Rogelio López Marín (Gory): “El arte es un espejismo lejano, obsoleto”

Rogelio López Marín (Gory) nació en La Habana en 1953. Después de haber sido expulsado de la Escuela Nacional de Arte de La Habana en 1973 por “diversionismo ideológico”, empezó a estudiar Historia del Arte en un curso nocturno y obtuvo una Licenciatura. Empezó su carrera artística en los años setenta, como pintor hiperrealista; luego se especializó en la fotografía bajo la dirección de Raúl Martínez.

Gory renovó el panorama de la fotografía cubana posrevolucionaria (muy arraigada en la tradición realista, de fuerte índole documental) al aprehenderla como un campo de experimentación estética; en particular con sus primeros fotomontajes, que eran espacios poéticos e imaginarios que se deslizaban entre el sueño y la vigilia. Tiene en su haber una larga y prestigiosa trayectoria artística, desde su participación en la exposición colectiva Volumen 1, en 1981. Su obra se encuentra en numerosas colecciones públicas, en museos e instituciones de Estados Unidos y Cuba. Desde 1992, vive y trabaja en Miami.

Gory es uno de los artistas cubanos sobresalientes de la generación de los años ochenta. Su obra constituye una tentativa particular de exploración ontológica de la fotografía, desde sus fundamentos hasta sus límites; expresa su inefabilidad, su enigma y, por tanto, el misterio de lo visible. Su pensamiento del arte y de su práctica es específico, complejo y ambivalente, por ser analítico. Su obra constituye una teoría estética, una indagación conceptual con la que explora y analiza las posibilidades de la representación.

Gory aborda la noción de imagen con un sentido crítico muy agudo. Desde sus primeras pinturas hiperrealistas, la fotografía siempre ha constituido el punto neurálgico de su dispositivo estético. Es a la vez el vehículo privilegiado de la imagen y el propio objeto de la imagen. Utiliza la trama fotográfica como modo de representación de lo real para redefinir su estatuto, su especificidad; para exponer su estructura y explorar sus márgenes, sus límites, pero también su objetividad, su autenticidad, su poder; para adueñarse de sus modos singulares de representación, y ampliarlos.

Así, su obra es el reflejo de una práctica que interroga la disciplina fotográfica en su propio funcionamiento, en sus propios fundamentos. Trata la fotografía como signo de existencia y como signo de esencia. Una esencia que Gory ritualiza y hace misterio sagrado, icono lacónico.

Empecemos por un autorretrato: háblame de tu infancia en Cuba, de tu familia…

Nací dentro de una familia bien estable, de clase media-alta: mi padre y mi abuelo eran médicos y mi madre artista de la plástica y escritora. Hubiera sido una infancia perfecta de no haber llegado aquel fatídico primero de enero de 1959, cuando la infancia, y todo vestigio de felicidad, comenzaron a desaparecer a una velocidad vertiginosa.

¿Cuál fue tu primera emoción estética?

Las emociones llegan aleatoriamente, por eso no podría señalar una “primera emoción estética”, sino un conjunto de ellas, que con el tiempo me definen:

El contacto directo con el taller de mi madre, es decir, con esculturas, pinturas, materiales de arte.

Tardes enteras en casa de mi abuelo paterno mirando su colección de revistas Popular Photography, que despertaron mi fascinación por la fotografía norteamericana. Allí conocí la magia del cuarto oscuro y los olores de las químicas.

Con cinco años, el viaje a Norteamérica me reveló inolvidables estímulos visuales a lo largo de la ruta en auto desde Key West hasta Toronto: los museos y monumentos de Washington DC; Nueva York con su arquitectura, el Museo Metropolitano, el de Historia Natural, la Estatua de la Libertad; las cataratas del Niágara y el Museo de Cera.

Cuando escuché “Rock Around the Clock” de Bill Halley, a finales de los cincuenta, la música se convirtió en una necesidad vital.

¿Cuándo piensas que el arte se convirtió en el centro de tu vida?

