“La guerra está en los genes de los rusos”, una conversación con Serguéi Karagánov

Para hacer frente a la Rusia de Putin es necesario comprender las fuentes ideológicas y doctrinas del régimen que, al invadir Ucrania, ha declarado una guerra sin fin a Europa.

El principal de estos “productores de ideología” putinistas se llama Serguéi Karagánov.

Serguéi Karagánov, director del Consejo de Política Exterior y de Defensa, suele ser presentado como el principal arquitecto de la política exterior rusa. Vladímir Putin asegura que forma parte de los autores que lee con regularidad. En los círculos del poder ruso, es una de las referencias intelectuales más influyentes y escuchadas del belicismo que despliega el régimen de Vladímir Putin en Ucrania y contra Europa.

Conocer las doctrinas rivales —comprender qué objetivos persiguen quienes nos señalan, recurriendo a la manipulación y la propaganda, al tiempo que arman imaginarios poderosos— sigue siendo una clave decisiva para la transformación geopolítica de nuestro continente.

Por esa razón, tras haber traducido, contextualizado y comentado las principales publicaciones de Serguéi Karagánov[1]gracias a la valiosa colaboración de Marlène Laruelle y Guillaume Lancereau— hemos decidido entrevistarlo. Le Grand Continent.



Serguéi Karagánov.


P: ¿Cómo interpreta usted la convergencia entre Trump y Putin? Vladislav Surkov,[2] por ejemplo, parece pensar que “la Rusia [de Putin] está ahora rodeada de sosias y parodistas” y que la Casa Blanca despliega una estrategia respecto a Canadá, Groenlandia o el canal de Panamá que no es sino una “imitación de nuestra nación [Rusia], audaz, cohesionada, guerrera y ‘sin fronteras’”?

No acostumbro comentar las declaraciones de mis colegas, pero me parece perfectamente absurdo plantear la cuestión en esos términos.

Contrariamente a lo que algunos creen, Trump tiene una filosofía política y económica propia, a partir de la cual toma decisiones de manera ciertamente radical, pero, en el fondo, prudente.

Su filosofía no tiene relación esencial con Rusia, y los paralelismos de este tipo me parecen más bien ridículos.

P: ¿Cómo definiría usted la “filosofía” de Donald Trump?

Trump es un nacionalista estadounidense que presenta ciertos rasgos del mesianismo tradicional de Estados Unidos. Si a veces resulta desconcertante, es porque ha sido vacunado contra la podredumbre liberal-globalista de las tres o cuatro últimas décadas.

P: Precisamente, en sus ataques al liberalismo, parece compartir valores comunes con la Rusia de Putin. Incluso en la guerra de Ucrania, la administración Trump parece buscar un acercamiento de Estados Unidos a Rusia. ¿Por qué? ¿Cómo interpreta usted ese intento?

Se habla mucho de un posible compromiso y de sus distintas formas. También en Rusia, en los medios de comunicación y en otros ámbitos, se debate con entusiasmo sobre las opciones que podría abrir.

Sin embargo, me parece que, en este momento, la administración Trump no tiene motivo alguno para negociar con nosotros en los términos que hemos planteado, y que, en consecuencia, ese acercamiento será difícil.

Aunque la guerra en Ucrania le resulta inútil e, incluso, algo perjudicial al presidente estadounidense —que no es más que un figurante—, desde el punto de vista esencial para Estados Unidos, es decir, desde la política interior, el equilibrio de intereses favorece más bien su continuación.

P: Explíquese.

La guerra es económicamente ventajosa para Estados Unidos, porque le permite modernizar su complejo militar-industrial, saquear a sus aliados europeos con renovado ímpetu e imponer sus intereses económicos mediante sanciones sistemáticas contra países de todo el mundo.

Y, por supuesto, también le permite infligir más daños a Rusia con la esperanza de agotarla, y, en el mejor de los casos, aplastarla o eliminarla como núcleo militar y estratégico de la mayoría mundial emergente y emancipada. Sin contar que también constituye un importante apoyo estratégico para el principal competidor de Estados Unidos: China.

