José Lezama Lima y José Rodríguez Feo.
Dos anécdotas revelan de cuerpo entero la personalidad compleja, recia y compacta del poeta habanero José Lezama Lima.
En testimonio sobre el destacado intelectual, cuenta uno de sus amigos cómo, al recibir una llamada telefónica en temprana hora de la mañana y preguntar quién era, la voz, al otro lado de la línea y con su peculiar entonación de asmático le respondió con un lacónico: “José”.
“¿Qué José?”, pregunta el amigo molesto, al ser despertado en la hora matutina.
Después de un breve y tenso silencio, la voz, brusca y casi enfadada le responde: “En Cuba sólo han existido dos José, José Martí y José Lezama Lima”, y a continuación una sonora carcajada.
Olvidaba el poeta de Trocadero, en forma intencional, otros José de la poesía cubana: Heredia, Milanés, Fornaris, Tallet, Baragaño…
La otra anécdota la narra un asiduo visitante a Trocadero 162 en los años 70. Escribe esta persona que Lezama, en su madurez y creciente aislamiento, solía repetir que la raíz más profunda de la poesía nacional y con mayores aprehensiones de lo cubano, comenzaba con el Espejo de Paciencia y terminaba con él. Y que en la otra, menos importante y apegada al tronco creador de la cultura nacional, estaban los poetas con estéticas diferentes y contradictorias con la suya; poetas que no lograban captar a plenitud la esencia de lo cubano y algunos que, inclusive, habían abandonado el país.
Después de un largo e innecesario monólogo para probar la importancia de su labor intelectual en la cultura cubana, terminaba con un definitivo y definitorio: “allá ellos”.
A estas dos anécdotas sumo un recuerdo personal. Era una fría mañana invernal en mis veinte años. Visitaba por primera vez la casa de Lezama en Trocadero 162, pues había acabado de nadar, supongo que, sin mucho provecho, en las profundas aguas de su “novela de formación”, Paradiso.
Con las descripciones imaginarias del interior del hogar y el cuarto de estudio de ese alter ego de Lezama que fue el aprendiz de poeta José Cemí, llegué a la puerta del edificio enmarcada en sus tradicionales columnas salomónicas.
Ya en el interior de la vivienda, lo que más me llamó la atención fue lo pequeño y estrecho de la salita, donde Lezama, sin establecer diferencias, recibía a sus amistades de mayor o menor rango intelectual.
Ahí, contra las paredes, estaban colocados los estantes de madera oscura y cristales con sólo algunos libros en su interior, pues ya para esa época la biblioteca había sido dispersada.
Destacaban también los muebles grandes, inmensos, para tan pequeño espacio; muebles que parecían restos náufragos de una antigua nobleza criolla venida a menos, una imagen que a él le gustaba.
Colgado en una de las paredes, el óleo polvoriento con la figura del padre muerto en la infancia: el coronel vasco con su uniforme y charreteras de brillo y estrellas. Una adusta estampa del militar de carrera que dominaba, aún desde la muerte. Es decir, desde la imago, aquella minúscula sala.
Años después, al calor de algunas lecturas críticas y necesarias con respecto a la generación de Orígenes, pude comprender el arco formado entre ese padre perdido en la vida de la familia, aún imperioso desde su retrato en la sala de la casa, la tonalidad estratégica y casi militar de algunas de las metáforas y proyecciones vitales de Lezama, así como el intento totalizante (aunque no totalitario) de su sistema poético, construido con una alquimia verbal excepcional y un aprovechamiento de la cultura universal de arrastres diversos y hasta contradictorios.
En otras palabras, una cosmovisión poética y literaria donde, como dice el mismo Lezama en un poema de juventud, “se ven ilustres restos, cien cabezas, cornetas, mil funciones”.
Debo señalar, sin embargo, que la vida intelectual de un creador como José Lezama Lima será siempre más rica que cualquiera de sus frases ingeniosas, irónicas y punzantes, o que algunas de las anécdotas, reales o no, contadas por personas que lo conocieron y echadas a rodar dentro de lo que el crítico uruguayo Ángel Rama llamó la “ciudad letrada”.
Como ejemplo de esto, piénsese solamente en algunos de los poemas “sencillos” y magistrales de su último libro Fragmentos a su imán. En este cuaderno póstumo sorprende, en primer lugar, el abordaje de temáticas novedosas, mediante el cambio de la mirada e intelección poética. Pero, sobre todo, sorprende el abandono de su tradicional hermetismo y el logro de una expresión descriptiva más abierta, que ahora pasa hacia un surrealismo de temas cotidianos y de tono casi coloquial.
