“Lo único que queda es meter tijera”

Le he escuchado decir que la literatura es su manera de hacer dinero y la música electrónica su hobby. (¿Un music producer narrador? ¿Existe semejante sujeto literario? Hay que ver, hay que ver…).

Le digo que quiero hacerle una entrevista. Me dice que le da igual. Y ya este es un síntoma que merece estudio: un escritor que desestima el minuto de explicar su trabajo frente al público es alguien que 1) está demasiado satisfecho consigo mismo o demasiado ocupado trabajando como para perder el tiempo en tal cosa, 2) está realmente loco, o 3) se llama Cormac McCarthy…

Pero el autor que nos ocupa —a quien asalto en su casa, con una andanada de preguntas— no es, por supuesto, Cormac McCarthy. Este music producer tiene publicadas tres novelas (Un mundo tan blanco, 2015; Aptitudes para el baile. Notas al guion, 2015 y Ácido: blog de poesía, 2017) y un libro de relatos (Cinco perros y un ratón, 2014), mientras mantiene inéditas un buen número de obras. Nació en 1974; vive en Zamorana, un suburbio profundo de Santiago de Cuba; se comporta como un Bartleby al que todo (o casi todo) le da igual, y se llama Julio Jiménez.

En Un mundo tan blanco (Premio de Novelas de Gaveta Franz Kafka, Praga, 2015) se describe una sociedad que ha devenido un Gran Hospital, poblado de sujetos a los que un Estado imaginario cree enfermos, y en Ácido: blog de poesía presentas otra atmósfera distópica en la que el control es ejercido por un supuesto Ministerio de Cultura. ¿Por qué la distopía? ¿Tiene que ver con un deseo irresistible de “ficcionar” el statu quo de la realidad?

Y faltan otras, como la que aparece en “La máquina de moler payasos” (que creo no necesita explicación) y “Deseo 75” (de la que no pienso explicar nada), ambas de distante aparición, por el ritmo al que voy pinchando en ellas… 

Por una parte, siento que en muchas ocasiones la distopía es la manera más expedita de reflejar nuestra realidad “diseñada” y superior. En ocasiones bastan 30 minutos frente a un televisor, especialmente en las noches, para percatarse de lo distópicamente literaturizable que puede ser nuestro entorno. Por otra, aunque también tengo textos que se mueven en una zona realista, algo en mí propende a diseñar o controlar la “realidad” de lo textual. O a irme hacia lo fantástico, sin más. 

Debo confesar que el realismo como ejercicio creativo me supone un verdadero esfuerzo. En cuanto me descuido un poco, en cualquier escena un personaje me forma un foco y se me aparece con un tarro de unicornio que quiere meterle por derrière al coprotagonista. O un personaje tiene superpoderes y no quiere renunciar a ellos. 

A veces, por divertirme, sigo con eso, a ver hasta dónde da, y ha ocurrido que es fructífero y el texto puede cambiar completamente. En otras, vuelvo atrás y obligo al personaje a que se concentre en su examen para la licencia de conducción.  

Este trabajo con realidades distópicas o apocalípticas parece ser una marca en buena parte de la nueva narrativa cubana. Pienso en Jorge Enrique Lage, por ejemplo, con La autopista: the movie (por solo citar uno). ¿Qué opinión te merecen los nuevos narradores cubanos, esos que “clasifican” en el rango de la Generación Años Cero?

