Sin alas, casi humano

Era un lugar donde faltaba el aire

y había que pagar deudas que contrajeron otros,
a eso se reducía nuestra casa,
con las puertas cerradas
para que no llegara más desdicha
y una lista muy larga de miserias
que fuimos aprendiendo,
lentamente, en colas, en atajos.
Era un lugar,
un miedo
vulgar y colectivo
tejido por las sombras,
por demiurgos
que hicieron una fiesta
y lanzaron al fuego nuestros libros.
Era un país donde te desnudaban,
donde tu intimidad se desprendía de todos los pudores
y no había que matarte porque ya estaba roto el valor.
Por eso nos marchamos de ese lugar tan triste
y la idea de volver no es un regreso,
ni capitulación de la memoria
que pueda redimir a nuestros muertos,
las víctimas que esperan por nosotros
y por cualquier palabra verdadera.
Nadie conoce el día final de tanta ausencia,
pero a la vuelta seremos otra cosa
y ese país que habita en los recuerdos
será por fin la casa
donde tenga lugar el arcoíris
o conjuro final de los demonios
que un día la sitiaron,
las tinieblas en franca retirada,
los demonios del odio y de la envidia.




Se acerca el fin de nuestra larga noche

o acaso es otra burla,
otro espejismo.
En el hombre la luz siempre resiste,
poco o nada sabemos del que calla
su miedo y su tristeza.
Es peligroso el hombre en su silencio,
en su rabia de ayer que sigue viva
hay esporas de luz que caen al suelo,
el viento las esparce
y resucita
lo que parece muerto.
Dios no abandona nunca a los que callan,
el grito siempre está en alguna parte,
la hora de sacudirnos tanto enojo,
de ajustar cuentas con la larga noche
que ha servido de manta al carcelero,
al mayoral, al cómplice.
Cuidado con los hombres que ahora callan
o gimen o se esconden,
porque el límite es parte de un misterio
que halla su amanecer.
Cuidado con el truco del sombrero,
la sangre no es ajena a las auroras.




A lo mejor es hoy y no mañana

porque el hombre se cansa de su miedo.
Lo que invita a morir en la esperanza
es un algo vital que conservamos
del hombre que gozaba el paraíso,
los demonios lo saben y se espantan,
esa vida sin mal que nos habita
puede romper el cerco, la coraza,
y soplar las cenizas.
A lo mejor es hoy y no mañana
el momento preciso de la aurora,
y pobre del que espere en su balance,
del que invite al dogal de la prudencia
para no amanecer.
A lo mejor es hoy y no mañana,
porque es fácil matarnos,
pero la vida tiene que estar viva,
nadie puede torcer ese designio que viene de lo alto
y se encuentra en hombre con el hombre.




El tiempo de las sombras se ha hecho largo,

queda una costra dura,
un daño germinal en los que han sido
expuestos a la oscura pirámide del miedo,
que abruma, que vacía,
que rompe los tendones de la dicha,
el bien y los sentidos.
El tiempo de las sombras se ha hecho largo,
hemos visto morir a nuestros héroes
y la maldad también ha envejecido,
como un falso consuelo
o el embuste,
que uncimos en el carro de la vida,
medio buena,
casi de cara al sol,
aunque sabemos
que el mal también es nuestro,
que dejamos entrara a nuestra casa
y se hiciera de todos los trajines,
casi sin darnos cuenta,
por el ojo del otro,
por desidia,
por el instante del aplauso.
Para esta sombra que nos cubre,
pertinaz y promiscua,
poner el corazón sobre la mesa
es la única esperanza que nos queda.




Nada es más triste que ese olor de agua,

algo he perdido ya que no recobro,
han muerto los de ayer y otros no viven.
Largo es el inventario de esta pena
que descansa en los sueños mal soñados
y ahora es el purgatorio donde habita
nuestra sangre dispersa.
Cómo salvar el alma de una isla
si el ombligo es el centro,
si el espejo
no nos deja mirar al horizonte.




El hombre llegó para quedarse,

es el hijo mayor del hombre nuevo,
sólo quiere comer, fumar, el sexo,
no le importan la muerte,
ni la patria.
Este es el hombre nada, compatriotas,
nuestro hermano también, entre nosotros,
con la media verdad bien aprendida
en los predios del mal que fue su casa.
Algo de su vacío se contagia
en la nada que aturde,
que dispersa,
y arriba a este confín en otro carro
armada hasta los dientes.
Este es el hombre nada
nuestro prójimo,
criatura de una noche muy larga,
que homologa los males a su antojo,
que corrompe los bienes de la sangre.
Nos une la raíz de una nostalgia
que no puede arrancarse,
nos salvamos con él o hemos perdido,
también, esta batalla.




