Sergio Chávez: con el mar al final de la calle

Sergio Chávez Bonora nació en La Habana, en 1965, estudió pintura y escultura en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro y diseño escenográfico en la Escuela Nacional de Artes Aplicadas. Reside en Miami desde 1999.

Sus exposiciones personales más recientes en Miami son: Desde esta orilla, Galería Artefactus, 2018; Más allá de la inocencia, Miguel Rodez Art Projects, 2015; Habana mía, Unzueta Gallery, 2012.


¿Dónde naciste y cómo fue tu infancia?

Nací en La Habana, a mitad de la década del 60. Pasé mi infancia en una vieja azotea muy cerca del mar, en la calle Lealtad, en Centro Habana, a la que se subía por una desvencijada escalera de madera. Entre mis recuerdos más lejanos está una casita de juguetes, de paredes amarillas, con ventanas, puertas y otros elementos pintados en paneles metálicos que se ensamblaban. Aún tengo en mi mente el asombro y la admiración que sentía por aquel juguete. Dicen que fui un niño tranquilo. Mi juego preferido era observar lo que hacían los otros.  



Anunciación.


Cuéntame la historia de tus padres.

Mi abuela materna se llamaba Clara Alba Lamas y procedía de una distinguida familia del norte de España. Mi abuelo, una especie de rufián nacido en Puerto Real, al sur de la Península, sedujo a mi abuela, la llevó a Cuba en el buque Marqués de Comillas y en lo adelante le prohibió todo trato con la rica familia gallega que lo había menospreciado. Mi abuela murió poco después de dar a luz a mi madre, la más pequeña de sus cinco hijos. La mayor, aunque todavía era una niña, quedó a cargo de mi madre y de los tres hermanos varones. Esta tía se casó muy joven con un hombre próspero y se llevó a mi madre con ella.

Mis padres se conocieron por esas fechas. A él lo habían colocado como aprendiz en un pequeño taller de zapatero frente a la casa de mis tíos, en Habana Vieja. En las mañanas, mi madre, ya adolescente, se asomaba al balcón y observaba a mi padre en su mesa de trabajo. Él no tardó en fijarse en ella, la cortejó y tuvieron un breve y furtivo noviazgo. Las familias de ambos intervinieron y los separaron. Diez años después los novios se reencontraron. Los dos se habían casado y divorciado precozmente y cada uno de ellos tenía un hijo de esos matrimonios anteriores. No obstante, aquel primer amor juvenil seguía intacto. Del feliz reencuentro de mis padres nacimos otros cuatro hermanos: una hembra y tres varones. Yo fui el último en llegar a la fiesta.

Sé que tenías una relación muy estrecha con tu madre, ¿cómo era ella?

Mi madre fue una mujer de gran agudeza. Poseía esa rara cualidad que algunos llaman pensamiento mágico. Tiró las cartas y dio consultas espirituales a lo largo de toda su vida. Era capaz de convivir con lo sobrenatural sin perder pragmatismo ni sentido del humor. Para ella podía ser cierto que, en una palangana con agua de río, dos chinas pelonas se juntaran y procrearan.

Nunca recibimos de mi madre excesivos regaños ni castigos severos. Cuando de pequeños nos poníamos majaderos, ella invocaba a nuestra abuela española. Con los ojos cerrados, dicción cuidada y un tono de voz muy dulce y quedo, incorporaba el espíritu de la abuela y nos hablaba hasta lograr tranquilizarnos poco a poco con sus agradables maneras. A veces, después de la abuela, aparecía un congo colérico y mal hablado, un indio norteamericano que daba aullidos y lanzaba flechas invisibles en todas direcciones, una gitana alegre y cantaora, y hasta el mismo San Juan Bosco o algún animal, por lo general un perro o un león salvaje que intentaba comunicarse con nosotros con gruñidos o medias palabras trabajosamente articuladas.

Mi madre es la anciana que en su silla de ruedas juega dominó con la muerte. Las decenas de rostros de mujer que he pintado son también los de mi madre.



Juego.


Algún recuerdo de sus consultas espirituales.