Durante una crisis de adolescencia, comencé a dibujar obsesivamente. El deseo urgente de evadir la realidad nacional y el servicio militar obligatorio, me llevaron a estudiar arte.

¿Qué formación tuviste?

En la escuela, la relación con gente de mi edad, interesada en las artes, tuvo igual importancia que la formación académica. Haber sido alumno de Antonia Eiriz, luego mi amistad con Servando Cabrera Moreno, Raúl Martínez y Umberto Peña, junto con la convivencia y el apoyo de mi madre, Thelvia Marín, fueron elementos decisivos en mi formación.

¿Qué es el arte para ti?

El arte es el ejercicio de cualquier oficio, con dedicación, disfrute, alma y honestidad. El arte podría ser lo más común del mundo, si no fuera por esas dos palabras: “alma” y “honestidad”.

Desde la perspectiva del siglo XXI, el arte es un espejismo cada vez más lejano, obsoleto, por su dependencia de la sensibilidad humana. Una práctica de siglos anteriores devenida en objetivo del ataque contra el sentido común. El arte actual ha tenido la virtud de reflejar el deterioro generalizado, siendo uno de sus protagonistas.

¿De qué manera has evolucionado como artista?

Me he movido entre la pintura y la fotografía, eligiendo el medio idóneo para traducir una idea en imagen.

Mi trabajo se nutre de influencias no solo visuales, sino también musicales, cinematográficas y literarias. Con ellas recorro un único sendero estético definido por elementos de mi preferencia, que utilizo como un calzado cómodo, sin correr el riesgo de que me molesten.

¿Qué artistas te han influenciado y a cuáles sigues admirando?

Todo buen arte deja huellas positivas a las que es difícil ponerles nombres. Sería una lista interminable: René Magritte, El Bosco, cientos de cubiertas de discos (especialmente las de Hipgnosis), la gráfica de los setenta, Cartier-Bresson, Los Beatles, Herman Hesse, Robert Frank, Alfred Hitchcock, Louis Armstrong, el Chevrolet Bel Air de 1957, Andrew Wyeth, Edward Hopper, y así hasta el infinito. Como receptores de emociones, tendremos influencias que aún no hemos recibido.

Desde la distancia, ¿cómo juzgas a tu generación, la de los años ochenta?

En ese lugar de donde venimos, la única práctica posible era la mala supervivencia, y pienso que eso era el arte de los ochenta, al menos para mí. Una razón para divertirnos con lo que hacíamos, lo cual nos llevaría a engrosar las filas del “diversionismo ideológico”, aunque no estuviéramos manejando ninguna ideología. Solo queríamos ser partícipes de un juego estético, estar al día, traspasar la cortina de humo y acercarnos a lo prohibido. Siempre persiguiendo la cara oculta de la Luna: no solo la de Pink Floyd, sino la de todo el Occidente.

Esto al parecer le resultó simpático a la izquierda intelectual norteamericana, que comenzaba a invadir La Habana, y a algunos críticos de arte. Al mito generacional le otorgo el valor de la honestidad creativa; para sus gestores, por otra parte, la honestidad no era parte de la ecuación. Ellos sí se divertían ideológicamente, como soldados de una causa política. Yo no tenía la menor idea de que algo así existía, viniendo “de afuera”; pensaba que toda la desgracia política era de producción nacional.

El nuestro fue un trabajo sin pretensiones de ningún tipo, y mucho menos comerciales. No teníamos la posibilidad de vender un cuadro, un dibujo o una fotografía.

¿Cómo valoras el arte cubano contemporáneo?

No estoy al tanto del arte que se hace en la Isla. Solo sé que parte de patrones totalmente diferentes a los de mi generación.

¿Conoces la influencia que has tenido en otros artistas cubanos?

Desconozco qué se hace actualmente en la fotografía cubana. En lo que he visto esporádicamente, no reconozco ninguna influencia de mi trabajo.

Háblame de tu proceso de creación.

