Lorenzo García Vega construye una cajita muy fea

El mundo de García Vega no sería el mundo de García Vega sin sus diarios.

Sin su dicción edípica, negativa, monstruosa, que gira siempre alrededor de un ajuste de cuentas —muchas veces contra el enemigo que encarna él mismo— y que por amarga e irónica, o mejor, por la mezcla que logra de ambas, deja irritados la mayoría de las veces a muchos, con deseos de bofetada.

Es el caso del volumen que acaba de editar Amargord en España: El cristal que se desdobla. Segundo tomo (o tercero, si contamos Cuaderno del Bag Boy, editado hace muy poco también por Casa Vacía) que avanza desde noviembre de 1994 a octubre de 2001, y del que aún falta Rabo de antinube, libro que vendrá a repetir, intensificar, deformar todas las obsesiones que ya venían apareciendo en Rostros del reverso y se refuerzan en este volumen, se focalizan, podría decirse.

Pero ¿cuáles son esas obsesiones —o algunas de ellas— tan presentes en este libro y que, a mi entender, lo convierten en un unicum de la literatura cubana?

Ante todo, la autoconciencia, esa ortopedia de los límites que lleva a Lorenzo a inventarse como personaje o a ser, delirio mediante, la parodia de los diversos personajes que al final se creó: Dr. Fantasma, Notario, Disidente de Orígenes, Ninguno, etc…

“Mi vocación (y estoy pensando, sobre todo, en el tiempo que me dediqué a vivir en mis diarios […]) consistió en componerme, en crearme, como un personaje que viviera para alimentarse en su propia ficción. Pero ¿qué quiero decir con eso? Quiero decir que, de cierta forma, me inventé un personaje que no iba a traducirse en acción (¿me inventé un personaje para solo ser leído por mí mismo? Quizá.). Nunca pensé que iba a ser traducido, ni siquiera por mí mismo. ¿Para qué me iba a traducir?”.

“Yo entré en el mundo adulto haciéndome el guillado [prosigue], pues no podía enfrentar directamente la realidad. Y ahora estoy con el fantasma, que es el que entra y sale de la realidad como de escotillón. Entonces, ¿sigo en lo mismo? No, como acabo de decir arriba, algo he logrado con este fantasma que se me ha aparecido en la vejez: con él puedo jugar más, con él puedo divertirme, y esto importa”.

O el de su propia vejez, tal y como queda en claro en la cita anterior:

“Unas pocas gotas de sangre en el inodoro, y ya se le teme a la hemorragia rectal. ¡Sería espantoso terminar con una gran cagazón, o con un ano artificial! Un viejo siempre puede terminar disuelto en mierda”.

“Es tremendo saber, desde esta vejez en que estoy ahora, que las heridas nunca cicatrizan. Uno se muere de viejo, pero con las marcas de los traumas que recibimos en la adolescencia, y aun en la niñez. Así que si se mira bien, cierta capa de la vida, donde las heridas no se curan, tiene la misma consistencia que una pesadilla infernal”.

Obsesión con el padre, dicho sea de paso, que nunca alcanzará el nivel de agresividad que tendrá su conexión con la madre.

¿No es precisamente esta pesadilla, goticas de sangre y ano plástico incluidos, lo que lo hace convertirse en un personajito kitsch, un Daudet de segunda?

“Las hemorragias. La mancha de sangre. Todo está vinculado a la enfermedad de mi padre: su úlcera en el duodeno, de la cual murió. Por cierto, años después de su muerte, cuando apareció mi padre en una sesión con la vidente Emilia, lo primero que ésta me dijo fue que lo rodeaba la sangre, las manchas de sangre de la hemorragia”.

Obsesión con el padre, dicho sea de paso, que nunca alcanzará el nivel de agresividad que tendrá su conexión con la madre, persona a la que llega a achacarle incluso sus problemas con el otro.

“…mi madre, siempre asqueada y escandalizada con lo que había sido la vida sexual de mi Abuelo, me trasmitió su rechazo a lo corporal, derivado de su relación con su padre”.

“De nuevo Mamá, su odio. Corre detrás de mí, con un palo en la mano. Esto sucede en Jagüey. Es que yo le hablé a Mamá de mi amor por la libertad, y esto provocó su ira. // Parece increíble que a estas alturas tenga un sueño como este, pero parece que lo he tenido”.

“La noche antes de ingresar en el hospital, apareció en el sueño mi madre, como ella siempre aparece: llena de odio y de agresividad. Ya estoy harto de ver a mi madre manifestando ese odio, y esto a través de diez años de estar soñando lo mismo”.

