La rabia del perro



Conozco un muchacho que escribe disparates. De varios colores, los disparates. Blanco, el muchacho.

Como la leche.

Como la luna.

Como la nieve.

Como la demencia senil.

Conozco un muchacho que se cree hombre y escribe disparates como el más niño de los niños. Disparates sobre su vida.

¿Sobre qué otra cosa pudiera escribir quien solo ha vivido una vida en un mismo lugar?

Un lugar que a veces es jardín y otras veces es cementerio.

Donde a veces lo visitaban sus amigos. Sobre sus amigos, el muchacho escribe. Los amigos son como los perros. Un día te dan amor y otro te muerden la mano. Un día te piden comida y otro te escupen la cara. Un día están y otros, no.

Si es verdad que parte de uno se queda en cada persona que conoces, este muchacho está en cada rincón del planeta a donde se han ido sus amigos. Por eso le parece vivir en un eterno déjà vu.

Y dice: no sé, pero creo que bancos como este los hay en la Plaza Roja de Moscú. O: no sé, pero hay un abrigo como este en una vidriera de París. O incluso: no sé, pero siento el mismo calor que ha de haber en una playa de Brasil.

Y yo le digo: pero si tú nunca has estado en Moscú, ni en París y mucho menos en Brasil.

Y él me mira con cara de tú no entiendes, o de mejor, cállate. Y se encierra en su cuarto a escribir cartas para sus amigos. Disparatadas. De colores.

Cartas que hablan de él. De su vida en este sitio. De un lugar que a veces es jardín y otras veces cementerio. 

Y les dice, por ejemplo… hoy, camino del trabajo, pasé por donde tú vivías y vi una mata de limones. ¿Recuerdas que te encantaban los limones? Perdona, no pude evitarlo y arranqué uno de la mata. Sin importar tus vecinos con sus gritos de “ataja, ladrón, devuélvenos nuestros limones”. Hice una limonada riquísima.

O por ejemplo… En el fondo de una caja de galletas, guardo la fosforera que me regalaste a mis veinticinco años. Justo antes de marcharte. Y lloro cada vez que la veo. Y después me duermo, por el esfuerzo del llanto.

Cosas como esas solo se ven en este lugar donde vive el muchacho. Un sitio del que nunca ha salido. Ni saldrá. Porque sus amigos no responden a ninguna de sus cartas. Porque las cartas no llegan a sus manos. Porque primero pasan por las mías.

Él me pide de favor que las entregue y yo le digo, por supuesto… O sea, le miento. Porque nunca veo al cartero. No me cae bien. No tengo nada que darle, ni pedirle. A mí nadie me manda cartas. Ni blancas, ni de colores, ni disparatadas.

Él no ha tenido la suerte de sus amigos. Esos otros sí que han tenido suerte. Porque este lugar está diseñado para que nada ni nadie salga de él. Este lugar no es un canal de parto, ni cosa que se le parezca. Esos, seguro que han sido sacados fuera por otros que ya estaban fuera antes. 

Por eso, no hay nada para ellos. Mucho menos, cartas. Todas para mí, por el bien del muchacho. ¿Quién cuidará de él allá afuera? De lejos, cualquiera es amigo. Pero de cerca, al quinto día comienzas a apestar.

Como un animal muerto.

Como un hombre muerto.

Como una carta muerta.

Como un amor muerto.

Y saltan a la vista los defectos. Dejas los pelos regados por toda la casa, ni que fueras perro. Eres muy entrometido, métete en tus asuntos. Deberías buscarte un lugar donde vivir y si no encuentras, entonces un asilo. Y si tampoco, entonces un portal, una caja de cartón en medio de un parque.

Eso hacen cuando apestas.

Por eso yo no tengo amigos.

Por eso boté a los amigos de este muchacho, antes de que se fueran a Moscú, París o Brasil. Como a unos perros sarnosos.

Yo no tengo sarna.

Yo huelo rico.

Yo me baño con jabón de leche y aloe vera todos los días a las tres de la tarde. Es decir, él me baña, es su obligación.

Es la hora del baño, amo, me dice. Solo por verme enfadar.

Entonces me enfado para él, para divertirle un poco su día. Entonces monto una pataleta.

No quiero, mi niño, le digo.

No les había mencionado que al muchacho le digo “mi niño”. No puedo decir su verdadero nombre. Me lo tiene prohibido.

También me tiene prohibidas las pataletas a la hora del baño, pero igual las monto.

Y lloro (de verdad, soy un artista del llanto).

Y pataleo (como un ahorcado).

Y rallo malanga con mis pies descalzos.

Y sangro.

A mi niño no le gusta que sangre. Cuando sangro, me tiene que bañar y después curar. Unas curas muy dolorosas. Pero nada duele más que el encierro en que él está encerrado en este lugar, a veces jardín y otras veces cementerio. 

Él asegura que es mi culpa. Yo creo que, para él, comienzo a apestar.

No a grajo.

No a culo.

No a viejo.

Apestar de verdad.

Yo sé que, llegado el momento, mi niño me dejará solo. O lo intentará. Él aún no se percata de que yo sí lo amo y el amor da trabajo. Ese es su precio.

¿Tú no amas a tus amigos?

¿Tú no les escribes cartas de colores?

¿Tú no les pides por favor, sácame de aquí?

Ahora, sufre.

Arrodíllate.

Llora.

San Amigo de Moscú, o San Amigo de París, o San Amigo de Brasil, no escucharán tus ruegos.

Pensándolo bien, ¿qué te ha hecho no meterme en un asilo, no echarme afuera como un animal de la calle, como un perro sarnoso?

No me has echado porque soy tu mascota. ¿Verdad? Porque soy una buena mascota. ¿Verdad?

No muerdo.

No araño.

No hago ruido.

Tan solo estoy quieto en mi silla de ruedas, que no rueda, porque implicaría demasiada libertad. No puedes permitírmelo. En cambio, tú sí quieres ser libre, porque estas cansado. Muuuyyy cansado. Cansado que te caes.

Mi niño, yo solo pretendo que me quieras y que estés junto a mí. No escribirás más cartas, ni rosadas, ni rojas, ni amarillas, ni malvas, ni verdes. Ni siquiera blancas, aunque creo que esas no te gustan. A mí tampoco. Las cartas blancas son tristes.

Como la leche.

Como la luna.

Como la demencia senil.

El blanco es un color que no debiera existir. Aunque, pensándolo bien, no existe. El blanco es la ausencia de color. Es el vacío. 

Por eso, y por todo lo anterior confesado, te llevaré a mi cuarto pintado de blanco. Que es como decir, no está pintado. Te daré un beso en la frente y te mataré como a un perro. 

Al menos así llenaré mi vacío y el de estas cuatro paredes.






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