P: Algunos observadores y varios partidarios del presidente estadounidense destacan hoy la existencia de una operación compleja, una especie de Kissinger al revés: cincuenta años después de la visita de Nixon a Pekín, la Casa Blanca buscaría alejar a Rusia de China, acercándose esta vez al Kremlin. ¿Cree usted que se trata de una interpretación acorde con las tendencias actuales? ¿Y qué riesgos implica respecto a su doctrina de la “mayoría mundial”?

La ruptura de Rusia con China sería absurdamente contraproducente para nosotros.

Contrariamente a lo que algunos afirman, aunque miembros de la administración Trump durante su primer mandato intentaron convencernos de ello, hoy comprenden que Rusia nunca aceptará esa condición.

P: Entonces, ¿no existe para usted ninguna condición suficiente que conduzca a un acercamiento entre Estados Unidos y Rusia?

Hay tres elementos que podrían empujar a Trump a negociar un acuerdo satisfactorio para Rusia sobre Ucrania.

El primero sería la salida de facto de Rusia de su alianza con China, lo cual podemos descartar.

El segundo, la amenaza de una repetición de la grotesca retirada de Kabul, es decir, la derrota total y capitulación vergonzosa del régimen de Kiev, y el fracaso evidente de Occidente bajo el liderazgo de Estados Unidos.

Y el tercero sería el riesgo de que las hostilidades se extiendan al territorio estadounidense y a sus activos vitales en todo el mundo, con pérdidas humanas masivas, incluidas la destrucción de bases militares.

Solo estos dos últimos elementos siguen siendo relevantes hasta la fecha.

La derrota total de Ucrania —con su capitulación lisa y llana, que podría desencadenar un efecto dominó en Europa— sigue siendo nuestro objetivo, pero resultaría extremadamente costosa, incluso prohibitiva, pues llevaría a la muerte de varios miles de nuestros mejores hijos, a menos que se apoye en un uso más activo de la disuasión nuclear, algo que yo propongo para salir de este punto muerto.

P: ¿Tendría Rusia algún interés en que la Casa Blanca prosiguiera su estrategia de anexar Groenlandia, poniendo en cuestión la integridad territorial de uno de sus aliados en la OTAN?

Francamente, la OTAN no es solo un vestigio de la Guerra Fría: es, sobre todo, un cáncer que corroe la seguridad europea.

No sé qué ocurrirá con la eventual anexión de Groenlandia, pero, de ser el caso, espero que contribuya a llevar a la OTAN al basurero de la historia —y cuanto antes, mejor. No merece otra cosa.

Desde hace años critico a los responsables rusos que intentaron restablecer vínculos con esta organización que, por definición, es hostil, generadora de conflictos y, además, criminal, pues se ha hecho culpable de una serie de agresiones. Solo recordaré aquí la violación de Yugoslavia, la guerra monstruosa que la inmensa mayoría de los países de la OTAN llevó a cabo en Irak, donde murieron un millón de personas y donde las pérdidas humanas continúan al día de hoy, o la agresión de la OTAN contra Libia, que condujo a la destrucción de un país relativamente próspero, uno de los más prósperos del norte de África.[3]

Espero que la OTAN reviente. Esa organización no tiene ningún futuro. Pudo haber desempeñado en el pasado un papel más o menos positivo, conteniendo a Alemania, limitando la influencia del comunismo —que era su objetivo principal— y contrapesando a la URSS dentro de un sistema relativamente estable de confrontación entre grandes potencias.

Pero hace mucho que la OTAN no es nada más que una organización nociva, puramente nociva para la seguridad mundial. Cuanto antes desaparezca, mejor.

P: ¿Considera usted que la Unión Europea es el enemigo común de la Casa Blanca y del Kremlin? ¿Tiene sentido para usted la expresión “Europa colectiva”? ¿Está relacionada con la noción de “eurofascismo” que ahora utilizan los servicios rusos, quienes abogan por una nueva alianza entre Rusia y Estados Unidos?

Me aflige el rumbo que han tomado los países europeos y la Unión Europea.

Por la decadencia moral de sus élites, el proyecto europeo está hoy en un callejón sin salida, tras haber alcanzado cierto apogeo. La generación política actual fracasa en todos los frentes y busca su salvación en el mantenimiento de una hostilidad creciente, incluso en una preparación para la guerra contra Rusia, lo cual resulta francamente asombroso, una suerte de preparación para un suicidio acelerado. Creo que la Europa colectiva está inevitablemente destinada a disolverse. No me parece que pueda mantenerse mucho tiempo como entidad sin desintegrarse.

