El orden de las cosas
Una biblioteca es una autobiografía. En este caso, los libros que vendemos tienen la dictadura del mercado —top ten de best sellers—, pero también la libertad del gusto del lector que está a un lado de los “más vendidos” y busca ese autor que permanece en el tiempo, pese a las modas, las malas traducciones y el rencor de los colegas.
En este sentido, pienso en Thomas Mann y aquello de que una ciudad es una obra colectiva. Esta librería también lo es.
La traición del alfabeto
En el área de Historia, La caída del imperio romano, escrita por Peter Heather, va al lado de Hiroshima, escrita por John Hersey.
En el área de Poesía, a Rabindranath Tagore le sigue Tristán Tzara, a quien a su vez le sigue Paul Valéry. En cualquier momento esa sección explota.
En el área de Narrativa traducida, El Pabellón de cáncer, de Solzhenitsyn, va al lado de Soy un gato, la novela siamesa de Sōseky. Al fin veo un japonés que muere de enfermedad.
En el área de Narrativa en español, Julio Cortázar es seguido por él mismo, más de un estante entero para él solo. Lo mismo pasa con César Aira, otro argentino más.
El área de Ensayo es un combo dramático.
Me dan miedo las vocales tanto como las consonantes.
Data trash
Con 17 años Raymond Radiguet escribió El diablo en el cuerpo. Gombrowicz pagó de su bolsillo la primera edición de Ferdydurke. José Bianco tradujo The Turn of the Screw como Una Vuelta de tuerca. Joe Brainard escribió I remember e inspiró a Georges Perec con su Je me souviens. Virgilio Piñera vivió durante las décadas del 40 y 50 en Buenos Aires. Rodolfo Walsh vivió entre 1959 y 1961 en La Habana. Pablo Neruda escribía con tinta verde. Borges le dictaba a María Kodama (o al que tuviera más cerca). César Aira escribe media hora todos los días en un bar cerca de su casa. Manuel Puig grababa a desconocidos. Mario Vargas Llosa fue candidato a la presidencia del Perú. Macedonio Fernández fue candidato a la presidencia de Argentina. Sergio Ramírez fue vicepresidente de Nicaragua. Domingo Faustino Sarmiento fue presidente de Argentina. John Kennedy Toole dibujaba historietas. William Faulkner dibujaba historietas (influenciado por Aubrey Beardsley). Boris Vian falleció de un ataque cardíaco en un cine mientras asistía al estreno de la adaptación de su novela Escupiré sobre tu tumba. Adolfo Bioy Casares quería morir en un cine, mientras pasaban los títulos de alguna película francesa. Enrique Vila-Matas tradujo del francés El uruguayo, de Copi.
Datos inútiles que aparecen mientras acomodo los libros.
Monotemática
A todos los papás y las mamás que entran pidiendo libros para nenes, les recomiendo lo mismo: Las aventuras de Tom Sawyer.
Si son nenes que no saben leer, igual les recomiendo lo mismo: Las aventuras de Tom Sawyer, para cuando sepan leer.
Eso, si el dueño no está presente.
Cuando el dueño y la dueña están presentes se me hace un nudo en la garganta.
Sensini
Finalmente, uno se hace la idea de la utilidad de los reviews de los suplementos culturales al trabajar en una librería… Con un recorte de diario en la mano, o mostrando la pantalla del teléfono celular, los clientes muestran qué obra están buscando.
El otro día preguntaron por Zama, de Antonio Di Benedetto. La publicación de la novela en Estados Unidos vino precedida por excelentes críticas, entre ellas, una aparecida en The New York Review of Books.
El que lo quería leer tenía el aspecto de un profesor de literatura de mediana edad: la melena canosa, de bigotes y barba de algunos días, con saco y una camisa sin corbata. Su rostro de tristeza me tocó cuando le dije que el libro se había encargado a la editorial, pero todavía no llegaba.
Por asociación pensé en “Sensini”, el relato de Bolaño incluido en Llamadas telefónicas que cuenta la amistad epistolar que forjaron cuando los dos trataban de ganarse la vida malamente en concursos literarios por España. Le conté la historia al profesor, y se llevó el libro de Bolaño.
“Bien hecho”, me dijo luego el dueño, y yo me sentí un impostor, es decir un vendedor, un maldito cretino.
La pregunta
Una mujer con la cara sudada entró pidiendo un libro de autoayuda.
En qué puedo ayudarla, pregunté.
Pensé que su respuesta era capciosa.
Pareja de escritores de policiales caribeños
Uno es mulato y el otro blanco y gordo. Escriben novelas policiales. “Solo novelas policiales”, repite el negro como para darse mayor credibilidad. Siempre juntos en la librería, se comportan igual que un matrimonio viejo.
