Alejandro Hernández.
Reconocido con el premio Calpurnia de Honra Internacional en la 29 edición del Ourense Film Festival, Alejandro Hernández ha guionizado parte de su vida y experiencias en historias universales, acompañado por reconocidos directores españoles en una trayectoria que tuvo su génesis en Cuba.
Su palmarés incluye un premio Goya en el 2013 al mejor guion adaptado con la película de Mariano Barroso “Todas las mujeres” y filmes como “Mientras dure la guerra” de Alejandro Amenábar o la serie “Los Farad”, también de Mariano Barroso, acreditan el éxito y calidad de sus obras.
Siempre con una historia por contar, Alejandro Hernández conversa acerca de este premio, sus trabajos pasados y actuales.
Tu bisabuelo salió de Galicia para Cuba a buscar fortuna y tú, cubano, llegas a Galicia para recibir un premio a la trayectoria cinematográfica. ¿Consideras este reconocimiento una especie de justicia poética?
La verdad, nuca había estado en Ourense, aunque si tenía referencias por mi bisabuelo materno que salió de allí. Sí había estado en A Coruña, con mi padre y mi abuela. Pero ir a Ourense por primera vez para recoger un premio, verdaderamente es una especie de justicia poética y lo agradezco mucho, sobre todo por lo bienvenido que uno se siente en un lugar con el que tienes nexos en común y no te sientes un extraño.
Con la situación política en Cuba, muchos cubanos apelamos a los recursos más cercanos para salir adelante y, en nuestro caso particular, los ancestros: abuelos, bisabuelos, etcétera. O sea, las raíces de tu origen, para encontrar un sitio de acogida y sentirte más cercano a la cultura de donde provienes.
Cuando salí de Cuba para Noruega me impactó muchísimo el desarrollo del Primer Mundo: la tecnología, los ordenadores, la disciplina social.
Y cuando llegué a España para quedarme a vivir, me sorprendió que todo lo visto y vivido en Noruega también se podía hallar acá en castellano, porque hablar en castellano era volver a Cuba.
Encontrarme de nuevo con este idioma, fue darme cuenta que por hablar en castellano no estábamos condenados al tercermundismo, ni a tener veinte mil conflictos, a pesar de los problemas que tiene cada lugar. La sociedad civil logró avanzar para que las personas vivan en paz y tolerancia.
Ser emigrante permite analizar desde la distancia muchos procesos vividos en el país de origen, especialmente la caótica realidad cubana y luego desde el destino elegido; o que nos elige; para quedarnos y hacer vida. ¿Cómo te ha servido experimentar esta circunstancia en carne propia, para reflejar un conflicto humano tan universal en tu trabajo, ya sea literario o fílmico?
Cuando salí de Cuba pasé por un período de rabia. Me fui bastante quemado. Había tenido muchas discusiones con mi padre en aquella época. Estaba bastante descontento con el rumbo tomado por un proceso en el cual había creído. Veía que todo iba cada día más al desastre.
Aun así, teniendo esa percepción, llegar a Noruega, descubrir el internet y ponerme a investigar durante meses las versiones de la historia que me habían enseñado, los apoyos a movimientos guerrilleros-terroristas; la historia de la caída del Muro de Berlín, que siempre nos enseñaron una versión doméstica; todo eso, me generó una rabia tremenda sobre cómo me había dejado engañar y manipular tanto.
Creo que muchos cubanos emigrantes pasan por algo similar. Aunque ahora, gracias al internet, la gente sale de Cuba con más de claridad respecto a ese sistema, que es una caricatura.
Pero en la época en que yo me fui, todavía había gente que creía. Tuve que aprender a manejar la rabia con el tiempo, porque ese rencor no contribuye a nada, solo para generarte un malestar que no es para nada importante.
Lo que pasó, pasó y ya está. Es algo que siempre les digo a los recién llegados de Cuba: no mires atrás, eso queda ahí, no lo vas a olvidar, pero tampoco hace falta lamentarse por las decisiones que tomaste y hay que asumirlo.
