Conocí a Sandra Ceballos por el año 1992, mientras investigaba sobre su trabajo, el cual yo había seguido desde el principio (de hecho, estuve a punto de comprar Santa Sandra, una de sus obras, quizás la más representativa del momento).
Cuando me acerqué a ella para conversar —había decidido que formara parte de mi tesis de licenciatura, Cinco artistas de la plástica cubana (1994)— se mostró esquiva, recelosa, muy tímida en las distancias cortas. Después de encuentros en exposiciones, y por mediación de otra artista del proyecto, logré hacerle saber que su obra y su nombre eran uno de los cinco capítulos de mi investigación de fin de carrera. Y que necesitaba mantener con ella una conversación que precisaba tiempo, sin decirle aún que iba a realizarle una larga entrevista.
Recuerdo que en el año 1989, mientras analizábamos la exposición La Bella y la Bestia, insertada en el Proyecto Castillo de la Fuerza, mi gran amigo y mentor Rufo Caballero, el crítico más audaz y visionario que ha dado la crítica cubana hasta hoy, me dijo sin ambages: “Sandra es la mejor artista del segundo lustro de los 80, y sería bueno que hicieras una investigación profunda de su obra, pues dará mucho que hablar, y además los críticos al uso no sabrán comprenderla”. Tal cual.
Por fin, a finales de 1993, logré que Sandra entendiera mi urgencia de conversar. Arribé a su casa con mis enseres de trabajo ocultos en mi sempiterna mochila, nos tomamos un té, que ella puso en una mesita entre las dos; yo saqué mi cigarrillo y ella, para mi desconcierto, sacó un puro. Se relajó en su asiento y me lanzó: “Bueno, ¿qué quieres saber?”. Yo saqué un cuaderno y un lápiz (siempre escribo con lápiz) y después mi pequeña grabadora y el micro (un lujo en esa época).
En ese momento Sandra se inclinó hacia delante y me dijo: “¿Vas a grabar la conversación?”. Le dije: “No, voy a entrevistarte, a transcribir la entrevista y a dártela para que la revises y me autorices a publicarla dentro del cuerpo teórico de la tesina. Lo que me digas que no quieres que esté, no saldrá”.
Y para mi sorpresa (esto me había ocurrido con Antonia Eiriz en 1992: el temor a ser grabada, el miedo a la represión y las represalias; yo pensaba que era el caso de Sandra, que ya estaba catalogada como “artista difícil”) ella me respondió: “Ah, es que nunca me han entrevistado a mí sola, y menos una entrevista larga, porque me dijiste que querías la mañana para hablar… Dale, tira”
Ahí comenzó una de las entrevistas más reveladoras, simpáticas, profundas e inteligentes que he realizado. En medio de la cual, un ser larguirucho caminaba de un lado a otro, en lo que luego sería Espacio Aglutinador (en 1994 asistí a su inauguración, y fue el último acto relativo al arte que presencié en Cuba, pues en unas semanas abandoné la Isla para residir en España). Aquel hombrecillo era, me dijo Sandra: “Ezequiel Suárez, artista y mi pareja”.
Valga esta introducción para dos cosas. La primera es que conozco a Sandra Ceballos en persona, la vi en sus apariciones públicas, le realicé una entrevista donde profundicé en muchas esencias que mantiene y en otras que han cambiado con relación a su obra, y no he dejado de seguir su trabajo como artista, curadora y gestora de un espacio alternativo sometido a presión desde todos los registros posibles. Mi investigación doctoral es muestra de ello, pues cuenta con un capítulo de análisis de su obra y su carrera.
Lo segundo: me considero muy rigurosa al enfrentar el arte contemporáneo y emergente; siento además una responsabilidad con respecto al arte cubano (donde hay “artistas” que dicen que hasta cuándo se va a hablar del mismo) que me hace abordar de forma muy directa, pero argumentada, cualquier acontecimiento ligado a las malas praxis institucionales y de las personas encargadas de gestionar la investigación del arte en Cuba, estén dentro o fuera de la Isla.