En cierta ocasión una señora la fue a consultar y le tocó el último puesto en una larga cola de clientes. Cuando le llegó su turno, ya estaba cayendo la tarde. Se sentaron ambas frente a frente y mi madre comenzó a murmurar invocaciones, pero estaba muy cansada y se quedó dormida, con la cabeza caída sobre el pecho. La señora se quedó inmóvil y callada, esperando el final de la consulta. Así pasó el tiempo y, cuando se hizo de noche, ambas seguían allí sentadas. Muy tarde ya, totalmente a oscuras, mi madre despertó, miró en torno suyo y dio un grito de sorpresa, pues ya no se acordaba de la mujer que tenía ante sí. Al mismo tiempo, la señora cayó de rodillas y empezó a llorar, mientras exclamaba: “¡Qué prueba tan grande usted me ha dado, qué prueba! ¡A esto vine yo precisamente, señora! ¡Qué prueba! Dios mío, ¡qué prueba tan grande!”. Resultó que la mujer se había ido a consultar porque padecía de narcolepsia.

¿Y tu padre?

Mi abuela paterna fue una mujer de carácter recio y autoritario. Ella y mi abuelo paterno, un hombre bondadoso, se separaron y mi abuela crio sola a sus tres hijos, mi padre y dos hermanas rubias muy bellas.

A instancias de mi abuela, mi padre había aprendido desde muy temprana edad el oficio de zapatero, pero se resistía a los horarios y a los compromisos. A menudo, cuando no tenía ningún encargo interesante entre manos, se iba a almorzar en La Bodeguita del Medio y después pasaba el resto de la tarde conversando en cualquier bar de La Habana de entonces. En esos sitios, frecuentados por la farándula, se dio a conocer como zapatero entre sus clientes más asiduos y fieles. A pesar de sus numerosos conocidos y amigos, mi padre se iba a sentar solo en el muro del Malecón habanero. En mis pinturas, uno de los temas es la figura de un hombre quieto, sentado de espaldas sobre el muro del Malecón.



Hombre y malecón


¿Cómo lo afectó el triunfo de la Revolución?

En 1968, la llamada Ofensiva Revolucionaria decretó el cierre de los pequeños negocios que aún sobrevivían en el país. Y restringió también el ejercicio particular de los oficios. A mi padre le practicaron un registro en la casa: le decomisaron dos galones de pegamento, varios pliegos de cuero y la máquina de coser. Lo acusaron de compra ilegal de materiales y se lo llevaron detenido en medio de un gran despliegue policial.

Mi abuela corrió y le pudo avisar al poeta Nicolás Guillén, con quien mi padre había hecho amistad desde muchos años antes. Guillén, quien estaba en el esplendor de su fama y tenía autoridad en los círculos oficiales, salió en defensa de mi padre. Se presentó en la estación de policía, pidió que sacaran del calabozo al detenido y le explicó al oficial de guardia que el pegamento y los demás materiales los había traído él mismo de México, en uno de sus viajes al exterior, para mandarse a hacer “un par de zapatos cómodos y a la medida”. Y añadió que el detenido era su amigo y “el mejor zapatero que tiene La Habana”.

Mi padre no pudo cumplir la promesa de hacerle a Guillén aquel par de zapatos. Poco después enfermó gravemente y murió, todavía muy joven. Mi madre lo sobrevivió cuarenta años.



Zapatero


¿Cuándo te interesas por la pintura?

No recuerdo cuándo comencé a interesarme por la pintura o la escultura. En mi casa todos éramos un poco artistas. En 1980, nuestro pequeño apartamento en la azotea sufrió un derrumbe parcial, todo el segundo piso del edificio fue demolido y tuvimos que despedirnos de aquel lugar.

Nos mudamos a otra casa en la calle Virtudes, muy cerca de la anterior. Por entonces mi hermano mayor comenzó sus estudios de arte y poco después irrumpieron en nuestra escena familiar sus jóvenes amigos, a los cuales hicieron cierta gracia mis intentos de expresión artística de ese entonces. Eran unas pequeñas esculturas, hechas con todo tipo de materiales desechados. Yo, por timidez, no participaba en las reuniones de mi hermano y sus amigos, pero él me comentaba luego la impresión que mis obritas causaban en ellos. También recuerdo que más adelante mi hermano me llevó por primera vez al Museo de Bellas Artes. Aquellas atenciones me animaron muchísimo.

¿Otro recuerdo de la pobreza…?

Una vez los cuatro hermanos queríamos ir al cine y montamos una gran perreta de llanto colectivo. Eran tiempos de muchas carencias materiales y mi padre estaba muy enfermo y hospitalizado. Mi madre había hecho la promesa de llevar caminando al santuario de San Lázaro, en el pueblito de El Rincón, una determinada cantidad de centavos si él se restablecía de su enfermedad. Durante meses ella había estado reuniendo aquellos centavos y ya tenía una cantidad considerable de esas monedas en un pequeño saquito de tela de yute que había puesto al pie de la imagen del santo milagroso. Ese día, ante nuestro llanto inconsolable, decidió sin más cargar con nosotros y con el saquito prometido a San Lázaro. Cuando llegó al cine, obligó a la empleada de la taquilla a que contara los cuarenta centavos de cada una de las cinco entradas, doscientos centavos en total. Esta es otra anécdota que también retrata a mi madre de cuerpo entero.



