Se necesitaba una buena dosis de valentía y de descaro para, viviendo en Cuba, alzar la voz en el Festival de Cine de San Sebastián de 2021 por los presos políticos y por las madres que penaban (y que todavía lo hacen) a diario por ellos. Con semejante sobreposición al miedo y cierta capacidad para saltar por la ventana se ha movido en los últimos años el realizador de cine y escritor Carlos Lechuga.
Ahora llega con Sórdida tropical, una novela breve y rápida, la historia de un antihéroe obsesionado con los jugos de la carne, que pierde la erección a cada rato, que admite que es un llorón y que sale desesperado a la calle como una especie de detective Colombo, desarbolado, con las hormonas revueltas y los testículos hinchados, trastabillando Rampa arriba, Rampa abajo, en La Habana sin luz y sin ángel de estos días.
“Ande yo caliente y ríase la gente”, versa un proverbio castellano de varios siglos que se le ajusta como dedal al dedo, tanto al escritor como a su personaje. Y tiene miga este insaciable hombre desesperado, fantasmón emocionalmente tartamudo, descolocado por el sexo de la prima casi adolescente de su mujer (fresco como una lechuguita), que suele colarse —menos de lo que quisiera— en la jet set anexa a un Gobierno al que a estas alturas le queda muy poco de izquierda y mucho de sálvese-quien-pueda.
“¿A ustedes les pasa lo mismo? ¿Todo el tiempo están pensando en sexo?”, se pregunta ante el espejo nuestro Colombo de El Vedado; y a mí, tras la sonrisa, me lleva a evocar —justamente por la convicción— aquel personaje de Coetzee al que la Institución, la Norma y a la Sociedad-del-Buen-Comportamiento han terminado apaleando: “Mi defensa se apoya en los derechos del deseo. En el dios que hace temblar incluso a las aves más diminutas”.
Me consta que a cierto lector no le agradaba mucho la desfachatez —no tanto la política, sino la verbal— con la que escribiste muchas de tus crónicas publicadas en la prensa independiente durante tus últimos años en Cuba… ¿Regresas al desparpajo con esta novela?
Me gusta que empieces así: con el dedo en la llaga. Y sí, tienes don de adivino. Esta es una novela que surge de ese mismo momento, de cuando estaba en Cuba y el cine me había echado a un lado. “Expulsado”, acabado de divorciar y de vuelta al sofá de mi madre, con casi cuarenta años en las costillas, pensé que todo había acabado para mí.
Carlos D. Lechuga.
Una amiga, editora española, me preguntó: ¿Por qué no escribes una novela erótica que tenga el mismo aire de tus crónicas? Empecé a escribir, sin saber bien para dónde iba, y al cabo de un año más menos tuve este libro. Cuando se lo mandé a mi amiga, porque según ella me podía ayudar a buscar una editorial, se asustó. Este es un libro que hay que guardarlo por diez años, me dijo.
Aquello me dolió mucho, me pareció una carta oscura, fea, que no pensé que esa persona me pudiera jugar. No sé si le molestó el lenguaje, las malas palabras o la crítica política. Es muy común confundir el personaje con el autor, pero para mí estaba claro que era y es una novela de ficción.
El protagonista de mi libro es homófobo, aunque está deseoso de comerse a un hombre, machista (las mujeres no le hacen caso), racista, en una isla tan mestiza como Cuba…, pero lo más importante, lo que creo que lo define, es que no es capaz de ver la realidad. No se entera de lo que está pasando en el país.
Al acabar de escribirla, me di cuenta de que estaba hablando de El Hombre Nuevo. Estaba retratando a la mayoría de la gente que conocía. Aquello me llamaba mucho la atención: estar escribiendo más sobre un país, sobre un tipo de gente, que disfrutando las escenas sexuales. Estaba utilizando un lenguaje directo, soez, en una serie de situaciones cargadas de sexo, pero en donde el personaje principal no se acostaba con casi nadie.
Me gusta pensar que este es un libro protesta, como aquello de la canción protesta, pero realmente es un libro proteXXXta, pues todo lo que se respira es pornográfico, y no sólo en el sentido literal de la palabra. Ese país está prostituido.
A nivel formal, como sabes, vengo del mundo de las imágenes, siempre vi más películas que lo que leí, y ahora es que estoy leyendo mucho más. Ya casi no voy al cine. Entonces escribo de una manera muy directa, con una sensación de intruso, de turista en un mundo que está destinado a mentes más brillantes (como la tuya).