Pertenezco a la generación que se fraguó en los ochenta, en el diálogo entre críticos y artistas, donde se debatía “al duro y sin guante” y “caiga quien caiga”, pero con una ética y un respeto colaborativo, una alianza de pensamientos contrapuestos en pos de llevar la libertad del arte y la postura crítica por un mismo camino, un camino donde nos enfrentábamos a vacas sagradas, donde desacralizábamos y legitimábamos el trabajo mutuo.
Yo me formé en la investigación, la escritura argumentativa y el ensayo crítico, donde lo que se dice nunca deja de ser ácido, corrosivo y denunciante, pero es digerible; donde lo personal jamás tiene cabida, y donde llegar a los lectores no significa un acto de vulgaridad ni una escritura básica, populista y soez. Los espacios dinamizadores del diálogo no pueden ser revistas de cotilleos, donde todo son chismes, acusaciones, risas, burlas.
Sandra Ceballos
Es válido asumir lo marginal como estrategia de posicionamiento artístico, en relación a la lucha contra las instituciones cubanas que legitiman comportamientos amorales y obscenos. Pero lo que no se puede tolerar es un lenguaje marginal y bajo en la escritura intelectual, analítica; ni formas procaces, de gacetilla amarilla, como entrevistas que ponen en cuestionamiento, ya no la obra, sino la ética y lo personal e íntimo de un artista, para deslegitimar su trabajo sin argumentos, y para llenar el ego de unos cuantos que, además de no ejercer su trabajo con integridad, parecen paparazzis carroñeros, de “pan y circo”.
Al final, algunos se comportan como aquello que pretenden cambiar. Me doy cuenta de que a las nuevas generaciones intelectuales isleñas, les tocó lo que quedó de la estampida, lo peor de la enseñanza académica (cuestionable desde hace décadas) y un desconocimiento muy grande de lo que es la investigación historiográfica y sus herramientas (mensurables y demostrables), el valor de la verdad, la lealtad al estilo y el saber estar dentro de la escritura. Deberían ponerse a ello. En una isla de ciegos y de poderes culturales fácticos, compradores de conciencia, todo vale.
Todo lo anterior viene directamente relacionado con dos acontecimientos. Primero, Hypermedia Magazine, revista con la que colaboro y que defiendo, me propone que escriba un artículo para un dossier sobre la violencia de género. Luego, tres días después de cumplir con el pedido, recibo una comunicación vía Messenger donde Sandra Ceballos (que pertenece al proyecto La Polaca, una tribu virtual que he creado con el fin de establecer diálogos entre creadores y conversar todos los días desde un directo que emito en la tarde española; un espacio internacional donde participan artistas de muchas partes del mundo y, desde luego, artistas cubanos, desde dentro y fuera de la isla), tras escribirme una introducción personal, me copia una declaración de denuncia, a modo de artículo, donde comenta que durante 20 años ha recibido violencia psicológica por parte de su ex pareja, el artista Ezequiel Suárez, a base de difamación, denigración de su figura artística y violencia verbal a sus espaldas, separándola de muchos colegas.
Sandra toca un punto que yo ya había visto desde 1994: el alzamiento, dentro de una pareja de artistas, de la carrera del hombre por encima de la de la mujer, cuyos hombros se convierten, no en un apoyo, si no en hombros donde subirse y consolidarse. Menciona una serie de parejas emblemáticas del arte cubano, y yo puedo afirmar (sin entrar al trapo del chisme que últimamente es la forma de pensamiento y dialogo en las arenas de la cultura cubana) que tengo constancia grabada de este proceso en una de las parejas mencionadas, y pruebas en papel de la veracidad de la usurpación creativa, entregadas directamente a mí por una de las artistas.
Leí el comunicado de Sandra (que se publicó en El Señor Corchea, blog de Elvia Rosa Castro, y después se ha ido difundiendo en redes sociales recibiendo comentarios de apoyo) y, después del shock inicial, me comuniqué con ella. Decidí hacerle una entrevista. Antes me dirigí a lo que —me afirma la artista— fue el punto donde explosionó su psiquis: la entrevista que Magela Garcés, una figura de aparición muy interrupta y controversial entre los críticos de arte cubano, realiza a determinados artistas sobre un tema bastante polémico en este momento: las mafias del arte cubano. No voy a referirme al duro comunicado de Sandra, ejemplo de reflexión y no de rabia, pero sí me sumo a su opinión.
