El pasado 5 de junio, el periódico The New York Times, en un editorial titulado “Undoing All the Good Work on Cuba”, cuestionaba la efectividad de un cambio en la política de Estados Unidos hacia la isla, a pocos días de que el presidente Donald Trump informe oficialmente sobre ella, lo que ocurrirá —se espera— este próximo viernes, en la ciudad de Miami.
El editorial cita como fuente principal un informe publicado por la organización Engage Cuba, el cual pronostica daños en la economía estadounidense, de llegar a producirse un retroceso en el acercamiento entre los dos países, de más de 6000 millones de dólares y una pérdida de 12 295 puestos de trabajo.
Para la redacción de este informe, la organización Engage Cuba contó con la colaboración de consultores externos, entre ellos, el profesor Ted Henken, sociólogo, y especialista en asuntos relacionados con la cultura y la política cubanas. Henken, además, es autor del blog El Yuma, el cual figura entre las publicaciones de referencia para el estudio de la Cuba contemporánea.
¿Cuál es su opinión sobre la situación actual en Cuba?
Es importante distinguir entre cambios económicos y sociales que son reales y significativos en la isla, y cambios políticos que son casi inexistentes. También es importante distinguir entre la situación actual del gobierno y la del pueblo.
Yo diría que en cuanto a la situación económica y social del pueblo cubano hay, al menos, dos variantes:
a) Un grupo de beneficiarios de la nueva apertura al sector privado o micro-empresarial, quienes han creado negocios exitosos, riqueza personal y familiar, una mejor oferta de bienes y servicios y nuevos trabajos. Este sector incluye tanto a las famosas “paladares” y casas particulares como a muchos negocios que han aprovechado la pequeña apertura en el sector de las tecnologías de información y comunicación (TICs) como Conoce Cuba, Alamesa y Isladentro.
b) Al mismo tiempo, hay muchos cubanos que siguen atrapados dentro del sector estatal con salarios pésimos y muy poca autonomía. Los que esperaban una apertura para pequeñas y medianas empresas (PyMEs) y la salida de los profesionales del sector estatal, siguen aguardando —con cada vez más frustración—, el anuncio de la legalización de nuevos negocios privados sin personalidad jurídica específica; pero no existe aún ni una hoja de ruta ni una fecha para ese cambio necesario.
Además, aparte del sector turístico, la economía cubana ha dejado de crecer —por primera vez en más de 15 años— durante 2016, y se espera algo aún peor para 2017, dada la situación cada vez menos estable en Venezuela.
En cuanto al escenario político, los únicos cambios claves han sido la muerte de Fidel Castro, el límite de dos términos de 5 años para altos dirigentes, y la ya anunciada salida de Raúl Castro de la presidencia en febrero de 2018.
Pero estos cambios no modificarán nada sustancial porque un cambio de liderazgo que viene desde dentro del poder no implica ningún cambio de política.
¿Cuáles serían las principales medidas que podría introducir la administración Trump en las relaciones con Cuba?
Yo imagino que Trump va a introducir de nuevo el concepto de “condicionamiento” en la política de los EE. UU. hacia Cuba. Es decir, tratará de revocar lo que él ve como “concesiones” a la dictadura y, de paso, enviará el mensaje que si La Habana quiere construir una relación bilateral, tendrá que hacer cambios internos en cuanto a libertades políticas y derechos humanos.
Creo que limitará los viajes de norteamericanos a Cuba y acabará con algunos de los negocios que han comenzado, especialmente los que tienen al gobierno y los militares cubanos como socios principales.
A la vez, no espero que termine la relación diplomática ni cierre la embajada norteamericana en La Habana.
¿Cuáles serían las respuestas deducibles por parte del gobierno cubano?
Como nos dice claramente la historia, La Habana no va a aceptar que EE. UU. haga demandas sobre sus políticas internas. La reversión por parte de Trump al “condicionamiento” no arrojará un resultado diferente a los más de 50 años de embargo. Aislará aún más a los EE. UU. del mundo y de las otras naciones democráticas de las Américas y, definitivamente, no va a transformar a Cuba en un país más democrático o próspero. Al contrario.
¿Qué impacto podrían tener las nuevas medidas en la sociedad cubana?
En vez de aislar o empobrecer al gobierno, estas medidas solo van a hacerle más difícil la vida diaria al cubano de a pie, dado que van a cortar la llegada de remesas, visitantes, y posibles inversiones con que cuentan cada vez más los nuevos empresarios y emprendedores cubanos.
En el informe de Engage Cuba, cuyas cifras cita The New York Times, ustedes hablan de un impacto económico para los Estados Unidos de alrededor de 6,6 billones de dólares y una pérdida de 12 295 puestos de trabajo. ¿A qué se debe este impacto tan notable para la economía estadounidense?
Una parte clave de la política de Obama fue crear un grupo de intereses económicos reales entre grandes corporaciones norteamericanas para defender su política de apertura. Entre esas corporaciones se cuentan todas las aerolíneas más importantes del país, un grupo cada vez más grande de compañías de cruceros, varias empresas de hospitalidad como Starwood, y muchas compañías de viajes y remesas. Además, casi todas las compañías de telecomunicaciones ya han hecho arreglos para dar servicio en Cuba, sin mencionar los esfuerzos de compañías de Internet como Google y Airbnb para entrar en el mercado cubano. Finalmente, hay un grupo de estados que venden productos agrícolas a Cuba o tienen puertos por donde pasan estos productos, que experimentarán un impacto negativo en cuanto a las ganancias y los puestos de trabajo.
