Los discursos dominantes sobre la identidad nacional cubana han excluido tradicionalmente las expresiones culturales de las comunidades de la diáspora, principalmente por razones ideológicas desde la Revolución cubana de 1959. Antes de esa fecha, los emigrados frecuentemente eran ignorados o desatendidos por razones geográficas, demográficas o lingüísticas: tendían a vivir en pequeños enclaves en el sur de la Florida y Nueva York y se esperaba que se asimilaran rápidamente a la cultura angloamericana. [1]
Sin embargo, la construcción de la nación cubana ha estado ligada inextricablemente a los proyectos políticos de los cubanos en el exilio al menos desde finales del siglo XVIII. Según Lisandro Pérez, “en el siglo XIX el nacionalismo cubano realmente surgió y se desarrolló en las comunidades cubanas de Nueva York, Tampa y Cayo Hueso”.[2]
José María Heredia, Félix Valera, José Antonio Saco y Cirilo Villaverde fueron solo algunos de los intelectuales más prominentes que vivieron en Estados Unidos en el siglo XIX. José Martí, considerado por todos los cubanos como el fundador de la patria, es el ejemplo más notable de cómo los emigrados soñaron la nación y contribuyeron a imaginar su identidad cultural desde el extranjero.[3]
La “cubanidad” se ha definido desde posturas divergentes y a menudo contradictorias basadas en las intersecciones entre clase, etnia, raza, género, generación, ideología y lugar de residencia, entre otras variables. Por tanto, la ausencia de la diáspora en el discurso nacionalista cubano es un problema intelectual y político relevante para los estudiosos contemporáneos.
La invitación a contribuir con Hypermedia Magazine indicaba lo siguiente:
Editorialmente, nos interesa cuestionar al saber/poder hegemónico que define los límites del dentro/fuera de la cultura nacional. Queremos exponer los mecanismos de violencia y complicidad entre Estado e Intelectualidad en Cuba hoy, así como recuperar o inventar una noción de Cultura abierta y no secuestrable por una ideología o identidad.[4]
Esa provocadora invitación me hizo pensar en una obra teatral reciente, The Amparo Experience (de ahora en adelante, Amparo), de la escritora cubano-americana radicada en Miami, Vanessa Garcia —quien escribe su apellido sin tilde sobre la i.[5]
Inmediatamente, contesté que reseñar esta obra podía dar pie para reflexionar sobre los persistentes lazos culturales, así como las profundas divergencias políticas, entre cubanos de la Isla y la diáspora. Sobre todo, tal ejercicio crítico permitía plantear cuestiones clave sobre cómo recobrar la memoria colectiva de sucesos y personajes de otra época y otro lugar, que siguen nutriendo el sentido de pertenencia a una comunidad desterrada, la de la diáspora cubana.[6]
Además, confirmaba la necesidad de repensar cómo esa diáspora subvierte las fronteras convencionales entre la Isla y el exterior, que hasta ahora han dominado la discusión sobre la identidad nacional cubana. Como escribe Garcia: “La idea de que Cuba existe fuera de la isla, en la diáspora, en la nube de generaciones post-exilio que están más allá de los guiones, que son, de hecho, mezcladas y múltiples, abrazadas y acostumbradas a la multiplicidad, es extraordinaria y, en mi opinión, esperanzadora”.[7]
Una obra por encargo
En 2017, la agencia de mercadeo TEAM Enterprises, contratada por la corporación Bacardí, comisionó a Vanessa Garcia una pieza teatral de unos veinte minutos, a realizarse en una barra, para divulgar la historia del ron Havana Club como parte de su campaña publicitaria Forever Cuban (“Por siempre cubano”). Según el entonces ejecutivo de Bacardí, Roberto Ramírez Laverde, el propósito básico de la encomienda era “asegurarse de que la gente sepa la verdad sobre el auténtico Havana Club”.[8]
Antes de ver Amparo, me temía que la obra fuera una especie de “infomercial” o panfleto político; pero resultó una experiencia estética y multisensorial muy gratificante. Se trata de una pieza inmersiva, experimental o interactiva, donde los espectadores participan activamente en el desarrollo del argumento, junto con el elenco, de principio a fin. Se incorporan a la historia, moviéndose a través de cinco “pistas” o rutas guiadas por un personaje secundario de la obra, que coinciden en la trama central, aunque desde distintos puntos de vista.
