Armando Pintado Vitier: “Un embarazo de una clase semanal”

Durante casi once años ininterrumpidos, de 2005 hasta finales de 2015, un aulita improvisada en el Centro Cultural Fresa y Chocolate del Vedado, perteneciente al Proyecto 23 del ICAIC, se llenaba de jóvenes interesados en aprender sobre el séptimo arte. Uno de los artífices de la idea del Curso de Fotografía y Guion fue Armando Pintado Vitier, más conocido como Pintado o el Profe

Pintado es un hombre fácil de distinguir en la distancia. Su pelo canoso y postura firme, pero serena, contrastan con una voz aguda, lenta y algo parsimoniosa. Con su cámara al cuello, durante muchos fines de semana se llegaba al Parque G. Su andar era elefántico con cada cuadra que bajaba o subía. Muchos de sus alumnos y exalumnos dejaban de tocar la guitarra, o hacían un alto en la bajadera de plomo a una muchacha, para ir a saludarlo. 

Ejerció de médico durante cuarenta y un años, hasta su jubilación. Paralelo a su labor humanista, siempre ha sido un apasionado del cine y su estudio.

“Yo nací en 1950. Con 9 años mi padre me compró una cámara muy buena como para un niño de esa edad. Ha sido mi pasión desde entonces. En el setenta y pico armé un cuarto oscuro bastante completo aquí en mi casa. Ahora casi no hago nada, y cuando me pongo, lo hago de forma digital”. 

“En la Cuba de 1979 había gente haciendo cine por la libre con cámaras de 8 mm que se vendían en las tiendas”, cuenta el profe desde su apartamento en el edifico Partagás, en la esquina de 23 y 16. “El ICAIC decidió centralizar eso y armó, bajo la asesoría del Centro de Información y Documentación, un Círculo de Interés Cinematográfico en la Casa de Cultura de Plaza, en Calzada y 8. Ahí, de manera espontánea, se formaron cineclubes”. 

Pintado, en ocasiones, pasa revista sobre los principales cineclubes de la época: “El más grande, más duradero y más influyente fue el Sigma, fundado por el cineasta y mi amigo personal Tomás Piard, fallecido en 2019”. La figura de Piard tiene para el profe una significación especial. Lo considera su gran amigo y maestro desde principios de la década de 1970. “Me orientó, me guio para documentarme y leer de manera más consecuente y poder armar las futuras clases, porque yo preparaba mis clases. De igual manera, yo me tenía prohibido improvisar. Tenía que estudiar mucho, aún lo hago. Había un programa analítico que confeccionaba. Tomás Piard fue muchas cosas para mí sin lugar dudas. Lo que no me enseñó directamente, propició a fin de cuentas que quemara las pestañas estudiándolo”.

La huella de Piard en el cine cubano es imborrable. Amén de títulos como El viajero inmóvilSi vas a comer espera por VirgilioLa posibilidad infinitaLos desastres de la Guerra, fue un cazatalentos. Entre las estrellas del cine cubano que descubrió destacan César Évora y Jorge Perugorría. “Lo del cineclub sucedió antes de que Piard comenzara a hacer películas profesionalmente. Yo me incorporé a ese cineclub a principios de 1980. Él me pidió que diera clases y estuve ahí de forma no sistemática hasta los años más duros del Período Especial, 93-94`”. 

“En 1998 le pedí permiso para usar el nombre de su cineclub y armé otro en la misma Casa de Cultura de Plaza, en Calzada y 8”. Ese proyecto duró alrededor de cuatro años. Pintado recuerda que, pese a contar siempre con el apoyo de las instituciones, las condiciones no eran óptimas, se utilizaba un televisor relativamente pequeño que se encontraba en el teatro, además de un aula que podía usarse en uno de los pisos.  

La idea de convertir un espacio del Centro Cultural Fresa y Chocolate en su aula la compartió con otro amigo personal, Francisco Trápaga Mariscal, el entonces director del Proyecto 23 del ICAIC. “Me le acerqué y le propuse crear un grupo con actividades sistemáticas en algún local que el Proyecto 23 tuviera disponible. Acogió enseguida con entusiasmo la idea. Nos reunimos dos, tres veces para precisar los detalles sin complicación, todo muy práctico. Él me pidió que le escribiera la propuesta. No hubo contrato ni trámites burocráticos. Fue una especie de acuerdo entre caballeros. Siempre brindó como director el máximo apoyo a esa actividad”.

El contenido de las clases de cine era mayormente referente a la fotografía y guion. “En semanas alternas se hacían proyecciones y debates de películas importantes”. Eran películas que el profe consideraba que servirían para cultivar y formar la cultura cinematográfica de los muchachos: clásicas, reconocidas, cubanas y foráneas.