Eso tendrá, evidentemente, consecuencias positivas. Una Europa colectiva tal como existe hoy, bajo la doble dirección de una élite consumista y una élite fracasada, que aviva las llamas de la histeria belicista, no sirve en absoluto a los intereses de Rusia. La hipóstasis anterior —la de una Europa pacífica— era mucho más acorde a nuestros intereses, sin contar que la política actual de Europa tampoco responde a los intereses de su propia población —aunque no quiero hablar en su nombre.

En cuanto al “eurofascismo”, es evidente que ya se manifiestan sus síntomas.[4] Lo vengo diciendo desde hace casi quince años. Los fracasos acumulados y el retroceso de Europa en la competencia internacional hacen que, tarde o temprano, esos síntomas se manifiesten en un número creciente de países europeos —espero simplemente que no ocurra en todos, aunque los indicios ya están presentes. El ultraliberalismo siempre se ha realizado bajo la forma de su propio reflejo invertido.

Por eso planteo la hipótesis de un auge del eurofascismo, no en las formas que adoptó bajo Franco, Mussolini o Hitler, sino con los rasgos del nuevo totalitarismo liberal. Europa se prepara para atravesar un periodo difícil: las tendencias fascistas y nacionalistas se reforzarán sin duda en numerosos países. Tengo la impresión de que en Rusia somos plenamente conscientes de ello, y que esta vez sabremos enfrentarlo, sabremos impedir que Europa se convierta en una amenaza para nuestra seguridad y la del mundo. En última instancia, sabremos afrontarlo solos. Recuerdo que soy un europeo ruso, aunque euroasiático. Pero eso no quita que Europa haya sido la fuente de las principales calamidades de la humanidad en los últimos cinco siglos.

P: ¿Es usted partidario de la idea, formulada por Curtis Yarvin y otros intelectuales trumpistas, de que las naciones europeas deberían ser ayudadas —incluso mediante cambios de régimen— a restaurar su cultura tradicional y formas de gobierno más autoritarias, en alianza con Rusia?

No comparto la idea de que se deba ayudar a las naciones europeas en ese sentido, pero espero que logren hacerlo por sí mismas, de una forma u otra. Cualquier injerencia exterior podría más bien frenar ese movimiento.[5] Europa fue la cuna de las peores corrientes ideológicas, de guerras monstruosas, de genocidios masivos. Gobiernos o normas más autoritarias podrían volver a tener efectos catastróficos para el resto del mundo. Por eso prefiero apostar por dar por terminada la aventura europea, que Rusia se aleje de Europa y reconozca, por fin, que su viaje europeo ha llegado a su fin. Ya no tenemos nada que sacar de Europa, salvo amenazas militares y el contagio de sus pseudovalores.

P: ¿Cree usted que el horizonte euroasiático se ha cerrado definitivamente?

Europa está perdiendo terreno. Su influencia cultural, antes benéfica, se ha vuelto ahora perjudicial. Y esto me apena especialmente, porque Rusia sigue siendo, en buena medida —en un 50 o 60%— un país europeo desde el punto de vista cultural.

El colapso de Europa, como fenómeno cultural y moral, representa una verdadera pérdida, también para Rusia. Pero no tenemos por qué preocuparnos por ello: lo que debe ocuparnos es construir relaciones constructivas con los distintos países europeos, individualmente.

Sospecho con fuerza que, de aquí a diez o quince años —o quizás incluso antes—, los países del sur de Europa y buena parte de Europa oriental se unirán a la Gran Eurasia.

En cuanto a los países del noroeste, seguirán pudriéndose en su sitio y desaparecerán del escenario mundial, salvo que logren superar sus impulsos de rechazo a sus propios valores fundamentales.

El Reino Unido y otros tres o cuatro Estados del continente se convertirán en la periferia, en la prolongación europea de Estados Unidos.