Alternando en inglés y en español, en un lenguaje directo y a veces poético, el guion se enfoca en el noviazgo y matrimonio de dos jóvenes vástagos de la élite prerrevolucionaria, Amparo Alvaré y Ramón Arechabala; los efectos corrosivos de la Revolución cubana en sus vidas, familias y negocios; y su exilio en España y Estados Unidos.
En conjunto, Amparo gira en torno a la familia Arechabala, que fundó Havana Club, la marca cubana de ron más conocida del mundo, registrada legalmente en 1934. Ramón es el bisnieto del inmigrante vasco, José Arechabala y Aldama, establecido en la ciudad de Cárdenas en Matanzas en 1862. (En 1995, Ramón le vendió a Bacardí los derechos de fabricar Havana Club, siguiendo una receta familiar, por 1.25 millones de dólares.)
La autora entrevistó a la matriarca del clan en Miami, Amparo, y a su hija Paola Arechabala Consuegra; así como a Juan Prado, el gerente de ventas de Bacardí que adquirió la marca Havana Club, y a otras personas relacionadas con los Arechabala.[9]
Garcia también viajó a Cuba para conocer de primera mano los lugares donde ocurrieron los eventos narrados en la pieza.[10] Por eso, sostiene que Amparo es una obra de “ficción histórica”, sustentada en la biografía de Amparo y sus parientes, pero reelaborada literariamente.[11]
Garcia se sorprendió al descubrir las desventuras de los Arechabala y el ron Havana Club, una historia casi olvidada en Cuba y en el exilio. Varios miembros de esta familia simpatizaban con la dictadura de Fulgencio Batista, por lo que entraron rápidamente en conflicto con el nuevo régimen encabezado por Fidel Castro a partir de 1959.
Algunos pasaban sus vacaciones fuera de la Isla y no regresaron después de la Revolución. Otros —entre ellos Ramón— sufrieron prisión y la mayoría se exilió en Estados Unidos y en España. La antigua casa solariega en Cárdenas pasó a ser una biblioteca municipal y no quedó huella visible de los Arechabala en la ciudad.[12]
Hoy en día, apenas se escucha la frase popular “vivir como Carmelina”, referida a personas con un estilo de vida holgado, supuestamente basada en la historia de María del Carmen (Carmelina) Arechabala, nieta de José Arechabala y Aldama, y madre de Ramón. El silenciamiento oficial de los Arechabala en la Isla animó a Garcia a escribir su obra teatral para rescatar una parte de la memoria colectiva de la diáspora cubana. Así nació Amparo.[13]
Una noche en la Cuba del ayer
Después de dos pruebas piloto en Nueva York y en Miami, Amparo estuvo en cartelera en Miami entre el 12 de abril y el 29 de septiembre de 2019.[14] Pese al elevado costo de las entradas ―que comenzaban en $79 por persona y llegaban hasta $199—, la obra fue un éxito rotundo de taquilla y recibió elogiosas críticas periodísticas.[15]
En vez de ocupar una sala de teatro tradicional, la pieza se montó en una antigua mansión de dos pisos remodelada en el centro de Miami, sita en el número 221 de la Calle 17 del Nordeste, cerca de la Segunda Avenida.
Dirigida por la cubano-americana Victoria Collado, fue protagonizada por Bertha Leal y René Granado —en los papeles de Amparo y Ramón jóvenes—, apoyados por otros veintiún actores, cuatro músicos y dos bailarines, casi todos de origen cubano. El elenco incluía actores experimentados como Roberto Escobar (Ramón mayor), Susana Pérez (Amparo mayor) y Rubén Rabasa (Miguel mayor).
La audiencia estuvo compuesta por alrededor de 75 personas, mayormente cubano-americanas, muchas de las cuales han vivido el exilio en carne propia. La función duraba unos noventa minutos, sin contar con una hora inicial de cocteles de ron en una barra del primer piso de la casa, amenizada por un cantante y un pianista. La noche que asistí a la obra, la cantautora cubano-americana Lena Burke interpretaba boleros clásicos de las décadas de 1930, 1940 y 1950.