En las clases invitaba a personalidades a impartir conferencias. No más de dos por cursos. “Por ahí pasaron el director de fotografía Raúl Rodríguez, el propio Tomar Piard, el guionista y realizador Jorge Molina, el multifacético Eduardo del Llano, el carismático Rufo Caballero, Enrique Pineda Barnet, a quien recuerdo muy entusiasta y generoso. Ellos eran lo que yo daba en llamar dentro de las clases, singularidades«.

Como todo curso —aunque no se lo podía llamar así por razones administrativas, según Armando—, taller o quiniela antillana necesitaba un nombre, Trápaga y Armando decidieron bautizar la idea como Grupo de Estudios sobre Cine. Tenía una duración de unos 8 a 9 meses, comenzando entre diciembre y enero. “Era como un embarazo de una clase semanal”, recuerda.

Durante muchos años, Armando no logra recordar cuántos, las clases fueron totalmente gratis. “Cuando hubo modificaciones en el Departamento de Economía del ICAIC, a los que asistían se les cobraba como si fueran al cine a ver una película, un valor de 2 pesos”.

Armando puntualiza que, “para entrar al curso se hacía una convocatoria. Se pegaba un papel en los cines del Proyecto 23: Chaplin, 23 y 12, Yara, Riviera, La Rampa, Acapulco. La salita de video del Fresa y Chocolate tenía 32 asientos y decidimos aumentar 10 sillas más, para un total de 42. Eso obligaba a limitar el número de participantes. Siempre se presentaban más de 100 personas, casi todos jóvenes. El debate de los filmes estaba conducido de una manera bastante perversa, si el término lo permite, para llegar a donde quería”.

A lo largo de más de una década, tuvo alumnos que en la actualidad no se dedican al mundo audiovisual; en cambio, otros son destacados realizadores de audiovisuales.

“Me sería muy complicado poder nombrarlos a todos, pero te puedo hablar de Daniel Arévalo, realizador de videoclips, sobre todo. Leandro de La Rosa y Luis Ernesto Doñas, realizadores también de videoclips. Marcel Beltrán, Carlos Machado Quintela, que realizó algunas películas y actualmente no reside en Cuba. Alejandro Yero, ganador de un premio en la Muestra Joven de 2018 por Los viejos Heraldos. Adolfo Mena Cejas, que hizo un corto de ficción Nani y Tati, escogido por la crítica como el corto de ficción más significativo de su año de estreno en cines. La editora Joanna Montero, Juan Carlos Calahorra y Amílcar Salatti, este último destacado escritor y guionista para televisión y el cine”.

Junto a estas clases de fotografía y guion, Armando Pintado nunca abandonó su profesión de médico. No era tan complicado para él. Las clases comenzaban a las 8 de la noche. Yo pedía que el día que me tocara impartirla, no me pusieran guardia y eso funcionó como un reloj suizo”.

Vivir en la calle 23 siempre le ha propiciado un encuentro más cercano con el cine y sus seguidores, que si viviera en la periferia. Sobre la ventaja de consumir el séptimo arte en un espacio destinado para ello, en este caso, el Vedado, punto neurálgico de la capital, Armando señala que vivir cerca de la Cinemateca, del cine que ahora que se llama Charles Chaplin, fue y ha sido una ventaja extraordinaria para él. “Iba casi a diario. El fácil acceso, la programación que tuvo durante décadas, era maravillosa. Un tiempo en que la única forma de ver buenas películas era yendo al cine o que la pusieran por televisión. Percibir el arte desde la periferia siempre tiene el riesgo de rozarla y no acompañarla en su camino. Hoy en día el cine como espacio aglutinador de público ha perdido esa magia con el Internet”.

Como a todo buen conocedor de cine y cátedra, el profe Pintado tiene varias películas que recomienda siempre. En esa lista no puede faltar Cenizas y diamantes, polaca, de 1958, de Andrzej Wajda; el cine de Tarantino; Amarcord, de Federico Fellini y también Elefante, de Gus Van Sant. Del escenario nacional, La muerte de un burócrataMemorias del subdesarrollo, un poco menos Fresa y Chocolate, Papeles secundarios, y de Fernando Pérez: MadagascarSuite HavanaEl ojo del canario. Sin embargo, “una que no recomiendo a todo el mundo es Solaris de Andréi Tarkovski. Uno debe darse cuenta de que hay preferencias personales que no debe recomendar a todo el mundo”.  

A más de un lustro del fin del curso de Grupo de Estudios sobre Cine, Armando, el profe Pintado, continúa enseñando y aconsejando a jóvenes interesados por aprender sobre el cine, aunque ahora no en masa, sino más personal. “Las nuevas maneras de hacerlo no pueden hacer que olvidemos cómo se hacía una producción hace veinte o cuarenta años”, dice. “El cine es algo que no va a desaparecer nunca. No importa la plataforma en la que se haga o bajo qué conceptos artísticos se construya una historia. Ni siquiera la nueva cultura de la cancelación será capaz de hacer que la gente deje de ver cine, buen cine”.




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