Hawking atraviesa Hialeah

Convencido ya de haber soñado anoche, escribir Hawking atraviesa Hialeah. Llevaba exergo que, sin directo que ver con el texto, no solo relación tal describía contenido crucial de este ensayo, sino diluía al hacerlo idea de lo crucial; literatura que al transcurrir describa su inimportancia, o que mire sobre ella, abriéndose altitud con las manos sobre las calvas cabezas de las palabras, devuelve agradecida muestras del percibir, boceteadas guías para sentido, restos de la experiencia, mordida placenta.

Abandonar esta idea antes de que olvide anterior uso de soñar que, pareciendo narrativa, no es sino modo impreciso que me alcanza en describir lo que no puedo probar, y explicarse solo puede con que, bebido, nunca lo guardé en computadora.

Es tan grave decir guardar, es tan grave, que repitiéndolo dos veces causa fulgor en la mirada de ajeno súbito que se interesa, por segundos, en la escritura y sus temores de desaparición, antes de seguir camino mucho más abundante.

En lo que digo, doble cáscara sobre organismo que se asfixia, no queda más que resumir de modo seco aquello escrito: un ensayo ha querido ser, que sugiera una duda sobre fea colocación de los escritores ante el momento vivo.

Distraerme pensar que haría si texto encontrase, seguro pegarlo aquí, dejar solo hueco entre su espalda y la pared donde flamea la tela camisar en breve oxígeno, sin considerar en acto semejante lo mismo escrito:

Hawking atraviesa Hialeah

You, in the center of all, my killer,
a tiny scab, black dot
took the corner, and later
the whole self, every organ
faded into the dreams of a pink mole
in the center of all, my killer.

Woody the doll¹.

El hombre insiste en que el mundo se va a acabar y seguro personas, a pesar de incurrir en vaga idea de su inteligencia, no asocian bien a señor encorvado tras silla de ruedas pronosticando el fin de todo lo humano: una tremenda broma, cuando ninguna mujer pensaría en singarle.

Y tal vez quien único podría salvarla, no pilotando nave hacia planeta, sino habilidades más útiles: universo, infinito, muerte explicados por mejor percepción que la de pretendientes de apuesta apariencia, mas persisten en no revisar sentidos de su pálido participar, como quien mira el café y no ve cada mañana un reguero de estrellas colapsando.

Tal hueco asociativo o intervalo perdido en la percepción es común, proceso nublado por afanes de reconocimiento de narradores y poetas, se origina en el miedo a ser tragados por el anonimato y el fin de la Historia, nunca antes tan paladeables, tan cercanos.

Aún así, escritores, viejos y no tanto se preocupan por jorobada idea de trascendencia, rodean de admirados jóvenes que refieren ensayos y tesis, poemas, llaman “maestro”, y como orine de carnaval corren las entrevistas, las memorias personales: nada más escandalosamente moribundo. Verguenza ajena, disfrutan empalagosos tales “placeres”: añorantes de premios y aplausos.

Mas a escritor ninguno respeto que no muestre ansias de anonimato: creo no se puede percibir (escribir) correctamente si no colocado allí: el mundo a acabarse, la base misma de la percepción quedará destruida, nada tendrá justificación o necesidad de hacerse. Una correcta percepción de ese asunto nos presenta la escritura como desapegado impulso, desafuero de estiramientos, y no enferma necesidad y dependencia.

No siento en escritores tal desafuero, sí social acomodo, quejosos divos integrados, apegados al yo y a una aséptica idea de lo humano, recorren el fenómeno, no sus vibraciones. Desvinculada de la materia de la experiencia, su escritura se alimenta de un mientrastantismo, gordo sentado en la otra punta que altera el, tan hermoso si no, trayecto hecho a secreciones (lechazos) de glándulas perceptivas, cuyos conductos interiores descubren pasajes donde elementos de un sentido moral se autoclavan, bukkake de sentido.

