Discurso pronunciado por José Abrantes, ministro del Interior de Cuba, en un encuentro con personalidades de la cultura, el 26 de marzo de 1989.
Queridos compañeros Hart y Aldana;
Queridos compañeros todos:
Aquí nos hemos reunido varias veces con el compañero Fidel, con Raúl y otros dirigentes del Partido y el Gobierno. Aquí hemos discutido durante muchas horas problemas importantes de la defensa de nuestra sociedad, de la lucha contra el delito y otros. Pero es la primera vez que tenemos la satisfacción y el honor de reunirnos en este lugar con una representación de nuestros artistas y literatos, de nuestra intelectualidad creadora.
Quisiera expresarles por ello la más sincera gratitud y nuestra alegría por este encuentro con personalidades tan destacadas de nuestra cultura.
Me parece necesario que les ofrezca, en primer lugar, una breve explicación.
Este 26 de marzo, nuestros Órganos de la Seguridad del Estado cumplen su trigésimo aniversario. Es un hecho, como es natural, que representa mucho para la Revolución y para cada uno de nosotros. Como ocurre por lo general cuando se acerca una fecha de esta índole, nos estuvimos preguntando cuál sería la forma mejor y más útil de conmemorarla.
En ocasiones similares, en el pasado, hemos tenido homenajes y actos políticos en que se expresó el reconocimiento del pueblo a la larga y dura lucha librada por nuestros combatientes. Ahora también habrá algunos momentos de este tipo. Pero pensamos en la conveniencia de incorporar además fórmulas nuevas. Y así concebimos que en este aniversario, junto a los saludos que estamos recibiendo y que tanto agradecemos, sería correcto que nosotros mismos aprovecháramos para tomar la iniciativa y salir al encuentro de sectores y fuerzas sociales con los que hemos compartido y seguimos compartiendo el esfuerzo por defender y perfeccionar nuestra Patria.
Esa fue el origen de esta idea. Por eso es que hemos sido los promotores de la invitación, y por eso es que hoy somos también nosotros los que venimos a destacar, precisamente, no lo que significa nuestra labor, sino lo que significa la labor de ustedes.
No se trata de un simple deseo de halagar. Hay en esto un fondo conceptual que me gustaría subrayar. Una revolución, como cualquiera comprende perfectamente, no se defiende solo con las armas. La seguridad de un país como el nuestro no es únicamente la que le puedan proporcionar las instituciones encargadas de vigilar y combatir las actividades enemigas. Esto es importante, vital si ustedes quieren, pero no podemos desvincularlo de otros factores. Nuestra fuerza es en definitiva toda la fuerza de la sociedad. Es la economía, es la vida política, es la atención social, y muy particularmente, es el clima espiritual y moral del país, el estado de ánimo de las personas, el nivel de información y de desarrollo cultural que logremos, todo eso que a veces resumimos en una sola palabra: conciencia.

“El túnel al final de la luz: los años cubanos de la perestroika” es pura arqueología de la memoria. El momento en que, tras un breve pestañazo del poder totalitario, el arte y la sociedad cubanas pudieron exhibir sus potencialidades.
Ustedes trabajan también por nuestra seguridad
Ustedes, al trabajar por un pueblo cada día más culto y mejor orientado, trabajan también por nuestra seguridad.
Por feliz coincidencia, el próximo día 25 el ICAIC conmemora también su XXX aniversario. Desde aquí transmitimos nuestro abrazo fraternal a sus fundadores, a los directores, productores, realizadores, artistas, técnicos y trabajadores que han hecho de esa institución un baluarte para la Revolución en la esfera del arte y la cultura.
Esa etapa más reciente, en la que han coincidido la rectificación, por un lado, y la agudización de las dificultades económicas, por el otro, nos ha dado una experiencia insustituible en cuanto a la importancia de estos últimos elementos y a la significación del trabajo con el hombre.