Lo importante es continuar y adaptarte a la nueva realidad que vas a vivir. Creo que, si lo consigues, estás mucho más preparado para lo que venga. Pasar por un proceso de esta naturaleza, definitivamente te hace más fuerte.
Alejandro Hernández.
Has colaborado con grandes directores españoles. Coméntame sobre el tiempo transcurrido y las películas filmadas, desde hoy ya siendo un guionista laureado, desde ese primer momento cuando llegaste a España con una mochila de ropa y un guion bajo el brazo.
Han sido veinticuatro años trabajando aquí en España. He tenido muchísima suerte y oportunidades de conocer a directores de talento.
Cuando estaba en Cuba, conocí a Mariano Barroso y a Martín Cuenca, dos directores actualmente bastantes reconocidos. En ese primer momento, Martín no había hecho ninguna película y luego juntos hicimos El juego de Cuba (2001) un filme sobre el beisbol que ganó el festival de Málaga; en Nueva York, se vendió a la BBC y gracias a eso se me empezaron a abrir puertas.
Siempre he trabajado con ellos, hemos hechos carrera juntos y eso me ha ayudado a colocarme en un mercado bastante competitivo, que no es tan abierto como en Estados Unidos, pero he conseguido poder situarme dentro de la industria haciendo básicamente cine español.
Siempre hago mucho énfasis a los cubanos recién llegados, que deben centrarse en contar la esencia de las historias, que siempre trascienden lo local. Cuando hice 1898: Los últimos de Filipinas (Salvador Calvo, 2016), estaba hablando de mi conflicto, cuando estuve en la guerra de Angola, el haber vivido el Período Especial; y eso me hizo mucha ilusión.
Cuando se puso en Cuba, hubo personas que comentaron que la película iba sobre el Período Especial, porque los personajes de la película quedaron encerrados y atormentados por tener un papel heroico en la historia. Un asunto que en realidad es algo casi risible y se parece mucho a esa sensación de trinchera que tiene Cuba con eso de “somos la resistencia de la dignidad en América Latina”. En fin, puras palabrerías que al final te arrastran y ocurre así.
La primera versión de 1898: Los últimos de Filipinas se hizo en la época de Franco, porque el nuevo régimen necesitaba darles a los españoles una sensación de trincheras. Estaban vetados por las Naciones Unidas, eran un régimen autoritario y les costó ser aceptados.
Entonces, en ese proceso, Franco jugó la carta de “somos las víctimas”, la misma estrategia qué luego usó Fidel Castro en Cuba. Entonces uno busca siempre esas historias sucedidas en tu país, que tienen más que ver con tu mundo, para darle una lectura internacional. En realidad, es muy fácil: la rabia, el dolor, la decepción, el perdón, la angustia, todo eso trasciende y podemos identificarnos tanto con alguien que esté en España, Australia o Islandia.
¿Qué largometrajes escritos por ti, elegirías cómo los más significativos, intensos o exigentes, ya sea desde el punto de vista creativo o por el modo de reflejar los conflictos de sus protagonistas?
Le tengo mucho cariño a las películas que me ayudaron a colocarme en la industria. Una fundamental fue Caníbal (Martín Cuenca, 2013) con la que me nominaron a los premios Goya. Película muy dura, difícil y compleja, basada en un relato del autor cubano Humberto Arenal, que lo adaptamos a la realidad española.
Tuvimos muchísima suerte con esa película. Estuvimos en el festival de San Sebastián y en el de Toronto, donde nos colocaron en el apartado de Presentaciones Especiales, que es la más prestigiosa del festival. Estábamos nosotros y 12 años de esclavitud (Steve McQueen, 2013) que arrasó ese año en los premios Óscar.
Esa particularmente es una de las películas que más me gusta. Si bien fue un fracaso económicamente, me abrió muchas puertas y me permitió hacer muchas películas, porque de repente llamó la atención que fuéramos capaces de escribir una historia así.
