Se me ocurren mil modos de presentar a Maielis González, como profesora, como investigadora, como escritora o como promotora literaria. También pudiera presentarla como amiga, cosa que llena esta entrevista de matices no solo profesionales sino también personales. Pero he decidido preguntarle cómo le gustaría ser presentada hoy, que han pasado años de nuestro primer encuentro, y ella ha cambiado tanto como las geografías que ha recorrido.
¿Cómo te gustaría que te presentaran? De todo lo que haces, ¿qué es prioridad hoy?
Si esta entrevista me la hubieras hecho unos años atrás, probablemente te hubiera contestado que “profesora” o “investigadora literaria”; pero los tiempos han cambiado…, yo he cambiado muchísimo, he ganado en autoconfianza y me he propuesto luchar abiertamente contra el Síndrome del Impostor que me decía —y me dice todavía hoy en los días más aciagos— que no soy buena en lo que hago, que soy insignificante o que la gente que valora mi trabajo no tiene la más mínima idea de literatura.
Así que hoy te responderé que soy narradora… Soy escritora de ciencia ficción y mediadora de lectura, que es una categoría que engloba las otras facetas de mi relación con los libros.
Dicen que los escritores tienen una o dos obsesiones y escriben sobre ellas todo el tiempo de diversos modos, ¿cuáles son las obsesiones de Maielis González?
Pues como escritora de ciencia ficción o de ficción especulativa —otro de los nombres con el que se conoce al género y que, quizás, resulte más preciso para ciertas modalidades de esta literatura—, se podría pensar que mi respuesta tendría que ser el futuro. Sin embargo, ese es uno de los grandes equívocos en que se incurre al definir, casi siempre desde fuera del género, la ciencia ficción. Esta, antes que, del futuro, trata del presente y de sus preocupaciones; de los dilemas más universales. Por eso es una literatura tan pertinente; creo que hemos demostrado en demasiadas ocasiones que el futuro, cercano o lejano, nos importa más bien poco.
Por eso continuamos empecinados, por ejemplo, en nuestro actuar destructivo con el medioambiente, cuando desde hace décadas se vienen anunciando catástrofes relacionadas con el agotamiento de los combustibles fósiles o el cambio climático, por mencionar solo dos de nuestros problemas más acuciantes…, y seguimos tan panchos, repitiendo patrones. En las proyecciones futuras de la ciencia ficción se encuentran cifradas las claves, problemáticas y obsesiones de nuestro presente, no de un futuro, cercano o lejano, del cual no participaremos.
En este sentido, en mi narrativa, sin que me lo haya nunca planteado explícitamente, suelen aparecer con asiduidad temas como el libre albedrío, la identidad —que es un asunto cuya importancia se ha intensificado desde que soy emigrante— o las divergencias respecto a la norma —sean estas sexuales, conductuales o existenciales.
¿Síndrome del Impostor? Razones de género, culturales, territoriales, ¿otras?
Como dije en la primera pregunta, el Síndrome del Impostor es un enemigo que, por lo menos, tengo identificado y frente al que intento sobreponerme. Sí pienso que su existencia está muy ligada a factores como el machismo, la misoginia, los roles de género y el elitismo. Esto no quiere decir, sin embargo, que solo las mujeres lo padezcamos, sino que es entre nosotras que este florece con mayor fuerza y asiduidad; por razones que tienen que ver con nuestra educación y no me refiero a que hayamos crecido escuchando “un hombre siempre va a ser mejor que tú” —cuando estás viendo constantemente a tu alrededor, en la realidad o en los medios de comunicación, que las figuras de poder y autoridad son, en su inmensa mayoría, hombres, ese mensaje te cala—, pero me refiero a que nos hemos formado bajo la idea de que ciertas actitudes son inherentes a nuestra condición de mujer, como la de ser cuidadora —de nuestros hijos, parejas y mayores—, que se traduce también en poner al otro o lo otro por encima de nuestras propias necesidades y proyectos.
