Mi nombre es Álvaro Barrera, soy Doctor en Estomatología graduado en el año 2013 de la Facultad de Ciencias Médicas Mariana Grajales y Urcelia Baéz. En Cuba vivía como una persona corriente y de clase media baja (aunque, independientemente del estatus social, en Cuba sigues siendo de clase baja), subsistiendo como cada cubano, como lo hizo mi madre soltera (con dos hijos) desde que yo tenía 14 años.
Mis días de trabajador de Salud Pública en Cuba eran lo más básico: una jornada laboral de ocho horas y un salario que, como recién graduado, equivalía a 16 dólares al mes. Lo cual, a pesar del incremento salarial, unos meses después (a 40 dólares mensuales), de ningún modo me alcanzaba para vivir. Por ese motivo me vi obligado, de vez en cuando, a vender pescado, para costear mis gastos de transporte relacionados con mi carrera y con la especialidad, ya que vivía en una zona marítima alejada de mi centro de estudios.
Salí de Cuba el 13 de agosto del año 2015. Lo recuerdo como si fuera hoy. Fue duro, pero salía con mis ideas claras: buscar cómo ayudar a mi familia, porque sabía que si regresaba seguiríamos pasando necesidades básicas (aunque mi madre, que es maestra, siempre se las ingenió para ponernos el plato de comida).
En Venezuela vivía en condiciones casi peores que las de Cuba, en un lugar bastante difícil. Allí atendíamos a aquellas personas que, por sus condiciones de vida, no podían asistir a otro lugar. Los atendíamos con lo que se podía: no teníamos muchos materiales, solo lo básico. No nos alcanzaba para nada la miseria que nos pagaban: aproximadamente 10 dólares al mes. En ocasiones me tocó mandar a pedir dinero a Cuba.
En el año 2016 se me dio la oportunidad de aplicar para el Programa de Parole para Médicos Cubanos en terceros países. En el mes de abril le informan a mi madre que yo había “desertado”, y el día 22 del propio mes llegué a Estados Unidos. Gracias a Dios, en 2018 nació mi hija y en 2019 pudimos gestionar una visa humanitaria para viajar a Cuba. La visa fue otorgada a mi esposa, que también es doctora y, como yo, está castigada por el mismo motivo. Ella pudo visitar Cuba y nuestras familias pudieron conocer a nuestra hija. Yo no pude viajar.
En estos años perdí a mi dos abuelos y dos tíos paternos. Ya son casi seis que no veo a mi familia.
Mi vida en la misión fue marcada por muchos sucesos: la precariedad (nuestra, y de los nacionales); la mentira del contrato (que desconocen una buena parte de sus firmantes, hasta que llegan a la realidad); el peligro de las calles, con bandidos armados a toda hora; las mentiras de pacientes fantasmas en los informes clínicos, para poder cumplir con las exigencias de los superiores… En fin, la farsa de esas misiones es tan inmensa que tomaría días de insomnio escribiendo.
Luego de esos nueve meses que trabajé en Venezuela, el Estado cubano se quedó con más de 1800 dolares míos, ya depositados en banco; además de la otra parte, la mayor: lo que el gobierno de Venezuela pagaba por mí, una cantidad de la que nunca dan explicaciones a nadie. Mi familia ni de lejos vio ese dinero, y tengo toda mi familia en Cuba: madre, hermano, tíos, abuelos maternos y demás.
Sueño con volver a verlos, pero debo esperar unos años más. No me dejan entrar a Cuba y, si me dejaran antes de fecha, sé que correría el riesgo ir a la de cárcel, o vaya usted a saber. No creo que mi familia sufra persecución, pues están al margen de muchas cosas, pero sí han recibido alguna que otra advertencia por mi causa, por mi libre expresión en las redes sociales, algo que afecta a esa dictadura.
Siempre he estado consciente de que tomé la mejor de las decisiones, por mí, por mi familia allá y acá; por mi hija adorada, a quien regalé el mejor de los premios: la oportunidad de ser libre, tener un futuro y abrir sus alas a lo que desee. Solo es cuestión de esforzarse. Y esa será mi herencia. Creo firmemente que Dios ha sido bueno con cada uno de los que alcanzamos esta meta, y puedo decir que me siento afortunado y bendecido.
Álvaro Barrera.
#NoSomosDesertores: Robert D. Rodríguez
Trabajé cuatro años para ellos. Aproximadamente 12.000 CUC me robó el gobierno en Cuba cuando abandoné la misión. La familia no tiene derecho a extraer ese dinero. Solo el colaborador puede hacerlo. Pero no me permiten la entrada al país.