Juanita Castro ha salido de su farmacia. Las turbas que suenan trompetas en las calles de la Ciudad la han sacado de su ensueño. Es una Bella Durmiente a quien sólo despierta, de vez en cuando, el hedor de un cadáver: del cadáver más zarandeado del mundo. Olvida que la muerte, para los tiranos, no termina en el lecho, en la agonía, en el salón de emergencias o en la pompa fúnebre. Que han de ser arrastrados por el fango, despeñados por los desfiladeros, cosidos al pellejo de un burro, para público escarnio y escarmiento. Que, al fallecer, su misma materialidad cae presa de un aberrante materialismo histórico y que las víctimas, como auras tiñosas, quisieran poseer esos huesos, esos mondongos. Tocar al intocable: comérselo, en una especie de teofagia. Canibalismo de los días últimos. Postrimerías del Reprimero, como diría Reinaldo Arenas, si estuviera vivo.
Hemos olvidado, en estos días, el encargo que nos dejó Reinaldo: restregarle nuestras muertes en la cara al tirano agonizante. “Sólo hay un responsable: Fidel Castro. Los sufrimientos del exilio, las penas del destierro, la soledad y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro seguramente no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país”. Parece mentira que sea otro muerto el que deba recordarnos estas cosas…
Mientras tanto, los viejos camajanes del Exilio histórico no saben qué hacer con tanta rumba, con tanto júbilo desbordado. ¿Pero quién se asombra ya de la catatonia y la ineptitud de esa gente, de su talento para desaprovechar cada oportunidad histórica, para dejar pasar cada momento culminante del drama político cubano. No saben qué hacer con esas espontáneas brigadas de jóvenes, de sangre fresca nacida en el Exilio, que se lanza a las calles en busca de tareas, de consignas y que ya muestran las cámaras de los noticieros. Las manifestaciones callejeras han estado signadas por su energía, por su música, por la belleza juvenil de sus rostros: el rostro nuevo del Exilio y la idea misma de una Cuba libre.
Mientras, en La Habana, la juventud se calla y hace cola para recibir su banderita y su porra; mientras que los ojos duros de los jóvenes asaltadores ni pestañean; mientras las turbas grises, arengadas por los matones, se aprestan a apalear y marchar obedientes, en las calles de Miami la juventud cubana goza, ríe y descarga. Se ríe de la muerte, como debe ser.
Nunca sabremos a qué estarían dispuestos los jóvenes que enarbolan la bandera de Martí y de Maceo en las calles de Miami porque, sencillamente, nos hemos dado el lujo de no preguntárselo, de no darles algo que hacer, de ignorarlos como número, como fuerza, como posibilidad.
Recuerdo que, a raíz de la debacle de Eliancito, hubo reuniones de emergencia en la casa de ciertos millonarios cubanos, coleccionistas de arte y aficionados a la política —diletantes en ambos terrenos—, y que se nos pidió, a un grupo de escritores y artistas, a fin de evitar humillaciones futuras, la creación de una revista, un órgano o publicación local que diera batalla a la maquinaria propagandística del castrismo. Estaba allí la crema y nata de la cultura exiliada –escritores, pintores, periodistas, filósofos… y hasta un cura de visita, recién llegado de la Isla–, pero nada salió de aquello, ni entonces ni nunca; ni siquiera un miserable periodiquito. Antes de dos semanas, a los mecenas se les había enfriado su ardor patriótico cultural.
Y otra vez, en esta debacle en ciernes, en este funeral de las ilusiones, los artistas son ignorados olímpicamente; los intelectuales, postergados; los filósofos, despedidos; los pensadores, olvidados; los críticos, acallados; los revoltosos, controlados. Sólo la basura vociferante es escuchada. Pareciera que estamos presenciando una riña de putas barrioteras sobre la herencia de un anciano millonario. De un lado los curanderos políticos de Castro, los que lo cuidaron y lo bañaron en su larga y embarazosa agonía; del otro, los primos ricos que viven en Washington. Estos últimos no podrían negar, aunque quisieran, el parentesco –se parecen más al finado que la mismísima Juanita Castro. El órgano de vomitar demagogia y cáscara de piña exhibe el mismo rictus; el dedito parado y el brazo enhiesto señalando un perpetuo surco o camellón, que parece extenderse delante de ellos hacia un infinito cerrado. ¿Por qué no nos reímos de esos hermanitos Pimpinela, como los llamó Max Castro? Y, ¿dónde está Max Castro ahora, cuando más necesitamos su tozudez política?
Nada se presta más al performance y a la deconstrucción que un funeral; nada más apropiado que la reflexión escatológica en esta hora de desparramos y estampidas. Por poner sólo un ejemplo que llora –hace años– ante los ojos del cielo: el Castroleum. Mi querido amigo Rafael Fornés, profesor de arquitectura de la Universidad de Miami, ha concebido, en colaboración con sus alumnos, una serie mausoleos o proyectos de tumbas para dar albergue eterno a los restos mortales del tirano. Algunos de los diseños son verdaderas obras maestras, dignas de ser erigidas inmediatamente. Pero eso no es lo genial. Lo verdaderamente inspirado y revolucionario del proyecto de Rafael Fornés, es que se trata, únicamente, del primer paso en una convocatoria mundial, abierta a todos los arquitectos del planeta, para diseñar la tumba de Fidel Castro.
Sé que hace unos años Rafael trató de interesar a León Krier en el proyecto Castroleum, aunque no sé cuál fue la respuesta del belga, el arquitecto favorito del Príncipe Carlos. O cuál sería su respuesta hoy. Sé también que Fornés era uno de los invitados por aquellos diletantes millonarios de Key Biscayne que mencioné, los que trataron de concebir un plan artístico de acción anticastrista, y fracasaron. Y me pregunto ahora, ¿por qué nuestros millonarios no ponen su dinero donde han puesto con tanto alarde sus lenguas? ¿Por qué nuestros representantes no se enteran de una vez de que hay iniciativas mucho más inspiradas que todas las que conciben sus turbias cabecitas, y de que hay una brigada artística que trabaja ahora mismo en la manera de enfrentar creativamente la muerte de un dictador?
Los Angeles, 3/08/2006.
Nota del editor: Entre los años 2006 y 2015 el blog Penúltimos Días publicó colaboraciones de 87 escritores, en su mayoría cubanos, establecidos en una docena de países. Uno de sus temas más recurrentes fue la experiencia del exilio, entendida como una pieza clave para explicar el “tema Cuba”, que fue su preocupación fundamental. Escojo aquí apenas diez de esas contribuciones (de autores de diferentes generaciones, lugares, visiones y experiencias) porque creo que su relectura puede arrojar luz sobre la manera en que hemos vivido y sentido las últimas seis décadas el hecho de quedarnos sin un país que, sin embargo, se prolonga en la memoria. (Ernesto Hernández Busto).
La Cuba de hoy y de mañana
Por J.D. Whelpley
“Es difícil concebir una tierra más hermosa y más desolada por las malas pasiones de los hombres”.