Creo en la naturalidad de soltar e ir al directo. De hecho, para mi es una locura total que un escritor tan serio como tú quiera saber un poco más de esa isla que aparece en una novela tan sórdida y tropical.

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Luego, una editorial de Miami empezó una campaña entre amigos y escritores para tratar de enterrar mi manuscrito y que nadie lo cogiera. Ladislao Aguado e Hypermedia siempre han sido mi casa. Desde mi primer libro hasta ahora, no hemos tenido ningún tema con respecto a la libertad creativa.
Como no me considero ni un intelectual ni un estudioso de nada, lo que siempre traté fue de escribir como hablaba, de una manera coloquial, con malas palabras e incluso con errores. En esa imperfección creo que está mi fuerza. Entonces, si algunas palabras alejan a la gente, ya ahí no puedo hacer nada. También la gente tiene derecho a no tener ganas de leerme, a no descargarle a mi descarga. Y para cerrar, te diría que sí, que regreso al desparpajo, pero a un desparpajo crítico.
¿Esto explica la diferencia de tratamiento y de lenguaje entre tu obra fílmica y tu escritura?
Vengo de una familia de editores, correctores y diseñadores de libros. Mis mejores amigos eran estudiantes de Letras que se sentaban en el Hurón Azul de la UNEAC a beber ron barato y a hablar de Proust, de Musil y de tres tipos más que yo no me había leído. Siempre había un goce en aquello de: yo sí he leído y tú no, que me parecía una bobería tremenda. A la lectura se llega y cada libro te acompaña o no en dependencia del momento o del biorritmo propio. Leer más o menos nunca me pareció un mérito. Yo leo por placer.
Ser un artista en un país del Tercer Mundo no es nada fácil. Las grandes empresas, los salones, las estructuras que definen lo que es válido o no están en Europa o en Nueva York. Mi generación de cineastas, y pienso en Carlos Quintela, llegó rompiendo, queriendo hacer algo diferente en el cine, diferente a lo que hacía la generación de Chijona o de Daniel Díaz Torres.
Yo, como joven, con esa soberbia y tontería que da la juventud, quería hacer una película que llegara a Cannes, que triunfara en Berlín. Entonces, partiendo de esta presión, de la carga que llevaba sobre mis hombros, realmente nunca fui lo suficientemente libre en mi cine. En la literatura, y después de veinte años, es que me siento más libre.
Vicenta B. mi última película es donde más he sido yo (y para que veas es a la que peor le ha ido). Con Melaza traté de contar una historia y al mismo tiempo de crear una atmosfera, pero esas dos fuerzas (la forma y el contenido) no acabaron de cuajar bien del todo.
Carlos D. Lechuga y el cineasta Orlando Jiménez Leal.
Santa y Andrés es una película donde un guionista que dirige actores está tratando de mostrar algo. Perdí los colores de Melaza, la amplitud de paisaje. Ahora bien, en todas mis películas y en mis cortos, en todos mis libros, siempre hay un enfrentamiento con el país que nos han dejado. Unas ganas de remover, de decir: mira.
Al cine le tengo mucho respeto, fue lo que estudié. Quizá si hubiera estudiado cinco años en la facultad de Artes y Letras de la UH ahora no podría escribir. Quizá me congelaría. A veces, saber mucho es contraproducente: coño, déjame no escribir esto porque ya lo hizo Bukowski, Pedro Juan Gutiérrez o Handke.
Entonces, como llegué por necesidad a la escritura literaria, porque nadie quería trabajar conmigo en el cine y tenía que ganarme el pan, lo hice más por trabajo que por llegar a algún sitio. Hay muchos de mis textos de entonces que me parecen horribles, llorones, fáciles, otros pocos sí me gustan. Es que yo entré por la puerta de atrás, me colé. Todavía hay un millón de gente que no me considera un escritor, y eso se lo agradezco. Como también agradezco no estar pegado en el mundo editorial. Voy disfrutando cada pasito que doy, como un turista: ah mira, hice esto, ah, hay esta otra cosa…
Escribo y aprendo a reescribir, a cortar, a cambiar de lugar. Tengo unas deudas y dudas gramaticales importantes. Sé que no podría escribir una novela en tercera persona. Suelto una ráfaga en un modo conversacional, que está en vías de ser contenida. Espero a los 70 u 80 años, si llego, poder sentarme a escribir con calma, sin la necesidad de vomitar. Algunos dicen que está bien, que es mi voz. No lo sé. No soy un escritor total, me siento más como un practicante. Además, el día que llegue la posibilidad de sólo hacer cine, más nunca voy a escribir un libro.