Esta conversación la he tenido con muchísimas amigas escritoras excelentes…, la he tenido contigo, sin ir más lejos. Y ya no estamos hablando aquí de potenciales escritoras que no lo han sido porque tuvieron que casarse y atender a sus maridos e hijos o ponerse a trabajar en cualquier otra cosa más lucrativa y “aterrizada” que escribir; no, me refiero a mujeres que se la han pasado posponiendo su tiempo de escritura para dar prioridad a la promoción literaria, por ejemplo, para sacar adelante proyectos editoriales en que publican a otros o dedicarse a la vida académica en que estudian y analizan la literatura que “sí es válida”. Deconstruirse es también hacerse consciente de que sobre una están operando estas ideas y que es necesario sacudírselas de encima.
Si tuvieras que hacer un mapa literario de referentes que han marcado tu modo de escribir, por etapas, incluso, tus aspiraciones futuras como escritora, ¿a quiénes incluiría?
Creo que existe —o por lo menos así opera en mi escritura— una diferencia entre los autores y autoras que me han marcado, y que he colocado en una especie de altar personal, y luego los que influyen en mi escritura. Un suceso que puede ocurrir, en ocasiones, sin que yo misma me dé cuenta. Entonces, te podría hablar de autores a los que amo profundamente, pero eso no significará que necesariamente sus trazas se encuentren en mi narrativa. Por ejemplo, Borges es uno de mis preferidos, escribí incluso un cuento llamado “Zahir” en que lo homenajeaba, pero no creo que mi literatura aspire a ser borgeana, cosa de la que me alegro mucho, por otra parte.
En mis inicios como lectora y escritora en ciernes, para sorpresa de nadie, la mayoría de mis referentes eran autores hombres. Me encantaba la logicidad totalmente absurda de Virgilio Piñera, la poesía contenida de la prosa de Italo Calvino y su capacidad de fabulación, lo profuso de Roberto Bolaño y cómo era capaz de articular universos propios que continuaban existiendo luego de cerrado el libro, o el sentido de la maravilla y la prosa límpida de Ray Bradbury.
Sin embargo, en la actualidad me siento profundamente inspirada por muchísimas autoras que se han convertido prácticamente en paradigmas: Margaret Atwood, no solo por su alucinante literatura, sino por su praxis de vida; Octavia Buttler, por esa destreza para consternar incluso cuando está narrando las cosas más inefables; Ursula K. Leguin, por ser la escritora que no sé si nos merecíamos, pero que definitivamente necesitábamos; Mariana Enríquez, por la dicha de haber coincidido en mi tiempo en la Tierra con una genio como ella.
¿Hacia dónde va la búsqueda/investigación/motivación para futuros proyectos?
Para este año quisiera terminar dos novelas…, o al menos intentarlo. Una de ellas la empecé a escribir hace un tiempo, pero me desenamoré en el camino. En las últimas semanas no he dejado de pensar en ella, así que quizás es tiempo de retomarla. No es una novela de género, aunque sí tiene tintes fantásticos; entraría dentro de lo que se conoce como new weird…, creo. Yo la voy a escribir, las etiquetas ya no son problema mío.
Lo otro es un proyecto más ambicioso que me produce un poco de miedo y para el que tendré que documentarme mucho antes de lanzarme. Es una novela que transcurre en el siglo XIX, parte en Cuba y parte en Europa. Tendrá elementos de esa literatura conocida como “afrofuturista” —aunque a mí en lo particular me incomoda mucho esa etiqueta; creo que aplicarla indiscriminadamente es exotizante e invisibilizador—; también de steampunk —ese subgénero que imagina un futuro con estética victoriana y máquinas de vapor— y de cosmogonía yoruba. A ver si lo consigo.
Has podido chocar con la temperatura literaria, al menos en los géneros que trabajas, tanto en Cuba como en España. ¿Qué criterio te merece?
Me voy a referir solamente a la literatura de géneros fantásticos, porque es lo que más conozco, aunque una extrapolación a otras modalidades literarias es perfectamente posible.
Los dos que mencionas son universos sumamente complejos y diferentes. Cuba, como en muchos otros aspectos, se encuentra muy aislada y es muy difícil lo mismo leer libros contemporáneos que sus autores actuales lleguen al exterior. Y España, que sigue teniendo una relación metrópoli-colonia con Latinoamérica en muchos aspectos y en el cultural-literario, sin dudas, se muestra insultantemente desinteresada por lo que se está escribiendo del otro lado del Atlántico. Es cierto que esa situación parece haber estado cambiando en los últimos años, pero todavía queda muchísimo por hacer.