Radiografía


¿Estudiaste pintura?

Ingresé en la Escuela Nacional de Artes Aplicadas en el momento en que una orden ministerial había dispuesto transformarla en un centro de estudios de Diseño Industrial, con un plan importado del campo socialista. Esa decisión creó descontento en una parte del alumnado y hubo una especie de cisma. Yo fui uno de los que pidieron continuar con el anterior programa de artes aplicadas. Como resultado de ese reclamo, a los pocos rebeldes que reclamaron nos metieron en un curso relámpago y nos graduamos en solo un año, aunque originalmente el plan de estudios había sido de cuatro.

Algún tiempo después aprobé los exámenes de ingreso a la Academia de San Alejandro, donde pasé más de dos años. No recuerdo casi nada de ese lugar, excepto las polvorientas copias en yeso que adornaban los corredores del edificio, desechos de las clases de estatuaria que se habían impartido allí en otra época.

¿Qué trabajos hiciste en Cuba?

A finales de los años 80, a través de unas amigas muy estimadas, encontré trabajo en el Gran Teatro de La Habana. Allí hice de todo un poco, desde diseñar hasta teñir telones. Luego, algunos actores, bailarines, dramaturgos y directores escénicos me pidieron colaboración para sus proyectos y así, felizmente, se me reavivó una antigua conexión que desde antes yo había sentido por el mundo de las artes escénicas.

Como ya dije, en mi trabajo lo primero fue el volumen, lo escultórico. En un inicio casi todas mis obras fueron esculturas y ensamblajes de objetos diversos; muchos de ellos encontrados en los basureros. Los distintos materiales y objetos incorporados aportaban por sí mismos alguna nota de color al conjunto. Pero fue por esos años que pasé en el teatro que la pintura logró interesarme más. La incorporé a los ensamblajes y la aplicación directa del color sobre estos se me hizo imprescindible. El volumen seguía dominando, pero un buen día el color por sí mismo ocupó definitivamente toda mi atención. El óleo, el gouache y las técnicas mixtas me cautivaron y encontré en los formatos planos tradicionales todas las posibilidades que antes había buscado en los volúmenes y objetos encontrados al azar.



Retablo


¿Cuándo y cómo sales de Cuba?

En 1999 me saqué por carambola la lotería de visados. Una vecina, sin consultármelo, envió mis datos al sorteo y resulté premiado. Pero ese golpe de buena suerte me puso de repente en un aprieto. Yo estaba harto de la situación política y económica del país, pero nunca había pensado seriamente en emigrar, me sentía muy ligado emocionalmente a mis costumbres y a mis relaciones familiares. Así que medité largamente el asunto y al cabo tomé la decisión de viajar.

Tus primeros años en el exilio…

Al llegar acá, me auxilió durante los primeros meses la misma tía que había cuidado a mi madre en su niñez de huérfana. Ella, muy mayor, vivía en Miami y me acogió en su modesto apartamento con mucho desprendimiento. Cuando se me pasó el susto, salí a buscar trabajo. Y trabajé en lo que apareció. Tan pronto me fue posible alquilé mi primer cuartico. Y en esta etapa me dio mucho aliento el hecho de que pude traer a mi madre de visita por primera vez. Esta ciudad ha sido muy generosa conmigo.

¿Cuál es tu rutina diaria?

Mi rutina diaria en Miami es muy simple: casi todo mi tiempo lo dedico a pintar.

¿Qué Habana dejas en tus cuadros?

Mi mirada hacia el mundo nació en una azotea habanera, con el mar y el malecón a la vista. El mar al final de la calle, la azotea y las cuatro esquinas de la ciudad están presentes en toda mi pintura. Esa es la ciudad que quiero evocar, una ciudad vaciada, a medio abandonar, pero con una fe muy grande. Una ciudad de bailarines que esperan una eternidad la señal para salir a escena.



Interior con balcón / ¡Ay, Cachita! / Ofrenda a la Virgen / Bárbara y caballito


¿Y tú?

Desde luego, me reconozco en muchos de esos personajes que en mis composiciones cargan agua en baldes o arrastran carretillas. Recuerdo haber cargado agua cientos de veces con mis hermanos durante mi infancia y adolescencia. Crecí en una ciudad sedienta.



Agua y palangana / Fuera del armario




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