La primera oleada de medios alternativos radicales en la historia de Cuba ocurrió durante la primera guerra por la independencia contra el dominio colonial español.
Apenas se dieron las condiciones, con la toma del pueblo de Bayamo por las fuerzas independentistas, comenzó a editarse El Cubano Libre como portavoz oficial de la revolución, desde el 17 de octubre de 1868 hasta el 12 de enero de 1869, cuando los pobladores del lugar prefirieron incendiar la ciudad antes que entregarla a las tropas españolas.
La prensa independentista alcanzó su mayor número de títulos en los primeros años de la guerra, entre 1869 y 1871 (Fornet, 2014). La calidad de impresión de estos periódicos mejoró gracias a los emigrados cubanos en Estados Unidos, quienes adquirieron una moderna imprenta bautizada como “La Libertad”, que hicieron llegar a la Isla por medio de una expedición clandestina (Labrada, 2018).
Detrás de estas publicaciones había una élite de literatos, abogados, pedagogos y médicos, muchos de ellos con experiencia en el oficio del periodismo. De la composición de los editores y redactores de estos periódicos, llama la atención su alta preparación cultural, su rol simultáneo como periodistas y combatientes, y la inclusión de la mujer en una época en que a ellas les estaba proscrito integrar el staff de una redacción tradicional. Este último elemento muestra el carácter transgresor de los medios radicales, los que, según Downing (2001), rompen con las reglas impuestas por las convenciones, aunque raramente con todas.
A la labor de la prensa insurrecta en la Isla se unió la de las publicaciones del exilio cubano, encargadas de divulgar las ideas separatistas en el extranjero para lograr apoyo a la independencia de Cuba y recaudar fondos con ese fin. Entre 1868 y 1878 existieron periódicos cubanos en Estados Unidos, México y Francia (Casasús, 1953). Por lo general, tuvieron una corta existencia, aunque algunos permanecieron durante casi toda la campaña.
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Previo a 1895, en Cuba “llegaron a contarse 14 periódicos que defendían en la prensa la independencia” (Flores, 1895:505). Este ambiente permisivo a otras ideas políticas se había generado desde finales de 1891, cuando el Tribunal Supremo de España revocó una sentencia de la Audiencia de la Habana contra el editor de La Fraternidad, el patriota Juan Gualberto Gómez, por su artículo “¿Por qué somos separatistas?”, al dictaminar que no era delito mantener ideas independentistas mientras no se incitara a la rebelión (Fornet, 2014).
Con el inicio de la conflagración, las autoridades españolas en la Isla decretaron la censura previa a las publicaciones. En consecuencia, la prensa legal de prédica separatista desapareció y la autonomista quedó amordaza da. El movimiento independentista organizó esta vez un sistema de prensa alternativa que se extendió a todas las provincias del país, como la guerra tras la exitosa invasión de Oriente a Occidente. Asimismo, los periódicos radicales de este período duplicaron en formato y extensión a sus antecesores de la guerra pasada y fueron más estables en su frecuencia de publicación (Fornet, 2014).
A medio año de iniciada la contienda, el primer periódico insurrecto fue El Cubano Libre, que reeditaba a su homónimo de 1868, para remarcar la continuidad entre las dos guerras. También en Oriente se crearon el Boletín de la Guerra y La Independencia. En la provincia de Las Villas surgieron en 1896, La República yLa Sanidad —mensuario promotor de salud—; en 1897, Las Villas; y en 1898, La Nación. Todas estas publicaciones sobrevivieron hasta el final de la guerra.
Entre todos esos impresos se destacó Patria, creado en 1892 por José Martí, no solo por la calidad de sus escritos, sino por ser considerado el órgano del PRC.
Al finalizar las hostilidades en 1898, la prensa independentista se había convertido en un ejército paralelo para la revolución, pues tanto la editada en Cuba como en el exilio permitió divulgar los hechos de la guerra, generar solidaridad con la causa cubana y ser un elemento cohesivo en torno al ideario emancipador.
A finales de 1930, un amplio movimiento político y social se oponía al presidente Gerardo Machado por la difícil situación económica del país, su reelección anticonstitucional y mano dura para gobernar. Entre los sectores opositores estaban segmentos clave de la prensa. Las principales publicaciones reflejarían la drástica situación de la Isla y conminarían al mandatario a renunciar. Sin embargo, a esa prensa indócil Machado la acalló mediante la imposición de una ilegal censura previa (Lima, 2014).
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La prensa radical de la época estaba lejos de ser homogénea, pues en ocasiones estos periódicos polemizaron entre sí. Por su encono, quizá el enfrentamiento más importante lo sostuvieron El Trabajador y Denuncia (L. Soto, 1977). Esas diferencias reflejan la variedad de actores políticos que, con distintas posiciones ideológicas, operaron los medios radicales durante el período.
Tras la caída de Machado, la mayoría de los periódicos radicales continuó editándose y contribuyó a la presión social para la democratización del país, proceso que cristalizaría con la aprobación de la Constitución de 1940.
De hecho, para 1959 existían unas quince publicaciones nacionales, más de una decena de diarios provinciales, seis emisoras nacionales y 146 locales, cinco canales de televisión en La Habana y uno local en Camagüey (García Luis, 2013b).
Con la llegada del yate Granma el 2 de diciembre de 1956 a las costas cubanas y la subsiguiente insurrección en la Sierra Maestra, el Movimiento 26 de Julio (M-26-7) montó una efectiva campaña para posicionar el conflicto en la agenda mediática nacional e internacional, así como para brindar al público una visión de la lucha que lo posicionara a favor de los guerrilleros (Calvo, 2014).
