones. Ellos están apostando a negociaciones diplomáticas, bien con la Unión Europea, bien con Estados Unidos. La diplomacia vaticana del período de Obama puede desmentir esta hipótesis, sin saber lo que se está manejando backstage.

Más allá de las cárceles, todo parece orientado a varias estrategias políticas y diplomáticas. Y, como decía hace un momento, tiene que ver con desmantelar y sacar del país a una generación. 

Te pongo un ejemplo: Ariel, en Twitter: @YoUsoMiNasobuco, después del 11 de julio, estuvo en la Seguridad del Estado y le apretaron las clavijas. A los pocos días, salió un video del muchacho desmintiendo, retractándose, borrando tuits, y hace como un par de días apareció en España. Están como abduciendo a la gente del espacio público con interrogatorios, con amenazas. 

Estas medidas de trabajo correccional también están orientadas a esa estrategia. Aparentemente, no quieren establecer la cárcel como medida drástica, pero es a su vez perversa. Y están reciclando un viejo instrumento. 

El trabajo correccional no es más que un modo reciclado del trabajo forzado. En Cuba existen y existieron muchos modelos de trabajo forzado, todavía hasta los años 90 se aplicaban a los proxenetas y a las jineteras. Esto tiene que ver con un nuevo reciclaje de un modelo punitivo, y ya lo dice, correccional. Cada vez el régimen cubano tiene más que ver con Corea, con China.

Y me imagino que responda, como estrategia, a la sobresaturación de las cárceles cubanas. No hay cifras oficiales, pero creo que la población carcelaria hoy en Cuba tiene que ser mucho más grande que la que había hace unos años, sobre todo después del 11J con todos estos arrestos, los interrogatorios y desapariciones. 

El lenguaje correccional siempre ha estado asociado al Ministerio del Interior y a la Seguridad del Estado. Es un lenguaje típico, un género, como un formato de lenguaje que permite construir perfiles criminológico-delincuenciales, asociados a rasgos muy específicos. El trabajo correccional es una nueva agenda, un nuevo lenguaje que también somete el cuerpo del ciudadano a la carga histórica inherente a ese modelo de trabajo forzado. 

En otros países, cuando hay penas menores, existe el trabajo comunitario, muy diferente al trabajo correccional. Por ejemplo, en Estados Unidos tiene que ver con lo que se llama felonía, que es un crimen menor y que no contempla la cárcel, el internamiento. Es una falta menor en la que usted purga su deuda trabajando en un parque nacional, en la vía pública, en un hospital; tienes que cumplir determinadas horas comunitarias. 

Pero aquí tiene una carga política perversa, porque te están tratando primero, como contrarrevolucionario. Esa es una palabra que está cargada de un sentido político y un sentido criminológico, y posee también una carga histórica. Eso tiene que ver con todo el reciclaje de ese lenguaje de marxismo de manual: la lacra social, el lumpen. Toda la jerga y toda la terminología que emplearon los funcionarios y los comisarios oficiales cubanos, un reciclaje del lenguaje biopolítico, el discurso de animalidad, incluso, biológico. Empezaron primero a representarlos como confundidos y, así, usaron un repertorio amplio de términos que tienen una carga terrible, que están respaldados por políticas concretas y por modelos punitivos que se creían olvidados. 

Lo curioso y lo triste al mismo tiempo es cómo se están reciclando este tipo de políticas y de modelos. 

Esto es evidente en los documentos emitidos por la fiscalía a que hemos tenido acceso: la forma en que describen a las personas detenidas, para construirles este perfil criminal. Por ejemplo: “al momento de los hechos, no posee vínculo laboral, no se encuentra integrado a las organizaciones políticas y de masas, se manifiesta en contra del proceso revolucionario”. Otras construcciones: “promovedor de hechos vinculados al desorden público, poseía una conducta desobediente y de irrespeto a la familia, y los vecinos, se manifestaba en contra de las autoridades policiales, profiere palabras obscenas en contra del proceso revolucionario y en contra de sus dirigentes”.

Traducción: Díaz-Canel singao.

Es el reciclaje de la vieja retórica que nunca fue vieja, porque siempre se mantuvo. Y cuando falla el aparato, ahí están otra vez la Seguridad del Estado, el Ministerio del Interior, y los jueces. Sabemos todo lo que implica, o sea, sabemos que ahí no puede haber un juicio imparcial. No hay transparencia en los juicios. 

