No es él quien lo dice, sino sus seguidores: los asesores políticos y los oligarcas que lo leen a diario y conforman la élite contrarrevolucionaria que busca tomar el control del Estado federal en Washington. Según ellos, Curtis Yarvin tendría premoniciones inquietantes.
En 2022, un mes antes de la invasión de Ucrania, escribió lo siguiente: “Hoy, el destino de Rusia es restablecer el orden en Europa. Pero como Estados Unidos es más fuerte que Rusia, Trump debe hacerle saber a Putin que es aceptable hacerlo”.
Desde la instauración de un nuevo régimen imperial en Washington hasta el plan del presidente estadounidense para el futuro de Gaza, Yarvin ha parecido anticipar en varias ocasiones las tendencias más radicales e inesperadas de la nueva administración de Trump.
Para comprender cómo Trump pretende cerrar el conflicto en Ucrania y cuál será la política de Estados Unidos hacia Europa, es imprescindible leer uno de los textos clave de Yarvin sobre política exterior: “Una nueva política exterior para Europa: ‘Dejen que Rusia actúe con libertad en el continente’” (A new foreign policy for Europe: ‘Give Russia a free hand on the Continent’).
Su tesis es bastante sencilla: Estados Unidos debería permitir que Rusia tome el control de Europa.
De manera más sutil y siguiendo una lógica no lineal, su plan es el siguiente: Washington aprovecharía la guerra que desataría Putin contra Ucrania —la “Texas de Rusia”— para retirarse del continente, dejando el terreno libre a Moscú en esa región del mundo.
La Casa Blanca daría así un “golpe enorme tanto al Departamento de Estado como al Pentágono”, permitiendo al presidente consolidar su supremacía mediante un cambio de régimen interno.
Europa se convertiría entonces en un terreno fértil para imponer la nueva hegemonía trumpista: un “laboratorio de la reacción”.
“Una vez que Putin tenga las manos libres en el continente, cada vieja nación europea encontrará una garra de oso dispuesta a ayudarla a restaurar su cultura tradicional y su forma de gobierno —cuanto más autocrática y legítima, mejor”.
A diferencia de otras voces alineadas con el Kremlin, Yarvin no se limita a repetir la propaganda de Moscú palabra por palabra: la convierte en su matriz estratégica.
Al igual que Vladislav Surkov, retoma una vieja tradición literaria europea —la profecía— para imaginar un mundo ordenado como un juego de guerra, en un futuro donde la guerra es la única fuente del derecho.
“Los perros deberían ser libres de correr y jugar”, escribe, “no deberían estar encadenados todo el día —el derecho a hacer la guerra es el atributo más fundamental de la soberanía nacional. En nuestro futuro neo-westfaliano, no habrá Estados títeres ni países ficticios; cada nación será independiente: existirá por su propia fuerza. Si esa fuerza fracasa, simplemente desaparecerá”.
¿Este escenario escrito en 2022 nos da la clave para entender el presente?
Más allá de su apariencia provocadora, es necesario analizarlo con detenimiento: muchos de los seguidores que han recibido las profecías de Curtis Yarvin en sus bandejas de entrada durante años, ahora tienen los medios para hacerlas realidad.
O bien ese imbécil de Putin está a punto de invadir Ucrania[1], o bien está logrando convencernos de que lo hará[2]. Para los payasos como yo, que todavía creen en la historia, esto es muy alentador: sugiere que la historia, en este tardío año 2022, podría no haber terminado del todo.
Algunos estadounidenses consideran que esto es inaceptable —que, parafraseando a FDR[3], la frontera de América se encuentra en los Cárpatos. Para quienes creen que Europa, incluso Europa del Este, es parte de América —llena de protoestadounidenses que aún no se han tomado la molestia de solicitar el pasaporte azul— no hay otra alternativa que luchar. ¡Defender la nación soberana de Ucrania (y sus importantes recursos energéticos, etc.), así como los principios fundamentales del derecho internacional!
Estados Unidos debe defenderse a sí mismo. Esta agresión no será tolerada. El concepto absolutamente realista de una guerra de guerrillas en la Europa del siglo XXI[4] incluso ha sido abordado directamente— por un ministerio serio y responsable que dispone de 750.000 millones de dólares anuales para defender a Estados Unidos. Parece una gran idea, ¿no?
Comencemos por recordar algunos hechos geopolíticos.
