Es un encuentro histórico entre dos líderes mundiales, que resultaron ser tal para cual. A estas alturas de la historia, ni las acciones ni sus intenciones ya importan. Importa lo que no pasó.
Y en los siglos en que ambos vivieron, ninguno de este par de libertadores liberó a nadie en sus respectivas patrias. Tras la Guerra Civil desatada por Abraham Lincoln, los ciudadanos afroamericanos quedaron en peor situación, al borde del genocidio hasta el día de hoy.
Tras la Revolución triunfante de Fidel Castro, pronto no quedarían ni trazas de la ciudadanía cubana, esclavizada en su propio estiércol así en la Isla como en el Exilio, bajo el imperio de una KGB con ínfulas de KKK.
Hacen bien en pagarse respeto mutuo estos presidentes que medían cada uno seis pies más tres o cuatro pulgadas de estatura. Este lunes 4 de Julio, habría que ofrendarles una corona de flores binacionales a estos indistinguibles difuntos. Marigoldas para Fidel. Mariposas para Lincoln. Machos amariconados en su hombría histriónica.
Lincoln, disfrazado de verde olivo, debería reposar dentro del cambolo sacro de Santa Ifigenia. A su vez, bien pudiera ser el comandante confederado Fidel quien se sentara en el mármol magno de Washington, D. C.
En la unión está el fascismo.
Sic semper tyrannis.