En momentos donde intentamos que los artistas se unan, para poder restablecer la libre de circulación, exposición y creación del arte, fuera de decretos neoestalinistas y absurdos y plantándole cara a las instituciones (la primera: el Ministerio de Cultura cubano, cuyo viceministro, el Rojas mediocre, el que nos avergüenza, alardea de forma machista y barriobajera en las redes, al estilo Cheo Malanga); en estos justos momentos, sin responsabilidad alguna, usando como bandera la vulgaridad y el chisme más cederista, en un lenguaje de gueto y con una estructura del tipo Diez minutos y Hola, Magela Garcés, lejos de esclarecer, de argumentar un tema tan delicado, se dedica (con preguntas mal intencionadas dirigidas a los entrevistados, salvando su trabajo con un “lo dijeron ellos”) a desprestigiar a figuras del arte.
Al no poder tocar la obra, se hace lo más deleznable, lo que provoca el rechazo de los investigadores y estudiosos del arte: enunciar la privacidad de los artistas. Y no son sencillos insultos: son acusaciones serias, negligentes y peligrosas en un país totalitario y propenso a criminalizar cualquier referencia, aunque sea metafórica (que en el caso de esta entrevista no lo es, pues se trata de una Vulgata, que no Biblia, donde se destierra cualquier signo de buenas maneras escriturales).
Denunciar (o, en término cubano, “chivatear”) sin fundamento ni argumento (porque ha sido eso: una vendetta donde solo interesaba poner la frase en blanco y negro) a Sandra Ceballos como “la peor mafiosa y mercenaria de las artes en Cuba”, es ponerle una diana en la frente a una artista que siempre ha estado en la mira de los estamentos represores cubanos, por no pasar por el aro, por crear el más antiguo de los espacios artísticos alternativos, nunca aceptado por el Estado, donde se han realizado intervenciones críticas y duras contra la Institución Arte en Cuba.
Una artista, en mi opinión de investigadora, íntegra: no solo en su obra sino como persona, como mujer. Una artista que ha realizado el mayor trabajo de visibilización de artistas eliminados de la historia del arte cubano, y que siempre ha actuado desde una postura de curadora, de gestora, de creadora, y no de dealer. Una artista que ha ayudado a artistas jóvenes hoy muy reconocidos (y a Ezequiel Suárez también) brindándoles su Aglutinador para performances y artivismo, sabiendo que lo que se hacía en su espacio era responsabilidad suya ante los policías, los agentes de la Seguridad del Estado y los comisarios políticos que con asiduidad la visitan, pues ahora ha dejado de ser una artista “difícil”: sin pasar por “incómoda”, ha caído directamente, en “peligrosa”.
Por agregar algo: qué mala gestora económica parece ser Sandra, que siendo “mafiosa” y “mercenaria” no tiene ni un teléfono para hacer un directo en mi espacio, ni una entrevista cara a cara, y que vende ropa y pasa las mil y una para intentar gestionar Espacio Aglutinador, su casa con amenaza de derrumbe, que necesita ser reparada con asiduidad. Cosa rara, incongruente con la denuncia.
Como un inciso, por si no lo saben en esa Isla del todo vale: la flagrante violación a la intimidad de una persona, y la difamación, son delitos que, en el mundo más menos normal, se penalizan con dureza; sobre todo si se alude a una persona con epítetos vinculados a organizaciones delictivas. Fuera de Cuba, los calificativos de “mafioso” y “mercenario” a continuación de un nombre, en una publicación periódica, quedan como prueba material de delito difamatorio. Sobre todo en una publicación on-line.
Sandra Ceballos
Pero es obvio que los que ahora van de enfant terribles de la crítica del arte cubano (todo el mundo es crítico, y cualquiera se llama a sí mismo artista, aunque de arte sepa menos que nada), creándose personajes muy poco serios, irresponsables y poco meticulosos, muchas veces no tienen en cuenta de quién hablan. Lo pongo en palabras de la propia Sandra Ceballos:
Virginia: ¿Qué relación tiene Magela Garcés contigo y con tu trabajo?
