No pretendo en esta nota hacer una defensa de Néstor Díaz de Villegas; no creo que el poeta lo necesite.
Aclaro, además, dos cosas. No intento hacer un ataque ad hominem, como los que inundan nuestras redes. De hecho, Alfredo Triff es mi amigo y a Néstor solo lo conozco a través de amigos comunes. Aprecio, además, que Alfredo Triff haya mantenido el debate en el terreno de las ideas y no haya acusado a Néstor de defender al comunismo, que es lo que se suele hacer cuando algún cubano defiende una causa que se sale del guion de las injurias por las que un cubano exiliado puede manifestarse.
Intento, en lo que escribo, mantener el tono también en un debate de ideas y no acuso a Triff de nada. Me limito a discrepar sobre lo que me parece cuestionable en su artículo.
De hecho, quiero concentrarme aquí solo en la primera parte de la crítica que le hace Triff al texto de Villegas, esa que se refiere al racismo estructural en América y que Triff intenta refutar. Para ello, narra en un breve recuento el viacrucis que llevó a los Estados Unidos de ser una nación esclavista hasta la elección de Barack Obama.
Abre Triff su artículo admitiendo que “En efecto, hay racismo en EE.UU.”, para después afirmar, “es injusto no señalar que la historia de la sociedad norteamericana es una de logros paulatinos”. Su lista de logros la inaugura con la guerra civil, y el hecho de que tal evento costó la vida de 600 000 almas “para cambiar ese legado”.
Ya que nos vamos a poner historicistas, es conveniente recordar que si bien es un hecho que la guerra civil fue lo que finalmente logró la emancipación de los esclavos, también conviene señalar que en EE.UU. se dio un fenómeno muy inusual, históricamente hablando: tener que autoinfligirse una guerra civil para poder terminar el lastre de la esclavitud.
EE.UU. es la única república en el hemisferio que, después de su independencia, continuó siendo esclavista. El Imperio Británico, la antigua metrópoli, abolió la esclavitud en sus colonias 32 años antes. Donde Triff solo ve una concatenación de “logros”, yo veo además una cadena de síntomas sin los cuales no podría entenderse el origen y la permanencia del racismo en las estructuras de poder e institucionales en EE.UU.
En la lista sigue el periodo de la Reconstrucción y las enmiendas 13, 14 y 15 derivadas de este proceso. La enmienda 13 ratifica la prohibición de la esclavitud, la enmienda 14 establece derechos de igualdad y la enmienda 15 el derecho al voto. De estas tres enmiendas, solo la primera se estableció con todo el peso e impacto que le corresponde a una normativa constitucional; las otras dos tuvieron una existencia más de carácter nominal que práctico.
No voy a repetir detalladamente aquí lo que ya se sabe: los negros pasaron de la esclavitud a una condición de ciudadanos de octava. Si no tenemos en cuenta las alternativas —y son muchas— que se pueden concebir para el modelo existente, no nos queda más remedio que adoptar la visión optimista de Triff sobre el asunto: el tránsito de la inhumanidad inherente a la esclavitud, a la barbarie de una democracia que no le garantiza la vida a sus ciudadanos de color, es siempre una mejoría.
El mismo autor de la réplica a Villegas admite que: “Ese avance racial quedó eclipsado (aún dentro del proceso democrático) por una reacción social de los estados del sur. Expresaba el resentimiento de los exconfederados contra el cambio social que llegaba. Es el triste período ‘iguales pero separados’ del apartheid norteamericano de principios del siglo XX y que duraría más de medio siglo”.
Cuando el negro pasa de ser un objeto sobre el que se ejerce la propiedad, a su estatus nominal de ciudadano, los mecanismos de poder se reestructuran para lidiar ya no con una cosa contemplada solo por su valor de uso y de cambio, sino con un nuevo ente social al que se le reduce, de las más diversas maneras, su participación en la vida económica y política del país.
Es justamente en ese tránsito y reestructuración que el racismo muta y sobrevive en las instituciones y los mecanismos del poder en todas sus variantes; ese es justamente el origen de aquello a lo que se refiere Néstor Díaz de Villegas en su texto cuando dice que “el racismo es parte estructural de América”. A lo cual, Triff contesta en forma de pregunta: “¿De qué estructura habla, legislativa, política, social? Silencio en la sala”.
Me tomo la libertad de responder yo a la pregunta: de todas, Triff, de todas. El racismo es parte de la estructura de cada una de esas ramas del poder.
Retornemos al presente. Quizás sea bueno recordar algunas obviedades.