Su posición es insostenible, y se empieza a notar: cada vez les cuesta más insistir en el callejón sin salida que representa su sistema de valores —un fracaso que ellos mismos se han impuesto y siguen alimentando—. Pero quiero insistir en este punto: la degeneración o el renacimiento moral de Europa no es asunto nuestro.

Por el momento, lo mejor es tomar distancia, aprovechando la oportunidad histórica que representa la guerra iniciada por Occidente en Ucrania.[6]

P: Aquí tenemos, evidentemente, un desacuerdo fundamental sobre la responsabilidad en el desencadenamiento y continuación de la agresión rusa contra Ucrania. ¿En qué sentido considera usted que esta guerra —que el régimen ruso, por cierto, sigue llamando “operación militar especial” para ocultar la masacre que produce a diario— representa una oportunidad histórica?

Esta guerra ha sido extremadamente beneficiosa para nosotros. Es trágico que este resultado haya costado la vida de lo mejor del país, pero la guerra nos ha permitido romper rápidamente con nuestros últimos restos de eurocentrismo y occidentalocentrismo.

Al atraer el fuego hacia nosotros, eliminamos por fin a esa élite consumista que ha abandonado definitivamente Rusia, restauramos nuestra propia identidad —en sus aspectos tanto tradicionales como actualizados— y nos orientamos decididamente hacia el Sur y el Este, que son las fuentes exteriores de nuestra civilización y de nuestra prosperidad futura.

Si Europa llega a reconciliarse con su cultura, con sus valores tradicionales y con formas más autoritarias de gobierno, si alcanza un régimen de decisión más eficaz sin caer en el fascismo, yo me alegraré. Entonces nos resultará más fácil dialogar con nuestros vecinos europeos, restablecer esas relaciones de amistad con Rusia que hoy están simplemente prohibidas para los europeos.

P: ¿Considera Rusia deseable la consolidación de un eje transatlántico iliberal, teniendo en cuenta que hoy parece reunir tanto polos favorables a Rusia, como Viktor Orbán en Hungría, como otros que le siguen siendo hostiles, como el PiS en Polonia?

Sería, en efecto, deseable o provechoso para Rusia que surgiera un eje transatlántico “iliberal”, porque el liberalismo ya ha cumplido su ciclo —como antes lo hicieron el comunismo y el nazismo.

En cuanto a si ese eje será prorruso o antirruso, ya lo veremos.

Observo, además, que el contexto está cambiando en Europa. No creo, por ejemplo, que Italia continúe en su línea antirrusa, al menos a medio plazo.

Y espero que Francia termine por abandonar su posición actual, francamente delirante y suicida. Como consecuencia de esa postura, una parte considerable de Europa acabará sumándose a la Gran Eurasia, no tanto como espacio llamado a contrapesar el poder de Estados Unidos, sino para hacer prevalecer una política y unos valores políticos normales. Me gustaría sinceramente que Francia supere este momento patético de su historia.

En cuanto a Alemania, me temo que será incapaz de salir de la crisis en la que se ha metido. Si lo consigue, tanto mejor, pero personalmente prefiero excluir a Alemania de todos mis pronósticos, aunque espero estar equivocado.

P: Evidentemente, dentro de la propia población rusa hay personas que no comparten su “idea-sueño rusa”. ¿Cómo concibe la gestión —o incluso la posibilidad— del disenso político en la Rusia de hoy y de mañana?

Efectivamente, entre nuestros conciudadanos hay personas que no comparten mi concepción personal de la “idea-sueño rusa”, que por lo demás no me pertenece en exclusiva. Es una visión que elaboramos con empeño, junto a decenas, cientos de intelectuales de primer nivel y figuras políticas del país.

Esta concepción es bastante simple: afirma que en nuestro país debe existir una ideología capaz de impulsarnos hacia adelante, una ideología compartida por la mayoría de la población y obligatoria para la élite dirigente. Pero ni yo, ni —espero— mis colegas y amigos, pretendemos imponer esta ideología al conjunto de los ciudadanos; la llamamos “idea-sueño” o “Código del hombre ruso”.

No queremos en absoluto volver al totalitarismo comunista que nos mutiló intelectualmente y que contribuyó al derrumbe de la Unión Soviética.

