“No es que desespere en lo más mínimo por el triunfo. Repito con más vehemencia: la verdad está en marcha y nada la detendrá. Recién hoy comienza el caso, ya que hoy solo están claras las posiciones: por un lado, los culpables que no quieren que salga la luz; por otro, los vigilantes que darán la vida por que ella se haga. Lo he dicho en otra parte y lo repito aquí: cuando se encierra la verdad bajo tierra, allí se acumula, adquiere tal fuerza de explosión que el día que estalla, lo revienta todo con ella (Émile Zola: J’Accuse…!)
En estos días y a raíz de la carta ¿Por qué decimos NO a la XIV Bienal de La Habana y pedimos que hagas lo mismo?,que no es sino clamor colectivo de la intelectualidad cubana ante la situación de represión y falta de libertades cívicas que vive Cuba hoy, he tenido que presenciar el galimatías de más de uno que procura, a la altura del siglo xxi, escudar su posición acomodaticia en los predios de un arte “desintoxicado”, tan inmaculado este como enlodadas sus conciencias.
He visto con tristeza infinita a un artista al que me unía la amistad y el aprecio jugar a saltimbanqui arguyendo disyuntivas que eluden la única disyuntiva real: tomar partido o no ante la crítica realidad que vive el país en el que se inscribe su obra que, por demás, juega siempre con los límites de lo permisible de la tan escurridiza —para algunos— política cultural cubana.
He visto a un joven crítico repartir coscorrones a diestra y a siniestra blandiendo una lista convenientemente a la espera bajo el brazo con todos los nombres de firmantes de esa carta que hubieran participado con antelación en cualquier evento de la Bienal. El argumento en ambos casos vuelve al mismo punto que el del Premio Nacional de Artes Plásticas ante las cámaras cuando dijera que “…esta Bienal está ocurriendo en un momento, digamos, especial, pero es que todas las bienales han ocurrido en momentos especiales”.
Vergoña.
Pretender que la situación que hoy vive Cuba es tan “normal” como “anormales” las otras tantas veces en que ha habido bienal, es naturalizar el procesamiento masivo de manifestantes pacíficos, entre ellos menores, y algunos a los que se les está pidiendo condenas de hasta 25 años de cárcel; es normalizar el asesinato de Diubis Laurencio Tejeda; es normalizar las prisiones de facto a las que han estado sometidos, activistas e, incluso, compañeros de gremio; es normalizar el encarcelamiento de Luis Manuel Otero Alcántara, Maykel Castillo y Esteban Rodríguez. Es normalizar la detención y exilio de Hamlet Lavastida; es, en resumen, comulgar con el poder necrosado que representa hoy la dictadura cubana.
En 1894, el capitán del ejercito francés, Alfred Dreyfus, era acusado en consejo de guerra de alta traición, condenado a cadena perpetua y desterrado a la Isla del Diablo. Pese a haber sido demostrada su inocencia gracias a la labor de la prensa y del coronel de la contrainteligencia George Picquart, quien evidenciara al mayor Esterházy como el verdadero traidor, este era absuelto en 1898 y recibido con ovaciones por el poder, mientras que Picquart era sacado fuera de suelo francés.
Hacia finales de 1897 y convencidos de las irregularidades judiciales en torno al caso Dreyfus, los escritores franceses comenzaron a alzar la voz en la prensa periódica. El 13 de enero de 1898, en carta abierta al presidente de la República francesa, Émile Zola publicaba en L’Aurore su histórico J’Accuse…!
Al día siguiente, en el mismo diario, aparece una carta que ha trascendido como La protestation des intellectuels. En ella podía leerse: “los abajo firmantes, que protestan contra la violación de las formas legales en el juicio de 1894 y contra los misterios que rodearon el asunto Esterházy, persisten en pedir la revisión”. Entre los nombres de esa primera carta destacaban los de Émile Zola, Anatole France, Marcel Proust y Claude Monet.
Le seguirían a esta otras cartas que sumarían más de 15 000 firmas para finales de 1898. La acción mancomunada de los intelectuales franceses que hacían uso consciente del valor simbólico de la esfera del arte, más allá de la obra en sí, alcanzaba así el carácter de movilización. Nacía la figura del intelectual.
La reacción del poder conservador y nacionalista francés del momento no se hizo esperar. Zola, como mismo ahora tantos intelectuales cubanos, recibió amenazas de muerte y fue objeto de campañas de descrédito en la prensa oficialista. Condenado por difamación, tuvo que partir a Londres, regresando a París al año siguiente, una vez reabierto el caso Dreyfus y muerto el presidente de la República. Nunca fue aceptado en vida como miembro de la Academia francesa, pero su juicio sentó las bases para la futura Sociedad de los Derechos Humanos del hombre.
Después de más de medio siglo de inmovilidad, la sociedad cubana se crece paso a paso como sociedad cívica; se organiza y atreve, por primera vez de manera colectiva, a hacer valer su voz aún en medio de un recrudecimiento descarnado de la censura, los atropellos y la violencia.
En medio de este despertar, de esta puja por una sociedad democrática e inclusiva, es deber de todo intelectual, de todo ser humano, estar del lado correcto de la historia.
Una de mis pocas colaboraciones durante la Bienal de La Habana fue la exposición Pinturas de Silencio, curada por José Ángel Vincench y Ramón Serrano. En las palabras al catálogo me refería entonces a las diferentes acepciones en torno al silencio, una de ellas, el silenciario: “aquel destinado a cuidar del silencio o la quietud de la casa o templo».
Ese mismo año, Antonio Eligio (Tonel) presentaba su Segundo autorretrato como Intelectual orgánico (Un homenaje adicional a Gramsci). La instalación recreaba la celda en la que Gramsci compiló sus estudios teóricos durante diez años de prisión. Desde allí, el pensador italiano ahondaría en el papel político de la cultura, en tanto guerra de posición donde tienen lugar las transformaciones culturales de la sociedad civil, así como el análisis del intelectual como ente orgánico y activo, superando la relación maniquea entre las esferas de economía-política y cultura-política. Gramsci adelantaba también el concepto del “transformismo”, para referirse a cómo la clase dominante atrae hacia sí a los intelectuales neutralizando el natural compromiso ideológico de estos.
Justo eso es lo que observamos ahora en Cuba. En un momento en el que el bloque histórico está en franca decadencia, la intelectualidad cubana se debate entre dos polos: aquellos que pese a los riesgos que implica se asocian del lado de la contrahegemonía contribuyendo en el largo camino de construcción de consenso; del otro, aquellos asimilados por el transformismo. Mientras tanto, la historia se va escribiendo palmo a palmo.
En su alegato histórico publicado en L’Aurore, Zola afirmaba:
“La verdad, la diré, porque prometí decirla si la justicia, regularmente incautada, no lo hiciera plena e íntegramente. Mi deber es hablar, no quiero ser cómplice. Mis noches serían atormentadas por el espectro del inocente que expía allí, en la más espantosa de las torturas, un crimen que él no cometió”.
Si me preguntan por qué firmo la carta, les respondería con el reclamo de Proust, cuando celoso buscaba su nombre entre los firmantes:
“Había enviado mi firma para la protesta Picquart. Veo que no se ha publicado. Realmente quiero que ella lo sea. Sé que mi nombre no agregará nada a la lista. Pero el hecho de haber estado en la lista se sumará a mi nombre: uno no pierde la oportunidad de poner su nombre en un pedestal”.
No hay que lavar la cara del régimen
Digo NO a la Bienal de La Habanaporque existe una organización criminalconjunta en el poder que encarcela a artistas, a activistas y opositores al régimen.