Food Monitor Program: en Cuba hay un hambre oculta

En noviembre de 1963, el entonces primer ministro del Gobierno Revolucionario, Fidel Castro Ruz, daba un discurso ante cientos de estudiantes de la enseñanza secundaria. Entre otros aspectos, afirmaba que las revoluciones sociales tenían como objetivo producir en cantidad para llevar la abundancia y el bienestar a todos. De tal modo, la industria en Cuba nacería de su agricultura y ninguno de los países avanzados podría llegar, en diez años, a competir contra la producción de carne y leche en la Isla. Apenas habían transcurrido cuatro años desde el triunfo de la Revolución y ya, en esa misma intervención, Fidel reconocía la existencia de colas y el racionamiento de productos como la leche.

Los últimos años de la década de 1960, tras la llamada Ofensiva Revolucionaria en 1968, traerían un visible empobrecimiento de la alimentación de los cubanos al ser eliminados los pequeños negocios privados que vendían alimentos al por menor, que habían logrado subsistir hasta ese año. De tal modo, según datos oficiales publicados en el periódico Granma en aquella época, fueron cerrados 11 878 comercios de víveres, 3 130 carnicerías, 3 198 bares y 8 101 establecimientos de comida. Sin embargo, desde mucho antes, ya el fallido sistema se había visto obligado a racionar los alimentos de la canasta básica, desde 1962, a través de una libreta de abastecimiento y la Oficina de Control de Distribución de Alimentos (OFICODA). Por tanto, las amas de casa, y las mujeres en general, sobre quienes recaía el servir la mesa, vieron agravados sus problemas a la hora de las comidas.

No sería hasta la década de 1980, con la creación de los mercados paralelos, que la situación aparentaría mejorar, pues estas tiendas comenzarían a vender mayormente productos importados de los antiguos países socialistas del Este; con precios no asequibles para todos, en un país que proclamaba una igualdad económica y social. Sin embargo, estos años de presunto florecimiento pronto terminarían con la caída del campo socialista en 1989 y la disolución del CAME en 1991.

De esta manera, los años 90 iniciaban con la promulgación del Período Especial en Tiempos de Paz y una severa crisis que afectó grandemente la alimentación en la Isla. Tanto así, que, según diversos estudios, los valores nutricionales se redujeron de 2 845 kcal a 1 863 kcal diarias: un promedio de 500 kcal por debajo de lo requerido para una persona adulta. Clínicamente, la falta de una alimentación adecuada y el uso excesivo de la soya como extensor en determinados alimentos se tradujeron en un síndrome de mala absorción que condujo a una epidemia de neuritis óptica y neuropatías periféricas que aún aquejan a más de una generación de cubanos —se estima que cerca de 50 000 pacientes se vieron afectados por esta enfermedad—. Asimismo, otros estudios sugieren que la reducción drástica de las grasas ingeridas y la grasa corporal en las mujeres, como consecuencia, desembocó para ellas en la aparición de una temprana menopausia, con enfermedades asociadas como la osteoporosis. 

Fueron cerrados 11 878 comercios de víveres, 3 130 carnicerías, 3 198 bares y 8 101 establecimientos de comida.

A partir de entonces, varios alimentos se verían no solo restringidos una vez más, sino que desaparecerían de la canasta básica para los adultos. Ejemplo de ello ha sido la leche: racionada a un litro diario en los años 60, apenas quedó garantizada para los niños hasta 7 años de edad y personas con dietas médicas debido a cáncer o diabetes, por ejemplo. Los demás, tendrían que obtenerla en el mercado negro o en las tiendas abiertas en divisas; por lo que gran parte de la población se vería sin acceso a este alimento básico. Asimismo sucedería con la carne de res.

El siglo XXI, ahora con Venezuela como nuevo socio económico de Cuba, traería para la Isla un aparente alivio de la crisis del Período Especial; tal como había sucedido en los años 80 con el antiguo CAME. Sin embargo, gran parte de los cubanos había quedado afectada no solo clínica, sino también psicológicamente. El índice de alcoholismo había crecido en esa última década y muchos quedaban con un síndrome de acaparamiento debido al todavía reciente período de casi total escasez de alimentos.

No obstante esa pretendida mejoría, la alimentación continuó siendo precaria y poco adecuada. Al punto de un notable crecimiento de la hipertensión y la diabetes en la población infantil y adolescente debido a las grandes cantidades de harinas refinadas ingeridas, pues el pan se volvió para muchos el único alimento en el desayuno, el almuerzo y las meriendas.