El propio concepto de juicio sumario ya implica una cierta falta de transparencia. Y también tiene que ver con la velocidad del poder. El juicio sumario está respaldado por una necesidad, por una ansiedad y una velocidad, que pueden necesitar de alguna manera una respuesta rápida a todo esto, para prevenir precisamente que vuelva a ocurrir. 



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Quizá por la reacción internacional y estas alarmas que enseguida empezaron a sonar ellos detuvieron los juicios sumarios, pero no para tomar medidas más sanas, sino para tomar medidas aún más ejemplarizantes. 

También, según los testimonios, en estos centros de reclusión forzaban a las personas a gritar consignas de apoyo al Gobierno. Y esto recuerda mucho a los testimonios de los primeros presos políticos de los Castro. 

Exacto, toda una tecnología puesta en función del martirio de manifestantes. Es la martirización del cuerpo y la subjetividad del manifestante. Con Ariel, el caso que te mencionaba, se veía que el muchacho tenía el rigor del interrogatorio en los ojos, en la expresión corporal. Como si hubieran separado la subjetividad o la psiquis de su propio cuerpo. Con el mismo Hamlet [Lavastida] todavía está por verse el impacto.

Cuando se habla del aumento de la represión en los últimos meses, siempre se recurre a un momento histórico que fue la Primavera Negra. ¿Crees que tienen relación?

Es el precedente histórico más a mano. Entiendo que muchas personas utilicen la Primavera Negra como punto de representación, de asociación, para entender y para darle una coherencia a esta cosa. 

Puede haber puntos de contacto, pero creo que esto va más allá. La Primavera Negra estaba orientada al martirio y a la penalización de un sujeto específico: el disidente, el que pertenecía a organizaciones opositoras, el que hacía periodismo independiente. Ahora, es el ciudadano, y cualquiera puede estar bajo sospecha. Esto es más terrible todavía. La Primavera Negra fue un ejercicio quirúrgico, una intervención política muy específica. La respuesta a un proyecto de cambio liderado por Payá, el Proyecto Varela y las firmas. Y ahora tiene que ver con la toma de las calles. Un estallido social sin precedentes en Cuba. 

A mí no me gusta hacer ese tipo de asociaciones, no por esnobismo ni por ir contracorriente. Me gustaría esperar un poco más para poder hablar con mayor profundidad de lo que está pasando. Esto es history in the making, son acontecimientos en desarrollo que todavía hay que esperar un poco para poder aquilatar. 

Pero entiendo la asociación, la metáfora, y la imagen. Es lo más cercano que tenemos en términos de este tipo de política represiva. 

Esta especie de estallidos tampoco es la primera vez que ocurre. Se ha mencionado también como precedente el momento del Mariel y la Embajada del Perú. 

Pero el Mariel era otra cosa. Era la gente huyendo. Son momentos y gestos ciudadanos totalmente diferentes. El Mariel fue un evento que terminó en el éxodo de más de 100 000 personas. No tiene que ver con la salida a la calle a pedir cambio, a decir “se acabó”, “se tienen que ir del poder”, “patria y vida”. La acción de la Embajada de Perú y del Mariel fue una acción silenciosa y de presión a nivel diplomático muy localizado, y después, todo lo que se generó. Igual que el Maleconazo.

El 11J no tiene precedente en la historia posterior a 1959. Grupos enteros saliendo a la calle, sin un liderazgo definido, que fue lo que permitió, obviamente, desarticular el estallido.

Entonces, ¿crees que un nuevo estallido necesitaría liderazgo? 

Al menos alguna narrativa que pueda dar coherencia a un nuevo estallido. No creo que vaya a pasar en el futuro cercano. Creo que el proyecto de muchos de esos jóvenes será irse. Sobre todo, por el rigor que han sentido después de las protestas. No importa cuánta gente haya salido a la calle, no va a pasar nada. Percibo una desmovilización total, a pesar de los discursos motivacionales en las redes sociales. Pero, una cosa es la narrativa motivacional y otra, es cómo se traduce esa narrativa en cambios sociales, en presión real. Yo creo que hay una presión real, pero cómo traducir eso en cambio político es otra discusión. 

Por otro lado, en este tema del escape, de la fuga, la migración, hay un contexto global donde se está haciendo ahora mismo mucho rechazo en casi todos los países a recibir nuevos migrantes. 

Hay una ola antiinmigrante global, además atizada por el tema de la pandemia y la crisis económica pospandémica. El éxodo cubano es silencioso y cada vez se van más personas.