Sin embargo, creo que debemos transmitir, desde la infancia, un núcleo común de valores definidos: los valores inscritos en esta concepción, que ya empiezan a difundirse. No es nada distinto de cómo, en su momento, se enseñaban a los niños rusos los mandamientos divinos o el Código del constructor del comunismo.[7]

Dicho esto, me opondré categóricamente a toda forma de opresión contra quienes no compartan esta “idea-sueño”.[8] Si no la comparten, pero pagan sus impuestos, no atentan contra los intereses del Estado y no están al servicio de gobiernos extranjeros, entonces está bien: son libres de vivir como deseen. Sin embargo, si aspiran a formar parte de la clase dirigente rusa, entonces deben compartir estos valores y esta política, y promover esta identidad. Quienes se nieguen deben ser relegados a una especie de semi-aislamiento.[9] Que hagan negocios o trabajen en la fábrica, mientras aporten algo a la sociedad y cuiden de su familia, que vivan su vida. Pero no deben formar parte de la clase dirigente. Y hay que apartar a quienes hoy forman parte de ella sin compartir esta visión.

P: ¿Por qué medios desea apartarlos?

Afortunadamente para nosotros, nuestros adversarios occidentales actuales —los que hasta hace poco llamábamos nuestros “socios”— nos están prestando grandes servicios en ese sentido. Con la ayuda de la operación militar, nos hemos librado en un tiempo récord de una cantidad considerable de personas a las que yo califico de “escoria”.

Esas personas se han marchado de Rusia hacia Occidente: les doy mi enhorabuena.

La palabra “escoria” [šval’], recuerdo, es una palabra rusa que significa “persona indigna” y proviene del francés “chevalier”. Fue al oírla pronunciar a los franceses en tiempos napoleónicos que los rusos acabaron usándola para designar a quienes no merecen respeto.[10]

P: Al leerle y escucharle, da la impresión de que la guerra se ha convertido en la matriz de la Rusia contemporánea. ¿Cree que será también la clave de su futuro? ¿Ha entrado Rusia en una guerra sin fin?

Actualmente, en Rusia se está produciendo un proceso acelerado de renacimiento espiritual, moral e intelectual, en gran parte gracias a la guerra.

Se puede lamentar que ese proceso no haya podido surgir por otros medios.

Sin embargo, Rusia es un país de guerreros, nunca ha sabido vivir fuera del estado de guerra. Hacer la guerra está en los genes de los rusos.

Por eso, en cuanto la amenaza se hizo tangible, nos unimos, superamos nuestras divisiones y reunimos nuestras fuerzas.

Es trágico que tengamos que pagar por ello el tributo de sangre —la vida de nuestros hijos—. Pero la historia es trágica.

¿Deseas que integre estas fuentes como notas al pie en el texto traducido, o que se mantengan como anexo independiente?



* Artículo original: “« La guerre est dans les gènes des Russes » : un entretien inédit avec Sergueï Karaganov, l’architecte de la géopolitique de Poutine”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.