Sin embargo, a partir de 2020, Cuba entraría en una crisis hasta ahora sostenida, en la cual uno de los renglones más afectados ha sido el de la alimentación. Para 2021, con el llamado Reordenamiento Económico, la mayoría de los pocos productos racionados hasta el momento en la libreta de abastecimiento tendrían una drástica disminución, si no desaparición.

Casi sesenta años después del discurso de Fidel Castro a los estudiantes de segunda enseñanza, al presidente designado, Miguel Díaz-Canel, no le quedaba más remedio que declarar ante la Asamblea Nacional del Poder Popular: “El problema es que hay tres leyes: tenemos una Ley de Soberanía Alimentaria y no hay alimentos; vamos a aprobar una Ley de Fomento Ganadero y no hay ganado, y tenemos una Ley de Pesca y no hay pescado”. 

Los valores nutricionales se redujeron de 2 845 kcal a 1 863 kcal diarias.

¿Dónde quedaba el estimado de diez años vaticinado por Fidel en los que Cuba superaría la producción de alimentos de los países desarrollados? La revolución social alcanzada en 1959 llegaba a 2023 sin cumplir su proclamado objetivo de producir en cantidad para llevar la abundancia y el bienestar a todos.

A pesar de todo, tanto las noticias oficiales nacionales reproducidas en los medios de difusión estatales como los informes de distintos organismos cubanos e internacionales niegan la situación alimentaria que atraviesa el país desde las últimas seis décadas. A ello se le suma el desconocimiento de diversos sectores de la sociedad civil sobre sus derechos a una soberanía y seguridad alimentarias como parte de sus derechos humanos. 





“Esa combinación de rigidez administrativa, terquedad ideológica y obsesión por el control político, económico y social es la receta perfecta para nuevas hambrunas”.
Enrique Del Risco





Por ello, Hypermedia Magazine ha decidido conversar con Food Monitor Program (FMP), un observatorio enfocado en investigar la soberanía, la seguridad y el derecho alimentario en Cuba con una mirada más independiente.

¿Cómo surge Food Monitor Program? ¿Cómo se define su programa y qué objetivos contempla? 

El Programa Food Monitor surge como respuesta a la creciente preocupación por la situación alimentaria en Cuba. Nos definimos como un observatorio independiente que monitorea y analiza la situación de la alimentación en la Isla con el objetivo de informar a la población y a la comunidad internacional sobre la realidad alimentaria en Cuba.

FMP parte del hecho de que, desde 1959, la producción, el abastecimiento y la distribución de alimentos en Cuba quedó en manos del Estado cubano, lo que privó a la ciudadanía de la libre agencia para decidir en cuestiones de alimentación. Esta realidad afectó de manera negativa los hábitos de consumo de la población cubana, que fueron modificados dramáticamente por los períodos de mayor escasez sucedidos desde entonces. 

Por otra parte, consideramos que la información oficial sobre la seguridad alimentaria en Cuba avalada por los organismos internacionales con presencia en la Isla resulta segmentada, desactualizada y a menudo reinterpretada desde criterios ideológicos, como el impacto del llamado “bloqueo” estadounidense en Cuba. Ante este panorama, tratamos de proveer información fidedigna que contraste lo anterior, desmontar mitos como la soberanía alimentaria en el país y dar voz a los afectados, a menudo silenciados por los medios oficiales.

El índice de alcoholismo había crecido y muchos quedaban con un síndrome de acaparamiento.

De tal modo, en FMP compilamos y analizamos datos sobre la situación alimentaria en Cuba, a la par que promocionamos la transparencia y la responsabilidad en la gestión de los recursos alimentarios, así como la defensa de los derechos humanos relacionados con la alimentación. Como parte de este trabajo de investigación realizamos encuestas a la población y entrevistas sobre diversos temas a distintos grupos poblacionales, obteniendo información detallada sobre los efectos cotidianos de la inseguridad alimentaria en Cuba en grupos vulnerables, personas privadas de libertad, escolares, entre otros. También hemos venido trabajando en la articulación entre los derechos humanos, el derecho a la alimentación y la seguridad alimentaria, aplicada al caso cubano. Como la seguridad alimentaria pone en riesgo la dignidad de las personas, dedicamos una línea importante de nuestro trabajo a la relación entre las situaciones de inseguridad alimentariay la violación de los derechos inalienables de los ciudadanos en la Isla.

¿Existen otros observatorios enfocados hacia el tema de la alimentación? 