Gracias a la gentileza de una de las productoras, Deborah Ramírez, tuve la oportunidad de presenciar la función el 21 de septiembre de 2019. Esa misma noche, acudió la figura central de la obra, Amparo Alvaré Arechabala, prima segunda de mi colega cubano-americana Andrea O’Reilly Herrera, quien me la presentó y con quien nos sacamos selfis. Varios miembros del elenco reconocieron afectuosamente a la señora Alvaré Arechabala, quien entonces tenía 83 años. Sin duda, ella constituye el eje emocional de la pieza.
Amparo comienza con una ruidosa fiesta de despedida del año 1957 en el Club Náutico de Varadero, donde se encuentran Amparo y Ramón, después de conocerse en la playa.[16] Cuando mi esposa y yo entramos en ese salón, nos recibió la actriz Bertha Leal en su papel como la joven Amparo y conversó con nosotros, casualmente, como si fuéramos invitados a la fiesta. Alguien nos ofreció otra bebida de ron. Luego tocó un conjunto musical y varios actores y espectadores bailaron juntos.
El decorado, el vestuario, la música y la coreografía estaban diseñados de manera impecable para recrear la Cuba de finales de la década de 1950. Incluso, los cocteles de ron consumidos eran populares en esa época, como el Canchánchara o el Guayabita.
La próxima escena transcurre en el mismo club, pero al año siguiente, cuando Batista abandona la Isla a medianoche y varios guerrilleros uniformados irrumpen violentamente para anunciar el triunfo de la Revolución cubana. Una atmósfera de caos se instala en el salón y se acaba el jolgorio. El estilo de vida de Amparo y Ramón —que se casarían poco después, en 1959— cambiaría por siempre.
De ahí, los espectadores tomamos distintos rumbos, según el grupo que nos había tocado. A mí me correspondió seguir al personaje de Javier (Michael Ferreiro), el abogado de la familia Arechabala. Nos condujeron a un calabozo oscuro y atestado, donde presenciamos la ejecución sumaria de un exguerrillero, Evaristo (Héctor Medina Valdés), acusado de traicionar a la Revolución.
La escena del paredón fue una de las más impresionantes para mí y para muchos miembros de la audiencia. A mi esposa la llevaron a otra habitación de la casa, que representaba “la pecera” —la antigua terminal de salida del aeropuerto de La Habana, así llamada por los cristales que separaban a los pasajeros de sus seres queridos. Allí, milicianos armados —con rifles falsos— dividieron a los pasajeros en dos filas, una de hombres y otra de mujeres, y registraron a una actriz en paños menores.
Todos los espectadores coincidimos luego en un espacio que escenificaba la antigua fábrica de Havana Club en Cárdenas, propiedad de la familia Arechabala hasta su expropiación en diciembre de 1959. El decorado minimalista incluía barriles de ron y fotografías ampliadas en blanco y negro de la destilería en las paredes. También había unas gradas donde nos colocaron, por lo que hacíamos las veces de empleados de la fábrica.
Ese mismo espacio se transformaría en un barco, en que se amontonaban actores y espectadores en un viaje por mar al exilio. Nos acompañaba la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. En un momento dado, actores y espectadores formamos un círculo humano, agarrándonos las manos o tocando en el hombro a vecinos desconocidos, cantando temas nostálgicos del exilio y moviéndonos al compás de las olas en la oscuridad.
Esta conmovedora escena ocurre en diciembre de 1963, cuando Ramón, Amparo y su pequeño hijo Miguel se ven obligados a irse súbitamente de Cuba, primero hacia España y luego hacia Estados Unidos.
En otra escena clave de la década de 1990, Ramón finalmente le vende la fórmula secreta de Havana Club al representante de Bacardí, Juan Prado. Al concluir la función, todos los asistentes fuimos convocados a consumir más ron en los jardines de la casa y a mezclarnos con los intérpretes.
Los vericuetos legales de Havana Club
Para entender mejor el telón de fondo de Amparo, conviene situar la obra en su contexto político. Desde mediados de la década de 1990, se viene librando una “guerra de ron” entre la compañía Bacardí y el gobierno de Cuba.[17] Este último sigue produciendo Havana Club en la Isla, destilado por la corporación estatal Cuba Ron y comercializado en más de 120 países por la empresa francesa de licores Pernod Ricard desde 1993.