Vivimos en tiempos extraños. En 2023, la editorial Vintage anunciaba que la novela Al faro, de Virginia Woolf, sería publicada en EE. UU. con un “descargo de responsabilidad” en el que se advertía que lo expresado por sus personajes no eran sino “actitudes de la época”. Un año antes los responsables de diseñar el syllabus académico en la universidad de Reading eliminaron unos versos de Semónides de Amorgos (un poeta satírico griego que nació en el siglo VII a. C.) para no molestar a los estudiantes. Y hasta una madre de profesión abogada propuso suprimir La Bella durmiente de las bibliotecas escolares porque el famoso beso había sido robado y por lo tanto violatorio…
¿Eres consciente de que, tras este libro —incluso aunque pretendas recordarnos aquello de la separación autor/personaje—, allí donde vayas chirriarán algunos muebles?
Creo que la literatura, el cine, cualquier manifestación artística tiene que poder nacer desde la libertad del autor. Si a la hora de crear estás pensando en el espectador, en el lector, en el censor o en cualquier receptor ya hay un problema con la comunicación. Sería un error total tratar de adecuar las cosas del pasado porque en estos tiempos hay una manera de ver las cosas, o una ola andando…

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Lo lindo de que los libros y las películas envejezcan y poder tenerlas en su totalidad es que reflejan una época, un momento. ¿Cómo no vamos a estudiar eso como lo que fue? ¿Por qué adecuarlo a lo que somos ahora?
Esta novela refleja ciertos comportamientos que vi en Cuba, y no eran situaciones o sucesos aislados. Era bastante común ver esa nebulosa rara en toda la isla. Que la mayoría de los espectadores que a diario pasean por las calles de La Habana no tengan el ojo para desentrañar lo que pasa, eso ya es otra cosa. Pero, la distancia y saberme un cubano que quiere un mejor país y una mejor sociedad, me hacen tener una validez a la hora de contar lo que cuento.
Además, es algo que vi a mi alrededor y de lo cual pude distanciarme para contarlo. Aunque algunos crean que el personaje soy yo, porque tenemos muchas cosas en común, y que por eso me merezco el linchamiento o cierta cancelación, la verdad es que me siento halagado. Me halaga que a veces se me confunda con él, ya que quiere decir que logré imponer una voz real.
No creo que para criticar algo haya que posicionarse desde el minuto uno, o que para hablar de algo tengas que ponerte del lado de las víctimas y que victimizarlas más. En este libro el efecto que quería lograr está mejor dado siguiendo al protagonista; hubiera sido un error contarlo desde la voz de una mujer, un negro o un gay, que son a quienes él más ataca.
Ese sería otro libro. A mí me parece más interesante ponerme en la piel del que representa más y mejor a la sociedad cubana actual. Ahora mismo tengo más ganas de hacer una película sobre las horas finales de Castro, desde los ojos de ese viejo en Punto Cero, que contar la historia de todo un pueblo oprimido. Y eso no quiere decir que estoy de acuerdo con él. Pero alerto: todos tenemos que vigilar a ese Castro que tenemos dentro.
Y lo mismo pasa con este tipo al que uno rechaza, pero que a veces repite cosas que uno mismo ha dicho. Escribirlo es una manera también de no pisar por donde él pisó, de alejarse de eso, de ir siendo poco a poco un poquito mejores. Estoy cansado de un producto masticado donde se entienda de primera y pata lo que quiso expresar el autor. Mi película favorita de este año es Misericordia de Alain Guiraudie, quien no le deja nada claro al espectador: el receptor tiene que arreglárselas a solas.
Mi trabajo está hecho; ahora que censores y buscaproblemas hagan el suyo. Desde que tengo uso de razón y me expreso, ya sea por el cine o por los libros, siempre he tenido problemas. Esta vez no va a ser diferente.
Ahora mismo, que un hombre blanco, heterosexual, de más de cincuenta años esté entrevistándome para hablar de un libro que tiene un personaje machista, homófobo, racista, etc., etc., ya nos podría traer problemas. Pero bueno, aquí estás tú. Aquí estamos.
