Los ilustres intelectuales norteamericanos

Los ilustres intelectuales norteamericanos, esa fauna analfabeta excepto de culpas de clase y pastillas para la ansiedad, siguen siempre con la misma cantaleta sobre la Cuba de Castro: no se la creen, a pesar de ser ellos mismos unos castristas del coño de su madre. Y tratan de confundirnos en el tiempo y en el espacio, remitiéndonos a los años cincuenta y anclándola a la Casa Blanca.

En efecto, a la primera crítica que los cubanos hagamos de la Revolución en nuestro propio país, allá vuelven a la carga los revolucionariólogos del campo cultural norteamericano. Intolerantes como toda izquierda inmigrante que se respete, lo primero que hacen es matar al mensajero del mal. Es decir, nosotros. Y nos matan usando dos argumentos propagados y pagados por la Seguridad del Estado desde La Habana:

  1. Tesis espacial: quien quiera la caída de la Revolución Cubana, quiere asfixiar al pueblo de la Isla con el bloqueo norteamericano. (No importa que, como ellos mismos te dicen cuando les conviene, el bloqueo no haya funcionado durante 60 años: es un bloqueo que no funciona, asfixiando).
  2. Tesis temporal: quien quiera la caída de la Revolución Cubana, quiere la restauración de Batista a la cabeza de una tercera “era Batistiana”. (No importa que Batista esté muerto hace medio siglo, ni que sus hijos y herederos sean tan socialistoides como su padre: es un Batista batón, que se pasan de mano en mano no para manipularnos, sino para maniatarnos).

Para los ilustres intelectuales norteamericanos, esa flora fascinada con el fascismo fálico de Fidel, contrario al criterio científico de los comunistas cubanos, “la Revolución sí entra por el culo”. Lo cual constituye, por cierto, un plagio del filme Fresa y chocolate. En ese coito del corazón, ya con sus cuerpos cariados por el consumismo capitalista, los ilustres intelectuales norteamericanos se vengan de la Democracia doméstica consumiendo el exotismo de la Utopía. A falta de orgasmos orgánicos en casa, en Cuba se hacen penetrar por la erección de un Estado otro, en un ejercicio binario de transfidelidad. La libertad propia les corta su libido liberal, mientras que la esclavitud como alternativa ajena los excita al punto de la epifanía: fidellatio y comunilingus.

Sin el clímax de la Revolución castrista para entretener sus bodrios biográficos, los ilustres intelectuales norteamericanos no tendrían un sentido de propósito ni de pertenencia, en este planeta donde hasta Marx es una mercancía. Sin el pingón despótico de un totalitarismo tropical, tendrían que aclimatarse a sus climaterios comodificados. Y sus próximas páginas sobre Cuba serían apenas una paja, porque el dildito decadente de la democracia no puede equiparse con el rape-rapport de la Revolución.

En consecuencia, el pueblo emancipado que está en las calles de Cuba ahora mismo, abatido bajo los batones y las balas de los asesinos socialistas, el mismo pueblo que impredeciblemente ha protagonizado un heroísmo inédito desde hace por lo menos un siglo, es visto o invisibilizado desde la ilustre Norteamérica intelectual como más de lo mismo: 1) defensores a sueldo del bloqueo de Washington contra La Habana, 2) votantes virtuales del cadáver de Batista para presidir una transición anacrónica de 2021 a 1958 en la Isla.

No hicimos nada. Mejor nos hubiéramos quedado tranquilitos en Cuba, acariciando a nuestro respectivo Castro interior. Aplaudiendo, bajo nuestras etnográficas máscaras, al violador. Y aún estaríamos siendo representados como la vanguardia de la humanidad, según el evangelio de los ilustres intelectuales norteamericanos, en lugar de encarnar el mojón materialista con que patéticamente ellos pintan a Miami: la capital del bloqueo batistiano. 

Pero los cubanos libres no podemos ponernos ahora a debatir ni cojones con nadie. Ni ilustres, ni intelectuales, ni norteamericanos. Fuck America

El fin de la mentira marxista está verificándose de punta a punta de nuestro archipiélago atroz. Paradójicamente, el peligro hoy está, como nunca antes, noventa millas al norte de la nueva Libertad que ya explota en plena cara de la comemierdad comunista global. Es la hora de cagarnos constitucionalmente en la cultura de la corrección cómplice de los United Socialisms of America. Y convertirnos, con esa fuerza más, en los buenos salvajes de una democracia sin antidemocráticos a donde ni uno solo de los ilustres intelectuales norteamericanos estará invitado. Porque no nos da nuestra gana contrarrevolucionaria.

Como tampoco nunca más Cuba será el imperio de la justicia social. Ni el paraíso de ningún proletario, sino un país repleto de propietarios. Ni las conquistas públicas serán públicas ni un carajo, sino privadas, desde la A del amor hasta la Z del zoológico en que esos ilustres intelectuales norteamericanos nos quisieron convertir. Y, por supuesto, el Estado cubano por fin dejará de ser una supuesta fuente eterna de moral, de derechos, de cultura, y de riquezas, para tener que vivir escondido en un clóset cívico y con el rabo entre las patas. Apaleado por una ciudadanía diestra, diestrísima.

Por suerte, se le viene encima a nuestra Cuba libre, tal como a los ilustres intelectuales norteamericanos les da pánico progresista pensarlo, una restauración antisocial. Seremos no solo la Suiza, sino también el Israel del hemisferio occidental. Un istmo de resistencia radical frente al socialislam latinoamericano. En Cuba, ciudadanos del futuro que se inflamó forever el domingo 11 de julio de 2021, habrá de resucitar el destino manifiesto que en los Estados Unidos fue primero estigmatizado y finalmente traicionado.

En ese escenario de excepción continental, tú y yo secretamente sabemos que los partidos comunistas quedarán abolidos a perpetuidad. No habrá Primera Enmienda para los enemigos de la Primera Enmienda. Los comunistas cubanos pueden reorganizar su PCC en el soviet de Berkeley o en el huraco dejado por las Torres Gemelas en Manhattan, pero no en nuestra Habana sin Plaza de la Revolución. 

Así que hacen muy bien en ponerse históricamente histéricos los ilustres intelectuales norteamericanos. Que pataleen ahora, los pobrecitos perversos que quieren paralizarnos a golpes de bloqueo y de batistato. ¿Qué bloqueo de qué pinga, a la magnífica hora homagna de la desrevolución? ¿Qué Batista de qué cojones, cuando el tuntún-quién-es de la distopía en la Isla ya está a punto de caramelo conservador?

Cubanos que me escuchan, no se me encasquillen ahora en un debate desviacionista con ningún norteamericano de ninguna de las miles de Norteaméricas que nos meten miedo en el mundo. Esos casquillos, como los casquitos con o sin bloqueo de los años cincuenta, pronto han de ser la música milagrosa de una vida vivible en la verdad.


Cuba

La Cuba relicario: suspender el silencio

Mario Rufer

Hace rato que Cuba ha pasado a ser la vía de expiación de las culpas latinoamericanas, el relicario de lo que en nosotros mismos fracasó. Así ha funcionado parte de la izquierda dogmática continental: en sus cabezas Cuba aparece como reliquia.




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