De la impotencia de que aquí no se conocieran a escritores, y, sobre todo, escritoras, latinoamericanos, han nacido muchos proyectos que llevo en mi faceta de mediadora de lectura/promotora literaria. Esto me ha permitido mantenerme al tantode lo que se está produciendo del otro lado, hacer búsquedas y lecturas activas; pero resulta sumamente difícil porque la mayoría de los libros más interesantes —o al menos los que a mí me interesan— se publican en editoriales independientes que tienen una distribución nacional y entonces una debe valerse de otras redes —básicamente, amigos que viajen de allá para acá— para acceder a ellos.
Pudiera creerse que es poca tu versatilidad por trabajar sobre todo ciencia ficción; sin embargo, has escrito cuentos, novela juvenil y para adultos. ¿Crees que trabajar en estos modos de hacer es casi obligatorio para evolucionar como escritora? Háblame de esta evolución y de las obras que la sustentan.
No creo que ese camino de diversificación en cuanto a vehículos para contar historias tenga que ser obligatorio. Cada escritor tiene sus búsquedas. Hay quien en su carrera solo produce novelas; otros que solo escriben cuentos. Yo soy una defensora del relato corto y no soporto a esa gente que lo trata como “ensayos para escribir la novela”, que es la obra verdaderamente importante para consagrarte como escritor.
Otra cosa es el aspirante a escritor que pretenda escribir una novela sin haber intentado concluir proyectos más breves. Cosa que me parece casi imposible. Luego, estos proyectos no tienen que ser publicados necesariamente. Hay que saber diferenciar qué cosa es publicable y qué cosa no, y entender que ese texto que no es publicable también tuvo su función y su importancia en tu evolución escritural. Pero se puede hacer una carrera perfectamente válida ciñéndose a un solo género literario.
En mi caso, yo he ido abordando diferentes formatos para narrar, como mismo he hecho con las temáticas. Me gusta ir probando cosas. Mi primer libro publicado, Los días de la histeria (Colección Sur, 2016), fue casi un folleto que contenía dos relatos largos de ciencia ficción y que resultó ganador de un concurso —uno que, por cierto, no era especializado en ciencia ficción y cuyo jurado no parecía muy afín o conocedor del género, pues resaltaron que premiaban mi libro por ser “muy humano a pesar de tratarse de ciencia ficción”—. Mi librito contenía dos distopías: una (“Los días de la histeria”) con una estética asimoviana de computadoras-armatostes y experimentos sociales; y otra (“Seudo”) que recordaba más a Un mundo feliz, al tratarse de una sociedad verticalista, alojada en un edificio descomunal, en que las clases privilegiadas vivían en los pisos más altos y los prolos se hacinaban en los sótanos, a la par que les tocaba hacer todo el trabajo sucio.
El segundo libro, Sobre los nerds y otras criaturas mitológicas (Guantanamera, 2017), fue otra colección de cuentos de ciencia ficción, de extensiones más breves, aunque también había algunos largos, que construían una especie de catálogo de temas y personajes-tipo relacionados con la ciencia ficción (hackers, abducidos por ovnis, otakus, Inteligencias Artificiales insurrectas, mangakas, cíborgs); posee de un tono más juguetón e irónico.
Mi tercer libro, Espejuelos para ver por dentro (Editorial Cerbero, 2019), es una novela corta infanto-juvenil. Me gusta explicarla resumidamente como: “ciberpunk para púberes”. El ejercicio que quise hacer con ella fue escribir el libro que me hubiera gustado leer con 12 años; de aquí que haya una niña empoderada y astuta, desenmascarando conspiraciones poshumanas junto a su mejor amigo y su robot-gato. Hace pocas semanas se publicó una continuación de las aventuras de Zafira y Nano en Nolugar, que se titula Catalejos para mirar muy de cerca. Es una novela más extensa y espero que me dé tantas alegrías como la primera.
