Mucho ruido con Maduro, una conversación con Will Freeman

Para el presidente Donald Trump, Venezuela se ha convertido en el epicentro de su correlato del siglo XXI de la Doctrina Monroe: un experimento de proyección de poder motivado, al menos en apariencia, por una nueva guerra contra las drogas y basado en su convicción de que el dominio hemisférico es un imperativo de seguridad nacional. Trump ha presentado a Nicolás Maduro como un “narcoterrorista” y un dictador ilegítimo, ha ordenado a las fuerzas especiales estadounidenses destruir embarcaciones que supuestamente transportaban cocaína hacia Estados Unidos y ha desplegado la mayor concentración de recursos militares estadounidenses en el Caribe en décadas. Para analizar la lógica, los límites, los riesgos y los posibles beneficios de esta política hacia Venezuela, conversé con mi colega Will Freeman, investigador de estudios latinoamericanos en el Council on Foreign Relations.

Michael Froman: El régimen de Maduro tiene un largo historial de transgresiones —que abarca violaciones de los derechos humanos, corrupción sistémica y la lenta asfixia de la vida cívica en Venezuela—. Esto ya era cierto durante el primer mandato de Trump, también bajo el presidente Biden, y sigue siéndolo ahora, en el segundo mandato de Trump. Entonces, ¿qué ha cambiado? ¿Por qué esta escalada ahora?

Will Freeman: No está claro qué ha cambiado. El gobierno no ha respondido explícitamente a las preguntas “¿por qué ahora?” o “¿por qué este giro?”. No olvidemos que sí ha habido un giro. Durante el primer mandato de Trump, su política hacia Maduro fue de “máxima presión”. Pero en los primeros meses de este año, el enviado especial de Trump, Ric Grenell, viajó a Caracas para negociar. La administración también amplió las medidas de alivio de sanciones de la era Biden, permitiendo que Chevron siguiera extrayendo petróleo y que Shell desarrollara un yacimiento de gas en alta mar.

Entonces, ¿por qué este repentino cambio hacia una postura más agresiva? Una posibilidad es que el secretario de Estado Marco Rubio tenga cada vez más influencia sobre Trump y esté impulsando, una vez más, un cambio de régimen. Rubio está personalmente comprometido con el fin de las dictaduras de izquierda en Venezuela, Cuba y Nicaragua. Puede creer que es posible derrocar a Maduro sin una invasión terrestre, simplemente atemorizándolo hasta que renuncie o generando suficiente miedo entre los altos mandos militares como para que se vuelvan contra él. Si esa es la estrategia, me temo que tiene pocas probabilidades de éxito.

Otra hipótesis es que Trump vea en esto un medio relativamente “de bajo costo” para disuadir a los narcotraficantes de la región. “De bajo costo” porque, a diferencia de México —donde Trump ya había propuesto atacar a los carteles—, Venezuela está diplomáticamente aislada, tiene mucha menos relevancia económica para Estados Unidos y carece de capacidad real para responder. Esta es la justificación que Trump ha usado públicamente al describir a Maduro como el líder de un cartel de “narcoterrorismo” que inunda Estados Unidos con drogas mortales: una descripción que acierta en algunos puntos (funcionarios del régimen han colaborado con traficantes) y falla claramente en otros (la mayoría de las drogas venezolanas se dirigen a Europa, mientras que prácticamente todo el fentanilo y la mayor parte de la cocaína que entra en Estados Unidos provienen de México).

Si esto pretende ser una advertencia para los narcotraficantes, se apoya en dos supuestos: primero, que los ataques intimidarán a las bandas y carteles de otros lugares y los llevarán a reducir sus envíos de droga; y segundo, que esos grupos tendrán más dificultades para reclutar contrabandistas de bajo nivel por el aumento del riesgo. Soy escéptico. Los narcotraficantes están acostumbrados a arriesgar la vida. No está claro que los ataques a embarcaciones —incluso si se expanden al Pacífico, como el que vimos el miércoles— vayan a disuadirlos

Michael Froman: No estoy tan seguro de que los ataques no logren al menos disuadir el tráfico marítimo. Una cosa es temer el arresto; otra, temer un ataque con drones. Cuando miro las cifras de cruces fronterizos, está claro que al deportar inmigrantes ilegales a prisiones en El Salvador o Sudán, Trump ha logrado disuadir a la mayoría de los potenciales migrantes de intentar llegar a la frontera sur. Pero, en una visión más amplia, ¿no hemos visto ya esta película? Durante el primer mandato de Trump, bajo la llamada campaña de “máxima presión”. ¿Qué cambia esta vez, tanto en los objetivos declarados del gobierno —restablecer la relación bilateral y modificar la situación sobre el terreno en Venezuela— como en los medios que emplea para lograrlo?

