Willy Castellanos

El éxodo ha sido una constante en los últimos sesenta y dos años en los que Cuba ha vivido sometida por un régimen totalitario. El drama antropológico de este fenómeno ha sido minimizado por el discurso y la arenga política a una manifestación económica, anulando en su narratividad el carácter ontológico de esta tragedia.

A partir de hoy, en “View”, de Hypermedia Magazineestaremos presentando un grupo de artistas visuales que han abordado el fenómeno del éxodo. Damaris Betancourt, Willy Castellanos, Lissette Solórzano, William Riera, Guibert Rosales, Ángel Delgado y Luis Eligio nos acercan a una visión desprovista de cualquier estereotipo. Para ellos el éxodo comienza con el insilio, con el destierro interior, con la espera, la añoranza de todo aquello que se dejó, y también, claro está, con la muerte.

Las obras que componen esta galería muestran una diversidad visual aglutinada desde la fotografía; una visualidad exasperante una vez que refuerza un deseo que va ganando toda a la conciencia.

¿En que medida la brutalidad represiva del régimen cubano en las últimas semanas de este mes de julio de 2021 ha cambiado la percepción y el deseo de huir? Quizás, no sé, no podría afirmarlo; lo cierto es que hay un pueblo dispuesto a dar la lucha para recuperar una libertad que se busca fuera de la Isla. Un humano derecho que en los últimos sesenta y dos años, y para desgracia de mi Cuba, los tiranos han secuestrado.

Antonio Correa Iglesias



Willy Castellanos – Galería.


Rumbo norte, más allá del Muro Azul

Ante todo, el mar. Una inmensa y compacta masa de limbo azul. Primero claro, después celeste, turquesa a veces, o si no azul, tremendamente azul. Dentro de él, el frescor y la levedad. Fuera de este, el sol hiriente, la brisa y la incómoda sensación del salitre en la piel. Para los que nacimos en la portuaria ciudad de La Habana y tal vez para muchos cubanos, el mar es una constante obsesiva. Cada día solemos caminar “hacia” o en “dirección contraria” al mar; paralelo a la costa, en camino hacia la desembocadura o simplemente, cruzando la bahía, ese otro mar, diminuto océano y bosque de grúas, oportuno refugio de viejos lanchones y enjambres de transeúntes y turistas. El mar nos rodea y nos define, su contagioso aroma penetra poros y sentidos. El mar nos limita, nos envuelve; el mar nos encierra…, es el Muro Azul.

Después están los barcos que llegan y se van, navíos de toda clase, a través del tiempo. Cuba es La llave del Caribe: una parada —una partida necesaria—, una encrucijada abierta a todo destino. Norte, sur, este, todos, incluso Roma. Gente que viene y que va, rostros de todas partes. Carabelas españolas, mástiles y cañones ingleses, barcos negreros y naves filibusteras. Vapores repletos de europeos, insalubres bodegas atestadas de asiáticos. Cruceros americanos, cargueros soviéticos, lanchas torpederas, botes guardafronteras; y luego, están las balsas. Gentiles y frágiles, balsas de viejos maderos y velas de harapos, infladas de ilusiones, tejidas de esperanzas. Músculos y mareas, vírgenes y estampitas. Balsas que cruzan el muro azul sobre la blanca espuma de las crestas. Algunas arriba, bajo el sol hiriente, la brisa y la incómoda sensación del salitre en la piel. Otras abajo, en el frescor y la levedad, en el limbo azul. Balsas que viajan sin boletos de regreso, poca isla para tanta búsqueda, muchos sueños para tanto mar.

Por último, el artefacto —la cámara— y el individuo. El primero, engulle como tragante de bañadera los diferentes instantes de la realidad. Estos penetran en fila india por el embudo del lente, uno tras otro. Detrás del artefacto, del escudo metálico, se refugia el individuo, el operador. Sus postales no prueban nada, tan solo que estuvo ahí, en el lugar de los hechos, intentando establecer un nexo afectivo con la realidad.

Todo se confunde en el tiempo. Fuera del olvido, solo han quedado algunas huellas: aquel persistente aroma de mar, mezcla de caracoles, estrellas y otros matices que los peces han dejado escapar. Voces de gente que se despide, ruidos de tablas que crujen, risas y lágrimas, canciones que se alejan, el recuerdo de la brisa costera y sus caricias; pero sobre todo, el omnipresente color de aquella masa compacta e infinita, el limbo azul.

Willy Castellanos




Gustavo Pérez Fernández

El oficio de viajar de Gustavo Pérez Fernández

Ernesto Escobar

En todo: la perfección técnica, el gusto exquisito, la agilidad del experto cazador de paradojas.





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