Carlos D. Lechuga.
Dice la escritora argentina Ariana Harwicz que dentro de cincuenta o cien años los filósofos se van a reír mucho del neopuritanismo de nuestros días. ¿Eres igual de optimista?
Un amigo me dice que este fenómeno es como un péndulo, que ya pasó y que la gente está un poco harta de eso. A ver, hay una realidad, los hombres hemos sido unas bestias a lo largo de los años. Hay una cantidad de mujeres que temen salir a la calle por lo que les pueda pasar. A cada rato hay crímenes de género y feminicidios. Es horrible. Soy padre de una niña y quiero lo mejor para ella. Soy criado por mujeres y tengo una madre de 75 años en La Habana. Por supuesto que no me considero un monstruo y es obvio que estoy a favor de las causas justas, de la justicia. Quiero que se acaben los crímenes. Cada día me reconstruyo como hombre. Pero también quiero poder escribir sobre temas complejos.
Me encanta el cine violento de Tarantino. Sí, es violento, pero no por eso voy a cancelarlo. Tengo ganas de leerme una novelita incorrecta, ver algo que me vuele la cabeza; el arte es para eso. Y últimamente parece que la gente escribe pidiendo disculpas y con temor a ser cancelado.
De aquí a cincuenta años estaremos muertos ya que los robots de Elon Musk y las inteligencias artificiales habrán acabado con nosotros. Y no habrá filósofos. No habrá feministas. Ni cancelaciones. Muertos dará igual todo lo demás. Muertos, bien muertos estaremos. Y no, de optimista no tengo nada.
El protagonista de esta historia es, además, un deambulador de la ciudad, un hombre que da fe de la manera en que La Habana se ha ido particularmente apagando en los últimos años. Hay una similitud llamativa entre el caminante de Memorias del Subdesarrollo —libro en el que no he dejado de pensar al leerte— y este otro. Mientras Sergio Malabre deambula y trata de hallarle sentido a la nueva vida que le sale al paso, tu protagonista no solo camina en busca de una “putica cocodrilo”, sino que también se replantea su existencia.
Te agradezco mucho la conexión con el Sergio de Edmundo Desnoes, aunque ahora mismo mi cerebro ha explotado por una gran casualidad. Querido Gerardo, si no me equivoco, porque tengo mil cosas en la cabeza, me parece que estuviste en Roma tras los pasos de los últimos momentos de Calvert Casey. Hermano, dime algo, ¿No hay puntos en común entre mi libro y aquel hombre que andaba La Habana en “Notas de un simulador”? No me quiero comparar con la certera prosa de Casey, pero siento que sus descripciones de las cafeterías de 23 y 12, del El Vedado, tienen más que ver con mi protagonista.
Esos paseos por los portales buscando moribundos, o en las azoteas de El Vedado…; en mi caso se cambiaría por la búsqueda de axilas sudadas y de muslos sin afeitar. El Sergio de Desnoes, y no puedo separarlo del de Titón (más allá de que, al leer la edición nueva de Memorias que sacó Cátedra gracias a Alejandro Luque, traté de no pensar en la película) es más intelectual. Mi personaje tiene esa cosa más animal y de instinto como la del simulador de Calvert.
Pero creo que sí, son personajes que van de allá para acá como leones encerrados en una jaula-isla de la que no se puede escapar. La realidad los golpea y ellos, de una manera u otra, psicópata o más normalita, le devuelven a la sociedad un espejo vomitado raro ahí. En ese andar vemos postales del Tocororo, de La Cecilia, del Gato Tuerto, de La Rampa…
No conocía a Calvert Casey hasta que no empecé a investigar a Delfín Prats, y cuando ese libro cayó en mis manos, el que trae las “Notas de un simulador”, creo que se llama así, empecé a tratar de hacer una película. Estaba en Bogotá acabando un largo y en lo último de la ciudad, en el Cotorro de Bogotá, me encontré en una librería un libro: Cuentos (casi) completos, de la editorial Singulares.

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Recuerdo que Rubén Gallo, que es profesor en Princeton, me presentó a Antón Arrufat y yo le pregunté a este por los derechos legales de esa historia. Incluso llegué a tener un guion que, para más enroque, se llamaba Planeta Sergio. Nunca logré hacer la peli, por lo que escribí esta novela con ciertos aires de fracaso habanero. Así que Calvert, Sergio y esta novelita tienen algo, son medio primos.