En el ámbito internacional están los Programas parte del Sistema de Naciones Unidas, como el Programa Mundial de Alimentos (PMA), la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación y la Organización Mundial de la Salud, con presencia en la Isla y acuerdos de asistencia y cooperación con el Estado cubano. Los registros y mediciones de estas organizaciones parten de cuatro dimensiones de la seguridad alimentaria: acceso, disponibilidad, calidad e inocuidad y sostenibilidad y adaptación; por tanto, el resultado de sus aproximaciones en Cuba es relativo al medirse en comparación con los demás países y en total enajenación del estado e impacto real de la alimentación en Cuba. Por ejemplo, estos organismos se han enfocado sobre todo en la prevalencia de hambre en la población; mientras que en Cuba es difícil identificar este indicador porque existe lo que llamamos “hambre oculta”: un excesivo consumo de azúcares y carbohidratos que pueden “satisfacer”, “llenar”, pero con una deficiencia alarmante de proteínas, de una dieta diversificada, inocua y nutricional.

En los observatorios de registro amplio con orientación regional como Global Food Security Index, Global Nutrition Report, el Observatorio del Derecho a la Alimentación en América Latina y el Caribe (ODA-ALC) no figura información sobre Cuba. Cuando esta es mencionada, a menudo muestra indicadores desactualizados o con un enfoque normativo; es decir, se basan en los estándares del derecho a la alimentación para hacer recomendaciones idealistas relacionadas con el papel del Estado para garantizar una disponibilidad de alimentos autóctonos y fomentar la producción local, cosa muy distante de la realidad cubana.

Otras organizaciones logran poco impacto considerando sus objetivos en Cuba. Es el caso de Slow Food, que promueve la cultura gastronómica local e intenta preservar las tradiciones culinarias, así como fomentar prácticas agrícolas y de producción de alimentos respetuosas con el medio ambiente a partir de la colaboración con agricultores, productores, chefs y consumidores. Algo que ya en el enunciado puede considerarse bastante insostenible en Cuba.

El abastecimiento y la distribución de alimentos en Cuba quedó en manos del Estado cubano.

Por tanto, dentro del marco de las iniciativas de monitoreo de seguridad alimentaria, Food Monitor Program es inédito, pionero en el monitoreo sistemático e independiente de compromisos ideológicos en lo referente a la alimentación y sus dinámicas en Cuba. 

Existen varios observatorios de DD. HH sobre Cuba que a veces han abordado el tema de la alimentación en la Isla. ¿Qué diferencia o iguala a FMP de estos? ¿Existen algunas colaboraciones entre iniciativas independientes de este tipo y FMP?

Dentro y fuera de Cuba existen varios observatorios independientes que abordan diversas temáticas en materia de derechos humanos. En realidad, hay numerosas organizaciones que visibilizan la vulneración de derechos en la Isla. Sin embargo, enfrentan restricciones, persecusión de sus investigadores, descrédito, criminalización y represión por parte del gobierno cubano, lo que dificulta su labor y visibilidad dentro del país. Algunos observatorios y medios de prensa independientes han abordado de manera tangencial la situación alimentaria, pero sin lograr la extensión, profundidad y constancia de FMP, pues el monitoreo de este tema no entra dentro de sus objetivos fundamentales.

FMP ha colaborado con Cuido60, un observatorio cubano que examina las condiciones de vulnerabilidad de las personas mayores y de sus cuidadores en la Isla. Por ejemplo, realizamos entrevistas en conjunto a la población mayor de 60 años y en centros de atención para el adulto mayor. Asimismo, contamos con publicaciones periódicas sobre temas de alimentación en Cuba en medios de prensa independientes como El Toque y Diario de Cuba. Estamos también trabajando con una red de observatorios independientes para desarrollar una serie de informes en el marco de la Revisión Periódica Universal de este año.

FMP ha publicado diversos datos y análisis sobre el tema de la inseguridad alimentaria en Cuba. ¿Cómo es la metodología de investigación? ¿Cuáles son las áreas de mayor interés y seguimiento? 

En FMP nos interesa mucho evidenciar cómo el derecho a la alimentación en Cuba ha sido utilizado como un instrumento de dominación a partir de la incorporación de la libreta de abastecimiento en marzo de 1962, por ejemplo. Igualmente, cómo una mayor intervención del régimen en la esfera de la alimentación ha actuado en detrimento del poder de agencia y de decisión de los cubanos, transformando sus prácticas alimentarias, y en general, su cotidianidad. 