Y ya solo quedaría por mencionar De rebaños o de pastores (Cazador de Ratas, 2020), una novela corta para adultos, ilustrada por la enorme Duchy Man Valderá, que es nada menos que una ópera espacial existencialista. Como ves, la experimentación forma parte de mi proceso de escritura, pero esto puede funcionar de diferente forma para otros.
¿Piensas salirte de la norma de género alguna vez?
Pensar, no lo he pensado, pero podría ocurrir. Tampoco me propongo, de antemano, escribir una historia de ciencia ficción; simplemente me sale así. De todas formas, la ciencia ficción es tan extensa y compleja en sus temas, formas y libros que componen su corpus, que no alcanzaría el lapso de una vida para abarcarla entera, así que no lo veo como una limitación.
¿Qué es Las Escritoras de Urras?
Es un proyecto que emprendí en 2020 con mi amiga, la traductora Sofía Barker, que cuenta con un pódcast, una página web y una serie de antologías ilustradas para difundir y analizar la obra de autoras contemporáneas —a partir de 2022, también publicaremos personas trans y no binarias— de literatura fantástica, poco difundidas en España. Sofía se encarga de traducir relatos del inglés, que se publican en revistas muy reconocidas del ámbito anglófono, pero que no llegan casi nunca al español, y yo aporto autoras latinoamericanas, algunas noveles, otras con una trayectoria impresionante en sus contextos nacionales.
Es un proyecto que nos ha dado muchísimas satisfacciones, a pesar de que tiene muy poco tiempo de creado. El pasado noviembre recibimos el Premio Ignotus —la condecoración más importante que se da en España a los géneros de la fantasía, la ciencia ficción y el horror— en la categoría de Mejor Producción Audiovisual y la antología del primer año de nuestro proyecto quedó en el número uno de los libros más destacados de 2021, según el portal Literatura Fantástica.
Las Escritoras de Urras me produce mucha alegría y orgullo. Siento que estoy haciendo algo realmente significativo para cambiar la inercia del mundo de la literatura, aunque sea en el ámbito más bien modesto en el que me desempeño.
Como investigadora y promotora literaria, ¿con qué escritores crees que seguimos en deuda?
Con un montón. Para nuevamente ceñirme a la literatura fantástica y al ámbito cubano, mencionaría a Arístides Fernández —pintor y cuentista modernista, el iniciador de la literatura de horror en Cuba—, a Virgilio Piñera —que fuera de las fronteras de nuestro país apenas se le conoce y debería figurar en los imaginarios colectivos en los mismos panteones que habitan Borges o Rulfo—, a Gina Picart —porque el mundo de la literatura fantástica en español se está perdiendo tremendo referente— y al increíble Chely Lima, que ha hecho tanto por el género fantástico en Cuba y con la inmigración a veces también viene, desgraciadamente, el borrado de la memoria; a él lo vamos a publicar en Urras, te lo cuento como primicia.
¿Qué es lo más friki que has hecho?
Hacer mi tesis de licenciatura en Letras sobre ciberpunk cubano.
¿Del 1 al 10 cuán rara eres?
Un 5; solo soy rara cuando el contexto es demasiado conservador.
¿Punto débil como escritora?
Las descripciones. Le echo la culpa a que soy miope severa y eso ha condicionado mi manera de percibir el mundo.
¿Manía favorita como escritora?
Me gusta mucho usar el narrador en segunda persona.
¿Placer culpable?
Ya nada me da culpabilidad, la verdad. Pero desde fuera podrían decirse que Drag Race (culpa tuya, por cierto), las comedias musicales o La Oreja de Van Gogh.
¿Peor escritor o escritora de la historia?
La pelea está reñida. El que escribió Expedición Unión-Tierra, la peor novela de ciencia ficción que se publicó jamás en Cuba.
¿Título posible de serie de ficción propia?
Ya existe. La transmito en mis historias de Instagram y se llama “La influencer que nadie pidió”.
Si emprendieras un proyecto editorial propio, ¿qué línea editorial tendría?
Literatura fantástica latinoamericana, obviamente.
© Imagen de portada: Maielis González / Facebook
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“Se ha hablado mucho de las ruinas de La Habana y ahí siempre me gusta marcar una diferencia: no son ruinas; son escombros. Las ruinas son bellas y altivas, los escombros son deshechos”.