El self:

“Me veo como un monstruo de setenta y dos años, sentado en el borde de la cama, a las tres de la mañana, para sacarle lasca literaria a la aparición de mi madre. Mirándolo bien, esto es como para sentirse culpable. Y yo acabo por sentirme culpable. Entonces me acuesto, me vuelvo a dormir, y casi inmediatamente me despierto con el deseo de sentarme en la cama de nuevo, coger la libreta de apuntes, y seguir con el tejemaneje del acoso de mi madre. Seguir diciendo como si estuviera en el teatro del absurdo”.

“Cada vez aparezco más como el enfermo que he sido, que soy. Esto me está abrumando. Anoche tuve un sueño horrible, con todo género de cosas jodidas. Yo dormía en un prostíbulo, y hasta una amiga venezolana apareció con la boca en rojo, toda llena de sangre. Después, hoy, me he sentido como en principio de una depresión. Me abruma ‘el oficio de perder’, temo que no puedo seguir. Me abruman los recuerdos sombríos que el escribir este libro me suscita. ¿Qué clase de vida he llevado yo? En la calle tengo demasiadas ganas de levantar el brazo, y tengo miedo…”.

A propos, la fijación de LGV por levantar el brazo en los lugares más inesperados es digna de un Lacan fisioterapeuta.

«La actitud de Piñera, me parece, es la de un hombre de la generación de Orígenes: quiso liberarse de Lezama, pero se mantuvo en lo estético».

“¿Qué tamaño en mi vida diaria ocupará toda esa zona de grotesco que oculto a los demás? Por ejemplo, ¿cuántas veces en mi trabajo en el supermercado, levanto mi brazo compulsivamente, como si hiciera el gesto de un loco, pero a la vez, instantáneamente, por si alguien me ha visto, finjo que he levantado el brazo como para hacer ejercicio?”.

Orígenes:

“Pienso en Orígenes, muchas veces pienso en Orígenes. Y es que, en El oficio de perder, dejé sin tocar muchas cosas de las que, todavía, habría que hablar. (…) Pienso que tuve razón en arremeter contra aquella pudibunda tendencia origenista (Cintio ejemplificó esto, en Lo cubano en la poesía) consistente en no hacerse ni la más mínima autocrítica, pues creo que si se ha de evitar ese mal de la literatura hispanoamericana que consiste en vivir continuamente en la mentira y el disfraz, se hace necesario que los componentes de una revista se miren a sí mismos. Creo que criticar un grupo, o una revista a la que se pertenece, no es establecer una caprichosa distancia, sino pretender un diálogo crítico en la que uno se responsabiliza como miembro de ese grupo, o de esa revista”.

“¿Indagar sobre un sueño relacionado con un personaje de los años de Orígenes? No, no, ya lo dije en El oficio de perder: cuando me encuentre con los personajes de aquellos años, lo que debo de hacer es meterlos en una urna y cubrirlos con un trapo gris, como es que se hace con los santos en el Viernes de la Semana Santa. Hay que ponerle un trapo gris a todo aquello”.

La angustia; o el miedo. El cual, por cierto, se le va haciendo más inverosímil a medida que avanza el diario:

“Es tremendo saber, desde esta vejez en que estoy ahora, que las heridas nunca cicatrizan. Uno se muere de viejo, pero con las marcas de los traumas que recibimos en la adolescencia, y aun en la niñez. Así que si se mira bien, cierta capa de la vida, donde las heridas no se curan, tienen la misma consistencia que una pesadilla infernal”.

“La amenaza de que el antibiótico que me ha mandado el médico me pueda producir diarrea. Esto me deja como paralizado. Verdaderamente, lo único que puedo hacer es trabajar en el supermercado y, cuando regreso del trabajo, escribir lo poco que puedo de mi ‘oficio de perder’. No puedo hacer más nada. Por eso, la diarrea posible del antibiótico me deja como paralizado. No sé qué voy a hacer: si tomarlo o no, y lo que es peor, no puedo tomar decisiones”.

“¿Por qué me enfermé? ¿Por qué siempre he tenido que vivir con un torniquete psíquico? ¿Y si al morir eso continuara? Ahí estaría lo cabrón del asunto, pues lo que me aterroriza es tener que vivir astralmente, y para siempre, con mi misma enferma psique, con mis miedos”.