“Esa combinación de rigidez administrativa, terquedad ideológica y obsesión por el control político, económico y social es la receta perfecta para nuevas hambrunas”.
Enrique Del Risco





Las áreas de investigación pueden ser tan amplias como la influencia de la crisis energética en la inseguridad alimentaria, los niveles nutricionales dentro de la dieta semanal de una familia cubana, pasando por los factores asociados a la incertidumbre, el estrés y la espera en la adquisición de alimentos, hasta los indicadores de vulnerabilidad y desigualdad de género en la elaboración y distribución de alimentos. Por tanto, dentro de nuestro campo de seguimiento priorizamos las condiciones de acceso, disponibilidad, utilización y estabilidad de los alimentos en la Isla; los roles de género y afectaciones diferenciales en términos de la búsqueda, preparación y distribución de los alimentos dentro de los hogares; las formas y mecanismos de control social de los que se vale el Estado para limitar la toma de decisiones de los cubanos en cuanto a la alimentación; así como las diversas representaciones sociales e impactos cotidianos que han transformado la identidad alimentaria en Cuba. 

En los observatorios de registro amplio con orientación regional no figura información sobre Cuba.

Nuestra metodología de investigación ha buscado, ante todo, dar prioridad a las perspectivas de los cubanos dentro de la Isla, quienes se convierten así en la fuente principal de información. Esto, en medio de un contexto autoritario que, por un lado, impide encontrar datos transparentes y, por otro, supone un desafío a la hora de tener un mayor acercamiento a la realidad de la población. No obstante, hemos logrado recopilar datos cualitativos mediante diversas fuentes sobre distintos ejes clave de la realidad en Cuba como el mercado negro, las dietas alimentarias por cuestiones de salud, la alimentación escolar y en instituciones carcelarias, entre otros. La información que manejamos, si bien expone un patrón claro de escasez de alimentos, de precario abastecimiento y de diversas estrategias de sobrevivencia, también devela en las propias palabras de los cubanos las afecciones puntuales, las carencias y preocupaciones, entre otros detalles sobre el desafío de la seguridad alimentaria en un contexto de crisis y autoritarismo.

Con un lente más cuantitativo, hemos buscado traducir a cifras puntuales las experiencias y contextos estudiados. Así, desarrollamos la Encuesta de Seguridad Alimentaria en Cuba (ESAC), un hito en la medición del hambre en la Isla, en tanto es la primera vez que se realiza una encuesta independiente de manera presencial en casi todas las provincias. En su penúltima edición, compilamos un total de 2 223 encuestas con un formato de 33 preguntas en torno a la disponibilidad, acceso, estabilidad y consumo de los alimentos. La encuesta mostró los resultados percibidos desde la perspectiva cualitativa, arrojando cada principio evaluado una gravísima inseguridad alimentaria en Cuba. Parte de esta información se despliega gráficamente en nuestro “Mapa de Hambre”. 

Igualmente, nuestra presencia alcanza el ámbito académico sobre seguridad alimentaria mediante conferencias, programas de formación y artículos. Actualmente estamos, además, en proceso de edición de un libro y de un vocabulario sobre alimentación en Cuba, ambos redactados y compilados por FMP. 

En materia de derechos humanos hemos elaborado hasta ahora cinco informes en los que abordamos los estándares internacionales sobre el derecho a la alimentación, su enfoque diferencial, alimentación gestación y lactancia, así como los mecanismos e instrumentos jurídicos para acceder al dereccho a la alimentación.

¿Cómo resumiría FMP la situación alimentaria en Cuba desde 1959 hasta el presente? ¿Qué influencia considera FMP que tiene el tipo de gobierno y Estado en Cuba en esta trayectoria?

Con la llegada de la Revolución en 1959, la cuestión de la alimentación pasó a ser una responsabilidad estatal. En consecuencia, nació el Programa Alimentario Nacional Subvencionado con el objetivo declarado de garantizar que toda la población recibiera por lo menos 50% de las necesidades nutricionales mínimas. Este sistema socioeconómico tuvo implicaciones políticas, ya que condujo a una serie de imposiciones sobre la libertad de elección dentro de la alimentación y, dada la deficiente gestión administrativa, a la inexistencia de una alimentación eficiente, sostenible, adecuada e inocua. 

Los cubanos dentro de la Isla se convierten en la fuente principal de información.

La seguridad alimentaria en Cuba también ha dependido de acuerdos comerciales que partían inicialmente de contratos ideológicos. De tal modo, durante el período comercial con el antiguo bloque soviético podían encontrarse productos tan exóticos y ajenos al paladar cubano como grosellas búlgaras, mientras la producción de frutas nacionales era casi inexistente o dirigida a la exportación hacia estos países. 

