Un mal presidente

Me propuse escuchar y ver, varias veces, la declaración donde Miguel Díaz-Canel intenta argumentar lo injustificable e incita, si no ordena, a la violencia y al enfrentamiento por parte de las fuerzas militares, paramilitares y del orden interior en Cuba. Tras esto, me dediqué a percibir el rosario de errores y engaños que intentan, de modo cada vez menos inteligente, velar la realidad real, no la inventada por la propaganda de un lado o de otro:

Dice “el puesto a dedo” cubano que el Gobierno se preocupa por darle a TODA su población salud (son demasiados los ejemplos que muchos podemos ofrecer de cómo esto es mentira); que trata de buscar bienestar para TODOS (¿cuánta gente vive sin un pan viejo que llevarse a la boca?); que en medio de “esta situación” es capaz de tener programas y políticas públicas en función de TODOS (los programas conocidos son de carácter restrictivo; los de desarrollo se fueron a bolina hace mucho); aspirando a vacunar a todos con una fórmula cubana, porque sabían que nadie les iba a vender vacunas (el Gobierno tiene programas e intercambios evidentes con la OPS y la OMS, que hasta han sido cómplices de la explotación-esclavización profesional del personal médico, y eso trasciende las presuntas restricciones tras las cuales siempre se escudan para argumentar sus incapacidades históricas como antisistema); y porque aduce que Cuba no tiene dinero para comprar en el mercado internacional otras vacunas (sin embargo, sí podemos producir armas y accesorios antimotines y de comandos élites —algo confirmado por el viceministro ruso hace poco).

Miguel Díaz-Canel dice que todo es parte de una feroz campaña mediática de desacreditación, cuando el descrédito cubano es histórico: engaños a empresarios, inversionistas, corporaciones extranjeras, países con tratados comerciales con Cuba; incumplimientos de acuerdos y un largo etcétera de falsas promesas por el desgobierno cubano. 

Insinúa que existe una unidad entre Partido, Estado y pueblo, cuando se sabe que el primero determina al segundo, y ambos no escuchan ni representan al tercero. 

Dice que el enemigo quiere asfixiar y acabar con la Revolución, que está realmente asfixiada y acabada hace mucho, tal vez casi desde su comienzo, por tener inoculado el germen de la traición a los principios que la impulsaban. 

Todo enmascarado en una gran mentira repetida y repetida a la sociedad. 

Diáz-Canel irrespeta al pueblo cubano al decir que es un pueblo posiblemente confundido. Es una expresión de menosprecio a la sociedad a la que se debería deber. 

Por otra parte, minimiza —herencia del megalomaníaco Fidel— las protestas que se están dando. De pronto surge una especie de “password” salvador en la palabra “revolucionario”. Si no eres “revolucionario”, eres un criminal… 

Tras todo, la mentira de haber enfrentado desde su puesto de gobernante a una parte de esa oposición y del pueblo —en referencia a su “performance” en San Antonio de los Baños—. Ni enfrentaron, ni discutieron, ni dialogaron con quienes tenían que dialogar. Todo fue parte de otra “mise en scène”, una mala copia de la que tuvo como figura principal a Fidel Castro cuando el “maleconazo” de 1994. Pero esta vez, incluso con otros recursos mediáticos, el patetismo y el engaño revelaban las costuras de otra mentira mal tejida.

Ya está claro que nada ha ocurrido por la acción de “pequeños grupos”, ni por “cuatro gatos”, ni por unos cientos: son miles, miles in crescendo. La sociedad se hartó. 

Están equivocados este mal gobernante y la mafia a la que representa: la calle siempre ha sido del pueblo. Los mal llamados “revolucionarios” ni siquiera se interesan por pisarla, ya no caminarla, como cuando en los años noventa (actitud que no cambió nunca, a no ser por un teatro político montado) un personaje como Jorge Lezcano, que dirigía en La Habana dijo: “Hay que tener los pies bien puestos en la tierra”, mientras estaba montado en su flamante Lada 2107 de matrícula blanca, de los intocables de la claque política cubana.