Si debo serte totalmente sincero, bróder, tendría que decirte que apenas conozco en profundidad el trabajo de esos narradores. No soy un lector disciplinado, ni leo “lo que debo”. Leo lo que me da la gana, y si no lo termino no me crea ningún problema. De hecho, cada vez leo menos… 

Del grupo que mencionas, quizás la excepción sería Lage, de quien he leído algún que otro cuento y creo que una novela (¿Carbono 14…?). Con él me pasa una buena cosa: mientras lo lees, puedes percibir una poderosa libertad en su proceso creativo. Según mi retorcido punto de vista, tiene dos valores que ya querría para mí: su talla no se nota muy acabada, ni parece tomárselo muy en serio. Eso, en nuestro atildado panorama, a mí me luce virtud. Además, se le notan ganas de ofrecer algo verdaderamente personal, y no meramente que las cosas le queden con empaque, o imitar al Virgilio y al Lezama, y al otro y al otro, como siento que hace una peligrosa mayoría de nuestros autores, preocupados por darle un brillo burguesito y ridículo a una literatura cada vez más anquilosada y conservadora. En fin, unos abiertos de tapas. Vaya, dicho de otra forma: es un tipo que escribe, no un “escritor”. Para mí la diferencia es esencial: leo a los primeros, y desprecio y me mantengo lejos de los segundos.

Volviendo a tu pregunta sobre esa Generación Años Cero, como grupo, apenas podría añadirte algo: ¿crees, finalmente, que formo parte de ella? Según he leído en alguna parte, se niega a entenderse como colectivo, dadas sus muchas individualidades tanto éticas como estéticas. Lo que a mí me parece lógico, por las múltiples interpretaciones vitales y filosóficas que conforman nuestra contemporaneidad. 

En tu obra (sobre todo en las novelas) se mueven casi siempre sujetos alienados, kafkianos, perturbados por una realidad más o menos asfixiante de la que no pueden escapar, y a los que no queda otro incentivo existencial que un mundo de estupefacientes, sexo, alcohol… ¿Por qué ese patrón de espacios alucinantes?

Debe ser por la fácil metáfora que produce la cerrazón… 

Viajé por primera vez fuera del país ya con cuarenta años, por un breve período. Quizás por eso no le faltaba razón al colega que me hizo notar una vez que mi literatura (sobre todo las novelas) era un remedo de mi vida juvenil, que había pasado encerrado en un lugar (Zamorana) con buenos socios, entre fiestas, alcohol y estupefacientes. Así que no hay tanta imaginación, después de todo. 

Yendo más allá, Un mundo tan blanco tiene cierto sustrato biográfico, toda vez que soy hijo de un médico, y de niño pasé mucho tiempo correteando por un hospital. Lo demás fue exagerar un poco. Podría agregar que en los textos por salir no todo es tan estrecho, local y retorcido, pero los próximos libros al menos dos van por lo misma zona. 

Así que no sé cómo explicarlo. Tal vez, sencillamente, sea falta de imaginación.  

Contrastando con las páginas de muchos autores cubanos de la isla, donde lo superfluo supone una mano de comodines para rellenar cuartillas soporíferas, “potestades incorpóreas” con carácter grandilocuente y trascendental, tu escritura en cambio, es la ausencia de elementos superfluos. Enfocada en registros de poca arquitectura lingüística, con tendencia a la sobriedad y el laconismo (incluso en la caracterización de personajes, descripción de ambientes, etc.), lo que realmente importa parece localizarse en la acción al desnudo. ¿Llamarías “neodirty” a tu trabajo?

Me molesta lo grandilocuente y me encabrona muchísimo lo transcendental, porque son recursos fáciles para que los lectores (casi siempre aficionados) no adviertan que tales escritores solo tienen palabras bonitas para contribuir a su “formación general e integral”, y no un par de buenos sentimientos o frustraciones con las que pasar un domingo. 

Yo no llamaría neodirty a mi material porque no le veo ni el “neo”, ni el “dirty”. Pero tampoco he pensado mucho en catalogarlo. Demasiado trabajo me da terminarlo sin morir de hambre en el intento. 

No suelo pensar mucho en mi escritura. Eso que lo haga otro. Tú, por ejemplo, si es que vale la pena, o cualquier crítico de esos que abogan por el “crecimiento espiritual que otorga la lectura”. ¿Has visto qué talla más loca esa? No leen porque están aburridos y sin dinero: ¡leen para crecer! ¡Holly shit! 