La alta dependencia de la libreta de abastecimiento también ha influido en la precaria relación de los cubanos con su dieta. Este documento de racionamiento se convirtió desde 1962 en indispensable para el rendimiento alimentario en los hogares. Si su creación aseguraba en teoría una canasta básica de alimentos como parte de la economía central y planificada, apoyada por el subsidio directo tanto monetario como de productos que se recibía de la Unión Soviética, la disolución de esta última implicó una drástica reducción de los alimentos subsidiados. 

Dada la inestabilidad económica del gobierno cubano y su proclive dependencia a contratos ideológicos con países socios, estos recortes se han venido sucediendo sistemáticamente. De hecho, en el año 2009 eliminó una parte considerable de granos y tubérculos, que pasaron a una venta libre regulada a precios mucho más elevados, lo cual dañó la capacidad de adquisición de gran parte de la población. Actualmente, estas disposiciones han implicado incluso la reducción de la dieta médica y de productos tan imprescindibles para muchos enfermos como la leche en polvo. 

Tras la crisis económica de la década de 1990 se desarrollaron enfermedades carenciales no solucionadas hasta la actualidad que han demeritado la calidad de vida de los cubanos adultos. Esto también ha impactado en el subconsciente colectivo al punto de recrear prejuicios, ambiciones, incluso el aumento de niveles de alcoholismo, en relación directa con períodos de crisis alimentaria. Incluso podemos hablar de una naturaleza criminogénica de la inseguridad alimentaria, con un aumento de niveles de criminalidad, violencia doméstica, vinculados al desabastecimiento y a la inflación en la Isla.

Por estas condiciones, resulta irónico que Cuba sea halagada como uno de los países del mundo en lograr los objetivos de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de 1996. Recuperándose en parte del Período Especial, el país reportaba para 2015 la reducción a la mitad de personas desnutridas, mientras aseguraba que “nadie se iba a la cama con hambre”. 

La seguridad alimentaria en Cuba ha dependido de acuerdos que partían de contratos ideológicos.

En contraste, la realidad documentada por Food Monitor Program demuestra que el hambre dentro de Cuba existe y es compartida, que la libreta de abastecimiento no asegura los alimentos y nutrientes suficientes, y que los cubanos sí sufren diferentes implicaciones por la seguridad alimentaria en su día a día. En nuestras investigaciones tras la Tarea Ordenamiento hemos registrado la pérdida de capacidad adquisitiva de grupos vulnerables (ancianos, embarazadas y personas con condiciones delicadas de salud), no solo en lo que respecta a los alimentos necesarios para sus condiciones, sino incluso en los productos básicos. En una encuesta reciente, constatamos, por ejemplo, que más de 80% de las instituciones educativas del nivel de primaria no garantizan el acceso a agua potable, mientras que los alimentos elaborados en sus recintos utilizan fuentes de almacenamiento no confiables según las medidas higiénicas convencionales.

En la actualidad, los paquetes y medidas estatales diseñados para paliar la crisis económica no han producido efectos favorables sobre los problemas estructurales de la Isla. El poder adquisitivo de compra del peso cubano disminuye todos los días, mientras las familias cubanas se encuentran bajo una presión económica expuesta de forma multisectorial; por ejemplo, el huevo, uno de los pocos alimentos versátiles más frecuentes en la dieta cubana, alcanza un valor promedio de 1 500 pesos cubanos el cartón (unidad de 30 huevos), pues los pocos productos que han quedado supliendo la ya precaria dieta de los cubanos han ido desapareciendo de la red de venta estatal y solo pueden conseguirse en el mercado negro a precios inflados. Ni la Tarea Ordenamiento, ni la reunificación monetaria, ni la creación de puntos de venta de mypimes o las convertidas tiendas en MLC han solventado esta situación; más bien han empeorado la experiencia de asegurar comida para la mayor parte de los cubanos.

¿Puede hablarse de derechos alimentarios en Cuba? ¿Cuánto se respetan o violan estos derechos?

En FMP entendemos que el derecho a la alimentación ha sido instrumentalizado para el mantenimiento del sistema autoritario en Cuba, incluso para legitimarlo. En realidad, el derecho a la alimentación se vulnera, no solo debido al desabastecimiento generalizado y la falta de acceso; sino también por la poca higiene e información adecuada sobre alimentos que se venden como inocuos en las redes estatales. 





