“Cuando llego a La Habana siento que me doy baños de lenguaje”

La Habana balneario. O parque temático. Es decir, político. Y al mismo tiempo, sensual. Y siempre, siempre, literario. La Habana ha sido, sigue siendo, muchas capas superpuestas. Un guante que nunca se deja de recoger, por más capas de suciedad que contenga de tanto haber sido lanzado contra el suelo.

En esta ocasión, Hypermedia Magazine se pone al habla con el reconocido escritor mexicano Rubén Gallo (México, 1969), crítico y catedrático de la Universidad de Princeton. El motivo es, obviamente, su más reciente libro titulado Teoría y práctica de La Habana (Jus Ediciones, 2017). Un título abierto y polémico donde los haya y, por eso mismo, un libro recomendable y que no se puede dejar de leer. Aquí adelantamos un fragmento. 

La capital cubana, para Gallo, ha sido una experiencia regeneradora, vital; una teoría, o una práctica, del antes y el después.

¿Cómo surge la idea de viajar a La Habana, de asentarse en la ciudad y desde ella descubrir Cuba?

Nunca pensé que escribiría un libro sobre Cuba. Llegué a La Habana en diciembre de 2014 para un proyecto de trabajo y me tocó vivir allí, al lado del Parque de la Fraternidad, el anuncio de los presidentes Barack Obama y Raúl Castro sobre la reanudación de las relaciones diplomáticas. Fue un momento muy intenso, muy especial, rodeado de una muchedumbre eufórica, que cuento en el primer capítulo del libro. 

Pasé parte del 2015 en La Habana —también por motivos de trabajo— y me tocó vivir el optimismo y la exuberancia de esos meses: todo el mundo pensaba que se cerraba un capítulo de la historia cubana y que comenzaba un nuevo futuro, más brillante, más feliz. Al verme en medio de ese instante histórico, decidí contar mi experiencia durante esos meses en Cuba. 

¿Cuál fue su primera impresión de La Habana? ¿Cuál de esas impresiones —u otras— aún conserva?

Lo que más me impresionó al llegar a La Habana fue el lenguaje. Hay un lenguaje vivo, lleno de chispa y de ingenio, que es también una estrategia de resistencia. Presencié algo parecido en la Ciudad de México de los años 90: hablar se transforma en un acto creativo. Es como si los habitantes de la ciudad estuvieran en una competencia permanente para ver quién puede responder con más ingenio. Hay también un gusto por los cuentos, una obsesión narrativa que a mí, como escritor, me contagió. Teoría y práctica de La Habana es un homenaje a ese lenguaje callejero, lleno de chispa. 

¿En qué momento decide escribir Teoría y práctica de La Habana? ¿Cuál fue la idea o el suceso detonante que dio lugar al libro?

El 17 de diciembre de 2014, en medio de aquella muchedumbre en el Parque de la Fraternidad que veía los discursos de Obama y Raúl en los televisores colocados en los portales del Palacio de la Informática, decidí que quería escribir sobre esa experiencia de vivir un evento histórico. La forma del libro —una novela que es también un ejercicio de autoficción— me la dio la realidad cubana, en donde el límite entre lo real y lo imaginado, entre la realidad y la ficción, es siempre tenue y a veces imperceptible. Yo siempre había escrito ensayos y libros de crítica literaria, pero pronto me di cuenta de que esas formas no me bastaban para narrar lo que yo quería contar. 

Mientras uno lee Teoría y práctica de La Habana llega a creer que Cuba es un país de homosexuales, bisexuales, travestis e intelectuales, en una suerte de continuum… ¿Qué clase de lector tenía en mente mientras escribía el libro?

En la novela no aparece nunca la palabra “homosexual” (ni tampoco “bisexual”). Me interesa ese mundo callejero precisamente porque allí la vida se vive sin apegarse a categorías fijas. Entre los personajes de Teoría y práctica… hay pingueros que tienen mujer e hijos, machos que están con hombres, pero hablan horrores de los “maricones”, travestis que alguna vez fueron “pajaritos”, y extranjeros que quedan mareados y terminan por perderse en este carrusel de experiencias. Me impresionó mucho la libertad con que estos muchachos viven e inventan sus vidas, sin preocuparse por categorías o identidades.

Mientras escribía todas estas historias, tenía en mente un lector cómplice: alguien que pudiera entrar en el juego, reírse con los cuentos de los personajes, perderse junto con el narrador en esas aventuras nocturnas.

El libro parece recorrido por el fantasma de Guillermo Cabrera Infante más que por el de Reinaldo Arenas… El goce y la fiesta y los cuerpos, pero en total libertad. ¿Por qué? ¿Cómo describiría hoy, a un lector que nunca ha visitado la ciudad, la experiencia de una Habana nocturna?

Sí, al escribir Teoría y práctica… pensé mucho en Cabrera Infante y también en Severo Sarduy. De hecho, uno de los lugares que más importancia tienen en el mundo narrativo de mi novela, el cabaré Las Vegas, es el mismo que Cabrera Infante retrata en Tres Tristes Tigres: es allí donde aparece por primera vez La Estrella. Pero las cosas han cambiado: ahora Las Vegas es un bar lleno de travestis, de bugarrones, de pingueros y de pajaritos. Lo que no cambia es la relación de los extranjeros con los cubanos: muchas veces, en la barra de Las Vegas, creí ver a Mr. Campbell. 