Hay dos arquetipos de hombre cubano que persiguen a tu personaje como la sombra al cuerpo: uno es el seductor romanticón que abunda en Cabrera Infante en una Habana lozana y viva, y el otro es el macho cabrío marginal de Pedro Juan Gutiérrez. Pero tu personaje es curioso: es un perdedor, un tipo amoral que no esconde su ansiedad, que admite sin reparos que pierde la erección cada vez que se desconcentra o que tiene brotes de bisexualidad…
Cabrera Infante nació un 22 de abril y fumaba puros. Yo igual. Pedro Juan es el papá de una amiga mía de la primaria. Cuando me siento muy mal, por aquello de emigrar, me pongo a leerlo y me calmo. Pedro Juan es medicina. Con Cabrera Infante tengo algo mágico, a veces lo siento a mi lado y con unas gafas que tengo, si hablo pausado y digo: quiay… me veo igual a él.
Ahora, mi personaje no es hijo de los 60 ni de los 90, es el heredero de todo eso. CAIN es su abuelo y Pedro Juan el papá. El mío es el antimacho, lo opuesto a ser sexy. Tiene mil defectos y está más cerca de ser un nerd perdedor que un Clint Eastwood. Además, a pesar de ser un homófobo (como tanta gente en Cuba y por eso lo considero un reflejo de algunos de los males de la isla) está loco por comerse un rabo. Es un hombre mestizo y es tronco de racista. Es machista y es un hijito de mamá. En fin, que es un tipo que está en lo opuesto conceptualmente a lo que es el hombre cubano de la literatura de estos dos grandes.
Entre leones, el mío es una rana o una serpiente silenciosa y miedosa que no tiene nada de veneno. Igual creo que en la isla actual no se podría escribir un personaje tan elegante como aquellos de Cabrera Infante. En lo pragmático, me parezco más a Pedro Juan.
A medida que la novela avanza, la carga erótica va desapareciendo y el texto se politiza. Hay menos carne y más tragedia existencial, menos fluidos y más huida hacia adelante. De El Vedado salimos para Santiago de Cuba, se clarifica el misterio de los extraños manejos de uno de los personajes femeninos y nos damos de bruces con un estallido social…
Creo que este va a ser mi libro más personal, aunque sea el único que es ficción. Dentro del puño hay algo que palpita, en conflicto: el sexo, la sensualidad, el amor, el deseo lindo y del otro lado, chocando, en oposición, la política, los energúmenos estos que se robaron el país, la violencia, lo feo.
Carlos D. Lechuga.
Son las dos cosas que para mí son capitales en una isla tropical, que bien pudo ser un paraíso, pero que lo quisieron convertir en una base militar, fría, de los rusos.
En ninguna parte del mundo he visto el empoderamiento humano ante los placeres del cuerpo como en Cuba. Sin culpas, sin la iglesia en la mente, sin intelectualizar… Pero como no se puede tener todo en la vida, eso viene acompañado de dictadura y de mil problemas más.
El recorrido de mi héroe es ese, salir a buscar compañía un rato y, por estar comiendo mierda, viendo culos, no darse cuenta de que algo más está pasando. O quizás porque no quiere mirar que algo más está pasando. Sin embargo, las mujeres que lo rodean sí tienen los pies en la tierra y andan tratando de cambiar las cosas. Creo que este es el personaje más cubano que he escrito en la vida.
A finales de 2021, todavía viviendo en La Habana, el proyecto para tu película Vicenta B. fue premiado en el Festival de San Sebastián. Allí alzaste la voz en un par de ocasiones ante cientos de personas por Luis Manuel Otero, Hamlet Lavastida y los presos políticos en Cuba. El exilio todavía no estaba entre tus planes inmediatos. ¿Qué ocurrió cuando regresaste?
Esto es primera vez que lo cuento porque no tiene sentido ni me quiero hacer el bárbaro o victimizarme más. En medio de la pandemia del COVID, con mucho trabajo pude salir a defender ese proyecto de película en el Festival de San Sebastián. Nos dieron un premio y, a la vuelta, como era habitual por esos días, tenía que pasar la cuarentena. Al llegar un carro me llevó para un hotel que era como una beca. Ya había ocurrido lo de Hamlet: que no lo habían dejado salir de la cuarentena y que lo habían cargado directamente para la prisión.
