De aplausos y otras atrocidades



Ríe Fidel, ríe la multitud, ríe el comandante Morgan. Es 1959 y esa risa resuena en la Isla entera.  
  
Batista también reía. Al centro de la foto, casualmente hay un indio sonriente que recuerda al Mulato Lindo. Pero la de Batista era una risa civil, contenida, no creíble. Inservible para refundar al país. Mucho menos para fundar otro país a imagen y semejanza de la barbarie. 
  
La Revolución restauró la carcajada a mandíbula batiente. Esa mueca muscular que los científicos no acaban de entender qué función cumple en la fisiología del cuerpo o en la evolución de la especie. 
  
La risa real muchas veces termina siendo la antesala del fallo cardiaco. También, del colapso nervioso. Sobran ejemplos en la literatura cubana.  
  
La muerte súbita y la locura rondan la risa. En cualquier caso, no se trata de un gesto ciudadano sino más bien sádico. Hay algo perverso en ese exceso de presencia que proyectamos al reír. Se nos abre un orificio en la cara y de pronto mostramos en público la antesala de lo gástrico y lo fecal. 
  
Los animales no ríen. Pero reír es una animalada. 
  
En la Cuba temprana de 1959 ríen los profesionales y los desclasados. Ríen los ancianos y la niñez. Es una risa sin género y sin raza. Espontánea, como un vómito de aire. Por reír, ríen hasta los verdugos de verde oliva, antes del preparen-apunten-fuego en los pelotones de fusilamiento. 
  
Es una risa viral. Epidémica, equitativa. Como solo el fascismo y el comunismo pueden serlo. La democracia es un jijijí de máscaras y maquillajes. La tiranía es un cuacuacuá contundente. 
  
En medio siglo de vida republicana, solo los demonios reían así. No la gente.  
  
Por entonces, Lucifer controlaba los excesos de hilaridad patria, desde su pedestal en el patio interior del Capitolio. Un edificio desertado en pleno desde el día 1 de la Revolución.  
  
El vacío enseguida creó un eco de cruel calidad para las carcajadas. 
  
En la foto, el teatrico parece estar atestado. Los cubanos se acompañaban los unos a los otros sobre el escenario existencial. Tiene que haber sido magnífico estar allí.  
 
Daría mi vida por ser cualquiera de esos hombres y mujeres en aquella noche de aplausos a ras del patíbulo.  
  
Daría mi vida con tal de ser incluso el comandante Morgan, que va a morir. La daría con tal de ser aunque sea Fidel, que lo va a matar. 
  
Las pistolas cuelgan visibles o fuera de la vista. Da lo mismo.  
  
Por el momento, nadie parece necesitar guardaespaldas. Tampoco nadie hizo un testamento en Cuba ese año. Se vive en un día a día que tiene cogida por el cuello a la eternidad. Presente, detente, eres tan precioso. 
  
Si comienzan a desaparecer los trajes y las corbatas, es solo porque son una prenda restrictiva a la hora de romper a reír. 
  
Ni uno solo de los fotografiados está vivo ahora. La información visual de este lunes de post-revolución es, como de costumbre, un esfuerzo por identificar a los desaparecidos cubanos. Habla, memoria. Antes de que se haga más tarde y nosotros también nos hagamos imagen. 
  
Ríe Fidel, dando la espalda a la multitud riente, recibiendo la espalda que ríe del comandante Morgan. Aquí no ha pasado nada. Todavía. Es 1959 y esa risa retumba en la Isla entera.




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Santa Castro

Orlando Luis Pardo Lazo

Fue, fumó, fascinó.