Me gustaba imaginar qué pasaría si Severo Sarduy o Guillermo Cabrera Infante resucitaran y pudieran volver a esta nueva Habana. El cabaré Las Vegas parece salido de una de las ficciones delirantes de Sarduy y está poblado por los mismos travestis barrocos que aparecen en sus relatos. Cabrera Infante seguramente quedaría muy sorprendido al ver toda esa pajarería. ¿Lo embullarían para que también él probara experiencias nuevas?

Sin embargo, el libro relata a los cubanos de a pie de manera condescendiente, que para algunos puede incluso resultar un tanto arrogante. Usted parodia su manera de hablar, retrata la miseria; de alguna manera encarna cierto rol de antropólogo llegado de las tierras de la civilización… ¿No temió ser tachado de racista o clasista o, directamente, cómplice de las estructuras de poder que hacen posible la Cuba que usted describe?

Me sorprende la pregunta porque yo veo las cosas de otra manera. Mi novela es un homenaje a ese mundo popular de La Habana y en especial a los sectores más marginales de la población: travestis y pingueros. Admiro su libertad, su ingenio, la riqueza de su experiencia y de su lenguaje. Hay diálogos y pasajes enteros del libro que están escritos en ese lenguaje vivo, lleno de chispa y de ingenio que es el de ellos y que yo admiro como escritor.

Una de las ideas del libro fue narrar eventos históricos —el 17 de diciembre, la muerte de Fidel— desde la calle y ver cómo la Historia fue vivida por estos personajes que se ubican en los márgenes de la sociedad. 

¿Cómo fueron las relaciones entre usted y esas clases dirigentes en el poder? ¿Y entre usted y otros intelectuales de la Isla, que no aparecen en el libro?

No tuve ningún trato con las clases dirigentes. Con los intelectuales sí, y en especial con gente del mundo del cine. Muchos de mis amigos son directores jóvenes, guionistas y fotógrafos. Me parece que el cine es uno de los mundos más interesantes de La Habana porque es también un espacio para hacer crítica social y política.

El libro está dedicado al escritor Antón Arrufat, a quien usted concede el título de Virgilio, al servirle de guía a través de la ciudad. ¿Qué puede contarnos de la relación que se establece con el autor de Los siete contra Tebas?

Admiro mucho la obra de Antón —considero La caja está cerrada como una de las cumbres de la narrativa cubana— y también lo admiro a él como persona y como amigo. Desde el primer viaje que hice a La Habana en el 2002 pasé muchas tardes recorriendo la ciudad a pie, al lado de Antón, mientras él me hacía la crónica de los lugares por los que transitábamos: “en esa casa murió Julián del Casal… a ese cine iba mucho Calvert Casey… en esa esquina tuvo su tienda de ropa mi padre”. 

Entre muchas otras cosas, mi novela quiso ser un homenaje al Antón callejero, a ese personaje que pasea por las calles de la ciudad y que ha visto y ha vivido todas sus transformaciones desde los años 50. 

Las primeras páginas de Teoría y práctica de La Habana están marcadas por un entusiasmo —el “deshielo” de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos— que fue rápidamente desmentido por acontecimientos posteriores. ¿Cómo valora hoy la situación política de Cuba, esta nueva era del post-raulismo?

Los meses que siguieron al 17 de diciembre de 2014 fueron muy bellos porque estuvieron marcados por un optimismo casi sin límites. Parecía que todo estaba a punto de cambiar, que todos los problemas de la Isla quedarían atrás. Ese entusiasmo me recordó mucho a la atmósfera que se vivió en Praga después de 1989: se pensaba que ahora, después de tantos años de sufrimiento, vendría la utopía. Ese momento de ensueño duró poco —tanto en La Habana como en Praga— porque la realidad nunca es utópica y viene cargada de otros problemas y otras desilusiones. Obviamente en Cuba ese despertar a la realidad fue aún más duro por la manera en que la política de Trump cerró de golpe muchas de las puertas que Obama había abierto.

¿Ha regresado a La Habana luego de la publicación del libro? ¿Volvería a vivir en ella alguna vez?

Sí, he regresado en varias ocasiones. Aunque esa euforia del 2015 ha quedado atrás, me sigue pareciendo una ciudad única por la intensidad del lenguaje y de las relaciones humanas. En los últimos años se ha escrito mucho cómo en gran parte del mundo la adicción a las pantallas ha producido nuevos y graves problemas de autismo entre niños y jóvenes: es algo que yo veo todos los días en la universidad. La Habana es uno de los pocos lugares del mundo que aún no ha sido afectado por este fenómeno: en lugar de pasarse el día pegado a la pantalla de un teléfono, la gente habla, se toca, se mete con los demás, hace cuentos, comparte sus tristezas y sus alegrías, sus decepciones y sus goces. 

Cuando llego a La Habana siento que me doy baños de lenguaje y de contacto humano. Si pudiera, volvería a vivir en esa ciudad ahora mismo.