Virgilio Piñera ―antagonista suyo, aunque en algunas entrevistas negara zorrunamente haberlo conocido:

“La actitud de Piñera, me parece, es la de un hombre de la generación de Orígenes: quiso liberarse de Lezama, pero se mantuvo en lo estético. Así como, al igual que Lezama, Piñera parece haberse quedado sometido al yo idealizado de su momento cubano: pues, por ejemplo, ¿no es ese su hacer payasadas de que habla Gombrowicz, una dramática manera ―¿cómo una expiación?― de introyectarse esa visión que del homosexual ―‘mariconcito que hace monerías’― tenía la burguesía cubana que lo rodeó?”.

Un no-escritor, recordemos, que temía morirse sepultado en la mierda o, lo que es peor, abandonado en un Home. Un Home que para él tenía todo el tamaño de lo cubano y la revolución y Orígenes. El tamaño de la espantosa república.

Playa albina:

“En esta Playa Albina donde vivo, se respira el feo y sucio rencor de las dos orillas. El odio enconado de un espantoso momento de lo cubano (aquel bajo el cual, desgraciadamente, viví en mi juventud) que parece que, apestando ya, se mantendrá estático, quizá para siempre. Palabras de esta orilla albina, y palabras de la otra orilla de la cual salimos, iguales en su estupidez. Y uno en el medio, casi como si fuera un esquizofrénico”.

O su eterna monserga entre escritor y no-escritor (siguiéndole la rima podría decirse entre esquizofrénico y no-esquizofrénico). Fisura que es posterior a sus dos primeros libros publicados en Cuba y descubre, además de en la falta de atención que sufrió su obra durante casi toda su vida, en la poética de algunos de los autores que más leyó durante un buen tiempo: Macedonio, Gombrowicz, Arlt, Roussel y el Robbe-Grillet de los diarios. Escritores todos que no confundieron dificultad con ventas:

“Me he pasado la vida escribiendo, y siempre he tenido que verme como un no-escritor. ¿Qué fue eso? Eso no fue sólo que desde un principio me sentí con enormes impedimentos y torpezas para poder escribir (…), sino que, también, después de que pude dar un salto, y escribir mis dos primeros libros, me fui entrando, y hasta ahora he estado en ello, en un cómo darle vueltas y vueltas a mi imposibilidad de ser escritor. La Cetrería del títere, buena parte de Los rostros del reverso, y otras cosas que he escrito, siempre han girado en torno a eso: mi imposibilidad de ser un escritor. Pero, lo interesante es que hasta ahora, después de haber escrito El oficio de perder, creo que he podido ver por primera vez, frente a mí, lo que es mi Laberinto, y con ello he podido comprender que mi riquirraqui con eso de ser un no-escritor escritor no se ha debido a una pose literaria, sino que ha sido la expresión de esa lucha, con mi enfermedad, para poder cumplir con mi verdadera vocación”.

“Y ha sido muy extraño todo este doloroso proceso, pues es ahora, al final, cuando después de haberme propuesto la construcción de un Laberinto con la escritura de El oficio de perder, y haber con ello, logrado una mirada hacia lo que ha sido mi vida, que parece como si, por primera vez (¡qué victoria pírrica!), logro poder escribir sintiéndome fácil, y con deseos de hacerlo. Por primera vez, ahora con setenta y dos años, me siento dentro de mi piel de escritor y, por lo tanto, llego a comprender totalmente qué he querido decir cuando, siempre, me he autodenominado un no-escritor”.

Un no-escritor, recordemos, que temía morirse sepultado en la mierda o, lo que es peor, abandonado en un Home.

Un Home que para él tenía todo el tamaño de lo cubano y la revolución y Orígenes. El tamaño de la espantosa república. Con todo su lujo y sus maquinones y sus casonas de Miramar. Pero también, con sus tapujos, su moralina racial y sexual (moralina que la revolución convirtió en razón de estado) y los traumas familiares que él vinculaba a la política.

Con ese “sucio rencor de las dos orillas”, tal y como dice en alguna de las casi 700 páginas que posee este libro.

¿No es acaso la primera razón intelectual disparar (disparar sin remedio, disparar sin nervios, disparar sin corazón) a todo eso que de manera civil y política deviene estado?

Lo cubano es feo.

Castro, incluso cuando ya no exista la revolución o sus gánsteres, seguirá siendo feo.

El cristal que se desdobla es lo muy feo.

Y eso, creo, junto a sus obsesiones, es su principal aporte ―el del libro, por supuesto.

Lo demás, es continuar esperando a que salgan sus textos inéditos o solo publicados en periódicos y revistas, y que su literatura pueda circular sin trabas por la isla; cosa que estoy seguro le hubiera gustado.

Incluso los no-escritores sueñan con encontrar de vez en cuando a su bizco y connatural lector.