“Esa combinación de rigidez administrativa, terquedad ideológica y obsesión por el control político, económico y social es la receta perfecta para nuevas hambrunas”.
Enrique Del Risco





En este sentido, el derecho a saber qué se come es uno de los más violados dentro de Cuba según las condiciones actuales de distribución de alimentos. Los bajos estándares de calidad de los productos que se encuentran es algo que hemos denunciado recientemente. Materias extrañas, fermentación, desechos de origen animal son algunas de las realidades que hacen poner en alerta la composición, las condiciones higiénicas y los valores nutritivos de lo que se come en la Isla. A ello se agrega la desbalanceada relación calidad y precio de muchos alimentos que el Estado importa, los pocos componentes nutritivos en contraste con los altos contenidos de carbohidratos de los alimentos a los que la población puede acceder, las horas y hasta días que los cubanos destinan para conseguir alimentos; entre otras dinámicas represivas asociadas a mantener el control del abastecimiento de forma unificada por el Estado.

Podemos hablar de una naturaleza criminogénica de la inseguridad alimentaria.

En relación al acceso económico y físico de los alimentos, según la ESAC, los hogares que reciben divisas en forma de remesas tienen mayores posibilidades de una mejor alimentación, al acceder a las tiendas en MLC, en una sociedad que percibe su salario en pesos cubanos. Por lo que no solo están siendo vulnerados o irrespetados los derechos a la alimentación, sino que existen mecanismos deliberados que crean un apartheid económico en la sociedad, en beneficio del mantenimiento del poder en Cuba. 

FMP ha afirmado en varias publicaciones que la seguridad alimentaria en Cuba es un mito. ¿Cuánto difieren los resultados de las investigaciones de FMP de los datos reportados por las instituciones oficiales en Cuba? ¿A qué se deben esas diferencias?

El régimen cubano, más que a través de datos y evaluaciones verídicas, ha defendido la postura de la seguridad y la soberanía alimentarias mediante una práctica discursiva con base política, incluso promoviendo la “creatividad” y la “resistencia”, mientras se desentiende de garantías sociales anteriores y obligaciones gubernamentales reales.

Evidenciar lo anterior, deconstruir las llamadas etiquetas que usa el Estado para legitimarse instrumentalizando el derecho a la alimentación, son las principales motivaciones de Food Monitor Program. Para ello contrastamos la información entre, por ejemplo, el Mapa de Hambre del Programa Mundial de Alimentos y nuestra Encuesta de Seguridad Alimentaria en Cuba. Mientras el primero señala que en Cuba la prevalencia de insuficiencia del consumo de alimentos es moderadamente baja en la mayoría de las provincias, situándose entre 10% y 20%, la segunda demuestra que 40,4% de los cubanos considera que el abastecimiento en los agromercados es deficiente y resulta muy difícil conseguir cualquier producto. También señala cómo la calidad de los productos ofrecidos mediante la libreta de abastecimiento es regular para 59,8% de los encuestados y pésima para 31,8%; quienes, además, expresan consumirlos porque “no hay más opción”. Haciendo una lectura en el “Mapa de Hambre”, esta vez desarrollado por FMP, las diferencias son mucho más evidentes, mostrando que hasta 10 de las 12 provincias evaluadas padecen de un índice de seguridad alimentaria bajo, lo cual resulta diametralmente opuesto a lo expresado por el primer modelo. 

En un principio, esta divergencia ocurre no por los datos per se, sino por su recogida. El modelo del PMA utiliza datos gestados desde la oficialidad del régimen, que están desactualizados y no cuentan con mecanismos abiertos para su evaluación. Partiendo del carácter del propio régimen cubano, que ha procurado mostrar y mantener la imagen de un Estado socialmente exitoso y garantista de todos los derechos, no sorprende que, al igual que en otras esferas como la educación o la salud, invisibilice cualquier declaración que desafíe la postura oficial. En contextos autoritarios, las perspectivas de la ciudadanía parecen ser un indicador, como mínimo, más ajustado con la realidad respecto a los “datos duros” gestados desde arriba. En contraste, los mecanismos y datos para evaluar el hambre, las perspectivas y experiencias de los hogares se han convertido en una valiosa fuente de información, aún más en circunstancias donde se evidencian diferentes tipos de manipulación, pues hemos debido también sortear ejercicios de autocensura para lograr datos lo más confiables posibles.

Más de 80% de las instituciones educativas del nivel de primaria no garantizan el acceso a agua potable.

Ahora, lo develado mediante las cifras adquiere un cariz mucho más complejo al tener en cuenta las palabras de los propios cubanos y sus estrategias cotidianas para sobrevivir. Expresiones como “he vendido cosas de la casa para comer”, “adquirimos todo en el mercado negro”, “la comida la garantizamos nosotros en la familia, no el Estado”, hasta “invierto los 30 días del mes en buscar alimentos”, ofrecen un panorama mucho más grave de la situación en la Isla, escondido tras las declaraciones oficiales de que “en Cuba no hay hambre” o en las justificaciones del “bloqueo” estadounidense, las cuales han servido de estrategia para exculpar al Gobierno de su responsabilidad. No reconocer su gravedad, ya es de por sí un catalizador para la precariedad que enfrentan los cubanos.

