La violencia legalista contra el arte políticamente incómodo

Luis Manuel Otero Alcántara es un artista outsider e independiente, pero en Cuba para hablar de independencia hay que hablar, invariablemente, de política. 

Si se trata de Luis Manuel Otero y el Movimiento San Isidro, la intención marcadamente cívica y política de su trabajo deviene, según sus propias palabras, en un ejercicio de resistencia letal que los define y los diferencia. Sus proyectos (Bienal 00), performances (Miss Bienal) e instalaciones (La estatua de la libertad) han puesto a discursar las zonas más “sagradas” de la narración revolucionaria.

Poner en crisis todo tipo de paradigmas ha provocado que el gobierno cubano recurra a la represión, en un intento desesperado por socavar el arte “incómodo” de Luis Manuel Otero. Las estrategias de censura han incluido la criminalización sistemática del artista y su arte, una veintena de detenciones en poco más de un año, la violación de su derecho de movilidad (no únicamente hacia fuera del país: se ha visto sitiado en su propia casa). Por último, se le ha impuesto un proceso de “juicio sumario abreviado”, según la nomenclatura legalista, que describe un ejercicio donde no es necesaria la presencia de un abogado defensor, avisos procedimentales u otras verificaciones del debido proceso. 

El juicio sumario a Luis Manuel únicamente requiere que se dicte una sentencia por “daños a la propiedad”, cargo del que se le acusa en esta ocasión.

A Luis Manuel Otero se le han impugnado obras y proyectos mediante constructos legales, tan oportunos que parecen ser estrategias ad hoc del propio sistema para parchear las actividades de un artista que se les va de las manos (Decreto 349). No obstante, para demostrar punible la obra de Luis Manuel, ninguno de los procedimientos anteriores hubiera sido suficientemente efectivo sin devenir en una maniobra de censura sobre la manifestación artística, de restricción de la circulación libre de ideas, de evasión de la veracidad e imparcialidad a la que los Estados están sometidos en varias actas internacionales (Universal Declaration of Human RightsInternational Covenant on Civil and Political Rights, etc.).

La lista de artistas políticamente incómodos encausados por delitos comunes (crímenes económicos, violencia doméstica, evasión de impuestos) se dispara en sistemas autoritarios sin transparencia burocrática. Estos constituyen un ecosistema legal favorable para imputar causas mediante una fiscalía complaciente. 

En Transparenting transparency: Initial Empirics and Policy Applications, Bellver y Kaufman entienden que el brazo burocrático en este tipo de sistemas es un instrumento de dominación que otorga suficiente autoridad a la oficialidad para implementar procederes coactivos a discreción, sin necesidad de instrumentar un proceso penal de mayor transparencia. Así lo demuestra la documentación de centenas de procesos similares en todo el mundo; por ejemplo: el cineasta ucraniano Oleg Sentsov, el artista visual chino Zhao Zhao, el rapero marroquí Mouad Belghouat, el cineasta iraní Jafar Panahi, el artista ruso Petr Pavlensky, el comediante birmano Zarganar, entre otros. 

Cuba tiene su propio historial de regulación y parametración de artistas. De los noventa a esta parte, artistas visuales como Ángel Delgado, Juan-Sí González y sus colegas de Art-De, Tania Bruguera, Danilo Maldonado (El Sexto), entre otros, han soportado altos niveles de exclusión y criminalización dentro del gremio. Algunos se han enfrentado a procesos penales con sentencias de hasta un año de privación de libertad, siempre por delitos comunes —como desacato—, porque no existe Constitución en el mundo que legalice la censura en el arte, al menos no de manera evidente. Ni siquiera en un país con una política cultural tan escoltada como la cubana. 

Entonces, naturalizar y aceptar como válido el proceso que pesa sobre Luis Manuel Otero Alcántara no es únicamente una subordinación de la autonomía ciudadana y cultural en el presente, sino un fortalecimiento de la legalidad burocrática socialista como mecanismo represor para un mañana que se cierne demasiado incierto para artistas, intelectuales, escritores y activistas cubanos.

(La Habana – New York)