Aunque dicho ron se ha convertido en el quinto más vendido del mundo, no puede circular libremente en Estados Unidos por el embargo comercial contra Cuba. Desde 1995, Bacardí destila su propio Havana Club, primero en las Bahamas y luego en Puerto Rico, y hoy en día lo exporta a Estados Unidos bajo la etiqueta de “ron puertorriqueño”.
Irónicamente, las familias Bacardí y Arechabala habían sido feroces rivales en la industria del ron antes de la Revolución. La destilería José Arechabala, S.A. llegó a ser la segunda productora de ron de la Isla después de Bacardí. Los Bacardí corrieron mejor suerte que los Arechabala a partir de 1959 porque habían invertido parte de su capital fuera de Cuba, sobre todo en México y Puerto Rico. Bacardí, con el tiempo, se convirtió en la mayor empresa de bebidas alcohólicas en el mundo, con sede en las Bermudas.
La disputa legal entre Bacardí —que ha asumido el legado de los Arechabala— y Pernod Ricard continúa. La reanudación de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos en julio de 2015 aumentó la expectativa del régimen cubano de penetrar el mercado de ron estadounidense una vez se levantara el embargo a la Isla.
Poco después, surgió la campaña de relaciones públicas de Bacardí —y su rechazo por Pernod Ricard— sobre el carácter “por siempre cubano” del Havana Club elaborado en Puerto Rico. Por otra parte, la administración de Donald Trump implementó el Título III de la Ley Helms-Burton en abril de 2019, permitiendo que ciudadanos estadounidenses demandaran a compañías que “traficaran” con propiedades confiscadas por el gobierno cubano después de 1959.
Hasta la fecha, ningún heredero de la familia Arechabala ha utilizado ese recurso legal. Un tribunal federal de Virginia reconoció en abril de 2022 que el gobierno cubano tenía el derecho de renovar su marca registrada de ron en Estados Unidos. Por lo cual, el pleito con Bacardí es muy probable que se prolongue aún más.
Una familia extraordinaria, un exilio multitudinario
Volviendo a la pieza teatral, Vanessa Garcia ha sorteado hábilmente el terreno minado de una obra por encargo y con una carga ideológica muy pesada. El subtexto de Amparo es persuadir a los consumidores de ron de que el dueño legítimo de Havana Club era la familia Arechabala —despojada sin compensación— y ahora, Bacardí —que adquirió los derechos de su fabricación.
El guion se concentra, más que en las pérdidas materiales, en los trastoques emocionales producidos por la intervención del Estado cubano posrevolucionario. Aunque Amparo fija su atención en una familia acaudalada de la desaparecida “Cuba del ayer”, se esfuerza por demostrar la pertinencia de esa experiencia para una audiencia contemporánea, que consiste sobre todo en cubanos exiliados en Miami.
Como señala la propia autora: “Para mí la historia de los Arechabala es muy importante, porque es representativa de lo que han pasado muchas familias cubanas, incluyendo la mía, la de la directora y la de muchos que vivimos en Miami”.[18]
¿Cómo lograr que la experiencia singular de una de las familias más prósperas de la Cuba prerrevolucionaria, que llegó a ser el principal patrono y benefactor de la ciudad de Cárdenas antes de 1959, conecte con las trayectorias más ordinarias y menos dramáticas de miles de exiliados?
Para empezar, se trata fundamentalmente de una historia de amor romántico entre dos atractivos protagonistas, Amparo y Ramón, con los que la audiencia puede identificarse con facilidad. Más aún, Garcia subraya algunos denominadores comunes del éxodo cubano, como el trauma de la ruptura familiar, los desafíos de comenzar una nueva vida en un país ajeno y la lucha por progresar desde un punto de vista económico.
La azarosa trayectoria ocupacional de Ramón, quien tuvo que trabajar en Miami como mecánico y vendedor de autos, podría ser la de cualquier latino en Estados Unidos. El anhelado triunfo ante la adversidad después de múltiples sacrificios y carencias es un motivo común en los relatos de muchos inmigrantes. Al fin y al cabo, este es el Sueño Americano.
La autora aprovecha el nombre de su protagonista, Amparo, como metáfora de la necesidad de refugio, protección, defensa y albergue de los cubanos exiliados en Estados Unidos a partir de 1959. En su sentido técnico, “amparo” es un recurso constitucional que permite a una persona recurrir a un alto tribunal cuando considera que sus derechos no han sido respetados por otros tribunales. Esta metáfora apela a un sentimiento de desamparo compartido por muchas personas desplazadas de sus países de origen, especialmente las que viven en Miami.