¿Cuál sería, a su vez, el impacto en Cuba, si llegara a endurecerse el tratamiento hacia la isla?
Como dije, la política de “mano dura” y “condicionamiento” no va a funcionar porque EE. UU. será el único país del mundo en aplicar esa política. Además, sanciones de este tipo solo funcionan si son bien enfocadas en logros o cambios específicos y siguen un timetable corto. En cambio, nuestras sanciones son difusas y han durado durante años sin lograr cambios claros.
Es cierto que después de dos años no hemos visto ningún cambio político en la isla, ni hacia la democracia ni en mayor reconocimiento de derechos fundamentales. El gobierno cubano ha seguido con una represión abierta contra grupos de la sociedad independiente y en algunos casos ha endurecido su represión puntual contra grupos como CubaLex y Convivencia.
Pero la administración Obama nunca prometió ni esperó un cambio rápido en cuanto a esas cosas. La idea fue borrar a EE. UU. como un chivo expiatorio conveniente; hacer que la presión de cambio cayera más clara y directamente del pueblo al gobierno.
Al mismo tiempo, el enfoque de los cambios de Obama en facilitar un mayor y más rápido acceso a las telecomunicaciones digitales y empoderar a los emprendedores nacientes del sector privado, sí ha dado frutos claros creando más acceso a información y más prosperidad e independencia económica dentro del pueblo. Hay muchas trabas tanto en Internet como en el sector privado y el “autobloqueo” sigue bastante poderoso, pero también se observan cambios significativos en estos dos sectores y son en parte gracias a la apertura de Obama.
Otro problema es que la administración de Trump no tiene ninguna credibilidad al reclamar un mayor respeto por los derechos humanos en Cuba mientras no lo haga en Egipto, Rusia, Arabia Saudita o Las Filipinas, o mientras trate de violar las leyes inmigratorias de los EE. UU. al aplicar un veto total contra naciones o religiones enteras.
La administración Trump tratará de justificar su nueva postura con referencia a un reclamo de los derechos humanos, pero ni los mismos disidentes cubanos le van a creer. Se debe a la política (o mejor dicho: la politiquería) doméstica, y a recompensar a Marco Rubio y Mario Díaz-Balart por apoyar las políticas y posturas domésticas de Trump.
Temo que el impacto de un endurecimiento de la política de los EE. UU. hacia Cuba solo empoderará a los talibanes dentro del gobierno cubano —quienes viven de la existencia de un lobo feroz a las puertas de la nación.
De conjunto con la posición que pudiera tomar la nueva administración estadounidense con respecto a Cuba, se ha notado una desfocalización hacia América Latina en la propuesta presupuestaria para 2018. ¿Cómo entiende usted este recorte?
Creo que es parte de un recorte general de la administración Trump. Irónicamente, el dinero que antes se destinaba para la promoción de la democracia en Cuba pudiera desaparecer mientras Trump endurece la política oficial hacia la isla. Es como el fin de la ley de “pies secos, pies mojados”, uno de los pocos casos en que hay una coincidencia entre la política de Obama y Trump en cuanto a Cuba.
¿Cuáles podrían ser las consecuencias para la oposición cubana, si, efectivamente, se le llega a privar de los fondos destinados al programa democrático en la isla?
Yo creo que sería algo muy saludable para la oposición interna si desaparecieran los fondos norteamericanos. Tendría que enfocar su trabajo en desarrollar contactos y apoyo desde el pueblo y desaparecería el calificativo de “mercenarios” que constantemente el gobierno cubano usa contra la oposición.
¿No representaría esta desfinanzación de los programas democráticos hacia Cuba, una medida mucho más cómplice hacia el gobierno de Raúl Castro que cualquier acercamiento conseguido durante la administración Obama?
Para ser honesto, no creo que al final estos fondos se cancelen. Pero si por un lado Trump ladra con una nueva política belicosa, y por otro lado quita los fondos para promover la democracia sería más de lo mismo de una administración que no coordina bien sus políticas para hacerlas legales y viables.
Por último, ¿cuál, a su juicio, será el escenario de Cuba para 2018, año en que Raúl Castro ha anunciado su cese al frente del gobierno y, a su vez, en el que podríamos encontrarnos una oposición que ha perdido a su mayor aliado?
La oposición interna nunca tendrá impacto ni apoyo dentro de Cuba si cuenta con los EE. UU. como su “aliado” y patrocinador principal. Tiene que independizarse de este apoyo.
A la vez, no veo ninguna solución que provenga desde dentro del poder o de un nuevo líder escogido por el Partido, incluso cuando ya no exista un “Castro” como presidente. Por el contrario, la solución empieza con la decriminalización de la discrepancia, un reconocimiento de los derechos fundamentales y la legalización de grupos, asociaciones, medios y partidos independientes y no controlados por el gobierno actual.
A mi juicio, desafortunadamente, todavía estamos muy lejos de ver tales cambios en la isla, y la nueva postura de Trump solo hará sufrir y esperar más al pueblo cubano.