El año pasado, como tantos cubanos con pasaporte Made in USA, corrimos a darte nuestro más amoroso adiós.
Pablo Milanés, con tu voz intacta y tus maneras de profeta magnánimo, recorriendo de prisa los Estados Unidos para cantarle una coda a los paisanos de un país desaparecido llamado la Revolución Cubana.
Nosotros, los sobremurientes.
Ese otoño de 2021, sabíamos que —un par de meses después de la rebelión del domingo 11 de julio en Cuba—, el tiempo, el implacable, ya había pasado para todos nosotros, incluyéndote a ti.
Fue una gira de despedida de duelo. La gira de la memoria y la gratitud y el dolor. Querido Pablo.
Fue otra forma de mirar desde el futuro que nunca llegó, hacia aquel pasado que nunca pensamos que de verdad fuera a pasar. Queridísimo Pablo.
Pobre del cantor que a sus informes les borren hasta el nombre, maestoso e pablissimo poeta del pueblo cubano.
Todas mis novias fueron a verte, cada una texteándome fotos desde su ciudad desconocida en este exilio de mentiritas. Todas vacunadas, para intentar no morir sin volver a verte. Todas registradas en una base de datos a la entrada del teatro, como Dios y el Estado mandan, bajo la luna lela de un imperialismo insulso al punto de lo insultante, ideologizado e infantil.
Innecesario.
Irrelevante.
Irreversible.
En especial, para los que ya no tenemos casa donde atesorar ni tus discos de vinilo, que se nos siguen extraviando de mudada en mudada y de renta en renta.
De storage en storage, haciendo un esfuerzo económico heroico para no deshacernos de ti. Evitando equivocarnos otra vez, por más que sí seamos dioses que, a estas chaturas de la historia, ya no encuentran donde trasplantar su Turquino.
Mientras tanto, posponer cada minuto de ser para irnos muriendo de silencio o tristeza o cualquier otra metástasis posnacional, en esta o aquella cama de un hospicio público o un hospital privado.
Yo también fui a verte, de la mano de la novia que ya nunca sería, en la capital de la nación por la que los cubanos estuvimos a punto de hacernos hundir en el mar, antes que traicionar la gloria que se había vivido.
Qué clase de comemierdas, amor.
Igual saqué mi bandera de Patria y Vida. Y encima grité hasta quedarme ronco, a ver si el 11 de Julio subía al menos 11 segundos a escena en aquel teatrico churroso, incomparable a tus concertazos en la islita donde fuimos jóvenes y nos enamoramos de ti, en una época en que la libertad era todavía tan innecesaria. Maldito sea tu nombre, democracia.
Tú callaste, por supuesto, pero en tu Instagram oficial quedaría alguna huella de esa noche terminal.
Si nos faltaras, tampoco vamos a morirnos. Menos ahora que a la Revolución le queda apenas un tin. Pero, si hemos de morir con Cuba crucificada por lo peor del comunismo y del capitalismo, entonces quisiéramos que morir fuera morir contigo.
Nuestra soledad nunca se sentirá acompañada sin ti, Pablo Milanés. Por eso debes saber a tiempo que siempre siempre siempre los cubanos siempre siempre siempre hemos de buscar, entre los restos cariñosos y criminales del castrismo, tu voz.
Tu voz.
Eternamente, Pablito.