En Cuba uno se forma con, al menos, la sospecha de que los premios y las selectividades son el resultado de algo más que la calidad profesional. Con el tiempo esa sospecha se vuelve certeza. Ser elegido para participar en la Bienal de La Habana, o para representar a Cuba en una bienal internacional, es el resultado de haber depositado en el régimen una suficiente confiabilidad política, traducida en una obra de arte dócil que, aunque coquetee con un lenguaje crítico hacia el sistema, no lo es lo suficiente como para que esa obra no pueda integrar una curaduría futura que trate sobre los logros de la Revolución y su permisibilidad crítica. Como se dice por ahí, jugar con la cadena, pero no con el mono.
Hemos llegado a un tiempo, coincidente con la celebración de la XIV Bienal de La Habana, en el que la cadena más inofensiva de este juego del arte trae consigo atadas a personas inocentes, algunas de ellas artistas, algunas de ellas menores de edad, algunas de ellas atadas por mucho tiempo ya y con riesgos para sus vidas. En lo personal, no veo ninguna razón para celebrar esta Bienal; menos aún veo razón para participar en ella.
La herida
Serie
Óleo sobre madera reciclada
22,5 cm x 17,5 cm cada una
Lester Álvarez, 2017
No más caca de unicornio
¿Acaso se podrá escuchar la canción ‘Patria y Vida’ en algún espacio de la Bienal?