Creo que con estas tres imágenes puede comprenderse, aunque sea en parte, la polémica y ruptura (verdadero cisma en palabras del investigador cubano Roberto Pérez León) entre las revistas Orígenes y Ciclón. Nótese que no hablo, una vez más, del “diferendo” entre José Rodríguez Feo y José Lezama Lima.
Una crítica “de teclado ligero”, como le gustaba decir a Lezama, seguiría viendo este diferendo en forma mezquina y empobrecedora.
Para este enfoque, simplificador de las repercusiones que tiene la sociedad y sus contradicciones sobre la historia intelectual, la ruptura estuvo dada por las peleas y la aversión mutua del poeta andaluz Juan Ramón Jiménez (devoción personal de Lezama) y algunos miembros de la generación española del 27, amigos de Rodríguez Feo.
Todo esto matizado, claro está, por las posturas orgullosas e ingenuas de los dos cubanos involucrados. De ahí que, a la arrogancia y altanería espiritual de Lezama, del “pobre sobreabundante por los dones del espíritu”, se le oponga, en forma maniquea, la insolencia (esta vez desde una cartera bien repleta de billetes) del hombre de mundo que fue Rodríguez Feo.
Que los dos fueron hombres sumamente orgullosos y con un sentido extremado de la ética y la dignidad personal, es hecho probado en testimonios de múltiples amigos. Pero esto, que terminaría con un empate en un buen juego de pelota donde no hay extra-innings, no explica realmente nada.
Si se parte de la teoría sociológica contemporánea aplicada la cultura y a la creación artística, hoy diríamos, sencillamente, que el cisma entre las dos revistas y grupos literarios fue un verdadero combate por dominar el complejo campo intelectual de la época. Es decir, el campo cultural en los años que preceden al triunfo de la Revolución de 1959.
Veamos algunas manifestaciones concretas de esta disputa, y su expresión tanto en las respectivas publicaciones, como en las actitudes ante la creación literaria y ante la cultura y la sociedad en forma general.
Un primer punto sintomático de contradicción entre las dos revistas fueron sus respectivos nombres: Orígenes y Ciclón.
Sobre el nombre de la primera de estas revistas se ha debatido bastante. Según Mariano Rodríguez, pintor de la vanguardia cubana y gran amigo de Lezama, la revista se llamó así en honor al filósofo cristiano (herético en muchas de sus proposiciones) del mundo romano tardío.
A pesar de la cercanía de Mariano y Lezama, esta versión (auto castración del filósofo incluida) muestra una evidencia sospechosa y no parece convincente.
En la otra interpretación, más acorde a la ideología cultural de Lezama y del resto del grupo Orígenes, el nombre de la revista haría referencia al lugar de la Imagen Primigenia, el lugar del perpetuo nacimiento y revelación, allende el tiempo y el espacio.
Sobre este lugar fuera de la temporalidad histórica, y donde los contrarios forman una unidad aún no escindida, el poeta romántico alemán Novalis escribió: “todo el que vuelve al origen encuentra siempre orígenes nuevos”.
Siguiendo esta lógica, la revista Ciclón, fundada por Rodríguez Feo, sería todo lo contrario: el ciclón pasa y destruye; el ciclón es una espiral de movimiento continuo que marcha hacia su propia auto-extinción. Un vértice que no cesa de desarrollarse en el tiempo, pues sólo dentro del tiempo y a partir de él, el ciclón, fenómeno natural con profundas connotaciones simbólicas para la cultura caribeña, nace, se desarrolla y muere.
El contraste de estos dos posicionamientos frente al tiempo y a la temporalidad, como categorías fundamentales de la vida humana, también se refleja, en cierto sentido, en los diseños de portada de las revistas.
Las portadas de Orígenes, más clásicas, de colores sobrios y equilibrados, transmiten una sensación de armonía y de plenitud. Las de Ciclón, de colores más vivos y hasta chillones, intentan establecer con el lector una relación más agresiva, polémica y provocadora.
Las anteriores categorías de tiempo y temporalidad se relacionan, a su vez, con la dimensión “trascedente” o no de la literatura y de la cultura en general. Aquí hubo también discrepancias fundamentales.
Lezama creía, por ejemplo, que por su anclaje en el pensamiento psicoanalítico y en actitudes existencialistas y contestatarias, la obra literaria de la “generación Ciclón” estaba falta de trascendencia, al no apreciar la vida como misterio.
De ahí que, para el poeta de Trocadero, los jóvenes escritores nucleados en torno a Ciclónhacían una literatura efímera. Lezama, por el contrario, siempre creyó en la posibilidad de acercarse al Origen. Es decir, a la Imagen Primigenia e intemporal por medio de la expresión poética.