Notas:
[1] Se pueden consultar varios textos de Serguéi Karagánov traducidos, introducidos, comentados línea por línea y contextualizados por expertos en iliberalismo y regímenes autoritarios como Marlène Laruelle en las páginas de Le Grand Continent, donde se abordan diversos conceptos clave: su informe de 50 páginas sobre la «mayoría mundial»; su teoría del «multilateralismo nuclear» o de la «Gran Eurasia»; así como sus 11 tesis sobre la Tercera Guerra Mundial o su alegato en favor de la guerra nuclear.
[2] Vladislav Surkov —a quien los lectores franceses conocen como la figura ficticia del “mago del Kremlin”— fue durante mucho tiempo “el cerebro gris del Kremlin”, encargado en particular de la cuestión ucraniana durante el período clave que, a partir de 2013, incluyó el Maidán, la anexión ilegal de Crimea, la guerra del Dombás y los Acuerdos de Minsk. Desde 2020, y por razones que aún no están claras, fue apartado de las altas esferas del poder, e incluso parece haber sido puesto bajo arresto domiciliario en 2022. Desde entonces se ha reinventado como publicista e ideólogo, publicando regularmente artículos bajo su nombre.
[3] El argumento de Serguéi Karagánov es bastante típico de la narrativa propagandística rusa que tiende a confundir en una misma entidad —la OTAN— a una serie de países y fuerzas armadas independientes. Si bien el autor recuerda que la OTAN llevó a cabo bombardeos en Yugoslavia que causaron varios miles de muertos sin autorización de la ONU, en el caso de la guerra de Irak, iniciada por Estados Unidos (que no es la OTAN por sí solo), la organización de defensa colectiva no estuvo en el origen de la campaña ni dirigió las operaciones —aunque efectivamente tomó algunas medidas militares, principalmente en vigilancia, defensa antimisiles y logística, a petición de Turquía y Polonia. La ausencia de participación de Francia (que, en efecto, todavía no había reingresado en el mando integrado de la OTAN) basta para demostrar que los miembros de la organización estaban divididos en cuanto a la conveniencia de intervenir en Irak. Por último, en el caso de la intervención militar en Libia, la OTAN, Francia, el Reino Unido y Estados Unidos actuaron bajo mandato de la ONU para aplicar la resolución 1973 del Consejo de Seguridad, ante la cual Rusia inicialmente se mostró en contra pero finalmente se abstuvo, sin utilizar su derecho de veto.
[4] Este concepto ha sido recogido oficialmente por el régimen ruso a partir de un texto publicado por los servicios de inteligencia el 16 de abril. En él se desarrolla un discurso pseudoanalítico que intenta presentar a Europa como la fuente histórica del mal, acusándola de una predisposición al totalitarismo y a los conflictos destructivos. Al apoyar a Ucrania, los países europeos serían hoy cómplices de un legado nazi, según una lógica revisionista que invierte los papeles y acusa a Occidente de autoritarismo. El objetivo ideológico es claro: deslegitimar a Europa para promover una alianza entre Rusia y Estados Unidos en su contra. Para ello, el texto distorsiona episodios históricos (como la guerra de Crimea o la crisis de Suez) con el fin de imaginar una convergencia antigua entre Washington y Moscú, llegando incluso a presentar a Churchill como una especie de eurofascista responsable de la Guerra Fría, y culminando con una imagen del Reino Unido como enemigo histórico de Estados Unidos.
[5] Desde las elecciones europeas hasta los Juegos Olímpicos, pasando por la campaña en TikTok de Călin Georgescu en Rumanía, la injerencia rusa en nuestro espacio democrático e informativo se ha convertido en una constante ya bien establecida.
[6] La “operación militar especial” es la fórmula empleada oficialmente por el régimen ruso para referirse a la invasión a gran escala de Ucrania por parte del ejército ruso, iniciada por Vladímir Putin el 24 de febrero de 2022. No es más que la última manifestación de una serie de actos hostiles y de violencia perpetrados en territorio ucraniano durante más de una década. Esta larga guerra de Ucrania, que el escritor ucraniano Andréi Kurkov califica como “la guerra de los diez años”, ha sido objeto casi diario de análisis en nuestras páginas desde hace tres años.
[7] La serie de máximas morales que componen el Código moral del constructor del comunismo, aprobado en 1961 durante el XXII Congreso del PCUS, es frecuentemente mencionada en los discursos de Vladímir Putin, quien lo considera una de las principales fuentes de su política en materia de valores.
[8] Alexéi Anatólievich Navalni, el opositor más conocido de Vladímir Putin, fue asesinado en una prisión rusa el 16 de febrero de 2024. Le Grand Continent publicó su última gran entrevista.
[9] Este “aislamiento” equivale en cierta forma a establecer una oligarquía ideológica: como en el final del siglo XVIII o el inicio del XIX se distinguía entre “ciudadanos activos” y “ciudadanos pasivos”, o entre electores y elegibles según un criterio censitario, Karagánov propone que el ejercicio pleno de la ciudadanía se reserve únicamente a quienes sean capaces de demostrar su conformidad ideológica.
[10] Esta interpretación etimológica, por más extendida que esté, es sin embargo dudosa. Más allá del hecho de que šval’ recuerda más bien a la palabra “caballo” que a “caballero”, cuesta imaginar por qué giro lingüístico este último término habría adquirido en ruso una connotación tan intensamente peyorativa. En suma, probablemente estemos ante una leyenda etimológica semejante a la que atribuye la palabra francesa bistrot al ruso bystro.






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