No describiré cómo sucedió.
Las orillas no se ven porque la tierra ya no es.
Dos rascacielos permanecen erectos sobre el océano, islas verticales de concreto precario. La sociedad se aferra… ¿Sociedad? No es la palabra que busco… Seres humanos aún viven en estos edificios. Puntos en movimientos. ¿Los ves? El desastre los golpeó hace tiempo, pero continúan siendo sobrevivientes. Es la palabra que mejor los describe, ya que todo su talento continúa invertido en lo básico. Exceptuando algunas gaviotas renegadas, ya no hay aves. Como puedes adivinar, pescar es la fuente principal de alimento. Anzuelos raquíticos se lanzan desde las ventanas cercanas al mar.
Un bote ocasional conecta intercambios entre las dos moles de cemento. Ahora puedes ver mejor a los miembros de la especie que protagoniza esta historia… Parásitos que no deberían existir. Sus pieles comienzan a mostrar las consecuencias de una dieta predominante en mercurio. Bajan y suben escaleras cambiando baterías caseras por pescado, almas por veneno, alegrías por resignaciones. Cubos de agua viajan por pasillos sin luz, por esquinas donde se descomponen cabezas de pescado. Olores penetrantes flotan por pasillos despintados. Las mutaciones del musgo corroen el hierro detrás del concreto. Las cucarachas sobreviven en las grietas. De alguna forma todos intuyen que no hay vuelta atrás.
El salitre golpea y atraviesa las ventanas, oxidando televisores, aires acondicionados, refrigeradores, y las entrañas de sus computadoras. Un circuito detrás de otro… Todo pertenece a otra era. Quizás no estarás de acuerdo, pero este mundo también es hermoso.
Los últimos vestigios de electricidad en el bombillo moribundo de una linterna se apagan en una ventana del piso setenta y siete. Marcos saca las baterías oxidadas y las lanza por la ventana. La brisa trae oleadas de una pelea doméstica en el edificio colindante. Sería una afirmación moderada decir que Marcos odia a sus vecinos. Pero es mejor escucharlo de su mente.
Esta gente se está adaptando cuando deberían estar muriendo. Primermundistas aprendiendo a vivir como tercermundistas. Puedo olerlos. No es que los odie a todos, pero no los extrañaría si se ahogaran. No somos tantos, pero siento que somos demasiados.
La luna desaparece tras las nubes, los gritos de abajo cesan y Marcos se acuesta. El brillo de sus ojos comienza a ceder ante el sonido del mar. Constancia. Sus párpados se entrecierran. Una ligera vibración sacude la cama. Un zumbido sube desde las profundidades. El monólogo interior de Marcos a veces se canaliza en su diario.
Malva no me habla. Gira la cabeza si tengo suerte de cruzarme en su camino. Tiene mal olor, está sucia, pero parece más saludable que todos nosotros. Vive tres pisos encima de mí. Solo porta una dermatitis incipiente en el brazo derecho. Pescado radioactivo, digerido, transmutado en la sangre de sus-mis venas.
Ecos de gritos en la distancia. Una vibración más fuerte sacude los cimientos. Partículas de polvo caen del techo. Marcos salta de la cama. La ventana: el edificio vecino colapsa, implosionando en una enorme nube de polvo. Finalmente, el temblor cesa. Marcos continúa mirando sin moverse. La marea retoma su ritmo alrededor del espacio vacío mientras el polvo se disipa hasta mostrar la impasibilidad del océano bajo la luna.
El sol de la mañana se eleva desde el Este hasta golpear con fuerza la puerta delantera. Marcos quita el pestillo, abre.Lucas entra al apartamento. Le pregunta a Marcos sobre lo que pasó en la noche. Marcos asiente con apatía. Lucas camina agitado por la habitación elucubrando sobre las posibles causas del derrumbe. ¿Terremoto? Le parecía muy extraño que no hubiese sobrevivientes, ni siquiera ruinas visibles.
—Parece que el bote también se hundió… ¿Qué hacemos ahora Marcos…? Todavía puede aparecer un barco en el horizonte, ¿no?
—Déjame tranquilo, Lucas. Por favor.
Lucas se marchó regalándome una expresión que siempre he detestado, para indicar que estoy loco. Nunca regresó.