Sólo tendríamos que preguntarnos cuál sería hoy nuestra situación si este período de brusca reducción del ingreso en divisas, de problemas en general con nuestras finanzas y suministros externos, con toda la secuela que ello implica para la producción, el transporte, los servicios y la vida social, no hubiera estado presidido por el empeño rectificador y la voluntad de eliminar errores, acabar con tendencias nocivas, perfeccionar cada cual su propia labor y poner un acento decisivo en la atención al hombre, la confianza en el ser humano y el estímulo a los valores políticos, patrióticos y morales que pueden desarrollarse en él.
En otras palabras, ¿qué sería hoy de nuestro país si en esta coyuntura adversa persistieran los fenómenos existentes en 1985?
Si bien en el pasado vivimos etapas en que la lucha se decidió en el terreno de la acción, si bien jamás podremos descuidar la preparación militar y la capacidad de nuestro pueblo para defenderse con sus propias fuerzas, no hay duda de que estamos en presencia de cambios. Ya se advierte en este nuevo contexto el creciente protagonismo que le corresponde desempeñar en la sociedad a la intelectualidad creadora, entendiendo como tal no sólo al artista y al escritor, sino también al maestro, al profesor, al periodista, al investigador social e incluso a profesionales como el médico que cada día ejercen una mayor influencia sobre amplias capas de la población.
No podemos cerrar los ojos frente a estos cambios, que nos exigen una preparación superior en todos los órdenes y que trasladan y trasladarán cada vez más la confrontación al terreno de las ideas, de los derechos del hombre, de la democracia, la libertad y la cultura.
Esta parece ser hoy una tendencia dominante de la vida internacional. Ella se halla condicionada no sólo por el absurdo de la guerra nuclear, como vía para resolver las contradicciones entre los grandes bloques, y por el incipiente proceso de distensión que se abre paso, sino también por cierta actitud triunfalista y arrogante con que las potencias capitalistas están recibiendo las críticas al pasado y las autocríticas que se hacen en la Unión Soviética y otros países socialistas; algunos aspectos de las reformas económicas que se aplican, y otros fenómenos y dificultades que surgen aparejados a estos esfuerzos por resolver las dificultades que allí se han acumulado.
Por lo que se aprecia, hay políticos y estrategas occidentales que creen llegado el momento para una derrota decisiva del socialismo en los terrenos de la economía y el desarrollo científico-técnico, y en correspondencia con esto proponen intensificar y hacer más refinadas las campañas dirigidas a desacreditar, penetrar y hacer evolucionar el socialismo en el sentido que ellos desean.
Se configura una situación delicada y difícil. No hay que subestimar su gravedad. Pero, desde luego, no es la primera vez que los imperialistas anuncian la crisis definitiva del socialismo en los últimos 70 años.

“El túnel al final de la luz: los años cubanos de la perestroika” es pura arqueología de la memoria. El momento en que, tras un breve pestañazo del poder totalitario, el arte y la sociedad cubanas pudieron exhibir sus potencialidades.
Creemos en el socialismo y estamos convencidos de su potencialidad y superioridad
Nosotros, que creemos en el socialismo, que estamos convencidos de su potencialidad y su superioridad, porque las hemos comprobado en la propia vida, tenemos que recoger el guante de este desafío, y hacerlo con valentía y determinación, pero también con mucha inteligencia y claridad en las ideas.
El papel de Cuba se agiganta en estas circunstancias. Nuestro país, en virtud de su historia, de sus realidades, de la línea que ha mantenido todos estos años, está en condiciones de hacer lo que otros no pueden.
Esto nos coloca en posibilidades de influir cada vez más dentro del socialismo, dentro del movimiento revolucionario, en el seno de América Latina y el Caribe y, en general, de todo el Tercer Mundo.
Tenemos autoridad para ello. La Revolución Cubana fue la primera que planteó la necesidad de transformaciones profundas en el socialismo, y de hecho hemos tenido en Fidel un ejemplo permanente de enfoque renovador y creador. Nuestro proceso ha sido, igualmente, el primero que subrayó con toda energía el papel de los factores ideológicos, morales y culturales en la construcción de la sociedad socialista. Contamos, además, con una tradición de lucha que enlaza de modo coherente con todos nuestros propósitos de hoy, de manera que al defender y mantener nuestros principios estamos también defendiendo y manteniendo todo lo que hay de honroso, positivo y avanzado en la historia de la nación y el pueblo cubano.