El blanco y gordo, con malos tratos, me dice que busque en Wikipedia, que allí está quien es él. Por supuesto, en la página aparecen sus datos y otros detalles que, deduzco, solo él (y tal vez su madre) puede saber. El escritor como autor de su propia Wikipedia: una base de datos que a nadie le importa en lo más mínimo y que si alguien cae en ella es por equivocación o por ese azar moderno, caprichoso e increíble, que es el logaritmo.
Mira con desconfianza, pregunta soberbio dónde están sus novelas (otro autor local que deja a consignación sus libritos de tapas horribles) y nunca compra nada, absolutamente nada.
TB
Estoy obsesionada con TB.
Ahora que he empezado a trabajar en la librería, me da miedo soñar con él y tener que enfrentarme a él en algún lugar. Saludarlo al menos. Hablar de cualquier cosa. Darle las gracias por algo o pedirle permiso para pasar. No me lo imagino.
Hoy vino un tipo desagradable a la librería. Me recordó lo desagradable que podía llegar a ser TB. Pero TB podía ser todo lo desagradable que quisiera. Este tipo no. Viene a mirarme y decirme que estoy bonita y que le gusto.
Es viejo y enano y tiene la voz ronca por un cáncer que le extirparon. Me recuerda la sensación de cáncer que sentí al leer Los comebarato.
El tipo no compra nunca. No se lleva ni una página. Dice que ya él se leyó la librería completa.
Está más solo que el diablo y tiene una esposa que cuidar.
Si sueño con TB me cuidaré de no hablarle.
Librería bipolar para un infante difunto
No hay un solo libro de Guillermo Cabrera Infante. Desde que la librería abrió hace meses, ni uno solo. Eso sí, hay de Daína Chaviano y hasta de Wendy Guerra. Y de autoayuda, obviously.
Apocalipsis Book
Imagínate que llegamos y la librería está vacía. Pelada. No solo no hay estantes, sino que tampoco hay libros. Quedan algunas agendas y dos o tres espejuelos para leer. Pero libros no hay. Ninguno.
Los dueños tampoco están. Colgados en los respaldares de dos sillas, sus abrigos. Y más allá, junto al servidor, el último libro de Umberto Eco, una referencia a la estupidez.
Imagínate que afuera, ante la puerta de vidrio, hay una enorme cucaracha prieta.
¿Qué pensarías?
¿Es una broma de Kafka o de Clarice Lispector?
¿Es un castigo de San Judas Tadeo o de la Virgen de Guadalupe?
¿Es una venganza de los poetas locales que no logran vender sus libros ni a cinco pesos?
¿Es un decreto de Trump porque el idioma oficial es el inglés y la librería era en español?
Imagínatelo y dime, ¿de qué pudiera tratarse?
Foto de solapa
Siempre que abro sus libros aparece esa foto que lo ha inmortalizado: Capote sentado en un banco en lo que parece un jardín sureño. Es flaco y joven, casi un adolescente, con una remera blanca y la mirada que es un nudo desafiante de sexo y ganas de triunfo.
La tomó Henri Cartier-Bresson en 1947, en New Orleans.
Los libros del gran chismoso de América todavía son una granada que estalla en las manos de cualquiera.
Una antología
Esta noche se presenta una antología de poetas en Miami.
Los antologadores me incluyeron, al final, porque soy la más joven y parece que es por orden cronológico.
En el prólogo hablan muy bien de todos.
Para referirse a mí usan el término Generación Cero, la cual, dicen ellos, aún está por definirse. Dicen también, en otras palabras, que los de la Generación Cero somos desarraigados y oportunistas, y no tenemos principios.
Me dan ganas de gritar: ¡abajo las hamburguesas!
Antes de leer el prólogo, un cliente llamó por teléfono pidiendo las profecías de Nostradamus.
Tuvo suerte Nostradamus, que nunca vivió en Miami.
Danza negra
Es como un tsunami negro que arrastra un vaho insoportable. Lo riega aquí y allá. No hay horarios ni días fijos: lo suyo es una obligación de libertad.
La homeless afroamericana deambula con sus rollers por la librería bailando una danza narcótica, con música que solo ella escucha. Un ademán y agarra un libro sin mirarlo para luego colocarlo con elegancia en el mismo estante.
Al irse, los que están en la librería se miran con la certeza de haber sido testigos de un hecho maravilloso y desconcertante.
El mes de verano en mi país natal
Cada vez que vendo un libro de Julia Navarro trato de pensar que mi papá se llama Julio Eduardo, o que julio es el mes del verano en mi país natal, o que en el mes de julio empieza la segunda mitad del año, o que una vez, en julio, me hice uno de los tatuajes que más me gusta.