Lo próximo que Marcos escuchó fue que un pescador le clavó un arpón mientras trataba de robar un trozo de tiburón en alguno de los pisos inferiores. Al menos eso dijo Robert Carp. La imaginación de Marcos es fértil, pero resiste la paranoia. Visualiza la sangre de Lucas sobre el musgo mientras su cuerpo es arrastrado e introducido en un refrigerador oxidado que pronto salpicaría grandes cantidades de agua antes de bajar como el plomo hasta la oscuridad. Marcos quiere pensar que no hay una mafia de pescadores. Elige pensar que el caos es auténtico. Es difícil encontrar una vara de pescar. Es difícil pescar, pero es más difícil dividir la presa. ¿Se lo merecía?
Lucas era la única persona con la que sostuve un contacto verbal significativo desde hace casi un año. Pero no puedo recordar la mayor parte de lo que decía. Quería ser abogado antes de que sucediera todo esto. Mitad serbio y mitad israelita. ¿Cuál de las dos mitades lo habrá matado…? No siento nada. Ya casi siento como si nunca hubiera existido. Algo anda mal dentro de mí. ¿Será el pescado? Revisar la puerta. Está cerrada. La madera aún no está podrida y el mecanismo aún está fuerte. No tengo nada de valor. Todo el mundo lo sabe. ¿O no? Papá era un escritor poco conocido. Aun así, me dejó una cantidad considerable de crédito bancario. Pero no pude acceder a la cuenta antes de que pasara todo esto… De todas formas, el dinero ya no me serviría. Todo me llega demasiado temprano o demasiado tarde. Por alguna razón aún guardo la tarjeta de crédito. Supongo que este pedazo de plástico con números a relieve tiene algún valor sentimental.
Mañana planeo pasar el amanecer en la azotea. A pesar de la luz negra Z, necesito los rayos de la mañana. Más tarde serían letales. Pero no… Mientras más lo pienso, menos quiero compartir la azotea con esa… gente. Tampoco creo que sea el lugar más seguro si esto se viene abajo como nuestros vecinos. Quizás tenga más oportunidades desde aquí, puedo saltar por la ventana, todavía es una caída larga pero menos que desde la azotea… Soy un idiota, moriré de cualquier forma. La azotea no es para mí. Pero pensándolo bien… Quizás Malva pueda estar allí.
Blanco sobre negro.
Atravesó las neuronas con filo indetenible. Solo se necesita un pensamiento tan primitivo para que subas treinta y tres pisos de podredumbre nauseabunda. Ni siquiera este era un edificio del cual mi abuelo hubiese podido decir que pertenecía a “la clase privilegiada”. La mayoría de nosotros éramos clase media en una época. La mayoría de nosotros habíamos dejado atrás ideologías. La mayoría simplemente existíamos en este panal. El proyecto surgió como una especie de bonificación azarosa a la población, donde el azar tuvo poca participación. Un ideal del progreso que viviríamos después del cambio que muchos llamaron democrático. Iban a ser tres, pero solo construyeron dos. Y la calidad constructiva del segundo ya no fue la misma… Esta torre biónica fue la construcción más alta del país. Hoy no sé cómo referirme a ella. La mayoría de sus habitantes no se molesta en cerrar las puertas de sus apartamentos, si todavía tienen. Y puesto que los inodoros no funcionan, una excursión fuera de tu ambiente te interna en un territorio de emanaciones tan viles, que después de un tiempo ya es difícil discernirlas. Esto no puede ser bueno para los pulmones. Algunas veces cuando me detengo a mirar las puertas del elevador en cada piso y me acerco al inevitable hueco negro, siento un cosquilleo en las piernas. Siguen pasando los escalones. Patas pequeñas sacuden el polvo: dos cucarachas corren hacia la oscuridad. Estoy cansado. Esos bichos vivirán siempre, nunca he visto otro insecto en este lugar. Ya basta, al menos esto es bueno para la circulación… Pero no, realmente no le llamaría a esto un buen ejercicio. Aquí estamos.