Está pasando lo que pasó en Venezuela. Cuando vinieron a ver había fuera de Venezuela cuatro millones de personas, cuatro millones de refugiados, que están en Ecuador, que están en Chile, que están en Bolivia, Brasil y Argentina, que están en Miami o en España. Una crisis migratoria, un éxodo silencioso. 

Y eso es lo que veo que está pasando. No tiene visibilidad ahora, pero hay una generación entera que está colapsada. El último aliento lo dio el 11J y ya, el cambio deseado no va ocurrir, al menos por ahora.

También la respuesta de los que tenían algún liderazgo, alguna voz dentro de Cuba fue mínima. A los que podían presionar los metieron presos. Y también todavía hay mucha polarización con el tema ideológico, lo que representa la UNPACU, a quién representa la UNPACU. Y, por otra parte, el liderazgo de San Isidro, del 27N, de INSTAR es muy limitado a círculos urbanos, a sectores intelectuales y de clase media

Son liderazgos muy fragmentados. Si tú no desarrollas una estrategia, si te cortan el Internet, ¿cómo tú te enteras de todo? En un apagón de Internet lo controlan todo, tienen el monopolio de información, de la represión. 

¿Cómo en un lugar llamado Cuba, en los años 57, 58, no había Internet, no había Twitter, no había directa, no había nada, y una dictadura cayó?



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¿La clandestinidad?

Y un consenso nacional. Yo creo que había un consenso nacional de que se tenían que ir. Ese consenso está cada vez más cerca, pero desgraciadamente hay mucha gente que todavía está atrapada en esa estructura binaria y de poder, de sujeción económica, de miedo, de vulnerabilidad. Todavía no hay ese consenso nacional de “ya, se tienen que ir”. Tiene que ser generalizado. Y el proceso tiene que pasar por las instituciones. 

Sí, todavía se habla de diálogo.

Diálogos vacíos que no van a ningún lado. ¿Para qué? ¿Vas al diálogo para hablar, o a la foto? ¿Para los titulares, para lucir políticamente correcto para coger un grant, para decir que apoyas la lucha no violenta, para seguir estirando el status quo, cohabitando con el régimen? ¿Qué sentido tiene sentarse en una mesa de diálogo?

Negociación es lo que hay que hacer y ese momento de negociación no se ha dado. El régimen sabe que todavía tiene una capacidad de maniobra. El 11J era el momento y ahí perdieron una cantidad de capacidad de negociación. Pero no pasó nada.

Sí, hay un antes y un después, en parte de la narrativa y del relato histórico a nivel motivacional y a nivel simbólico. Pero ¿qué ha pasado? 

Es muy pronto para aquilatar el impacto del 11J. Creo que el impacto fue más para afuera que para adentro. El desencanto y la separación de una serie de personas que todavía estaban atrapadas en esa estructura afectiva y de política de pasión con respeto al régimen. Fue tanta la información, fueron tantas las imágenes, que no hay punto de retorno con esa parte de estudiantes, de una parte de la izquierda menos militante, sino más fluida y más al centro, que ya vio de qué se trataba eso, y que tenía una percepción errónea de lo que era el régimen cubano. Y a nivel interno también, pero muy limitado. 

Todavía la política en Cuba se sigue viviendo como espectáculo, como entretenimiento, por el consumo de las directas. “¿Viste lo que dijo fulano?”, “¿viste lo que dijo mengano?” 

No hay una pulsión política orientada a cambio a corto plazo. A largo plazo, claro que va a pasar.

¿Crees que las sanciones externas pudieran tener algún efecto?

Claro. Yo entiendo que es una medida antipopular en muchos sectores, sobre todo en la izquierda. Pero las sanciones, bien ejecutadas, a determinados funcionarios, claro que tienen impacto. Yo no estoy a favor de la acción simbólica de quitar una visa, de ese teatro político. Creo que las sanciones tienen que estar orientadas al tema de los fondos, al financiamiento militar, que nadie le venda equipos antimotines. Como pasó con España, que meses antes le vendió por dos millones de euros en equipos antimotines, gas lacrimógeno. Creo que por ahí deben estar orientadas las sanciones. Y seguirle la ruta al dinero del financiamiento y de la corrupción de GAESA, y de toda esa mafia militar que al final es la que controla el país. 