El contexto histórico
Ucrania fue el núcleo del Estado ruso original[5] y —hasta que New Order fue una banda de rock y aproximadamente desde que Jacobo II era rey de América— fue una provincia de Rusia[6]. Ucrania es apenas menos rusa de lo que Texas es estadounidense, y mucho más rusa de lo que Alsacia es francesa. Hubo algunos siglos en los que estuvo bajo asedio de los turcos, o algo por el estilo.
Todo ucraniano civilizado habla ruso perfectamente bien —el “idioma ucraniano” es un dialecto campesino—. El presidente de Ucrania[7] ni siquiera habla con fluidez ese argot “ucraniano”, que en la vida civilizada normal es apenas más relevante que el galés en Gales.
Al igual que el “Sudán del Sur”, la “nación” moderna de “Ucrania” es una invención del Departamento de Estado: una coincidencia histórica diseñada en la colusión entre Stalin y Alger Hiss para darle al primero un voto en la ONU, en la muy importante Asamblea General, por cada una de sus provincias, y que luego nació durante una de las borracheras de vodka de Borís Yeltsin. Y de alguna manera, Guillermo II también está metido en esto[8]. Fue una excelente manera de desmantelar la Unión Soviética.
La situación tal como la veo
Recién coronado de laureles por su promoción y cubierto de confeti tras la victoria en Afganistán, el gobierno estadounidense dirige ahora su mirada hacia una guerra terrestre en Europa, con el objetivo de salvar esta construcción burocrática de los años 90, surgida de Bill Clinton a través de Alger Hiss y Borís Yeltsin.
Estadounidenses, amigos, compatriotas: si tenemos un perro en esta pelea, entonces todos los perros son nuestros. Sostengo que no todos los perros son nuestros. Por favor, no me conviertan en un paria solo porque dudo que todos los perros sean nuestros, o, incluso, porque creo que no deberíamos tener ningún perro en esta pelea.
Creo que si Estados Unidos pudiera decidir que no tenemos ningún perro en ninguna pelea excepto en la nuestra —¿y quién nos atacaría si no fuera por combatir a nuestros perros?— este “mundo sin aliados” resultaría ser mejor no solo para todos los estadounidenses, sino también para todos los demás. Los perros deberían ser libres de correr y jugar, no deberían estar encadenados todo el día.
El derecho a hacer la guerra[9] es el atributo más fundamental de la soberanía nacional. En nuestro futuro neo-westfaliano[10], no habrá Estados títeres ni países ficticios; cada nación será independiente: existirá por su propia fuerza. Si esa fuerza fracasa, simplemente desaparecerá.
Un hombre puede soñar. Pero este aislacionismo de principios no es más que una forma de posponer la cuestión de lo que realmente debería suceder aquí. Hagamos un acercamiento y analicemos la situación desde el punto de vista de ambos actores, porque tal vez exista un plan de cooperación en el que todos ganen.
La situación vista por Putin
Si observamos la situación como en un juego de guerra, desde la perspectiva de Putin, la anexión de Ucrania es una gran idea. Pero el problema con Putin es que sus grandes ideas solo son grandes en abstracto; de alguna manera, casi nunca logra concretarlas en grandeza real.
Por ejemplo: ¿por qué Crimea, una de las joyas inmobiliarias del mundo, no está llena de charter cities repletas de trabajadores nómadas globales? Crimea podría ser California, pero con una verdadera policía. En su lugar, que yo sepa, es un pantano semidestruido dirigido por un pequeño matón local.
Es importante precisar que si el verdadero Putin invade Ucrania, probablemente no será algo bueno para Ucrania —ni a corto ni a largo plazo—. Pero debería serlo. Como este ensayo trata sobre teoría de política exterior y no es un ejercicio de propaganda patrocinado por Moscú, imaginemos un Putin abstracto, ideal. Invadir Ucrania probablemente sería bastante positivo tanto para el Putin real como para el ideal.
El Putin real reforzaría su imagen de restaurador de la Gran Rusia y consolidaría su poder internamente. Las sanciones contra Rusia no afectarían a su economía, basada en la exportación de energía con superávit comercial; en cambio, perjudicarían a la oposición occidentalizada de Putin. (Y piensen en lo que sucedería si Rusia exigiera oro a cambio de su gas natural).
El Putin ideal transformaría Ucrania en una joya perfectamente gobernada de una Europa Central nueva y revitalizada, post-americana y post-liberal: con trajes tradicionales, medios de transporte modernos y un internet optimizado con fibra óptica, pero sin porno, sin K-pop y sin gais. Aunque parece que eso, lamentablemente, no va a ocurrir, dense un paseo por Moscú[11] —de preferencia desde su hogar en San Francisco— y midan la distancia entre la realidad y el ideal.