Sandra: No conozco a Magela ni a R10. Orlando Hernández es mi amigo y trabajó como cocurador con nosotros durante el período 1994-1996 en algunas muestras del Espacio Aglutinador; pero él no se refirió a mí. No sé por qué Ezequiel dijo en esa conversación que yo era “la peor de todos, mercenaria y mafiosa”; él afirma que no dijo eso y que fue Magela, pero yo me pregunto de dónde lo sacó Magela: ¿quién puede decir eso de mí? Por otro lado, hay muchas y diversas personas que, a lo largo de estos años, me han contado de sus difamaciones [de Ezequiel Suárez] sobre mi persona.
Virginia: ¿Qué dijo Ezequiel cuando te enfrentas en el plano privado con él?
Sandra: Dice que sí lo dijo, pero que no sabía que lo iban a publicar. De todas maneras, lo de Magela no es tan importante como estos 20 años de sabotaje. La entrevista fue el detonante.
El dubitante Ezequiel tiene dos respuestas.
Y todos los caminos conducen a casa.
Ante semejante acto impune, delictivo, arrogante y negligente, Sandra explota y escribe una sincera declaración donde decide poner fin, como me comentó por teléfono, a esa psiquis atormentada por Ezequiel: deja de sentir “lástima” por su verdugo, que asume el papel de víctima ante los demás, y decide contar todo el daño a su imagen y a su persona causado por “un señor” al que ella no solo admiró y ayudó, sino con quien compartió también vida y proyectos durante años.
Virginia: ¿Crees que Ezequiel, por detrás de los proyectos tuyos, te empujaba y no los apoyaba, pero una vez que nosotros y los artistas legitimábamos tus acciones y las veíamos como bandera del enfrentamiento con la cultura testicular y testosterónica, él se ponía entonces a tu lado, como partener creador, para después asumirse todo el mérito?
Sandra: Mira, en mi trabajo personal él no se metía si yo no le pedía opinión, y viceversa. Siempre nos apoyamos y respetamos nuestros espacios creativos. En Espacio Aglutinador mantuvimos una participación creativa y organizativa al 50 %, excepto en los tres años que trabajamos en conjunto con el curador Orlando Hernández. Yo proponía artistas y él también; ambos poníamos títulos y creábamos en conjunto, y otras veces de manera separada, las obras dedicadas a los exponentes; éramos productores y montadores, lo hacíamos prácticamente todo en equipo, con mucha armonía y respeto mutuo.
Esto sucedió durante los cinco años en que Ezequiel trabajó en Aglutinador (1994-1999). Por ese tiempo las muestras eran personales (excepto tres, sin contar las duales), y las más conflictivas fueron las de Ángel Delgado y Alberto Casado. Por esta última, fuimos citados por Margarita Ruiz al Consejo Nacional de las Artes Plásticas. Las demás no provocaron ningún tipo de reacción agresiva contra el espacio. Lo peor vino después de 1999, cuando ya Ezequiel no estaba vinculado a Espacio Aglutinador, así que dejo bien claro que él no participó ni como curador, ni como organizador, ni en ideas, en ninguna de las actividades que se desarrollaron desde 1999 hasta el presente (20 años). Solamente fue invitado a participar como artista.
Durante el período del 2000-2003 trabajé en conjunto con el artista René Quintana; realizamos cerca de 11 exhibiciones entre personales y colectivas. A partir del 2003 seguí trabajando sola como curadora y organizadora de casi todos los eventos. Uno de los conflictos con el sistema político cultural institucional cubano fue provocado por la muestra colectiva, de carácter anarquista, Curadores, go home! (2008): el Consejo Nacional de las Artes Plásticas, entonces dirigido por Rubén del Valle, emitió un comunicado en donde se me acusaba de estar financiada por la CIA (contradictoriamente, por ese entonces yo no tenía internet, solo una computadora cacharrita Pentium 1, sin contar todas las demás carencias como madre y padre de un niño de siete años); también fui acusada de ser un “peligro para la seguridad nacional”.