Hablar contigo es una cosa seria

porque Tú me remites a mí mismo
y me pones al pie de Tu silencio
donde no hay distracciones,
ni hojarasca.
Aparece lo humano cuando callo
y asusta tu Presencia;
duele ser Dios en estos días,
nadie quiere saltar contigo a lo profundo,
donde ocurre el encuentro con el otro
que dejamos al borde del camino.




Carta

María, apenas son las cinco
en mi candor y ya los pájaros
me huyen del café, renuncian
absoluta y dulcemente
al pedazo admitido, 
recogen sus destellos
y atraviesan
el crepúsculo acerbo de Los Andes. 
¿Qué hora es
en tu mesa? 
¿Qué minuto se posa
en su calma enmohecida? 
Acaso en tu ventana
hay un turpial errante
inaugurando el alba 
pero aquí en el corazón
ya da las cinco. 
Este poema
no usó el festín de las estrellas
ni el galopar del Chama que remonta la noche
con su premura de caballo indócil,
inundando los hoyos de la soledad
de esa extranjera que lloró en tu choza oscura
mientras te hablaba de su isla
que tú creíste algún planeta extraño, 
tal vez como uno más de los fantasmas
de la leña o del hambre rebotando en el techo.
Ya me trago,
María, el miedo humeante en la tapara,
la extranjera se amañara al techo sórdido,
al silencio acechante, al topocho aterido,
escalará las crestas del milagro,
del milagro del pétalo, del aire,
de la ruana que acuna en su regazo insomne.
Ya me tapo,
María, el desaliento, y hasta saco a soñar
mis animales frágiles, mis bestias canceladas,
en un segundo se hartan de tu muerte,
están turbios de asombro y desamparo,
mira cómo vomitan, cómo llenan
de esputos la corriente, con qué ganas
ofrendarían sus heces al verdugo,
con qué esplendor apartan la migaja de su precio,
si vieras, si al fin vieras
cómo escarban las ascuas del olvido, aquí
en Barquisimeto, 15 de octubre,
con nostalgia,
con un rencor sin alas
casi humano.




Testamento

Porque tu amor sea tal vez el poema
que no escribiré nunca,
prefiero tu mirada que desborda torrentes de pájaros astrales.
Porque la vida no sea más que el instante de encontrar las orillas,
llevo a bordo tu cuerpo y en ti mi corazón careno y salvo.
Porque hoy lo más urgente no es dar contigo
en una calle de La Habana,
sé buscarte en rincones inesperados, hondos,
en la voz de mi pueblo, por ejemplo.
Porque sé que no basta la cómoda inocencia cual límpido equipaje,
de paso estoy, amor, o de partida,
y acampo en tu egoísmo
para culpar mis versos.




Identidad

Casi todo, la noche, y lo demás,
está en el patio.
La luna pasa en su caballo oscuro.
Yo me quedé muy dentro
hace veinte años en el parque infantil
entre un hombre y un perro que se fotografiaban.
Yo me he quedado aquí precisamente
porque quería verme, hablar conmigo,
y me sentí tan sola,
tan sola con mi pelo, con mis manos,
con tantas cosas mías fui tan sola
que entré a buscarme hasta mi desamparo,
hasta el húmedo fondo de las dudas,
hasta la más trivial de las vergüenzas,
hasta el miedo impreciso de encontrarme
y mentirme.
Me hallé sentada entre infinitas deudas,
extendida en el punto más pequeño.
Mentiras que me dije ya me acechan,
me juzgan.
Casi todo, la noche, y lo demás,
son mis conquistas,
esta rienda atraviesa el horizonte.
Casi todo, la noche, y lo demás,
están conmigo,
cargo con este viaje hacia mi encuentro,
hasta todos los rostros desde el hombre.
Salgo entre ustedes,
por esta vez ya vuelvo sin harapos,
con la pureza de los dedos de Mozart
y alguna culpa furtiva, inconfesada.






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La mujer de Salman Rushdie también está condenada a muerte

Por Jorge Enrique Lage

Uno de los títulos de este año es sin duda ‘Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato’ (Random House, 2024), de Salman Rushdie