Al querer salir del flujo temporal, y más, al considerar el tiempo como “oscuro enemigo que nos roe el corazón” (Baudelaire), Lezama no creyó en generaciones literarias con problemáticas propias ni, por tanto, en contradicciones intergeneracionales, sino en los grupos poéticos, en los “talleres renacentistas”, en las corales de poetas que divisan una ciudad con sus cúpulas siempre en el futuro.
En los años que preceden al triunfo de la Revolución Cubana, esto explica, en gran medida, la negativa de Lezama a reconocer un quehacer poético diferente al del grupo Orígenes.
La actitud literaria de Ciclón (es decir, de los escritores de la Generación del 50) con su énfasis en el curso y contradicción de las generaciones a la manera freudiana (padre-hijo-muerte del padre) es completamente diferente.
Al mismo tiempo que negaron al Padre (Lezama) y la importancia de su obra y trascendencia para la cultura cubana, hicieron una literatura diferente, una literatura con otras claves y divorciada del “lezámico modo”. Creyeron en la opacidad misteriosa del mundo cotidiano y en la sinceridad de la literatura para enfrentar las potencias negativas y negadoras de una vida más plena.
Así, con el reconocimiento de que una “parte maldita” del ser humano podía ser reflejada en la creación artística, introdujeron la nota discordante y caótica que quebraba el sistema poético de Lezama, entendido este sistema como curso armónico de las esferas pitagóricas.
En este sentido, según apunta el escritor cubano Antón Arrufat, los escritores de Ciclónpusieron en crisis las eras imaginarias de Lezama y esa ciudad de poetas, ese estado poético, esa comprensión de la cultura como una “coral”.
Si se toman en cuenta las fuentes literarias y los intereses culturales de los dos grupos, se aprecian también importantes contrastes.
Ciclón privilegió, sobre todo, narradores modernos de lengua inglesa (ingleses y norteamericanos); aunque también muchos escritores europeos de posguerra. En este sentido, contribuyó a ubicar a nuestra literatura en determinado ambiente “moderno”.
No me parecen casuales, entonces, las actitudes rebeldes e inconformistas de los miembros más destacados del grupo, que recuerdan, por ejemplo, la ironía, la burla, la crítica y el sarcasmo de la zona contestataria del romanticismo inglés. Con esta influencia, se comprende también cierto dandismo en las actitudes vitales y literarias de Virgilio Piñera y de Rodríguez Feo.
En Orígenes, por el contrario, si la modernidad existe, es “otra”. Priman las fuentes francesas e hispanas de pre-guerra vinculadas estrechamente al catolicismo (aunque profundamente heterodoxo en Lezama) y practicado activamente por los miembros más importantes del grupo.
En Lezama, es conocido, además, el profundísimo conocimiento que tenía de clásicos menores del Siglo de Oro hispano, así como sus ensayos sobre autores consagrados de las letras francesas: Montaigne, Pascal, Mallarme, Valéry, Claudel.
Apunto, para finalizar que, en efecto, se trata de una dialéctica (término hoy un poco demodé) entre dos modos de pensamiento y maneras de enfrentar la cultura que tuvieron siempre sus diferencias; aunque aparentemente había una concordancia inicial cuando se funda la revista Orígenes en 1944.
Pienso que es absurdo intentar establecer cuál de estas dos visiones tenía la verdad, o una mayor porción de la verdad, si es que encontrar una verdad pura y absoluta en un mundo siempre cambiante fuera posible.
Una antigua paradoja de la sabiduría universal nos dice que Lezama tenía razón y que Rodríguez Feo también la tenía. Si alguien, siguiendo una lógica clásica moderna, objetara la imposibilidad de las dos razones, le responderíamos que él también tiene razón.
Siguiendo otra lógica, una lectura más productiva del problema transformaría la disputa que opone Ciclón a Orígenes, en una confrontación abierta, donde ambas concepciones sobre la cultura y sobre el homme de lettres puedan volver a reencontrarse. No encontrarse, por supuesto, en una falsa armonía de acordes perfectos, que seguiría insistiendo en el ocultamiento y el falseamiento de lo que realmente ocurrió, sino en un contrapunto que deberá su riqueza a la tensión viva entre estas visiones opuestas.
Dejo que sean unos versos del Lezama más maduro, el de Fragmentos a su imán, los que cierren estas notas. “Casualmente” el poema se llama “Consejos del ciclón”. Y en sus estrofas se aprecia esa confluencia de los contrarios que se mantienen como contrarios, esa “visión unitiva” que hace del centro y su desarrollo (es decir, de lo intemporal y el tiempo) una imagen del juego cósmico, del eterno vaivén del Universo:
Cuando el negro come melocotón
Tiene los ojos azules,
¿En dónde encontrar sentido?
El ciclón es un ojo con alas.