Marcos atraviesa el umbral de la puerta hacia la brillantez del día. El viento golpea su cara mientras realiza una panorámica de la azotea descubriendo algunos bañistas solares: un niño arrastra una fila de latas amarradas pasando cerca de una mujer obesa que se unta una crema verdosa en su espalda, un hombre atlético tendido junto a tres mujeres, una de ellas besa con su pecho donde alcanza a leerse un tatuaje KKK… Marcos continúa registrando otros cuerpos desconocidos, hasta fijar la vista en Malva y Malu. Las hermanas se han levantado y terminan de conversar con un gigante fornido, con más medio siglo en su espalda cuarteada. Probablemente un pescador. Marcos camina lentamente hasta posicionarse en el campo visual de las hermanas. Ellas discuten con el pescador, ignorando al observador.
Malu no es particularmente curvilínea, o particularmente llamativa, al menos para Marcos, y como le dijera una vez a Lucas, no parece particularmente limpia.
Sin embargo, a este narrador le parece una muchacha agraciada. Su pelo corto quizás sea el mayor parecido con su hermana.
Malva no es muy alta, bastante voluptuosa, su cara esculpida en rasgos pronunciados.
No es una belleza convencional, pero impacta. Al menos a Marcos.
Despide un olor penetrante, pero eso no importa. Al menos a Marcos.
Evoca una sed de aventura envuelta en un aura de misterio. Al menos para Marcos.
A este narrador le parece… difícil describirla.
Posiblemente ella está consciente de ello. Cierta arrogancia brota de su sonrisa mientras despide al pescador. La dureza de su voz es casi masculina. Marcos cree que ha sido bastante hábil al captar sus vibraciones.
Sé lo que me pasa y no puedo evitarlo. Casi ninguna mujer aquí me interesa, pero esta… Me conduce a un estado de frenesí, donde mentiría, robaría, asesinara… Hay solo una mujer en este lugar.
El pescador se aleja de las hermanas y desaparece en la oscuridad de la escalera. Malva comienza a caminar en la misma dirección. Malu retiene su brazo. Malva se libera y le lanza una mirada que la hace retroceder. Intercambian palabras que Marcos no puede identificar y abandonan la superficie soleada, antes de que la cubra una nube.
Marcos camina lentamente hacia el borde de la azotea hasta agarrar la baranda oxidada. Su cabeza se asoma al abismo azul.
Ella ya no está. ¿Por qué sigo aquí? El vértigo es mayor y el cementerio está abajo. La mitad inferior de esta estructura es una tumba sumergida. Es una pesadilla, no podemos irnos de aquí. Pronto perderemos cualquier rastro de humanidad. ¿Y si salto? Me veo cayendo, girando por unos segundos en el aire. ¿Veré pasar mi vida? Claro. Estaré descomprimiéndome por la velocidad, los órganos explotarán dentro de mi cuerpo. Quizás saltaría si hubiese tierra abajo, pero no saltaré al agua.
Chasquido metálico. Las células fotovoltaicas se alinean con el brillo. Marcos se voltea.
Un hombre mayor termina de ajustar un panel solar clase Z y le hace una señal a nuestro protagonista para que se acerque.
Robert Carp sigue viviendo un par de pisos debajo del penthouse. El cabrón americano tuvo suerte. Antes de que sucediera todo, trabajaba para la sucursal nacional de una compañía especializada en ingeniería genética: DNA21. Era ingeniero de laboratorio. Había comprado los paneles para su casa en la playa, pero nunca llegó a instalarlos. La playa vino a él, pero sin arena. Si Robert no fuera tan hábil con la tecnología, no tendría mucho que ofrecer aquí. Pero mírenlo ahora… La tecnología es poder. Incluso aquí. Yo también hubiera sido ingeniero, lo que debería significar un inventor en estos días. Y sin embargo, ¿qué he inventado realmente? Terminaba el primer año en la universidad cuando sucedió… No quiero recordarlo. ¡Ese olor! Una mujer fríe pescado a mi derecha, creo que está podrido. Me invade nuevamente un pensamiento que trato de evitar: Malva está vendiendo su cuerpo por los frutos del mar. Si es así, aquí nunca pasará hambre. No hay muchas mujeres jóvenes, aunque todavía albergo la esperanza de que no es para todos los gustos.
Robert estrecha la mano de Marcos y confirma la naturaleza del saludo con una palmada en la espalda. Marcos contesta mecánicamente y continúa hacia el otro extremo de la torre. Una anciana se cruza en su camino. Su piel es tan fina que parece transparente.