Will Freeman: Trump ya probó la “máxima presión” durante su primer mandato para intentar derrocar a Maduro. Pero esta secuela es algo distinta. En esta ocasión, Trump no ha fijado explícitamente como meta la salida de Maduro, aunque tanto la magnitud del despliegue militar como los comentarios de otros funcionarios del gobierno sugieran lo contrario. En su lugar, los objetivos declarados son disuadir a los narcotraficantes y frenar la migración irregular. Estas metas más limitadas le permitirán proclamar un “éxito” incluso si Maduro sigue en el poder.

La segunda diferencia —algo paradójica, dado el carácter más limitado de los objetivos declarados— es que Maduro y su círculo más cercano parecen más asustados esta vez. Perdieron las elecciones del año pasado por un margen aplastante y saben que el escaso apoyo que alguna vez tuvieron ya ha desaparecido. Ven a un presidente estadounidense sin freno en las normas tradicionales. Saben que, aunque es muy poco probable que Trump envíe tropas al terreno, cualquier cosa es posible: ataques terrestres o incluso un ataque de decapitación dirigido contra Maduro.

Aun así, no creo que el clima de miedo, por sí solo, logre apartar a Maduro del poder. Tiene demasiado que perder. Por último, resulta interesante que esta vez la administración esté presionando a Maduro con una demostración de fuerza militar, en lugar de volver a una estrategia de sanciones económicas de máxima presión; quizá sea un reconocimiento implícito de que las sanciones contribuyeron a agravar la crisis migratoria.

Michael Froman: Hace unos días, tres bombarderos B-52 del ejército estadounidense, con capacidad nuclear, volaron hacia el Caribe en una notable demostración de fuerza. También hubo informes de vuelos similares de B-1. Pero no se trata solo de los bombarderos B-52; hemos concentrado un contingente considerable de buques de guerra, un submarino nuclear de ataque rápido, F-35, drones, helicópteros artillados y miles de tropas a distancia de ataque de Caracas. Y ahora, todo el grupo de combate del portaaviones Gerald R. Ford está siendo desplegado bajo el mando del Comando Sur para apoyar la campaña de presión. ¿Cómo interpretas este despliegue militar? ¿Qué podemos y no podemos hacer con estos recursos, y cómo crees que lo percibe el régimen de Maduro?

Will Freeman: Para empezar, nada de esto se parece a una operación antidrogas normal. La última vez que vimos un despliegue de esta magnitud en el Caribe fue justo antes de la invasión de Panamá en 1989, la que derrocó al dictador Manuel Noriega. Con estos recursos, podríamos hacer mucho. Y Maduro, como mencioné antes, parece asustado.

Pero creo que esto se trata más bien de “mensaje militar”, no de preparativos para una invasión terrestre. En primer lugar, los aproximadamente diez mil efectivos desplegados en la zona no bastan para ocupar y controlar un territorio extenso. Una invasión como la de Panamá —un país mucho más pequeño— requirió treinta mil soldados, muchos de ellos ya en la zona del canal. En segundo lugar, Trump confirmó que había autorizado operaciones de la CIA dentro del país, lo cual es, digamos, poco habitual. Si llegara a haber un ataque terrestre, supongo que podría dirigirse contra un campamento de un grupo armado cerca de la frontera con Colombia: otro intento de generar miedo, pero no una amenaza existencial para el régimen de Maduro. El objetivo es presionar al régimen, ver si se quiebra, y si no lo hace, obtener concesiones. La pregunta es: ¿qué concesiones?

Michael Froman: La administración ha oscilado entre negociaciones secretas —en las que Maduro, supuestamente a cambio de su supervivencia política, ofreció a Estados Unidos acceso preferencial al petróleo y los recursos minerales de Venezuela— y una campaña abierta de acciones militares y encubiertas orientada a derrocarlo. ¿Crees que todavía existen opciones pragmáticas que permitan a Maduro permanecer en el poder, o la política ya se ha consolidado en una postura de “cambio de régimen o nada”?