Según Bertha Leal, Amparo “habla del exilio cubano en particular, pero de una manera más general se centra en la experiencia del emigrante, lo que la hace universal y más en una ciudad como Miami donde casi todos vienen de otro lugar”.[19] Para Garcia, “la historia como tal es específica de la experiencia cubana, pero la puedes abrir a cualquier refugiado, cualquiera que haya tenido que dejar algo para empezar de nuevo”.[20]
La obra toca una fibra sensible de la comunidad cubano-americana, que, a su vez, adquiere una dimensión más amplia al insistir en temas recurrentes como la pérdida, el desarraigo, la angustia, la perseverancia, el renacimiento espiritual y el legado del pasado.
La cubanidad de la segunda generación de inmigrantes
A fin de cuentas, ¿cómo se inserta Amparo en los debates académicos y públicos sobre la identidad nacional cubana? Según la crítica literaria cubano-americana Iraida López, para la segunda generación de escritores cubano-americanos, a la que pertenece Vanessa Garcia, “Cuba no ha dejado de proveer materia prima para la construcción de identidades, [pero] estas no están circunscritas a las demarcaciones nacionales, sino que, por el contrario, hunden sus raíces en el terreno rizomático de la biculturalidad y el posnacionalismo”.[21]
Cuba ocupa el escenario central en la obra dramática de Garcia, así como sus otros proyectos literarios y periodísticos.[22] Pero sus textos bilingües y biculturales desbordan el territorio insular para abarcar al enclave cubano en Miami y los descendientes de los exiliados cubanos, como ella misma, que se considera una American Born Cuban o ABC (una cubana nacida en Estados Unidos).
Al igual que otros autores cubano-americanos de segunda generación, como Richard Blanco o Ana Menéndez, Garcia reclama una identidad cubana sin tapujos, anclada en la experiencia de criarse en un hogar hispanohablante de Miami y sentirse atada a la Isla a través de la cultura, el parentesco, el afecto, la memoria y la imaginación.[23] En un ensayo reciente, Garcia afirma:
Quiero asegurarme de que estoy siendo clara. Esto no es una referencia a una identidad híbrida confusa o resbaladiza. No me refiero al guion como un tira y afloja entre culturas. No estoy desgarrada ni confundida. Abrazo mi multiplicidad cultural y las formas en que crea mi singularidad de propósito. Soy una escritora cubana nacida en Estados Unidos (una ABC), y mi escritura es un puente colgante, ya que cuenta la historia de mi pueblo.[24]
Al contar la historia de Amparo, Garcia reivindica el lugar de su generación, de su familia y de sí misma en el mapa imaginario del archipiélago cubano y su diáspora. Es su forma de recuperar un espacio y tiempo perdidos, pero no olvidados, pues siguen conformando las identidades diaspóricas, más allá de las ideologías políticas, las brechas generacionales y los límites geográficos entre Cuba y Estados Unidos.
© Imagen de portada: Escena de The Amparo Experience / People en español.
Notas:
[1] El primer párrafo de este ensayo está tomado de mi ensayo “Reconstruir la cubanidad: Discursos cambiantes de identidad nacional en la Isla y en la diáspora durante el siglo XX” (Jorge Duany: Obra selecta, Aduana Vieja, España, 2021, pp. 78–118).
[2] Lisandro Pérez: “Cubans in the United States: The Paradoxes of Exile Culture”, en Culturefront 2, no. 1, 1993, p. 13. Todas las traducciones del inglés son mías. Louis A. Pérez Jr. ha argumentado que gran parte del discurso nacionalista cubano se concibió en la diáspora a lo largo del siglo XIX (“Identidad y nacionalidad: Las raíces del separatismo cubano, 1868–1878”), Op. Cit. Revista del Centro de Investigaciones Históricas no. 9, 1997, pp. 185–195.
[3] Véase, entre otros, Gerald Poyo: Con todos, y para el bien de todos: Surgimiento del nacionalismo popular en las comunidades cubanas de los Estados Unidos, 1848–1898 (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1998).