La redistribución de los impuestos en EE.UU. está organizada y limitada por distritos; los negros, que han estado relegados históricamente a los distritos más pobres, otra consecuencia de The Jim Crow Laws, perciben una pobrísima calidad en los servicios públicos; esto va desde los parques hasta los sistemas escolares, pasando por el excesivo y desproporcionado control policial. Lo que exijo aquí no es un ideal jacobino de igualdad absoluta, sino la igualdad que promulga la Declaración de Independencia norteamericana de 1776, cuando afirma:
“We hold these truths to be self-evident, that all men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that among these are Life, Liberty and the pursuit of Happiness”.
Me pregunto: ¿Cómo se puede aspirar a la vida si la policía no cesa de masacrar a esta población? ¿Cómo se puede aspirar a la libertad si los afroamericanos son encarcelados en una proporción cinco veces mayor que los blancos? ¿Cómo se puede aspirar a la felicidad si las casas donde viven, los vecindarios, las escuelas, suelen ser las peores en la ciudad?
Alguien pudiera argumentar que el problema de fondo entonces es la pobreza, pero es que el problema de fondo de esa pobreza es inseparable de la sistemática discriminación racial: una es la consecuencia de la otra.
Las condenas por el mismo delito son diferentes en un contexto y en otro, por ejemplo: la sentencia por tenencia y tráfico de estupefacientes está directamente ligada a la zona de ese crimen. En la mayoría de los estados, la sentencia por tenencia y tráfico se duplica cuando el individuo en cuestión es detenido en una zona más densamente poblada; el mismo delito recibe una condena mucho menor cuando es detectado en un suburbio.
La gran mayoría de los afrodescendientes en EE.UU. están concentrados a los barrios superpoblados de las grandes urbes. Este hecho tiene también su origen en The Jim Crow Laws. Al establecerse dicha ley, los negros se vieron forzados a abandonar sus lugares de origen y trasladarse a los grandes centros urbanos, donde la discriminación, aunque era muy severa, lo era menos que en las zonas rurales o menos pobladas.
Con respecto a la parte policial de este asunto, quizás Triff desconoce, o simplemente omite, que en EE.UU. la policía tiene su propio Bill of Rights. Esta deferencia respecto a los uniformados, este estado de excepción inherente al sistema legal, es una de las razones fundamentales por las cuales la inmensa mayoría de los abusos policiales terminan sin justicia para las víctimas y con la absolución de los abusadores del uniforme. El conjunto de leyes, diseñado exclusivamente para los cuerpos de la policía, se conocen como LEOBoR o The Blue Wall of Silence, y se estableció a finales de los años 60 como una reacción a la avanzada de los activistas por los derechos civiles. Es decir, fue creado para poder ejercer el abuso policial —específicamente contra los activistas negros— de manera impune, al amparo de la ley.
Este código de inmunidad protege especialmente cuando se trata de una acusación de brutalidad policial. Para que una acusación de esta índole encuentre una oportunidad dentro del sistema judicial, una corte diferente tiene que proporcionar al menos un caso previo con exactamente el mismo contexto y los mismos hechos; por tanto, el resultado es casi siempre el mismo: a favor de la policía. Esto se debe a que es prácticamente imposible encontrar dos casos iguales en todos sus aspectos. De hecho, ya la mayoría de las cortes no proceden a generar este tipo de precedentes, pues los que acusan siempre terminan perdiendo el caso. Es un círculo vicioso de la ley diseñado para no actuar.
Si esto no es racismo estructural, ¿qué lo es?
Un poco más tarde en su respuesta, Triff afirma:
:“El poeta lanza dos pedradas al garete: El racismo es parte ‘del sistema legal y policíaco’”.
“¿Legal? Falso. Discriminar en este país por razón de raza es ilegal”.
“¿Policíaco? Falso. Proveo una lista del porciento de representación de policías negros e hispanos por cada ciudad (por brevedad voy a los grandes centros del país): Miami = 77.6 %; LA = 65 %; NY = 48 %; Newark = 75 %; Chicago IL= 48 %; Filadelfia = 65 %”.
Lleva razón Triff cuando afirma que: “Discriminar en este país por razón de raza es ilegal”. Pero lo que no parece entender es que esto no erradica todos los problemas señalados anteriormente. Y una serie de datos sobre la cantidad de personas de minorías que conforman los cuerpos policiales de algunas importantes ciudades, no demuestra tampoco la ausencia de racismo estructural, que es el argumento en el que me centro.
Se puede perfectamente ser policía negro, hispano, y estar al servicio de una estructura diseñada, en muchísimos sentidos, desde el prejuicio y la discriminación. Los policías son ejecutores de la fuerza del orden, no del orden.
Néstor Díaz de Villegas está equivocado
Alfredo Triff
Recibo un artículo de Néstor Díaz de Villegas, vía email, y reviso su contenido: sí, no, sí, no, no, no. Muchos más NOes que SÍes. El poeta se ha lanzado con la pira en la mano, y es una pira peligrosa. Derroche de retórica y euforia, pero poco argumento. Se ha esfumado el crítico perceptivo y se asoma Torquemada.