La voluntad política para discutir, argumentar, conocer los problemas, participar con el pueblo en la solución de los mismos, reconociendo la verdadera causa de estos, fue evidente: a través de la respuesta de sacar las tropas élites con armas y recursos, lo que ha demostrado que es una pelea de león contra mono amarrado. Ese es el diálogo puesto en práctica para con el pueblo.

Díaz-Canel plantea que esta oposición no quiere salud para Cuba. Pero acá se trata de algo que va más allá del problema de la COVID-19 y él lo sabe bien, aunque pretenda tapar el Sol con su dedo. Incluso, el problema pandémico de Cuba es propiciado por medidas unilaterales del desgobierno que él dice dirigir: todo para ganar más dinero con el turismo. 

A diferencia de la presunta confusión del pueblo, este personaje sí pretende confundir a quien escuche sus erróneas referencias sobre lo neoliberal; cuando el sistema cubano, desde los noventa, practica una extraña forma de neoliberalismo expresado en recortes de los beneficios sociales, educativos, de salud, incremento de la inflación, entre otras estrategias de capitalización centralizada por parte del Estado, por encima de la libertad de la sociedad. De hecho, lo demuestra la realidad: la sociedad cubana desde hace años es un “sálvense quien pueda”: los que tienen dinero son los que pueden acceder a “resolver” la salud y otros llamados beneficios sociales. 

En juego de palabras entrampado, el “puesto a dedo” plantea que no entregarán la soberanía ni la independencia del pueblo. ¡Claro! La poseen ellos secuestrada desde hace mucho, se creen sus dueños. 

La sociedad cubana, expresada en quienes están saliendo a las calles, defiende la necesidad de un cambio; un cambio es una renovación; una renovación es una revolución. Por lo que este mal presidente —que perdió su posibilidad histórica de convertirse en el adalid de una transformación necesaria— está diciendo una verdad a la inversa: es el pueblo el que está diciendo con sus acciones que “por encima de sus cadáveres”, pues Díaz-Canel y los suyos no ponen ni un pie en la escena caliente donde se está expresando el pueblo. 

Usted, mal presidente, no está en calle alguna. No son ustedes los que están combatiendo, sino los sabuesos que tienen para eso y todos esperamos que un día abran sus mentes y espíritus delante de lo horrendo que están haciendo con sus congéneres. Mientras, parecen muchos porque se mueven en turba, pero son una minoría en comparación con el pueblo al que se deberían unir.

Ya no es argumento de peso culpar a Estados Unidos de lo causado por años internamente, debido a un sistema que no funciona como el de Cuba.

Niega hasta a la historia cuando se refiere a las estrategias de subversión ideológica para provocar desestabilización. Porque Cuba, con su sistema, sí ha sido un agente desestabilizador: esta Isla hizo de las suyas para extenderse en el continente bajo la fachada de la solidaridad y la liberación. 

Con disparates, entrampes lingüísticos, ideopolíticos, que en el fondo no pueden sostener esta mentira llamada “Revolución”, amenaza y autoriza el empleo de la violencia de una minoría que traicionó a su pueblo, sobre una mayoría que es la sociedad necesitada.La realidad ha demostrado que no poseen decisión, ni firmeza ni valentía: son cerrados, débiles y cobardes.

Usted, mal presidente Miguel Díaz-Canel, no sirve a su sociedad: llamó a la guerra contra los suyos, mintiendo respecto a la realidad de los problemas. Son ustedes los primeros anticubanos. 




Diaz-Canel-Raul-Castro

Ese presidente no es un presidente

Amanda Rosa Pérez Morales

Encargo al presidente la culpa por la desilusión, la tristeza y la pobreza. Porque lo que está haciendo es matar a un pueblo en silencio. Y esas muertesserán las suyas, por ser quien representa toda la situación en la que se sume el país.