La foto es muy claustrofóbica. Incluso para los cubanos que, por culpa del exilio, hayan olvidado cómo era viajar en Cuba dentro de esas guaguas de lata, comprimido de cuerpo entero a alta presión.
Se trata de un guaguón americanote, con aquellos remaches tan generosos que le daban al vehículo cierto aire de cohete de Coney Island.
La ruta 28 fue acaso la primera que desapareció con la Revolución. De Correos a Buenavista, en La Habana. Pero ahí continúa esta ruta 28 en específico, con sus 82 expedicionarios a cuesta y sus metales restallando bajo el flash de la cámara.
Es maravillosa. Una mole de plata sobre el papel o hecha ahora de píxeles, desde la noche inicial de la instantánea de este lunes de post-revolución hasta el último día de la eternidad.
Diríase que la 28 no puede moverse en medio del mar de gente. O que la gente a su alrededor es quien en realidad la ha de mover, en una ola humana que irá ocupando poco a poco todas las calles de Cuba. La claustrofobia pasará así del interior de la guagua al resto de La Habana, hasta asfixiar a la capital cubana. El campo ya había sido conquistado con balas, pero a nuestra Babilonia del Caribe había que reducirla por etapas.
El ómnibus, por supuesto, también puede ser comparado con una carroza fúnebre. Donde el muerto es, para colmo, Fidel. No hay necesidad de buscarlo en la multitud. Él va visible en la ventanilla. De todo juego, con gorra, tabaco y Rolex. Relajado, entre un pueblo de utilería y su personal de seguridad. Tomándose a pico de botella una Coca-Cola local, un producto que desaparecería junto con las rutas 28.
Estemos o no en invierno, la ropa refuerza la tesis de que por entonces no hacía tanto calor en Cuba. Hay trajes y mangas largas por doquier. El populacho no se está deshidratando ni mucho menos. Nadie se va a desmayar ni sufrir un ataque de pánico. Al contrario, todos parecen más que confortables en medio de la compactación castrista.
Todos han nacido antes de 1959. Pero ese año agorero, nadie era viejo en Cuba todavía. Por ejemplo, es notable la proporción de jovencitos negros salidos directamente del capitalismo insular. Parecen saludables y lúcidos, por lo que cuesta creer que vienen del apartheid batistiano.
De hecho, Fulgencio Batista no parece haber existido nunca, según esta foto. Es obvio que la chusmería es un buen antídoto contra los traumas terroristas de toda guerra civil.
Por lo demás, Fidel es nuestra reina del carnaval. Al parecer, aquel coche público se dirige al Palacio Presidencial. Supongo que esta foto hoy hubiera sido reportada por ser un montaje amateur en Photoshop. Sin embargo, la imagen es una imagen histórica. Es decir, ocurrió.
Fidel sí se llevó a los labios la botella, asomado a una ventanilla de la ruta 28, en algún punto indeterminado entre Correos y Buenavista. En definitiva, un hecho es, conceptualmente, aquello que no puede demostrarse de manera factual.
Este primer lunes de noviembre de 2022, dudo que aún quede alguien vivo en esta turba. Pero igual abro aquí una encuesta espontánea en los comentarios, por si acaso reconoces a algún amigo o familiar:
Además de Fidel Castro, ¿quién considera usted que podría estar vivo hoy
en esta foto, once quinquenios de verde-oliva después del flash?
Gracias por su participación.