La gente llevaba décadas preguntándose cuándo se caería aquel gobierno nefasto de su país.
Un día se despertaron debajo de los escombros y confundidos con ellos: se había caído el país. El gobierno seguía en pie.
Ellos apenas lo notaron porque el país les cayó encima. Los sobrevivientes estaban distraídos en su agonía o tramitando los papeles de su última mudanza.
Desde lejos, por inercia, otros siguieron luchando por el país inexistente y haciendo planes para él. Las mujeres, con su fe inquebrantable, tomaron la iniciativa. Luego se fueron integrando a las organizaciones más fuertes de sus nuevos países y adoptando sus modos, sus prioridades, sus temas. En ellas aún se respiraba algo del aire de su tierra.
El gobierno nefasto tiene ahora otro país y ha logrado integrarse a varios estados del Norte. Han proclamado el 2030 como el “Año Decisivo de la Intifada Global”.
Sus hoteles se llenan —por fin— de aquellos turistas que siempre estuvieron esperando. Son personas educadas, saludables, solventes, empáticas, solidarias. Ya no los llaman “turistas”, sino simplemente “pueblo”. Y, en las ocasiones solemnes, “nuestro pueblo indoblegable”.