[4] La invitación estaba reaccionando contra la definición oficial propuesta por el Día Nacional de la Cultura, que se celebra en Cuba cada 20 de octubre, cuando se entonó por primera vez el Himno Nacional. Según el Decreto no. 74 de 1980, ese día se conmemora la cultura cubana “independentista, antiesclavista, antimperialista y proyectada hacia el progreso social” (https://www.ecured.cu/Día_de_la_Cultura_Nacional_Cubana).
[5] Vanessa Garcia nació en Miami, de padres cubanos, en 1979. Se ha destacado como novelista, dramaturga, periodista y ensayista. Su obra se concentra en la comunidad cubano-americana y sus relaciones con la Isla. Su primera novela, White Light (Shade Mountain, Press Albany, 2015), recibió el Primer Premio de los International Latino Book Awards. Su última publicación es un libro ilustrado para niños, basado en sus memorias de hacer pan con su abuelo cubano, What the Bread Says: Baking with Love, History, and Papan (Cardinal Rule Press, Wixom, MI, 2022). Su obra se encuentra antologada en Let’s Hear Their Voices: Cuban American Writers of the Second Generation, editado por Iraida H. López y Eliana S. Rivero (SUNY Press, Albany, 2019).
[6] Utilizo el concepto de “diáspora” en un sentido amplio para referirme a la creciente dispersión de la población cubana, así como a sus persistentes vínculos con la Isla, incluyendo a las personas que se consideran exiliadas por razones políticas. Para una discusión más detallada, véase mi ensayo “Del exilio histórico a la diáspora cubana” (Un pueblo disperso: Dimensiones sociales y culturales de la diáspora cubana, Aduana Vieja, Valencia, 2014, pp. 13–38).
[7] Vanessa Garcia: “Los Reyes del Ron: The Story of the Real Havana Club. Excerpts from Amparo: An Interactive/Experiential Theatrical Piece”, en Laura P. Alonso Gallo y Belén Rodríguez Mourelo (eds.): Identidad y postnacionalismo en la cultura cubana, Aduana Vieja, Valencia, 2019, p. 184.
[8] “The Story You Didn’t Know about Cuba’s Most Famous Rum”, en https://hiplatina.com/the-story-behind-the-real-havana-club-rum/.
[9] Véase la entrevista con Amparo que grabó Immigrant Archive: “The Amparo Arechabala Story”, en https://www.youtube.com/watch?v=g3grlAFSLIE.
[10] Para un testimonio elocuente de sus múltiples viajes a Cuba, que han roto con un “embargo familiar”, véase Vanessa Garcia: “My Family Fled Communist Cuba. Last Week I Took a Cruise There”, en https://narratively.com/my-family-fled-communist-cuba-last-week-i-took-a-cruise-there/.
[11] Vanessa Garcia: “Los Reyes del Ron”, ed. cit., p. 184.
[12] Roma Díaz: “Cuando el imperio Arechabala daba de comer a Cárdenas”, en https://www.14ymedio.com/cuba/imperio-Arechabala-daba-comer-Cardenas_0_2962503733.html.
[13] La obra fue producida por Bacardí, TEAM Enterprises, Broadway Factor y Abre Camino Collective, fundada por la directora Victoria Collado y la escritora Vanessa Garcia. George Cabrera fue el productor ejecutivo por parte de Broadway Factor y Deborah Ramírez la productora de Abre Camino Collective. Broadway Factor recibió uno de los Premios Carbonell de teatro en el sur de la Florida en 2020 por la producción de Amparo.
[14] En 2022, se publicó una versión digital de la obra en Instagram, que constaba de 51 entradas (posts), incluyendo fotos y videos de entre treinta y sesenta segundos. Esta versión se rodó en cinco localizaciones distintas en Miami y Ft. Lauderdale en el transcurso de diez días. Aquí la protagonista narra su historia en primera persona, en inglés, desde 1957 hasta el presente (The Amparo Experience (@theamparoexperience) • Instagram photos and videos).
[15] Para ejemplos de reseñas favorables de la pieza, véase Michael Dale: “Review: Immersive AMPARO Tells the Rags to Riches to Revolution Tale behind Havana Club Rum”, en www.broadwayworld.com/article/BWW-Review-Immersive-AMPARO-Tells-The-Rags-To-Riches-To-Revolution-Tale-Behind-Havana-Club-Rum-20180407; Christine Dolen: “Review: ‘The Amparo Experience’ Moves Its Audience in More Ways Than One”, en https://www.artburstmiami.com/film-theater-articles/review-the-amparo-experience-moves-its-audience-in-more-ways-than-one; Bill Hirschman: “Amparo Immersion Theater Is More Effective Than You Expect”, en www.floridatheateronstage.com/reviews/amparo-immersion-theater-is-more-effective-than-you-expect/.