Hace poco, una de esas buenas almas me dijo en una fiesta: “Ay, discúlpame, pero tú no eres un intelectual”. Y me subrayó que no lo decía por ofenderme. 

Me salvó el día.

Ergo, ser un intelectual no implica necesariamente escribir bien. Conozco a varios que se lo han leído todo (literalmente todo), y están al tanto del último escritor publicado por Anagrama o Tusquets, pero son incapaces de vertebrar una historia entretenida, que divierta, quite el sueño y te deje un sabor de fondo de algo hecho para rumiar tu propia inconsistencia frente a la realidad…

Pues qué bien si mi material es (o ha sido) capaz de divertir, de quitar el sueño a alguien y dar esa sensación de inconsistencia ante la realidad. 

Para mí escribir pasa por comunicar de la mejor forma posible (rápida, concisa, amena) una historia que me salve, que nos salve del tedio inherente al mero acto de vivir. Y para leer, lo mismo. Puedes ser el autor más de moda, que si no me divierto con tu material, ahí mismo te doy el bate. Te aclaro que divertirme no es reírme: a mí me divierte, por ejemplo, un tipo esencialmente triste como Raymond Carver. 

Tengo el pálpito de que muchos autores se toman demasiado en serio a sí mismos y a la literatura. Es probable que sea su concepción de la literatura como algo trascendental y elevado, a lo que la gran vulgarota mayoría solo puede acceder pasivamente. Quizás vean el libro en el estante y no la página en blanco frente a ellos… 

Pero la vida es muy breve y ridícula como para tomársela en serio. O a lo mejor son ellos quienes tienen razón, y yo solo soy un bufón que necesita convertirse en un hazmerreír para lograr una cuartilla.

¿Y tu relación con los galardones que se ofrecen en el circuito nacional? ¿Realmente legitiman? ¿Realmente jerarquizan? ¿Realmente remuneran? ¿Cómo te llevas con todo ese cyclo-cross?

No me ha ido mal. Como se dice en el argot beisbolero, siempre he estado “en la comida”. Un lugar en el premio César Galeano del Centro Onelio Jorge Cardoso, un bronce en la primera convocatoria del Dinosaurio, un accésit en la Gaceta, mención en el David, un Oriente, un Kafka y otra mención en el Carpentier de 2016. Entonces, dime tú, ¿qué es estar legitimado?, ¿qué es lo que pasa o debe pasar cuando tu trabajo es legítimo?

A estas alturas, para mí, estar legitimado es que mis dos o tres amigos que leen (tengo otros que no lo hacen y a los que no obligo), que son los que saben lo ardua que puede ser esta pincha, me alientan a que siga, lo que me indica que no estoy perdiendo el tiempo (al menos, no del todo). Sobre la legitimación y la jerarquización literarias en Cuba, pesan demasiadas subjetividades, matices, comportamientos, conveniencias y circunstancias que van más allá de la estricta calidad de los textos. Por no hablarte de aberturas de tapas, conciliábulos, rendiciones, complots, intrigas y entregas. Como siempre digo: si no está en mis manos, me da igual.

¿Remuneración? El mejor de nosotros, a menos que consiga un contrato con una editorial extranjera, está cobrando menos que un barbero. 

Por eso, lo único que queda es meter tijera.

¿Y qué es, para ti, “meter tijera”?

Puede ser errónea, pero tengo la impresión de que en nuestro ámbito cada vez tendemos más a una cultura, o mejor, a una “política cultural” unidimensional, que atiende a una sola zona, encorsetada, desleída y programática, que te propone una historia del arte y la cultura “sinflictiva”, como si pretendiera hacer de todos y cada uno de nosotros un ser asexuado y benévolo, patriota y caritativo. Como ya escribí una vez: “una mezcla de Elpidio Valdés con Tomás de Kempis”. 