Will Freeman: El gobierno de Trump, por supuesto, preferiría ver a Maduro fuera del poder. Trump afirmó recientemente que Maduro le ofreció “todo”, pero que no aceptó. (El New York Times informó lo mismo). De nuevo, Trump no dice explícitamente “Maduro debe irse”, pero todo apunta en esa dirección.

Aun así, sin invadir Venezuela ni capturar o matar a Maduro, no veo que eso ocurra. Maduro y su círculo más cercano conciben ceder el poder como una cuestión de vida o muerte —y no solo política.

Los dictadores abandonan el poder cuando tienen seguros: la protección de los militares, amnistías, un acuerdo de reparto del poder o alguna otra garantía de su futuro personal y político; o bien cuando son expulsados violentamente. En la historia de América Latina, todas las dictaduras han terminado de una de esas dos formas, casi siempre la primera.

Maduro no tiene seguro alguno. Si pierde el poder, su sistema de control de los militares mediante la vigilancia y el clientelismo se derrumba, y no podrá contar con su lealtad. Además, puede observar que la mayoría de las amnistías que los autoritarios se otorgaron al dejar el poder en América Latina fueron luego anuladas. Y es un paria internacional, actualmente investigado por la Corte Penal Internacional. Si tiene suerte, él y su familia inmediata podrían refugiarse en Rusia o quizás en Irán. Un gran “si”.

Por tanto, no renunciará voluntariamente, ni siquiera bajo una presión extrema. Creo que lo mismo puede decirse de los principales dirigentes civiles y militares del régimen. Lamentablemente, sin violencia, no veo que Maduro se vaya. En el escenario más probable —que permanezca en el poder—, creo que Trump abandonará de nuevo la idea de un cambio de régimen y buscará concesiones menores.

Michael Froman: ¿Y qué pasa con la oposición? Edmundo González ganó las elecciones de 2025, según los informes, por un margen abrumador, y fue reconocido por muchas democracias. Y con el reciente Premio Nobel de la Paz de María Corina Machado y su hábil acercamiento al equipo de Trump, he oído comentarios de que la oposición está más unida y es más capaz de lo que muchos creen.

Will Freeman: El esfuerzo de la oposición en 2024 fue heroico: organizarse en condiciones totalmente desiguales para ganar antes de que Maduro les robara la elección. Pero su valentía no cambia una realidad básica: el poder nace del cañón de un fusil. A menos que el ejército se subleve —lo cual es poco probable—, el régimen se mantendrá.

La reputación de Machado como líder intransigente ayudó a movilizar al público, pero puede haber intensificado aún más la resistencia del régimen a ceder o compartir el poder. Su promesa de amnistía para los militares probablemente suena vacía a quienes temen represalias. La historia demuestra que las transiciones desde regímenes militares en América Latina fueron, por lo general, encabezadas por abogados tecnócratas moderados o políticos profesionales, no por figuras incendiarias. Me duele decirlo, pero por todas estas razones no veo un desenlace pacífico en esta historia.

Michael Froman: En línea con eso, muchos observadores sostienen que Maduro ha logrado blindar su régimen contra un golpe de Estado. ¿Cómo evalúas hoy la seguridad política de Maduro y qué impacto podría tener el enfoque militarizado de la administración Trump sobre la dinámica interna del régimen y sobre el clima político en general dentro de Venezuela?

Will Freeman: Coincido en que el régimen ha hecho todo lo posible por volverse a prueba de golpes y mantiene un control férreo sobre las fuerzas armadas, con la salvedad de que las relaciones cívico-militares en regímenes autoritarios son difíciles de interpretar —especialmente desde el encarcelamiento, en 2024, de la principal experta venezolana en el tema, Rocío San Miguel—. Maduro ha utilizado los ascensos para crear una casta de mandos dentro de las Fuerzas Armadas con acceso a privilegios especiales y a fuentes (ilícitas) de ingresos, entre ellas las lucrativas minas ilegales de oro. El Comando Sur estima que en Venezuela hay unos 2.000 generales y almirantes, es decir, uno por cada 70 soldados.