[16] Lamentablemente, no he podido localizar una copia del libreto, solo tres fragmentos de la obra que aparecen en Garcia: “Los Reyes del Ron”, ed. cit.., pp. 183–198. Por tanto, esta reseña de la pieza descansa en mis recuerdos de la única función a la que asistí.
[17] Para más detalles, véase Tom Gjelten: Bacardí and the Long Fight for Cuba: The Biography of a Cause (Penguin Books, Nueva York, 2008) y Hernando Calvo Ospino: Bacardí: The Hidden War (Pluto Press, Londres, 2002).
[18] “Exhiben en Miami la historia de los fundadores del ron Havana Club”, en https://www.diariolasamericas.com/cultura/exhiben-miami-la-historia-los-fundadores-del-ron-havana-club-n4174869.
[19] “‘Amparo’, una zambullida en la Cuba de los últimos 60 años con gusto a ron”, en https://adncuba.com/actualidad/amparo-una-zambullida-en-la-cuba-de-los-ultimos-60-anos-con-gusto-ron. La periodista cubano-americana Jackie Nespral entrevistó a Garcia y a Paola Arechabala Consuegra, la hija de Amparo, para discutir las reacciones emocionales de la audiencia a la obra. Véase “NBC 6: How ‘Amparo’ Resonates in Real Life”, en https://www.nbcmiami.com/news/politics/impact/nbc-6-impact-how-amparo-resonates-in-real-life_miami/142382/.
[20] “Amparo Aims to Immerse Patrons in Cuban Epic Tale”, en www.floridatheateronstage.com/features/amparo-aims-to-immerse-patrons-in-cuban-epic-tale/.
[21] Iraida H. López: “Privada de símbolos patrios: La memoria afectiva en textos posnacionales cubanoamericanos”, en Identidad y postnacionalismo en Cuba, ed. cit., p. 169. Véase también, de la misma autora, “La intersticial literatura cubanoamericana, acápite inédito de los estudios cubanos”, en https://htemas.cult.cu/wp-content/uploads/2022/01/58-66-Iraida.pdf.
[22] En rigor, se trata de “postmemoria”, para retomar el término acuñado por Marianne Hirsch. Según Hirsch, la experiencia de la segunda generación de inmigrantes —como la de Vanessa Garcia— se caracteriza por el predominio de narrativas que preceden a su nacimiento, conformadas por eventos traumáticos que impactaron a la primera generación [“Past Lives: Postmemories in Exile”, en Susan Rubin Suleiman (ed.): Exile and Creativity: Signposts, Travelers, Outsiders, Backward Glances, Duke University Press, Durham, NC, 1996, pp. 418–446). En un artículo reciente, Raúl Rosales Herrera examina cómo Garcia y otras escritoras cubano-americanas de segunda generación abordan “la postmemoria diaspórica y la conmemoración reparadora para interrogar los silencios y estereotipos que se han trasmitido sobre [el éxodo d]el Mariel” (“Mariel in Contemporary Cuban-American Writing: The Power of Diasporic Postmemory”, en https://anthurium.miami.edu/articles/10.33596/anth.443/).
[23] Para más detalles sobre la segunda generación de escritores cubano-americanos, véase Iraida H. López: “Introduction: Looking Back while Forging Ahead”, en Let’s Hear Their Voices, ed. cit., pp. xi–xxviii. Garcia explica por qué escribe obsesivamente sobre Cuba en un breve texto autobiográfico: “Mi tacita”, en https://cri.fiu.edu/research/commissioned-reports/vanessa-garcia.pdf.
[24] Vanessa Garcia: “My Pen Echoes Cuba’s Chant for Freedom. I Am That Bridge”, en https://www.undomesticatedmag.com/blog/vanessa-garcia-cuban-freedom.
La maldad y los poetas nacionales
Agustín Acosta y Nicolás Guillén: ambos eran “de provincia”, estudiaron Derecho, presumieron de antiyanquis, cultivaron eso que se llamó “poesía social” y vertieron bilis sobre Lezama y Orígenes.