Pablo, mi hermano mayor, fue a la cárcel cuando lo encontraron penetrando el cadáver de una mujer de ochenta y siete años en la morgue donde trabajaba de noche. Era un joven bien parecido, al igual que su novia. ¿Qué pasó entonces? Pablo había desarrollado un culto bizarro a su cuerpo, vivía en un estado mental de autoabsorción donde podía mirarse por horas frente al espejo después de regresar del gimnasio. Solía pensar que Pablo tenía un gran vacío donde debería estar alojado su cerebro. Después del juicio, valoré si quizás era más complejo de lo que aparentaba. Aun así, puedo afirmar que realmente no lo conocía. Éramos muy distintos; sin embargo, algo no funcionaba bien en ambos. Los genes de papá seguro… Mamá lo tomó mucho peor. Al día siguiente de una larga conversación a solas con él, la escuché en el teléfono con su mejor amiga: “Ese ya no es mi hijo”. Después de la sentencia, su única visita a la cárcel fue un esfuerzo desmedido por mostrar una maternidad perfunctoria. Yo no lo visité. Nunca lo volví a ver. Probablemente se ahogó en su calabozo. Al principio pensé que siempre me describirían como “Marcos, el hermano del necrófilo”, por elegir una descripción menos agresiva. Quizás lo hagan. Pero tantas cosas han pasado, tantas variedades de semen y sangre han corrido en este lugar, que realmente no creo poseer un pasado tan extravagante.
Los ojos de Marcos se acomodan en la quietud del océano. Gradualmente encuentra belleza en el infinito.
Ya no pienso que es absurdo. Vivimos en un edificio que está sumergido hasta la mitad en este océano sin fin. Mientras más tiempo pasa, menos puedo recordar. ¿Les pasará igual a los demás? No debe ser normal. Perder la memoria de los viejos tiempos en lugar de atesorarlas. Pero está fuera de mi control, es algo físico, decadencia tangible… ¿El mercurio combinado con la UVZ?
Robert Carp ha conectado un equipo de música al acumulador del panel. La azotea es invadida por el ritual de los primeros acordes seguidos por un barítono anunciando el final. Un aplauso gradual se suma a la música. Fascinación a pesar de la letra. El suelo vibra. Robert apaga el equipo bruscamente y sujeta el panel solar. La superficie tiembla. Cacofonía de voces aterrorizadas. Caos cinético. Rajadura.
Despierto. No era el fin. Aún no. Pasan varios días de relativa monotonía. Marcos vuelve a despertar con síntomas de autofagia en su estómago. Toma una vara de pescar y desciende al piso cincuenta y tres. El mar no está demasiado cerca, pero la cuerda es larga. Bajar más significaría traspasar territorio ajeno. Algo pica, no pesa, sube el anzuelo con una sardina que inmediatamente baja a su estómago. Después de invertir toda la mañana, finalmente atrapa una tilapia roja. Regresa por el pasillo sinuoso en busca de la escalera. A medida que avanza siente que el trayecto se hace inusualmente largo. La sardina tenía un sabor inusual. Su paranoia dispara la sensación de que el edifico pareciera tener el extraño hábito de reconfigurarse. Se suceden entradas de apartamentos sin puertas. Acelera el paso. Golpes de luz en la oscuridad. De repente a su izquierda: piernas. Un paso atrás. Siempre temió encontrar algo así. Cuatro piernas entrelazadas en el suelo. Los torsos fuera del alcance visual, interrumpido por el marco podrido de lo que fue una puerta. Pero él conocía esas piernas. El otro par eran peludas, tan vitales y poderosas como el olor a bacalao. Marcos avanza silenciosamente hacia una rajadura en la pared y aplica su ojo. Puedes imaginar que era Malva, por supuesto, a horcajadas sobre el pescador. El pene erecto del hombre la roza, pero permanece fuera de su vagina. Marcos no comprende lo que está mirando. El pescador se masturba rozando su vello púbico. Su mano izquierda intenta oprimir el seno izquierdo de Malva. El ojo de Marcos no pestañea, se acerca aún más a la grieta. El hombre da una palmada a la cadera de