Al llegar a ese hotel, debajo de la ventana de mi habitación, para asustarme, estaba todo el tiempo un teniente coronel del Ministerio del Interior hablando por teléfono. Como Cuba es un desastre y yo siempre pienso que no soy tan importante, pensé que el tipo estaba robando alimentos, cerveza, qué sé yo.
El día que tenía que salir de allí, como a la semana del encierro, el enfermero que me atendía con tremendo disfrute me dijo que mi prueba se había contaminado y que tenía que seguir encerrado indefinidamente porque no había más pruebas. Cuando el tipo se fue, agarré mi maleta y me mandé a correr por la puerta del hotel. Ahí me paró un custodio anciano que enseguida recibió el apoyo de un grupo de tipos. Me amenazaron con la policía, pues yo podía ser un foco infeccioso. Entonces les dije que la llamaran, que a ese cuarto no pensaba regresar.
3 preguntas con Carlos D. Lechuga.
Estaba cagado, pero no podía seguir ni un minuto de encierro más ahí. Abrí mis redes sociales y preparé un post para denunciar en caso de que se pusiera todo más raro. Ahí vino el director del hotel a tratar de convencerme. Le respondí que todo era una trampa de la policía política, porque yo era un poquito bocón; el tipo se puso nervioso, mientras llamaban a la policía, que nunca llegó. Así que me sacaron por la puerta de atrás y me dejaron ir. Ahí ya me estaba esperando un amable taxista que me dejó en mi casa.
¿Por qué no lo denuncié? Eran días donde uno posteaba todo el tiempo denunciando cosas y un post mío más iba a ser una onda: mira a este cómo se quiere comparar con Hamlet, o cómo quiere ser el centro… así que me quedé callado. Lo más triste de todo es que al emigrar, aquí en España me esperaban grandes gestores culturales para regañarme porque había estado feo mi discurso en el Festival de San Sebastián. Estamos rodeados, man.
“Es muy triste vivir con miedo”, admite en algún momento el protagonista de esta historia. Llevas unos tres años viviendo en España: ¿has tenido que explicarles a quienes te han acogido lo que es vivir con el miedo cubano, que ya sabemos que tiene su peculiaridad?
Mira, tú sabes lo que es emigrar. Te voy a dar la antirrespuesta. Me voy a atajar a tiempo a mí mismo. España es otro país, no tiene por qué recibir a este cubano ni soportar sus dramas cubanos. Los españoles no tienen que ser empáticos conmigo. Vine a jugar en las grandes ligas, a trabajar muy duro y a ser parte del mundo real, no de esa burbuja podrida que dejamos atrás. No tengo nada que explicar, porque aquí nadie tiene tiempo para uno.
Dicho esto, te comento que lo más triste de todo es ver cómo los cubanos que pasaron algo parecido a lo que viví, censurados, apresados, maltratados por los organismos en Cuba, llegan y cuando agarran un poquito de poder repiten lo mismo. No voy a mencionarlos, pero acá hay un Pavón, un Silvio, un Alfredo Guevara…, gente que se viste de justiciero y que anda tirándote tierra en cualquier oportunidad.
Gracias a Dios los mantengo lejos, pero lamentablemente se han roto amistades por un billete de 50 euros o por una muestrica en un museo de provincia. ¡Bah! Qué espanto todo, hermano.
Para acabar, al llegar a España una de las personas que más admiro en el mundo del cine, un cubano que está pegado y que casi nadie conoce bien, me dio mi primer trabajo, mi segundo, mi tercer y mi cuarto… Me regaló una computadora para que escribiera y me pagó como si fuera un nórdico. Esas son las cosas que me quedan.
Tengo una hija española que es lo que más amo en la vida. Mi mujer es cubana. España es donde vivo, pago los impuestos y quiero lo mejor para este país, pero en el día a día pienso en cubano. En el futuro. En pasarla bien, porque en cualquier momento uno se va del parque. Yo soy un sobreviviente. Como tú.

- ‘Sórdida tropical’ es el ‘American Psycho’ de la Cuba de la transición. Gabriela Verdecia
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Andréi Sájarov relata cómo pasó de ser un científico clave del programa nuclear soviético a convertirse en un firme defensor de los derechos humanos y la libertad de conciencia.