Otra de las muestras más relevantes en el tema de acción-reacción fue Malditos de la posguerra (2016-2018), que consistió en 6 exhibiciones con la participación de 40 artistas cubanos que habían sido discriminados, censurados u olvidados, tanto de Cuba como del exilio. A causa de esta muestra fui citada unas tres o cuatro veces por funcionarios del MININT. Posteriormente, cuando intentaba introducir el catálogo al país, fui tratada por los funcionarios del aeropuerto como si fuera una traficante de drogas, y, además del catálogo de dicha muestra, me decomisaron mi cámara fotográfica, un video-proyector y un tablet (estos tres últimos me los devolvieron después de seis meses de reclamaciones, apelaciones y más apelaciones, pero los catálogos quedaron en “la caja negra de la censura”).
Por último, fui citada nuevamente días antes de la inauguración del happeningDisociación de la cultura: Si no vendes tu arte, vende tu ropa (2019), que consistió en montar una tienda de ropa reciclada de artistas, estudiantes de arte y otros, para vender a bajo precio a las personas de la comunidad.
Como siempre digo: en los momentos difíciles fui apoyada por muchos artistas, curadores, críticos, periodistas y grandes amigos.
Creo que Sandra Ceballos rebate el ataque sin caer en la miseria existencial que se evidencia en el detonante de su confesión. Lo hace desde argumentos, trabajo, colaboraciones con artistas… Desde la generosidad, incluso, cuando a modo personal me pide, por WhatsApp: “no machaques mucho a Ezequiel” (al pedirle yo su autorización para escribir este artículo).
Entonces me pregunto: ¿Hasta cuándo vamos a consentir los ataques de artistas frenéticos, de críticos que se creen juez y parte? ¿Hasta cuándo las mujeres artistas tienen que ser, ya no solo ninguneadas por colegas y legitimadores, sino también expuestas y entregadas, con rastreras y graves denuncias, al mayor feminicida de la Isla: el poder decadente y cruel de las instituciones que actúan desde la impunidad, donde te pueden desaparecer del panorama, del mundo, del arte, de la historia, de la vida?
Pero lo que más me jode (y no lo puedo expresar de otra forma): ¿Hasta cuándo las mujeres no tomaremos conciencia de nuestras semejantes? ¿Dónde se fue el compañerismo, la solidaridad, la unidad por nuestros derechos? ¿Con qué derecho, con qué autoridad, saltan al ruedo mujeres sin la correa teórica, mujeres que destruyen a mujeres sin argumentos, sin tener el pudor de la solidaridad y sin ejercer una seria reflexión sobre lo que intentan debatir? ¿Cómo pueden opinar de algo que no conocen, hablar mal y de oídas y cargarse el trabajo de siglos de artistas y críticas por lograr un lugar y dejar un legado?
No puedo entender que se pueda ser tan infantil, tan poco responsable, tan mal profesional, como para introducir debates que derivan en censura, prisión, legitimación de las aptitudes misóginas y represivas de la cultura institucional del castrismo. No entenderé jamás esa forma de debatir desde lo chabacano, lo irrespetuoso, desde el choteo de problemas medulares, no ya del arte cubano, sino de la Historia del Arte.
Y menos, muchísimo menos puedo entender, desde mi experiencia de más de treinta años como investigadora en arte contemporáneo y especialista en arte de género, la superficialidad y la falta de ética de las que saltan ahora a un debate tan crucial y definitorio dentro del arte cubano y usan los medios y las redes sociales para mentir, reírse y provocar, desde la más fatua soberbia, la denigración y el desprestigio de las que sí nos tomamos en serio las carreras de las artistas y la condición de artista y el rescate de todas las artistas que, por actitudes e ineptitudes como la de este caso, han sido condenadas al silencio y a la desaparición de su obra dentro de la cultura cubana.
Por desgracia, las nuevas mujeres son más machistas, más ególatras y con menos compromiso que todos los que han sido censores en nombre del dios Falo: aquellos que se miden entre ellos para ver quién lo tiene más grande, es decir, para ver quién dice la última palabra en lo que a arte cubano se refiere.
Conversación en La Catedral
“¿De qué otra manera pueden sobrevivir los artistas cubanos si no es por el yuma? Aquí nadie compra arte, no hay un mercado nacional. Los yumas son los que permiten que exista arte en Cuba”.