La situación vista por Trump
Pero al diablo con Putin. Olvidemos a esos eslavos encorvados, esos monos de nieve en chándal.
¿Qué hay en todo esto para nosotros? ¿Dónde está América? (Todos aquí somos buenos americanos, ¿verdad?).
Obviamente, este blog no tiene ninguna influencia sobre la administración Biden. Pero, a menos que uno de estos dos lagartos caiga muerto, vamos directos a un Biden-Trump 2024. Un 2024 salvaje, un auténtico duelo de platos rotos en el matrimonio destrozado de América. Todos sentimos cómo aumenta la tensión.
No hace falta hablar del Trump real —obviamente, no conozco al Trump real— pero, ¿qué haría el Trump ideal?
Si un Trump triunfante vuelve al poder en 2024, su primer objetivo no debe ser utilizar el poder, sino tomarlo, expandir implacablemente el alcance de su poder mediante actos audaces y decisivos. Y el escenario adecuado para estos actos es la política exterior.
El objetivo de Trump es extender su poder más que obtener resultados, porque los resultados son ingresos y el poder es capital. En lugar de pescar con las manos, fabrica una caña de pescar. La acción genera poder porque la acción crea precedentes.
Si Trump logra actuar a una escala que ningún presidente recordado haya osado alcanzar, sus enemigos quedarán desconcertados y aterrorizados; sus seguidores se sentirán exaltados y fortalecidos; y le resultará más fácil no solo conseguir resultados, sino también acumular aún más poder. La victoria engendra más victorias. Y el exceso de poder no existe.
Por supuesto, si estos actos son extraños, imprudentes o perjudiciales para los intereses estadounidenses, se volverán más contraproducentes que productivos. Trump no solo necesita acciones descomunales, necesita victorias descomunales —tan rápido y tan grandes como sea posible.
Y estas victorias deben aplastar las creencias y presunciones más profundas de sus enemigos dentro del Estado administrativo, y luego validarse con un éxito tangible.
Para un nuevo presidente, es mucho más fácil afirmar su derecho constitucional a controlar el poder ejecutivo a través de la política exterior, ya que, por definición, la política exterior no sigue estrictamente los intereses nacionales. El derecho del presidente, como jefe del poder ejecutivo, a imponer su presupuesto, su política y su personal, se expresa con mayor claridad en la diplomacia y la defensa.
Por lo tanto, Trump necesita una victoria espectacular en política exterior, que sea visiblemente beneficiosa para Estados Unidos y el resto del mundo, pero que solo pueda lograrse aniquilando ciertos núcleos de poder dentro de esa famosa “rama ejecutiva”. En el escenario ideal, la victoria política es tan absoluta que ninguna organización puede seguir existiendo de manera creíble: el problema simplemente ha desaparecido.
El objetivo de la política exterior estadounidense en Europa
Bajo una administración Trump, el objetivo de la política exterior estadounidense en Europa es influir en la política interna de Estados Unidos.
No hay objetivos realistas, en el sentido habitual del término, para la política exterior estadounidense en Europa. Los objetivos realistas de la política exterior suelen ser militares o económicos. Sin embargo, Europa no representa en absoluto una amenaza militar para Estados Unidos y mantiene un superávit comercial con él, lo que significa que la interrupción del comercio con Europa, por definición, haría crecer la economía estadounidense.
Bajo una administración Trump, el verdadero propósito de la política exterior en Europa sería reforzar el poder interno en Estados Unidos. Por ejemplo, la caída de Afganistán desmanteló las estructuras organizativas dentro del Departamento de Estado y el Departamento de Defensa que sostenían a ese Estado fallido y caótico. Estas estructuras son sólidas, pero no pueden sobrevivir sin su razón de ser.
La liquidación de “Ucrania”, de los presidentes-comediantes, de los magnates de la petroquímica y de otros elementos supondría un golpe enorme tanto para el Departamento de Estado como para el Pentágono. También enviaría un mensaje claro a todos los Estados-clientes del Departamento de Estado: Washington ya no puede garantizar su “soberanía”, ni por la diplomacia ni por la fuerza.
Dar carta blanca a Rusia en el continente
Pero pensar en esto solo en términos de la “Texas de Rusia” sigue siendo una visión demasiado reducida.
Trump debería otorgar a Rusia carta blanca no solo en los territorios de habla rusa, sino directamente hasta el Canal de la Mancha.
El objetivo de una política exterior trumpista en Europa debe ser la retirada total de la influencia estadounidense del continente.