Díaz-Canel es un monigote que está ahí como un búcaro, de modo decorativo. Y es además muy interesante cómo ha sido construido como un punching bag para canalizar la ira y la rabia popular, mientras los verdaderos responsables que están detrás de todo, no han recibido el peso del escarnio popular. Es bien extraño, bien curioso. Toda la ira va hacia Díaz-Canel y se convierte en el sitio de canalización de toda esa rabia, de todas esas energías. Mientras que Raúl Castro, no. 

Díaz-Canel va a estar ahí hasta que se sobresature. Ahora sigue siendo un dispositivo útil para organizar. Es como un tipo disciplinado. Sobre él recae toda la responsabilidad, toda la visibilidad, mientras la realpolitik transcurre a sus espaldas. Esto se vio, la poca capacidad de maniobra que tiene. En cualquier país, por una gestión un poquito deficiente de la pandemia, le hubiera costado el puesto al gobierno entero, y en Cuba no pasó. 

Todo lo que está sucediendo en Cuba es terrible. Por la cantidad de muertos parece como una purga planificada. Todo lo que pudieron hacer mal lo hicieron mal. Yo creo que no tiene que ver con errores, tiene que ver con el colapso del Estado mismo, como ente público y como responsable de garantizar la vida. Eso es lo más terrible. Cómo un Estado decide garantizar la vida de unos cuántos y sacrificar la vida de la mayoría. 

Ahí también se refleja cómo han decidido, sencillamente, encerrar a una parte de la población hasta que entiendan. Ellos son propietarios de todos estos cuerpos que secuestraron de las calles.

Además, el país como centro punitivo. La metáfora de la isla cárcel, de la que hablaran Cabrera Infante y Reinaldo Arenas, cada vez tiene más sentido. Y todos los recursos públicos en función de esos aparatos parapoliciales: las armas, las cárceles. Tienen una autoridad superior porque están investidos de un poder superior. Pueden pasar por encima de cualquier institución. Un supra poder que es como una suerte de mafia, que quiere controlar, tener sometida a toda la gente. 

Volviendo a tu especialidad, que es el tema de la sexualidad, te quería preguntar también sobre estos tratos degradantes, estos dispositivos de castigo que se han dado dentro de los centros de reclusión, considerados como formas de tortura sexual. 

Durante la Segunda Guerra Mundial la violación se convirtió en un arma de guerra y la aplicaron tanto los nazis como los soviéticos. Esto no es propaganda, está documentado. Además, en Estados Unidos, en todas las bases militares fronterizas, también ha pasado. La violación y la tortura sexual, como un modo de ejercicio de la política. La violación del cuerpo, vulnerar el cuerpo, la intimidad y la dignidad. Se ha convertido en un arma política. 

Y viene pasando desde hace rato, la intervención de los teléfonos, la divulgación de fotos privadas. Y termina en un calabozo desnudando a una muchacha o a un muchacho y acabando con su dignidad y con su intimidad.

A mí me preocupa, sobre todo a nivel social, al nivel de normalización que se ha llegado dentro de la sociedad cubana de esta forma de violencia¿Cómo se puede reparar eso? ¿Cómo se vuelve de ahí?

Cuando este régimen caiga hay que diseñar, hay que tener una política de la memoria, y una ley de memoria listas. Ya nos estamos tardando. Una política de memoria bien responsable. El país no va a poder sobrevivir a este régimen, no va a poder ni siquiera imaginar una democracia sin una política de memoria.

No estoy hablando de lenguaje de sanación; todos esos lenguajes lo que hacen es construir a las víctimas como enfermos. Les quitan la agencia de ciudadanía y quitan al final responsabilidad a los represores. Este discurso de sanación, del lenguaje médico, seudosicológico-político, lo que busca es la pacificación de la memoria: aquí no ha pasado nada, borrón y cuenta nueva, hay que perdonar, hay que encontrar unidad, hay que reunirnos en un abrazo. 



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Sí, de que hay que olvidar todas las responsabilidades, todos los crímenes.

Eso no va a pasar. Si pasa, Cuba será siempre una nación fracturada. 

Y ahí, ¿qué importancia le das a las iniciativas de registro y de documentación de estas detenciones?

Es uno de los primeros pasos, crear un archivo. El archivo como instancia de diseño de una política de memoria, para pedir responsabilidades. Y, además, para poder restaurar de alguna manera a las víctimas. 