Trato, me esfuerzo, disimulo ante el cliente que quiere a Julia Navarro en vez de a Carson McCullers, o en vez de a Isak Dinesen, o en vez a Cristina Peri Rossi, o en vez de a cualquier autora, al azar. Porque hay tantas escritoras buenas, fascinantes, incorrectas, placenteras, locas, rusas, no rusas, perfectas.
Pero el cliente me pide a Julia.
Navarro, por favor.
Y yo: cómo no, que sea Navarro.
La larga risa de todos estos años
El otro día mientras buscaba un libro de Juan Benet encontré Voces en la noche. Es la única novela de Isidoro Blaisten y también lo último que escribió. Recuerdo una entrevista en la radio a propósito de la publicación: sonaba tan feliz. Aunque hubiera escrito relatos hermosos, tan precisos para los detalles absurdos de la vida, un autor es considerado verdaderamente como tal cuando publica una novela. Luego vas por el mundo con un cartelito que dice: “escritor”. Y así entonces la academia y los críticos te toman en serio…
Blaisten se reía y le contaba al periodista algunos pormenores de la novela: cuánto había tardado en escribirla, el tratamiento de los personajes, los próximos proyectos. A los pocos días falleció de un ataque cardíaco.
Blaisten es el autor de un puñado de cuentos excelentes, no hay duda, pero también de la risa franca, llena de vida, inolvidable, que escuché poco antes de su muerte.
¿Cuál es el colmo de un vendedor de libros?
Tener que vender los libros que uno quisiera comprar.
Presentaciones
A veces las presentaciones son una rara experiencia, sobre todo las de las editoriales locales que básicamente se dedican a estafar a incautos autores. Siempre con tapas de una fealdad increíble, como el diseño interno, el papel, la tipografía. No es el problema la baja calidad, sino la desidia de esos editores que todo lo vuelve grosero.
En verdad, las presentaciones se asemejan a las reuniones de Tupperware. Son una excusa para que la gente chismosee, se saque selfies y las postee en Facebook.
La mayoría de esas editoriales publican poesía y memorias.
Nunca hay comida ni vino.
Nunca se venden libros.
Tasa de mortalidad
Me sorprende lo siguiente: en la presentación del libro de un autor famoso, por la forma en que ese autor encauzó y aprovechó su vida, la única persona menor de 44 años era quien les habla.
Tal vez, además, la única menor de 55, por solo citar dos números en sí mismos ya retóricos.
(Había un muchacho joven que solo hablaba sandeces con las ancianas, así que ese muchacho y cero son la misma cosa.)
Los detestables
Los que preguntan el precio de un libro y cuando te das vuelta, en su celular, se fijan a cuánto lo tienen en Amazon.
Panorámica de Tutankamón
Aprecio la retórica. Al ser bien utilizada podría traer como consecuencia una mejor comprensión de las ideas.
Las ideas, casi siempre, se repiten.
A la edad de ochenta años, ¿qué idea tendré del amor, la sociedad, el cuerpo, la escritura?, ¿me acordaré de esta librería y sus continuos efectos sobre mí?
Desde las 5:30 han empezado a llegar ancianos. Algunos cojean o usan andadores para la locomoción. Otros parecen sobrellevar la edad y aparentan estar más saludables que yo. Vi a alguien usando una sombrilla de bastón. La sombrilla parecía un libro para niños. El número de ancianos aumenta gravemente a las 6:46. Es una actividad programada para las 7:00 que no empezará hasta las 7:30.
Frente a los estantes de Espiritualidad (Biblias, Coránes, cartas del Tarot) un hombre se ha detenido a mirar, sin hacer el menor caso de la concurrencia. Es el mismo que más tarde comprará casi 200 pesos en libros espirituales (uno de ellos escrito por León Tolstoi).
La gente ha venido a la presentación de un libro de filosofía barata. Su autor es distinguido y respetado por todos, aunque lleva unos zapatos kitsch y un cinturón más feo que Lenin. Me asombro de que aquí existan distinciones separadas de la apariencia.
El fotógrafo ha empezado a tirarle fotos a un hombre más viejo que Tutankamón. Se nota que es el más viejo de todos. El más alegre, también.
Los más detestables
Los que preguntan por un libro difícil, fuera de catálogo, pero que, por algún azar, todavía está en la librería, y cuando se lo das te dicen: “Uh, ¿no tienes la edición de bolsillo?”
Los diccionarios
En su Diccionario de lugares comunes, Flaubert escribió: “Republicanos. No todos los republicanos son ladrones, pero todos los ladrones son republicanos”.
En mi Diccionario sociópata escribiré: “Miami. No todos los que van a Miami son ladrones, pero todos los ladrones, algún día, van a Miami”.