Esto garantizará la derrota del liberalismo en Europa y, al mismo tiempo, mostrará tanto a liberales como a conservadores en Estados Unidos que el liberalismo es letal —con efectos considerables en la moral de ambos bandos—. Y, como decía Clausewitz, todos los conflictos son, ante todo, una cuestión de moral.
Las ideas liberales no son originarias de esta región. Son ideas angloamericanas. Fueron impuestas por una oleada de dinero, moda y bombas. Y, ¿qué nación ha hecho más y mejor en los últimos dos siglos para derrotar al liberalismo en Europa?
Los alemanes del siglo XX tal vez lo intentaron, pero los rusos del siglo XIX lo lograron.
Rusia derrotó al dictador revolucionario Bonaparte. Los cascos de los caballos cosacos resonaron sobre los adoquines de París. Rusia fundó la Santa Alianza y cimentó la Liga de los Tres Emperadores, dedicada a la más oscura reacción europea. Las tropas rusas reprimieron la revolución de 1848 y liberaron Hungría de la tiranía liberal. Como recompensa, Rusia sufrió la insensata agresión franco-británica en la Guerra de Crimea, una manifestación temprana y desequilibrada del imperialismo liberal del siglo XX.
Hoy, el destino de Rusia es restablecer el orden en Europa. Pero como Estados Unidos es más fuerte que Rusia, Trump debe dejarle claro a Putin que hacerlo es aceptable.
Y solo hay una forma inequívoca de transmitir ese mensaje: retirarse de Europa.
La política de un Trump ideal
Trump ordenará el retiro de todas las fuerzas estadounidenses y de todos los diplomáticos, así como el cierre de todas las bases, embajadas y consulados en el continente europeo. Cualquier conversación diplomática que aún sea necesaria podrá realizarse por correo electrónico o por Zoom. (La diplomacia pública —los “acuerdos abiertos, concluidos abiertamente” de Woodrow Wilson— siempre es la mejor opción).
Si estos mecanismos no existieran, nadie los inventaría. En su propósito nominal —la comunicación entre iguales entre gobiernos soberanos— son anacrónicos. En su propósito real —la supervisión cliente-servidor de gobiernos satélites— son detestables. Al retirar a todo el personal estadounidense estacionado en Europa, Trump no abandona Europa, la libera. Exactamente como Gorbachov liberó al Pacto de Varsovia.
La nueva condición de Europa será que ya no tendrá que responder ante Estados Unidos por su forma de gobierno. Quienquiera que gobierne Francia será el gobierno legítimo de Francia —el gobierno de jure será el gobierno de facto—. Como dijo el presidente Monroe hace 200 años[12]:
“Nuestra política con respecto a Europa consiste en no inmiscuirnos en los asuntos internos de ninguna de sus potencias; en considerar al gobierno de facto como el gobierno legítimo para nosotros; en cultivar relaciones amistosas con él y en preservar esas relaciones mediante una política franca, firme y viril, respondiendo en todos los casos a las justas demandas de cada potencia y sin someternos a ningún perjuicio de su parte”.
Es un planteamiento increíblemente sólido.
A Francia no le interesa enemistarse con nosotros.
Pero, ya sea que el régimen francés sea fascista, comunista, monárquico, racista o anarquista, seguiremos comprándoles su vino y vendiéndoles nuestros productos de Disney. Nos da igual incluso si Francia sigue siendo Francia —podría dividirse en pequeñas baronías, o podría convertirse en una provincia de Rusia—. Le terroir seguirá intacto.
La política de un Putin ideal
Con carta blanca en Europa, Putin ni siquiera tendrá que utilizarla.
No habrá ejércitos de tanques cruzando el pasillo de Fulda, como en un juego de guerra de los años 70. Incluso un corte de gas en invierno sería innecesariamente torpe. ¿Acaso Estados Unidos invadió los países del Pacto de Varsovia en 1989? No hizo falta —ya era evidentemente el centro de gravedad—. Rusia solo necesita brindar apoyo y respaldo a los regímenes contraamericanos que emergerán de forma natural cuando la influencia estadounidense se retire.
Los militares franceses, que ya fantasean con un golpe de Estado[13], se darán cuenta rápidamente de que nada lo impide —ni siquiera que la junta resultante sea temporal. De hecho, nada impide que un golpe de Estado restaure a Luis XX[14]— que no debe confundirse con Luis X[15].
Un régimen así podría justificarse simplemente con la restauración de la seguridad pública urbana —calles limpias y seguras, sin zonas de exclusión—. Nadie que haya vivido en la decadencia de la democracia tardía olvidará la diferencia, ni la locura de haber considerado el viejo mundo como algo garantizado. Imaginen que la miseria urbana estilo 2022 sea vista como “normal”.