Por otro lado, la vida cultural fuera de la televisión o los espacios oficiales se vuelve cada vez más inhóspita. Hace poco un amigo me hizo una pregunta: “No me gusta ni el ballet de Alicia Alonso, ni la música de Buena Fe ni de Chocolate, ¿qué hago?”. Lo único que pude responderle fue lo que hago yo: “Mete tijera”. Y eso significa aislarte. Quedarte en el gao con los dos o tres socios que te queden y declarar tu casa “Zona Libre de Zombies”. Romper con todo aquello que no asumes como tuyo y que tus vecinos te empujan por ojos y oídos. 

Meter tijera es saber que la máquina de moler payasos no se detendrá nunca, que cumplirá su plan de producción al 200 por ciento, y que un día (si no estás atento) te levantarás, te pararás frente al espejo y te plantarás una pelota roja en la nariz. Meter tijera es responder a los ñángaras con la misma vehemencia con la que te plantean sus vacuidades. Y dar chucho. Reírte, reírte de todo: de los saltos inacabables en el teatro, de la sintaxis extravagante del Choco y de la vulgaridad tristona de los Buena Fe. 

No, no es un error. No sé qué pensarás tú, pero siento a Chocolate más auténtico que a Buena Fe. De Alicia Alonso nunca he sabido qué pensar, salvo que no me gustaría morir sin verla tirar un buen pasillo de break-dance.

Hablemos del remix. Sé que tienes una teoría propia (más allá de la Kristeva) que viene de la música, y que aplicas con precisión en tu literatura, y en la que has intentado enrolar a otros colegas como el poeta Alejandro Ponce… o a mí mismo.

Y a mi socio José Luis Serrano: ya me remezcló un texto. El suyo se llama “Aptitudes para el braille”. Y mira tú, a lo mejor ahí está el “neo” ese que querías endilgarme hace un rato. 

Como término, el remix es de la industria musical, especialmente de la zona de producción de música electrónica, que por su ingente presencia en el ámbito artístico, ha pasado como categoría de estudios académicos al ámbito de la sociología de la cultura, donde se le conoce como Remix Studies, y se está convirtiendo en un paradigma muy atrayente para los procesos y productos culturales. 

Yo he intentado incorporarlo a mi literatura, o mejor: he asumido métodos de producción de música electrónica en mi producción literaria. De ahí sale mi última novela publicada (Ácido: blog de poesía), con la que gané el Premio del Centenario de Soler Puig. ¿Cómo lo hago? Recurriendo a loops (partes repetidas e intercambiables), samples (fragmentos cortos o largos de otras obras) y efectos (las metáforas y símiles de toda la vida entendidas como reverbs o delays), para “producir”, más que “escribir” un texto. ¿Por qué? Porque soy un consumidor empedernido y productor a ratos de música electrónica, y como de eso no puedo vivir, y se debe escribir (se escribe casi siempre) de lo que se sabe, pues intento combinar lo que puedo hacer para ganarme la vida, con lo que me gusta hacer. 

De las músicas emergentes, se sabe que el metal tuvo su literatura, en Cuba y el mundo. El hip-hop no produjo tanta literatura entre nosotros (al menos, que yo sepa). ¿Le tocaría ahora a la electrónica? Vamos a ver. Posibilidades tiene. Ahora mismo estoy probando el remix como método de construcción en un texto que no tiene que ver nada con lo musical, y no me va nada mal, así que la cosa demuestra dar para mucho más. 

Claro, tal vez toda esta teoría no sea más que una manera de buscar otras formas de colocar mi material, al que seguramente los críticos reducirán a un vano esfuerzo por copiar descaradamente, o por disfrazar la noventera intertextualidad. O describirán correctamente el verdadero, que es paliar el aburrimiento que la OFICODA nos manda de vez en vez.

¿Electrónica y literatura? ¿Cómo manejas al mismo tiempo ambos oficios? 