Aun así, el medio más trascendental del M-26-7 fue Radio Rebelde. La emisora salió al aire por primera vez el 24 de febrero de 1958 en la Sierra Maestra. Transmitía noticias sobre las operaciones guerrilleras, los avances de la lucha en las ciudades y la reorganización del Movimiento en el extranjero, así como los discursos de los líderes rebeldes y programas patrióticos.
El efecto de los medios alternativos radicales en manos de estos grupos revolucionarios minó la credibilidad de la información oficial de la dictadura y permitió a los rebeldes marcar la agenda en Cuba y el extranjero con su propia versión del conflicto.
Primeramente, todos estos medios han surgido al margen de la ley, con dificultades materiales y en desafío a un poder político absoluto, caracterizado por la represión y la privación de derechos y libertades, ya sea en regímenes autoritarios como el colonialismo español o en las dictaduras de Machado y Batista, o en regímenes postotalitarios como el castrismo desde 1989 en adelante, según Ruiz (2005) y Hoffman (2011).
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Sin embargo, si los agentes periodísticos contestatarios al castrismo no han recurrido con mayor frecuencia a tecnologías más antiguas y establecidas, como la imprenta, la radio y la televisión, es solo porque estas herramientas están estrictamente controladas por el Gobierno y cualquier intento de utilizarlas se enfrenta a la inmediata represión (Beaulieu, 2013; Ruiz, 2005).
En el presente, debido al acceso limitado de los cubanos a Internet y al bloqueo de ciertos sitios web por el Gobierno, la información alternativa suele distribuirse clandestinamente por boletines de correo electrónico, redes de intercambio offline y por el llamado paquete de la semana (Díaz, 2018).
En fin, los cincos rasgos cohesivos de los medios alternativos cubanos en cinco épocas distintas se resumen en ilegalidad y represión, uso de nuevas tecnologías, creatividad en la distribución de la información, experiencia profesional y dependencia de la diáspora.
Esto no niega que existan diferencias importantes. Entre otros aspectos, además de su contexto específico, estas comunicaciones alternativas pueden diferir en su nivel de radicalización, esferas de influencia y recursos disponibles, nicho de público y alcance, y capacidad para perdurar e institucionalizarse.
En efecto, la contribución de los medios alternativos a los procesos de democratización y cambio social en Cuba en el pasado, en la actualidad y, de manera crucial, en los años venideros, ha dependido y dependerá de su capacidad para construir información independiente y crear mecanismos horizontales de comunicación (Ruiz, 2005).
Referencias:
Beaulieu, Sarah (2013): «Política cultural y periodismo en Cuba: Trayectorias cruzadas de la prensa oficial y de los medios independientes (1956-2013)», tesis de doctorado, Departmento de Filosofía y Letras, Universidad de Granada.
Calvo, Patricia (2014): «La Sierra Maestra en las rotativas. El papel de la dimensión pública en la etapa insurreccional cubana, 1953-1958», tesis doctoral, Universidad de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela.
Casasús, Juan (1953): La emigración cubana y la independencia de la patria, Lex, La Habana.
Díaz, Elaine (2018): «Medios emergentes en Cuba: desafíos, amenazas y oportunidades», en Sembra Media, 11 de enero.
Downing, John D. (2001): Radical Media: Rebellious Communication and Social Movements, Sage, London.
Fornet, Ambrosio (2014): El libro en Cuba. Siglos xviii y xix, Letras Cubanas, La Habana.
Flores, Eugenio (1895): La guerra de Cuba (Apuntes para su historia), Hijos de M. G. Hernández, Madrid.
García Luis, Julio (2013b): Revolución, socialismo, periodismo. La prensa y los periodistas cubanos ante el siglo xxi, Editorial Pablo de la Torriente, La Habana.
Hoffmann, Bert (2011): «Civil Society 2.0?: How the Internet Changes State-Society Relations in Authoritarian Regimes: The Case of Cuba», en GIGA Working Papers, no. 156, enero.
Labrada, Eduardo (2018): «Tinta y plomo de la prensa mambisa en campaña», en Adelante, 30 de octubre.
Lima Sarmiento, Edel (2014): La prensa cubana y el machadato, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.
Ruiz, Fernando J. (2005): «Medios de comunicación alternativa y dictaduras en transición: Cuba en perspectiva comparada», en Rafael Rojas (ed.): Cuba hoy y mañana. Actores e instituciones de una política en transición, Planeta, México D. F.
Soto, Lionel (1977): La Revolución del 33, vol. II, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.
Nota:
La versión extensa de este artículo se encuentra en el libro La revolución digital cubana: Innovación ciudadana y política estatal (Ted A. Henken y Sara Garcia Santamaria, Editorial Hypermedia, 2022).
Sobre el autor:
Edel Lima Sarmiento (Cuba, 1981). Candidato a doctor por el Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, donde investiga las relaciones medios-gobierno bajo la dictadura de Batista, especialmente sus estrategias de control de prensa; con un financiamiento del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Sus intereses de investigación se extienden a la historia general de la censura y el control de la prensa en Cuba y España. Licenciado en Periodismo y máster en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de La Habana, donde fue profesor adjunto de la carrera de Periodismo; tiene además una maestría en Investigación en Comunicación como agente histórico-social en la Universidad de Valladolid, España. Trabajó como periodista y editor en Tribuna de La Habana y Juventud Rebelde; ganó dos veces el “26 de Julio”, el premio de periodismo más importante en Cuba por sus entrevistas a personalidades del campo cultural.
Sobre la transficción, la translectura y otras naderías
Teoría de la transficción es uno de los libros más valientes de la Editorial Hypermedia. Es una antología de escrituras que han decidido mutar su estructura celular y burlarse de los bordes, ignorar los límites. Aguilera se toma el trabajo de desmenuzar el concepto de transficción desde varias de sus aristas.