Me sucedió parecido con Todas las mujeres (2013) que hice con Mariano Barroso, por la que gané el Goya al mejor guion adaptado ese mismo año. Es una película con un esquema teatral, pero es puro diálogo. A esa también le tengo mucho cariño, porque a raíz de ello siempre me han llamado por los diálogos que escribo y eso me ha dado muchísimas satisfacciones.
Luego también está Mientras dure la guerra (2019) que fue la primera que hice con Alejandro Amenábar. El tema de la Guerra Civil Española siempre es muy complejo de abordar, pero lo sorteamos desde una perspectiva donde podíamos tomar distancia del conflicto, para no intentar caer en una trinchera ideológica, que siempre es lo más fácil, sino tratar de comprender la figura de Miguel de Unamuno. Creo que en ese sentido lo logramos.
Mientras dure la guerra es la película más taquillera que he tenido. Estuvo varias semanas en el número 1 aquí en España. Claro, Alejandro Amenábar llama a mucho público. Ese año nos nominaron a todo, pero coincidimos con Dolor y gloria (2019) de Pedro Almodóvar, que arrasó. Pero tuvo un recorrido excelente.
Otra que igualmente señalaría es Adú (2020), que es una película en la que creía muy poca gente, por abordar la temática de la inmigración. Yo, inmigrante al fin, me sentía en la necesidad de contar esa historia. Fue un encargo que me hizo Telecinco para dirigirla Salvador Calvo y, sorprendentemente, fue la película más taquillera ese año en España y la nominaron a los Goya.
Con este filme pasa algo curioso, la gente la conoce incluso más que Mientras dure la guerra. En todos los sitios donde he hablado de ella, es reconocida. Incluso en Netflix estuvo en el número 1 varias semanas. Particularmente, son esas cuatro películas, que fueron retos bastante grandes. Eso le dio un espaldarazo definitivo a mi carrera.
Alejandro Hernández.
¿Pudieras decirme en que proyecto te encuentras inmerso en la actualidad?
Para el próximo año estrenaremos una serie para Amazon de seis episodios: Dime tu nombre. Es una serie sobre el choque cultural entre dos comunidades diferentes en Toledo: un pueblo de musulmanes y otro de españoles, los cuales deben convivir producto de las dificultades económicas y, en medio de todo eso, ocurre una posesión diabólica.
Es una serie de terror, pero en realidad habla de la convivencia y de la tolerancia social. Los personajes la pasan bastante mal. Nunca había trabajado en un proyecto de esta temática. Fue un encargo que me hicieron. Yo no hago terror normalmente, pero era tan original la propuesta que tuve que decir que sí, pues no sabía siquiera que existía el exorcismo islámico llamado ruqyah y que es fascinante.
Al final, da lo mismo si eres musulmán, católico o judío. Tenemos los mismos miedos, ilusiones, sueños. Somos presos de los desengaños, de la frustración y eso es bueno contarlo en estos tiempos, sobre todo en Europa, con la inmigración que llega del mundo árabe, que es un verdadero reto hoy por hoy.
Ya con un premio a tu trayectoria, supongo que esto signifique para ti un aliento y un compromiso para seguir trabajando y configurando historias para ser llevadas a la pantalla. ¿Qué metas te impones, a partir de un momento tan significativo como este?
Se agradece muchísimo y me hace mucha ilusión, porque es muy bonito que te reconozcan y que la gente piense que tienes una carrera como para darte un premio. Pero eso no significa para nada acomodarse, ni mucho menos.
Sigo con el mismo entusiasmo de poder contar todo lo que pueda y de ayudar, en la medida de lo posible, a los amigos cubanos del cine que están llegando a España para que levanten cabeza.
Básicamente, quiero seguir escribiendo historias sobre lo que me afecta, porque lo que me afecta a mí, también repercute en otros y se necesita que alguien lo cuente. Pienso que de eso se trata.
Las academias de música en Cuba
Capítulo del libro ‘Historia de la música popular cubana. De las danzas habaneras a la salsa (1829-1976)’, de Antonio Gómez Sotolongo (Hypermedia, 2024).