Qué persona, en su sano juicio perceptivo, como llama Aristóteles, desea leer una novela hoy día, embarcarse en historia de alguien esclavo de un montón de palabras, voluntad espléndida de malgastar el tiempo. Escribir/leer novela como acto de desesperación, aferrarse a la literatura y al tiempo, pero nada menos redentor que la literatura, es excreción, y esto no enjuicia, sino metaforiza el proceso que mejor responde a su naturaleza.

Los contemporáneos, idea asquerosa, gente con quienes compartes un sentimiento de época, y nada interesante puede salir de ahí. No puedo sencillamente sumergirme en un mundo de mareas ajenas, tan cerca del vicio de lo social. Nietzsche, Whitman, en cambio, sugerían escribir para los del “futuro”, o modo de acceder a lo ausente.

Escribir sobre algo que se abultó en idea, ya no tiene sentido hacerlo, simplifica percepciones: amiga confirma pregunta en Hialeah si singaría a Hawking en caso fin del mundo, y poco hubo que tentarla a respuesta no difícil de imaginar: más o menos inteligente, más o menos graciosa, meros instrumentos para medir hechos. Esto hace la escritura: importunar a la percepción a dar respuestas.

Para que este junte ocurra, Hawking debe atravesar Hialeah, todo el camino frente a la casa, donde estamos ahora, pero empañado por una dirección del pensamiento, su silla de ruedas atascada entre ramas, y así, cada enunciado, cada dato que se agregue a la situación contribuye a demacrar un centro de vibraciones, uña hiriendo brusca la pátina de la experiencia.

Hialeah y Hawking están cimentados (cementados) en la misma inexactitud, y el fin sorprenderá la inconciencia de una en conciencia del otro, derretidos, apretados allí donde arderán todos los conceptos. Pero la gente sigue percibiendo (y escribiendo) como si fuésemos a vivir para siempre en nuestros libros.

De Hialeah misma amiga comenta preferir hacer tortilla a freír huevo, ríe: adivina equilibrio entre elementos paralelos. Literatura no es referir la situación de huevo en mano, ya cascado frente a hirviente manteca, y correr a lesbiana vecina que se asombra al ver a amiga caerle de pronto en piernas cuando el huevo se rompe en el suelo. Una vez lo vivido, o pensado, mejor dejarlo ahí, en muertos velos de tiempo y espacio, no engordarle como a claria insatisfecha, alentar su irrealidad, maquillar cadáveres.

No contar del vecínico asombro, historia o detalles, no reír por amiga, o llorar (en caso de vecinal perilla sucia), o momento del huevo quebrarse silenciado por trapos verbales, sino mostrar fases de lo momentáneo, pistas de equilibrio entre mundos.

Ver mazo de servilletas en casa de vecino volar según viento, y las ramas del árbol, preservilletas, igual, sin patrones. Describir evento gemelo y todo lo que le cuelga no la hace, utilidad emotiva o simbólica del evento no la hace, gemelas huevas de merluza en infancia percibidas tal vez la hace.

O vivir a metros de la calle Hawthorne y no haberlo leído, ni siquiera imaginar algo que Hawthorne escribiese que me ubicara extensiva, longitudinalmente en ese punto de experiencia de ver contra el cielo nocturno el cartel que indica la calle Hawthorne. A intervalo similar a este cielo sobre calle Hawthorne sin leer, sin escribir, podría aspirar la literatura.

Compro carro de uso y todo en situación aparenta scam manifestándose: locaciones como falso telón improvisado y, a pesar de reconocer lo impráctico de tales producciones, a pesar de comprobar finalmente que el carro estaba bueno, queda sensación de haber sido engañado, no en los hechos, sino en la posibilidad de las percepciones. Muchos escritores agradecen el resultado: carro en buen estado, pero no puedo conformarme, tras aquello sentido.

Escritura es casi siempre pensamiento, no impresión; mucho dato amontonado, mucho retazo insignificante. Lo intangible percibir ansío, o en su constante aproximación: feliz expresión dolida de un miembro fantasma salpicado por la grasa caliente.

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¹ Breve video homenaje de Pixar a creador de Woody en Toy Story, muerto por melanoma.