Muchas de las acciones de Putin parecen estar dirigidas a fortalecer su autoridad nacional. Desde un punto de vista histórico, es débil, ya que Putin no es realmente un zar —se ve obligado a fingir que es un político elegido democráticamente y sometido al Estado de derecho.
Esta concesión es en sí misma su propia rendición —y la de su país— al orden mundial de la democracia, que era el orden mundial angloamericano. Pero eso era antes. Hoy, Estados Unidos se ha retirado de Europa (con la excepción de Gran Bretaña).
Por lo tanto, así como la vieja Europa de la posguerra fue un laboratorio de la democracia, la nueva Europa post-Trump debe convertirse en un laboratorio de la reacción.
“Una vez que Putin tenga carta blanca en el continente, cada antigua nación europea encontrará una garra de oso dispuesta a ayudarla a restaurar su cultura tradicional y su forma de gobierno. Cuanto más autocrática y legítima, mejor”.
El problema fundamental del régimen de Putin es cómo expandir su poder personal tanto en extensión como en el tiempo. En extensión, debe volverse más autocrático, más capaz de ejercer un control personal sobre cualquier asunto en cualquier lugar. En el tiempo, su régimen debe durar no solo toda su vida, sino mucho más allá de su muerte.
La ilegitimidad de las dictaduras del siglo XX es una mancha negra sobre la autocracia, porque contradice su propia esencia. Una autocracia temporal es inestable. Dado que el dictador de otro falso país post-soviético, Lukashenko[16], debe fingir que es un político electo, nadie puede estar seguro de lo que ocurrirá cuando muera. Esa es la debilidad de incluso los regímenes más fuertes, gobernados por los hombres más fuertes.
Por lo tanto, el verdadero interés de Putin al ocupar Europa es poner a prueba sobre el terreno el futuro de Rusia como una autocracia legítima—en otras palabras, como una monarquía absoluta de estilo zarista.
Dado que cada país europeo fue en su día una monarquía, y que la idea de una guerra de guerrillas o de una violencia colectiva organizada en la Europa moderna resulta absurda, fomentar una serie de experimentos en materia de reacción, monarquía y autocracia —cuyos resultados podrían aplicarse luego en Rusia— parece ser el camino más evidente.
Existe cierto riesgo para Rusia en la revitalización de la vieja Europa. Rusia rara vez ha podido competir de igual a igual con Francia o Alemania en todos los ámbitos. Pero, dado el estado actual de estas naciones, pasarán muchos años antes de que esto vuelva a ser una preocupación seria.
* Artículo original: “Comprendre la politique européenne de Donald Trump : le plan Yarvin pour l’Ukraine”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.
Notas:
[1] Liesl Schillinger, The Geopolitics of Ukraine’s ‘The’, Foreign Policy, 5 de octubre de 2019. (Todas las notas al pie son los enlaces insertados por Curtis Yarvin en la publicación original).
[2] Clint Ehrlich, The world is perched on the edge of an abyss (…), Twitter, 16 de enero de 2022.
[3] Búsqueda en Google: “america’s frontier is on the rhine”.
[4] Training Civilians, Ukraine Nurtures a Resistance in Waiting, The New York Times, 26 de diciembre de 2021.
[5] Rus de Kiev – Wikipedia.
[6] Tratado de Paz Polaco-Ruso (1686) – Wikipedia.
[7] Interfax-Ukraine, Zelensky wants to know and speak Ukrainian better, Kyiv Post, 7 de noviembre de 2019.
[8] Ucrania durante la Primera Guerra Mundial – Wikipedia.
[9] Emerich de Vattel, The Law of Nations: Book III. Of War (en constitution.org).
[10] Paz de Westfalia – Wikipedia.
[11] [4K] 🇷🇺Walking Streets Moscow. Walking tour around Moscow Center, Lost in Moscow, 16 de julio de 2021.
[12] 2 de diciembre de 1823: Séptimo Mensaje Anual (Doctrina Monroe), Miller Center.
[13] New Military Letter Warning of ‘Brewing’ Civil War Prompts Outrage in France, The New York Times, 5 de diciembre de 2021.
[14] Louis Alphonse de Bourbon – Wikipedia.
[15] Louis Farrakhan – Wikipedia.
[16] Belarus leader Lukashenko tells BBC the country may have helped migrants into the EU – BBC News, 23 de noviembre de 2021.

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