Lo que me resulta emocionante de la fotografía es el azar, la inmediatez, su demanda de estar alerta.

Un gran por ciento del proceso creativo recae en el oficio. Los malabarismos del cuarto oscuro, los virajes químicos y toda aquella artesanía que demandaba rodillas sanas y pulmones a prueba de balas, han sido sustituidos por la computadora. Un trabajo que ofrece mayores posibilidades técnicas y creativas al cabo de largas horas de trabajo.

Desentrañar una fracción de segundo requiere selectividad. Relacionar imágenes en función de una idea. Lo que nos sugirió la realidad debe convertirse en otra realidad, reinterpretada, para transformar un instante en algo permanente. Muchas veces uso como herramienta la manipulación, mediante el uso del fotomontaje.

¿Qué particularidad tiene la fotografía en comparación con la pintura o el dibujo?

El dibujo y la pintura transcurren en un tiempo diferente. Parto de la fotografía como imagen individual, estableciendo durante el trabajo una relación que va más allá del registro del lente. Te conviertes en un observador más agudo que cualquier otro espectador.

¿Creas sin pensar en un público, sean amigos, coleccionistas, galeristas…?

Los consejos y la opinión de los amigos siempre son bien recibidos. El resto es incompatible con el acto creativo.

¿Qué relación mantienes con las otras artes? ¿Cuál es su importancia en tu vida y en tu trabajo?

Mi gran pasión, por encima de todo, es la música. Creo que el rock constituye uno de los hechos culturales más abarcadores e importantes dentro de la historia del arte. Ningún otro movimiento artístico puede ser percibido como actual y atemporal al mismo tiempo, durante décadas. Es capaz de mezclarse con absolutamente todos los géneros musicales, manteniendo su identidad. Es una actitud ante la vida, una filosofía.

Igual grandeza considero que tiene el jazz.

Tengo una vasta colección de música. Es una pena que no alcance una vida para escuchar la décima parte de la música que atesoro.

En mi trabajo, la literatura tiene marcada importancia. Especialmente la poesía de mi esposa Lucía Ballester, que me sigue guiando.

Mi mayor satisfacción es el trabajo creativo que he desarrollado con mi hijo Adrián en el proceso de grabación de su música, en el intercambio de ideas durante la producción.

¿Cuál es tu relación con el mercado del arte? ¿Piensas que el mercado orienta la creación?

Ninguna relación. Es un mercado totalmente especulativo. Ofrece tanta credibilidad como los medios masivos de comunicación.

El mercado es, en gran medida, el causante de la pobreza creativa del arte actual. Comparte responsabilidad destructiva con otros elementos de la sociedad.

¿Cómo te llevas con los galeristas?

Mantengo una gran amistad con mi primer galerista en el exilio, José Martínez Cañas. No he tenido la suerte de conocer otro galerista con el mismo profesionalismo.

¿Qué papel le concedes al arte en nuestra sociedad actual?

Una reliquia.

¿Cuándo y por qué decidiste exiliarte?

De haber tenido la oportunidad, me hubiera exiliado a los cinco años de edad. La historia posterior me sirvió para acumular razones. Era solo esperar la oportunidad de viajar con mi esposa y mi hijo.

¿Qué queda de Cuba en tu vida y en tu arte?

Lo que pueda quedar de Cuba se encuentra en el exilio. Allá quedan amigos entrañables, mi hermana, mi hermano y mi sobrina.

En mi arte: los cuadros que he podido recuperar y mis negativos.


Galería


Rogelio López Marín (Gory) – Galería.




Jorge Luis Marrero y François Vallée

Jorge Luis Marrero: “Viene un nuevo perfil, el artista como bufón”

François Vallée

“No creo que el arte hoy en día tenga ninguna interacción real con la sociedad. Ni siquiera el arte que se define a sí mismo como social. Tampoco el artivismo. Estos se proyectan con las mismas tácticas de validación y para el gran público no especializado”.


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