No nos corresponde hablar por otros. No podemos siquiera predecir cuál será la evolución que sigan otros procesos. Pero en lo que toca a nuestra Patria no titubeamos un solo segundo en asegurar que vamos a salir de este reto mucho más fuertes, perfeccionados y maduros, para bien de Cuba y del socialismo.
Ahora bien, por esta misma razón estamos obligados a asumir las realidades complejas y cambiantes del momento actual.
Aunque la confrontación entre Cuba y Estados Unidos, entre la revolución y la contrarrevolución, matiza inevitablemente muchos acontecimientos, ya no podemos ceder a la tentación facilista de ponerle un rótulo político a cualquier fenómeno que tenga lugar en nuestra sociedad y que pueda desagradarnos o impactarnos. Muchas veces las cosas no son tan sencillas. El tratamiento tampoco puede ser en la mayoría de los casos esquemático o represivo.
Cada día ganan más importancia las formas de influencia y de regulación social que tienen un carácter político y persuasivo, que se basan en la labor de la familia, la escuela, de las instituciones docentes, de los colectivos profesionales y las organizaciones políticas y de masas. Esto lo vemos a diario. En la propia lucha contra el delito pasa a ocupar un lugar fundamental. El papel dirigente del Partido se acrecienta aún más en estas circunstancias, y aumenta, igualmente, el significado de la coordinación, el intercambio constante y el trabajo conjunto entre todas las fuerzas de la sociedad. Esta es, precisamente, la filosofía en que descansa hoy la labor del Ministerio del Interior, junto con la profundización y la profesionalización crecientes del trabajo de sus órganos, porque es la única forma de ser certeros y eficientes en el contexto en que nos desenvolvemos.

“El túnel al final de la luz: los años cubanos de la perestroika” es pura arqueología de la memoria. El momento en que, tras un breve pestañazo del poder totalitario, el arte y la sociedad cubanas pudieron exhibir sus potencialidades.
Tenemos que forjar, con capacidad creadora, fórmulas para edificar el socialismo acordes a nuestras realidades
Martí, que vio tan lejos, decía hace ya casi un siglo que “el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural…” Y que “gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador”.
Si sabemos aplicarnos esta idea a las realidades de hoy, significa que tenemos que forjar paso a paso, con imaginación, con trabajo esforzado, con capacidad creadora, fórmulas para edificar el socialismo que concuerden con nuestras realidades. Si algunas de las fórmulas que importamos en el pasado son hoy cuestionadas y puestas en crisis, si nosotros mismos comprobamos su ineficacia, esto sólo podemos entenderlo como la obligación de pensar con nuestra propia cabeza, como necesidad de aplicar a nuestras condiciones los principios y el método universales de nuestra doctrina filosófica y política; como conveniencia de volver a lo mejor y más permanente de nuestra tradición intelectual, y como la responsabilidad de ejercer, en particular, una más auténtica y profunda libertad de pensamiento.
Creo que todo el que trate de razonar sobre este momento verdaderamente crucial en que nos hallemos, comprenderá que tal vez como nunca antes serán decisivas las ideas.
En la investigación, en la educación, en la forma en que conduzcamos el trabajo de información, en el desarrollo de la cultura: ahí estará una parte importantísima de las respuestas que estemos buscando a nuestros problemas.
Esa será, al mismo tiempo, la respuesta al lugar de Cuba en el intercambio y el diálogo que se nos vienen encima con el proceso de apertura hacia América Latina y el Caribe, y que nos colocan en una posición especialmente influyente, dentro de un movimiento cuya orientación estratégica apunta hacia la concertación, la unidad, y la futura integración del continente. Ahí también, como ya lo vimos en Quito, en México, y más recientemente en Venezuela, en ocasión de las visitas del compañero Fidel, los vínculos intelectuales y culturales nutridos de modo perseverante durante estos 30 años se han expresado y dado sus frutos con enorme fuerza.