Esos son los incentivos. Luego vienen los castigos. Generales, oficiales y tropas viven bajo una estricta vigilancia. Agentes de contrainteligencia militar entrenados en Cuba detectan y castigan la disidencia desapareciendo y torturando no solo a posibles disidentes dentro de las fuerzas armadas, sino también a sus familiares. El régimen aplastó nueve intentos de motín de las fuerzas de seguridad entre 2017 y 2020. La administración Trump puede estar esperando que el despliegue militar estadounidenseprofundice las divisiones dentro de las filas venezolanas —divisiones que la oposición insiste, desde hace años, en que existen—, pero no soy optimista. Un golpe militar exitoso requiere un nivel de coordinación que hoy resulta casi imposible bajo las condiciones actuales.

Michael Froman: Por supuesto, Venezuela y Estados Unidos no existen en aislamiento. Maduro recibe apoyo de Rusia, China, Cuba y otros socios autoritarios. ¿Cómo crees que la nueva política de Washington hacia Venezuela está reconfigurando el panorama regional? ¿Hasta qué punto podrían los actores externos inclinar la balanza y cómo encaja Venezuela en la ecuación de la competencia entre grandes potencias?

Will Freeman: Es cierto —esto no se desarrolla en el vacío—, pero creo que hay dos factores que pesan más: hasta dónde esté dispuesto a llegar Trump y el control de Maduro sobre el ejército. La importancia de otros actores externos, en mi opinión, suele sobreestimarse. Turquía, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Rusia, Cuba y China han ayudado a Maduro a amortiguar el impacto de las sanciones estadounidenses. China, por ejemplo, compraba hasta el 90% del petróleo venezolano hasta agosto. Pero incluso si esos países retiraran su apoyo mañana, dudo que Maduro cayera. Venezuela no es un país de gran relevancia geopolítica para Rusia o China, aunque resulta útil para irritar a Estados Unidos y desviar la atención de otros frentes.

Dicho esto, la política estadounidense hacia Venezuela tendrá efectos colaterales en la competencia entre Estados Unidos y China en el resto del hemisferio. Brasil y Colombia, gobernados por la izquierda y antes más cautelosos con Pekín, han empezado a ampliar sus vínculos militares y tecnológicos con China, alarmados por el proteccionismo y la postura agresiva de Trump. Dudo que sea una coincidencia. Los líderes latinoamericanos están cubriéndose las espaldas, sobre todo aquellos que no comparten la ideología de Trump.

También está en juego en Venezuela algo más que la política: las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, además de valiosos yacimientos de oro, diamantes y coltán. Eso, sin duda, le otorga al país una importancia geopolítica significativa para Estados Unidos y para el propio Trump.

Michael Froman: Amigos y antiguos colegas en América Latina solían lamentarse de que Estados Unidos no prestaba suficiente atención a la región. Ahora tienen toda la atención que podían desear… y algo más. ¿Qué lecciones deberían extraer la administración y el pueblo estadounidense de nuestra historia de intervenciones en la región —desde los tiempos de la Doctrina Monroe, pasando por las intervenciones de principios del siglo XX, hasta las actividades abiertas y encubiertas del período de la Guerra Fría?

Will Freeman: Gran pregunta. Aquellas intervenciones a menudo generaron consecuencias imprevistas, a veces bastante sangrientas, y alienaron a gran parte de la región. Pero creo que debemos tener cuidado de no asumir automáticamente demasiados paralelismos entre la Guerra Fría y la situación actual.

Espero que la reacción regional ante una posible escalada estadounidense en Venezuela, si llega a producirse, sea más moderada que la que recibió la administración Reagan por su intervención encubierta en Nicaragua, por ejemplo. Muy pocos líderes querrán dar la impresión de que están defendiendo a Maduro, un dictador profundamente impopular.

Sin embargo, debemos tener cuidado de no empujar a los gobiernos de la región —especialmente a aquellos que perciben nuestra política exterior como agresiva o imprudente— a acercarse a China. En Brasil, eso ya está ocurriendo. La URSS no era un socio comercial importante de ningún gran país latinoamericano durante la Guerra Fría. En aquel entonces, Estados Unidos era el único actor relevante. Hoy, América Latina tiene otra opción.



* Artículo original: “Much Ado About Maduro”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.