Malva. Ella se levanta con agilidad felina y se sienta sobre la cara del hombre. El separa sus nalgas, comienza a besar la oscuridad compulsivamente. La muerde violentamente. Indescifrable, la expresión de Malva parece neutral hasta que nota un anzuelo oxidado sobre el suelo. La lengua del pescador ha desaparecido dentro de Malva. Ella le pincha lentamente la pelvis con el gancho. El hombre gime de placer. Los dedos sucios de Malva hunden el gancho en su piel. La mano peluda de su presa denota una tensión espástica sobre su seno. Los ojos negros de Malva focalizan la sangre brotando de la herida que ha infringido. Chorro rojizo. El líquido brota de su vagina hacia el cuello del pescador. El vapor se eleva al contacto. Marcos elije creer que es orine. Burbujas. Ácido. Células arrasadas. La piel del hombre se quema, pero sigue masturbándose hasta el clímax. El blanco escapa de su cuerpo cuando las últimas gotas del líquido caen sobre su cuello enrojecido. Con el sudor congelado en su frente, Marcos consigue pestañear. Regresa el sonido de las olas. Malva se levanta, camina hacia el océano y salta. El hombre permanece en el suelo recobrando sus sentidos. Su cuello está marcado como un collar. Malva sale del agua. El intenta tocarla, pero ella lo rechaza. El hombre avanza con rapidez hasta una mesa con tres pargos, agarra uno y se lo entrega a Malva. Ella lo mira insatisfecha y agarra otro ejemplar de la mesa, pero el hombre se lanza a su muñeca con brusquedad, apretándola hasta que el pescado cae al suelo. Marcos ajusta su perspectiva. Huesos. Horror. Huesos humanos. Muchos. Desparramados por el suelo. Costillas saladas cuelgan del techo. Malva sonríe desafiante al pescador, como si conociera los ciclos de su futuro. Avanza hacia la puerta. Marcos busca un nuevo escondite en el apartamento contiguo. Escucha los pasos acercarse y luego alejarse.
Penumbra. Marcos la sigue por el pasillo hasta la escalera oeste. Sube tras ella manteniendo un piso de distancia. Uno, dos, tres, siete, once, diecinueve pisos más tarde Deus-Ex. Abajo una ola gigante embiste el cimiento. El impacto viaja, se multiplica, y coincide con otro suceso que no pienso describir ahora. Algo se ha resquebrajado, algunos ladrillos se parten, el suelo cede y se inclina. Malva cae por el hueco del elevador. Sus uñas arrancan la pintura seca de la pared cuando trata de aguantarse a sus grietas, primero con una mano, después la otra. El pargo cae en la oscuridad. Sus dedos despellejados se aferran a un cable. Marcos se asoma a mirar: un animal en un acto de autopreservación. Frágil por primera vez. La mano de Marcos vacila antes de ofrecérsela completamente. Ella lanza sus uñas rotas hasta atrapar la ayuda. Él tira. El cuerpo rescatado se eleva. Malva trepa sobre Marcos hasta pisar suelo con ambos pies. Mira la oscuridad del abismo y, después, a su salvador. Silencio. Ante la imposibilidad de descifrarla, Marcos elige pensar que sus ojos negros le dicen “Gracias”. Le ofrece su tilapia roja. Ella observa con recelo.
—¿Qué quieres?
—Nada, yo… Nada.
Malva agarra el pescado furtivamente y le da la espalda. Durante el próximo mes Marcos fue sacudido muchas veces por emociones en conflicto. Sueños. Pesadillas. Desvelos. Una vez la descubrió de espaldas mirando el mar a través de una pared faltante en el piso cincuenta y nueve, pero no se atrevió a acercarse. Esto lo hizo sentir peor. Una semana después, mientras contemplaba la maceta vacía de su balcón, tuvo el impulso de escribir, vomitarse sobre el papel, esta vez no en su diario, sino en forma de una carta. Blanco arrugado con tinta intermitente.
* Fragmento de la novela inédita La isla vertical, de Miguel Coyula.
Tres grandes desafíos de ‘Corazón azul’
Miguel valoró la utilización de tecnología ‘Deep fake’ para reemplazar el rostro de Héctor Noas por el de Sergio Corrieri en un experimento bizarro que daría vida a un actor muerto.