También este contexto de la tecnología, de la era digital, ha posibilitado que nosotros tengamos acceso desde fuera de Cuba, muy rápidamente, a estos documentos que te estaba citando. Este mismo lenguaje es muy evidente, las construcciones que ellos hacen de criminalización. Y eso como evidencia es esencial para la restitución de la dignidad a las personas que han sufrido esta criminalización. 

Sobre todo, la restitución de la dignidad nacional. 

Los viejos están vendiendo cigarros, mal alimentados, famélicos. Todo lo que se ve a nivel del ejercicio del poder es mucho más visible, pero es mucho más perverso que eso. Es el mismo diseño de la canasta básica, del modo en que circulan la información, como un gran campo de concentración, una gran cárcel con ciertos privilegios, pero donde todo el mundo está sujeto a una estructura disciplinaria. Y, además, los que estamos fuera también financiamos todo eso, somos rehenes de esas políticas y de esas estructuras, porque al final tengo que mandarle dinero a mi mamá o se muere de hambre, y tengo que buscar antibióticos, un paquete de leche, un termómetro, un oxímetro, una aspirina. Al final, somos nosotros los que estamos supliendo las instancias que debía asumir el Estado. Somos como una gran farmacia internacional humanitaria que damos más respuestas que todo el poder de compra de un Estado. Entonces, ¿en qué se gasta el dinero? Son muchas preguntas que no van a tener respuesta. 

El tema de la denuncia constante es importante para crear registro, memoria, pero llega un momento que sobresatura. Es lo que pasa con Venezuela, que hay un momento de normalización. Lo que hay que lograr es que este tipo de escenario no se normalice a nivel mediático porque pierde interés, pierde peso, pierde fuerza. Llega un momento de fagocitación, de agotamiento a nivel intelectual, a nivel de ideas, a nivel de espacio. Ya todo esto se sabe, es como una redundancia que es muy desalentadora y que produce un gran desgaste. Dentro, fuera, a nivel de las publicaciones. 

Y ese es el gran miedo que tengo, que todos estos dispositivos que están implementando y toda esta represión se normalice de un modo tal que sea como una característica del Estado, con la que vamos a convivir por un tiempo indefinido. 

Es en la internalización de este pensamiento fascista que se puede ver que gran parte de la población lo tiene ya asumido.

Internalizado. Es muy desalentador, muy desmovilizador. Y el ser humano crea mecanismos de sobrevivencia. Ese proceso de normalización, esa construcción subjetiva, la subjetividad colectiva de aceptación y de resignación, por una parte, y por otra, esta sobresaturación a nivel de social media. Los dos procesos son muy peligrosos.

El caso de Venezuela es importante para entender la indolencia del régimen cubano y la falta de respuesta a una serie de cosas. Ellos saben que no va a pasar nada. Al hemisferio occidental le conviene que Cuba esté en un ambiente controlado, que no genere un éxodo masivo. Y están apostando a eso. Saben que es a lo que una administración norteamericana le tiene más miedo. Están jugando con esas variables y también con lo que pasó en Venezuela. El chavismo está en el poder y salieron millones de personas a las calles, muchas más. Tenían un liderazgo organizado, tenían todavía periódicos, tenían partidos políticos legalizados, y no pasó absolutamente nada. Veo a los activistas, a los académicos cubanos pensando en el vacío, sin hacer conexiones con otras experiencias cercanas en el tiempo, y a nivel de modelo, y de relación. No se puede hacer política sin tomar en cuenta ni la historia, ni la sociología política contemporánea, y todas las conexiones y todas las variables en el contexto de la región. 

Estás pintando un panorama desesperanzador.

Lo es. O sea, analizar sin prejuicios, con frialdad, una realidad, lo único que nos permite es llegar a ver el escenario real en que estamos, sin una narrativa motivacional. El escenario es bien complicado por el tema de la fragmentación, por el tema de los silencios, por el control cada vez más férreo que tienen sobre la sociedad. Hay algunos que apuestan al colapso económico como acelerador de cambio. Eso no va a pasar. Hemos vivido en ese racionamiento y en esa economía de guerra durante sesenta y dos años. 

Al final allá arriba en la cúpula no se lo sienten. Una de las sanciones más frecuentes que hemos visto han sido multas de entre 1 000 a 14 000 pesos, y todo eso es dinero que se está recaudando, que las familias no tienen. Un contrato con un abogado cuesta 5 000 pesos. 

