Ku Klux Kuba



No es culpa de la Revolución, que hizo todo lo que pudo para igualarnos (allí donde todos son discriminados, nadie es discriminado). Y no es culpa de Fidel Castro tampoco, cuya guerra fue en contra de todos y cada uno de los cubanos, sin distinción de colores o credos. 
 
No es culpa de nadie. De hecho, no hay culpa. 
 
En el desierto no se pueden juzgar los actos. Ni las intenciones. Las cosas nos ocurren y ya. Las ideas se nos ocurren y ya. En la nada, todo es equivalente. Da igual, por estar devaluado. Como en una caricatura o un dibujo animado proyectado al vacío. La representación no tiene realidad.
 
Por ejemplo, cada octubre, en el Halloween de importación insular, alguien se encasqueta en Cuba su sabanita blanca al estilo del Ku Klux Klan. Ha pasado en los últimos cinco o seis años. Por supuesto, quien lo hace no sabe ni deletrear esas tres sílabas (los cubanos tienden a escribir “Ku Kux Klan”). Y, en todo caso, es un chiste y de ahí no pasa. 
 
Nada del otro mundo. Apenas levanta curiosidad, pero no molesta a nadie en las calles vaciadas de vida revolucionaria. Por más que al día siguiente vengan, mano en mano, las amenazas de los oficialistas y el insulto de los disidentes, amén del escandalito efímero en un exilio siempre sediento de sangre. 
 
Lo cierto es que los jóvenes cubanos están solos en Cuba. Allí los abandonamos a su siniestra suerte y allí no encuentran nada que hacer. El horizonte los ahoga. El futuro es fósil. No hay escala ética o álbum moral que los oriente un poquito en sus biografías a ras de la barbarie. Se aburren hasta lo atroz. Y llega el cuarto jueves de octubre y lo menos que pueden hacer es disfrazarse de cualquier ocurrencia.
 
No tienen ni idea de lo qué hacen. Habitan en la inocencia, más que en la ignorancia. La burbuja de la utopía los ha protegido de tener memoria o desmemoria. Todo lo recuerdan, sí, pero a retazos. El caos es su elemento a la hora de actuar, aunque jamás se equivocan con la Seguridad del Estado. De manera que su laberinto tiene límites, no adopta la forma de la locura sino de su falta. 
 
A sus abuelos ―nosotros― el régimen los chantajeaba de niños con que el KKK nos esperaba en Estados Unidos para lincharnos, si alguna vez osábamos emigrar de la Isla. 
 
Lo natural es, entonces, que hoy los nietos ―los nuestros― se disfracen indolentemente de ese mismo KKK. No sólo es lo natural, sino también lo marxista, según el mantra histórico-dialéctico-materialista que aprendimos junto con las tablas de multiplicar: ¿no decían que la tragedia se repetiría como comedia?
 
Hela ahora aquí, cubanos y cubanas del primer cuarto del siglo XXI.
 
No digáis horror, sino humor. Lo criminal se trastoca  en cómico. Después de décadas de cadalso, el castrismo concluirá sus días como carcajada.
 
Kuakuakuá. 




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Santa Castro

Orlando Luis Pardo Lazo

Fue, fumó, fascinó.