El tema de la alimentación va más allá de lo económico o alimentario en sí mismo. ¿Hasta qué otros ámbitos se extiende y cómo se refleja en esas otras áreas? ¿Sociológicamente hablando, cómo se refleja según FMP la situación alimentaria actual en la Isla en la población cubana?

Los impactos de la situación alimentaria en la Isla sobre las dinámicas sociales de los cubanos constituyen un fenómeno sin precedentes. Abordando, por ejemplo, una de nuestras líneas de acción, que consiste precisamente en dar cuenta de los roles de género, las mujeres son quienes viven con mayores cargas la inseguridad alimentaria en el país. A partir de los estereotipos de género, que por lo general atribuyen a las féminas las responsabilidades del hogar, del cuidado y de la alimentación de la familia, no resulta extraño que en contextos de crisis esta realidad se recrudezca. 

Según hemos podido evidenciar mediante nuestras entrevistas, las mujeres son quienes más sacrifican su tiempo haciendo interminables colas para adquirir alimentos y quienes suelen relegar su alimentación a último lugar para garantizar que su familia, en especial sus hijos, pueda recibir la porción protéica. Cuando las manifestaciones ciudadanas tras el paso del huracán Ian y el fallo del sistema eléctrico nacional, por ejemplo, el mayor por ciento de personas en las calles exigiendo la vuelta del fluido eléctrico fue de mujeres; mientras que las mayores quejas se relacionaban con la pérdida de comida perecedera que las familias habían conseguido antes del evento meteorológico. Asimismo, en torno a la precarización social dentro de crisis alimentarias, inflación y un ambiente administrativo desinteresado, son las mujeres quienes reportan mayores peligros a su propia integridad física y mental.

Alimentarse en Cuba trae consigo exigencias físicas, de peregrinaje y espera incompatibles con muchos padecimientos de personas mayores, que ven limitadas sus capacidades móviles; de hecho, en FMP hemos reportado varios fallecimientos en colas por agresiones, enfrentamientos y problemas cardiacos y de diabetes. En lo que respecta al bienestar mental, las consecuencias de la inseguridad alimentaria también son palpables. Las crisis obligan a los cubanos a efectuar estrategias que traen consigo una carga mental enorme, los elevados precios, la escasez de alimentos, la precariedad de los productos ofertados y demás fenómenos se traducen en sacrificar horas de trabajo o estar en familia para buscar alimentos y pensar con una constante incertidumbre cómo hacer para que el salario alcance y adquirir los alimentos para la familia; preocupaciones incrementadas si viven en el hogar menores en edad escolar. 

El derecho a saber qué se come es uno de los más violados dentro de Cuba.

Como hemos estado alertando, el estrés, el hastío y la desesperanza en medio de una demanda creciente y una oferta reducida y costosa tienen repercusiones en la conducta de los cubanos, que se traduce en escenarios de violencia e incluso en índices migratorios. Por ejemplo, se materializan en el hurto de alimentos, el abandono o descuido de personas vulnerables en la comunidad, la corrupción, agresiones domésticas; todo ello como síntoma de una crisis extendida que limita las opciones al tiempo que se reconoce una falta de voluntad gubernamental.

La comida es un eje importantísimo de las tradiciones y de la idiosincrasia de una sociedad, por lo que la situación alimentaria en la Isla también aflige gravemente la identidad alimentaria de los cubanos. Esto se ha visto afectado en platos tradicionales, festividades (navidades, bodas, cumpleaños), y en general, en las celebraciones más representativas en la cultura cubana. Hace poco, en una de nuestras columnas de opinión, constatamos cómo esta es una realidad de la cual los niños tampoco escapan: los recuerdos de la infancia se permean incluso de los alimentos que se consumen; entre estos los dulces, chocolates y chucherías que escasean en Cuba y limitan incluso ese imaginario infantil de golosinas.

Estas son apenas algunas manifestaciones del daño que ha causado la política alimentaria sobre las dinámicas sociales en Cuba. 