Hemos confirmado en la práctica la importancia que tiene haber sido animadores de una proyección amplia y no sectaria de la cultura latinoamericana, como se corresponde con la política cultural avanzada, autóctona y genuinamente creativa que la Revolución dio a nuestro país. Y esto cada día que pase multiplicará su significación.
Podremos, por tanto, si perseveramos en esa dirección, hacer una contribución al socialismo, influir en las luchas y reivindicaciones de todo el Tercer Mundo, y ejercer un papel bolivariano y martiano en el destino de nuestro hemisferio. Todo ello en la medida y a la par que seamos capaces de perfeccionar nuestra propia sociedad.
Esa es la perspectiva que nosotros vemos. De ahí la trascendencia que atribuimos al avance de nuestro movimiento cultural, considerado en su sentido más completo y vasto.
“El arte —dijo también Martí— como la sal a la vida preserva a las naciones”. Así concebimos nosotros el papel de nuestros creadores.
De ahí que no veamos ni podamos ver nunca a la cultura como un área de conflicto ni como una fuente de dificultades, sino como la gran fuerza transformadora que puede y debe ayudarnos a ganar esta batalla por la justicia a nivel continental y mundial, y por el mejoramiento humano, a nivel nacional.
Nosotros no nos engañamos. No queremos una cultura oficialista ni domesticada ni pasiva ni formalista, porque esa sería una cultura muerta e incapaz de aportar algo a la solución de los problemas.
Ese podrá ser el ideal de un burócrata, pero nunca el de un revolucionario.
Sabemos, por supuesto, que éste no es un camino fácil ni libre de obstáculos. Sabemos que el ejercicio de una mayor libertad exige, de modo consecuente, una mayor altura ética y sentido de responsabilidad. Comprendemos de modo muy claro todos los complejos factores, internos y externos, que hacen hoy especialmente sensible y difícil esta tarea. Pero no hay alternativa a la creación libre, auténtica y comprometida de modo entrañable con el pueblo y la Revolución.
Por todas estas razones, queridos compañeros, lo que quiero decirles es que los intelectuales cubanos podrán contar en este esfuerzo con la confianza, la comprensión y el respaldo sinceros del Ministerio del Interior.
Durante estas tres décadas hemos tenido relaciones de trabajo y de colaboración con muchos creadores. Realmente nos sentimos orgullosos de la lealtad y la modestia que han presidido estos vínculos.
Estamos y estaremos siempre abiertos al diálogo, en la disposición de escuchar y de discutir cualquier idea, cualquier problema que pueda preocuparles, y en el cual consideren útil nuestro conocimiento o participación. No me refiero sólo a los compañeros que tienen relaciones de muchos años con el Ministerio, ni me refiero tampoco exclusivamente a los que puedan opinar más cercanos a nosotros, sino también a aquellos que tengan ideas distintas o que vean los problemas con otros matices y enfoques.
Necesitamos perfeccionar cada día más esa comunicación, porque es preciso cerrar filas ante formas sutiles de la acción enemiga, que persiguen desorientar, confundir, desanimar, erosionarnos desde adentro.
Tenemos, frente a esto, una intelectualidad que ha probado su firmeza al lado de la Revolución. Una intelectualidad compuesta ya por varias generaciones, desde los que eran figuras consagradas al triunfo de nuestra causa, hasta las más jóvenes, inquietas e inconformes promociones de creadores.
Pocos países pueden decir esto. Por eso nos sentimos confiados, nos sentimos seguros en el porvenir, y podemos cumplir con optimismo la agradable misión que nos propusimos, de saludarlos, felicitarlos y trasmitirles un fuerte abrazo con motivo de este trigésimo aniversario, que es también de ustedes.
Muchas gracias.

¿Cómo podría escalar la guerra entre Irán e Israel?, una conversación con Daniel B. Shapiro
Por Daniel Block
Daniel B. Shapiro ha sido embajador de EE. UU. en Israel y director sénior para Oriente Medio y el Norte de África en el Consejo de Seguridad Nacional.