Un abogado que no va a hacer nada. Entonces son gastos que van a mantener esa burocracia represora. Nos pone en un dilema ético de todo tipo. Es un problema estructural que está diseñado de modo perverso y de modo quirúrgico para estar todos atrapados en esta historia. Un proceso que además nos afecta económicamente a la migración, eso repercute en mi propio modo de vida también. Les pasa a todos los cubanos que todavía tienen familiares en Cuba. 

Estás hablando de un sistema diseñado a nivel quirúrgico y quizá lo más efectivo para desarmar este entramado son sanciones igualmente quirúrgicas. 

Sí. Hay que estudiar muy bien. Con cifras, con organizaciones que tengan más conocimiento de las cifras de OFAC [Oficina de Control de Activos Extranjeros, por sus siglas en inglés], o de agencias privadas. No tenemos acceso a todas esas cifras y es muy difícil vaticinar o proyectar o sugerir un tipo de políticas específicas sin tener todos los elementos. O la mayor cantidad de elementos posibles que están fuera del alcance nuestro como lectores de una realidad. 

Sobre todo, por la opacidad con la que operan todos estos regímenes similares.

Exacto. Y aquí la Oficina de Activos también opera con opacidad. Porque están conectados con el FBI y entonces no hacen disclosure de la información. 

A nivel de la esfera pública el escenario es totalmente distinto. Era impensable canciones como “Patria y Vida”, o las de los reguetoneros que habían sido complacientes o habían manifestado un silencio sobre lo que estaba pasando en Cuba. Podemos cuestionar por qué lo hacen ahora, y toda la conveniencia y el oportunismo. Y la presión que sintieron cuando la comunidad exiliada los sometió a un boicot económico y dejó de ir a sus conciertos y de comprar sus discos y sus canciones, o de dar un click en un video. Pero por lo menos está ahí, y en estas generaciones la música, la sonoridad, tiene un impacto afectivo, de acompañamiento. 

Los medios están cambiando la narrativa, pero a nivel muy incipiente. 

Lo que hace falta es un consenso nacional de que ya es suficiente. Y eso no ha llegado. A lo mejor está el consenso, y se vive a nivel íntimo, pero ese consenso tiene que expresarse de alguna manera. Tiene que traducirse en un impacto muy grande y un mecanismo de presión muy fuerte, que pase más allá de un grupo de jóvenes, por muchas buenas intenciones que tengan. Tiene que ser un fenómeno nacional. 



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Mientras toda esta estructura represiva que se apoya precisamente en las personas que participan en las Brigadas de Respuesta Rápida, mientras todo eso se mantenga no va a cambiar nada. Y eso es un sector representativo de la población que todavía participa.

Sobre todo a nivel generacional. Hay una generación todavía que sigue siendo un obstáculo al cambio. Fíjate en los actos de repudio, en las manifestaciones, quiénes son. Paradójicamente, los viejos atados a esa estructura, que fueron viejos militantes, que son vulnerables económicamente, pero que a lo mejor reciben quizás 100 pesos de alguien en el exterior, o no lo reciben, no lo sé. Pero todavía esta generación que tiene entre 65, 75 años, sigue siendo un gran obstáculo al cambio, porque está sujeta afectiva o políticamente a esa maquinaria perversa. Y a lo mejor alguno se enferma, o dice “no voy a participar en un acto de repudio”, pero al final otros transan. Tiene que ser algo colectivo, algo que sea un indicador de presión bien grande, de mucho impacto a nivel político que obligue al régimen a sentarse en una mesa de negociación o a hacer una reforma. Eso no va a suceder a mediano o corto plazo. 

Toda la estructura mafiosa esta de construcción de hoteles está prevista, precisamente, para una transición post Raúl Castro, post Ramiro Valdés, post esa élite octogenaria y decadente. Y está preparándose el escenario postsocialista, postcomunista. De lo contrario no tendría explicación este boom hotelero e inmobiliario que se está desarrollando. Están pensando ya en la transición y el tipo de transición que van a hacer. Y la transición la van a gestionar ellos y la van a diseñar y la van a manejar ellos. 

Es lo más terrible que va a pasar, o que puede pasar si no hay una respuesta ciudadana, unánime o colectiva de mucho más calado. 




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Luis Manuel Otero Alcántara: “Ellos saben que les puede costar el país”

Salomé García

El performance se me estaba viendo un poco complicado fuera de mi casa por la persecución de la Seguridad del Estado y demás. Y tú sabes que uno es un animal procreativo”.