Ante todo porque la producción de música electrónica no es mi oficio: es solo mi hobby, lo que hago de gratis, y aun así, me enriquece. Vengo en eso desde que tengo una PC que me lo permite. Quizás alrededor de 2005, por ahí. En ese tiempo he hecho un demo de drum and bass, firmado como Voltus Valdés, otro de reggae y otro de dubstep, y todo un EP con mi banda (Electrónica Palestina), y otro con mi otro proyecto, Doee. Así que probablemente haya hecho más música que literatura. Soy un músico frustrado, man, o es, tal vez, la literatura vista como creatividad mal encauzada.

El trabajo literario ha sido casi con desgano, porque no me ha quedado otro remedio que escribir lo que quiero leer. O por no saber qué hacer de bueno con demasiado tiempo libre. Pasé por el Centro Onelio en el 2001, con veintisiete años, y publiqué mi primer libro de cuentos en el 2014, trece años después. Eso te demuestra que durante mucho tiempo escribí, sin formar foco, sin preocuparme por publicar, por miles de cosas que no vienen al caso. 

El saldo de esa década fue desprenderme de la poesía fácil y las frases ampulosas. Me concentré en que mi satisfacción literaria se centrara en el mero acto escriturario, y aprender a escribir. Lo demás daba igual: premios, crítica, recepción del público, etc., no están ni estarán en mis manos, así que no puedo preocuparme por eso. Lo que pase con mi texto ya terminado, me la suda. Soy yo quien debe aprender algo con escribirlo. Soy yo quien debe reírse y divertirse. Si al cabo de un tiempo lo considero ready, si no es indigno, si no me va a avergonzar si alguien lo lee, lo doy por terminado y… a otra cosa, mariposa… 

He escrito una novela en tres meses, y en un año la han premiado y publicado. Llevo más de cinco años fajao con otro texto, y mi mejor novela ya va para ocho en una carpeta. ¿Tendría que preocuparme por algo de eso? No me parece.

Para terminar, cuéntame en qué andas ahora. ¿Qué viene después de Ácido: blog de poesía?

En algunos meses debe salir por Ediciones Caserón (el sello provincial de la UNEAC) un libro de cuentos: Líquidos y sólidos. Absolutamente realistas. Cuentos de amor entre gente común. Intento averiguar cómo es enamorar y querer a alguien sin tener las referencias culturales para construir frases a las que tanto recurrimos los intelectualoides. Y déjame decirte, es uno de los trabajos que más satisfecho me ha dejado, y que puedo releer sin sonrojarme. 

Además, todavía tengo que salir de tres novelas, “Pellejo” (las aventuras de dos amigos que quieren filmar una porno, pero los vecinos de uno de ellos son unos moralistas con superpoderes y se lo impiden), “LVV4Ever” (una distopía: Los Van Van se han hecho con el poder en una sociedad donde bailar es obligatorio y el protagonista no sabe bailar), y “La boda del cosmonauta” (un tipo al que le toca el sorteo para el yuma y tiene que buscarse una mujer que pague los trámites. Es mi primera novela, de allá de principios de los dos mil, medio malucona, pero con la que ya no hago nada en la máquina…).   

Por lo demás, debo terminar al menos otras dos novelas y un libro de cuentos, todos bastante adelantados. Para colmo, tengo que trabajar en mi tesis de doctorado en Sociología, que es por lo que en verdad me pagan mensualmente. Como ves, la pincha sobra…

Pero hace más de cinco meses que no escribo. Creo que provocado por los 349 grados de calor de estos días, que me tienen medio cabrón. Vamos a ver si un día de estos empiezo. A lo mejor esta entrevista me da fuerzas. 

O quizás es mi último contacto con la literatura. Siendo sincero, no me gustaría dejar sin terminar los manuscritos que valgan la pena. Pero en esta pincha siempre algo quedará inacabado.

Bueno, ya veré a qué me dedico. ¿Tú conoces de alguien que dé cursos de barbería?