Sociológicamente hablando, el daño en la Isla ha trascendido la esfera de la alimentación y se ha extendido hasta definir gran parte de la resistencia cotidiana de los cubanos, así como sus ejercicios de infrapolítica. En este sentido, FMP entiende que la espera, el hambre y la escasez son estrategias de las que los regímenes autoritarios se valen para su mantenimiento, pues la población no tiene tiempo o medios para cuestionarse realidades más profundas como las políticas si solo se ocupa en pensar en cómo sobrevivir.





“Esa combinación de rigidez administrativa, terquedad ideológica y obsesión por el control político, económico y social es la receta perfecta para nuevas hambrunas”.
Enrique Del Risco





FMP no solo se limita a investigar y publicar informes, sino también ha impartido talleres sobre soberanía y seguridad alimentarias. ¿Cómo y quiénes pueden tener acceso a esos cursos? ¿Cuál es el objetivo que se persigue con ellos? ¿Qué importancia le otorga a la educación sobre estos temas?

Desde el sitio web de Food Monitor Program y como parte de nuestro objetivo principal, buscamos llevar información e instalar capacidades en la población en general, particularmente en la población cubana, ofreciéndoles herramientas para la identificación de violaciones de derechos humanos, con especial atención en aquellas que tiene relación directa con la seguridad alimentaria. Es así que, dentro de las actividades desarrolladas se imparte una serie de programas de formación dirigidos a todo el público interesado, garantizando siempre la participación de personas que se encuentren en Cuba. 

Hemos debido sortear ejercicios de autocensura para lograr datos lo más confiables posibles.

Consideramos que la formación es una pieza clave para la lucha contras regímenes no democráticos, ya que estos sistemas se basan en el desconocimiento para despojar a la sociedad civil de su capacidad de agencia. Por esta razón, desde FMP concebimos la educación como una herramienta esencial para el accionar de la sociedad, permitiéndoles reconocer sus derechos, las vulneraciones y las rutas que puedan tener a su alcance para reclamar la responsabilidad internacional del Estado en materia de alimentación.

Hasta ahora han comentado sobre el análisis de datos y uso de medios en FMP. ¿Pueden ahondar un poco sobre “La Acera de Enfrente” y “Mapa de Hambre”?

En FMP intentamos crear variadas formas de evidenciar la crisis alimentaria, apropiadas para públicos diferentes. Así, por ejemplo, el “Mapa de Hambre” se construye a través de un índice que permite medir la inseguridad alimentaria sobre la base de cuatro fundamentos: acceso, disponibilidad, estabilidad y consumo. Este monitoreo se evalúa en una escala que va desde muy bajo hasta muy alto y permite ver los aspectos más críticos de la situación alimentaria en la Isla. El aporte fundamental es de corte metodológico: mientras que el World Food Program del PMA, que avala el discurso del gobierno cubano, recurre a la inteligencia artificial con datos equivocados sobre Cuba, entre los que sobresale el hecho de que se mantiene una tasa de cambio fija y aún se habla del CUC, el de FMP apela a encuestas en terreno con sensibilidad a los grupos etarios y la estratificación. 

Sin embargo, las aproximaciones cuantitativas dejan profundos vacíos sobre la relación de las personas con la comida, por eso desarrollamos también la “Acera de Enfrente” como una iniciativa para presentar, desde lo visual, el modo en que las familias se relacionan con la alimentación. Para esto, las familias se organizaron por ingresos económicos y se registraron diferentes aspectos como los electrodomésticos, el espacio social, la alacena, el refrigerador y los alimentos, aunque sin intervención humana, para proteger los datos de nuestros colaboradores. Todas estas fotografías, tomadas por nuestro equipo en Cuba en trabajo de campo, están orientadas a pensar las diferencias de clases construidas sobre la base del acceso y consumo a los alimentos; una evidencia de que el modelo que pretendía eliminar las clases ha terminado por perpetuarlas en su provecho, sobre la base de algo tan esencial como la comida. 

Además, contamos también con otros proyectos que tienden a diversificar nuestra aproximación académica y de denuncia, nuestro podcast “Vidas Cotidianas”, donde compartimos datos, experiencias y reflexiones en torno a las formas de resistencia en contextos autoritarios. Entre otras secciones de divulgación, tenemos entrevistas a personas de la sociedad civil, expertos y otras dentro de contextos especiales, como las elecciones; y seleccionamos y reproducimos en nuestro “Radar Alimentario” noticias de medios de prensa independientes y oficiales que tengan que ver con la alimentación. 

Apostamos por un estudio transdisciplinar, cuantitativo y cualitativo, para evidenciar en números, imágenes y testimonios la crisis alimentaria en la mesa y en la vida de los cubanos.


© Imagen de portada: Cortesía de Gorki Águila.




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