Martí, monstruo y meñique


Yugo y estrella, de Alberto Jorge Carol.


En Cuba, me paralizaba ver en el librero sus Obras Completas. La enciclopedia del Apóstol es aplastante. Como si estuviera a la espera de que yo abriese algún volumen y me pusiese, por el resto de mi existencia, a leer.

Sus frases, no por conmovedoras, dejan de ser asfixiantes. Martí es tan agónico como emancipador. Pero la propaganda del castrismo (por entonces yo ignoraba ese término) lo había tornado en una lectura espontánea, automática, involuntaria. En la Revolución Cubana, no hacía falta leer a Martí. Fidel lo citaba constantemente a título de nosotros.

Una madrugada descubrí sus tomos terminales de Apuntes, anotaciones casi anónimas del Héroe Nacional. Una colección de miniaturas que, entre apuradas y comprimidas, aún siguen resonando en la clave del milagro Martí.

Esas líneas de camerino son como los evangelios apócrifos de nuestro profeta patrio exiliado. Un Martí en ropa interior, fragmentario, que calibra la precisión de su prosa antes de ejecutarla en el escenario impreso de la posteridad.

Martí se enrola allí con cualquier cosa del mundo que cae en sus manos. Replica a enemigos físicos o imaginarios. Se retracta a tiempo de sí mismo. Repara tardíamente en ignorancias propias y ajenas. Reparte aplausos y escarnios. Recuenta modas y precios de estación. Ensaya diálogos. Desmiente incluso sus otras frases, las oficiales. Refuta la no existencia de Dios y ratifica la libertad deípara del Hombre. Es un recién nacido que se azora de sus propios sueños, mientras goza con cada pesadilla de muerte.

El Maestro deviene así un Maelstrom de cuya succión no escapa ninguna palabra. A cada vocablo, le fija o le borra este vicio o aquella virtud. Es una máquina de moler vacíos. Hace del azar una tabula rasa. Hasta que, casi sin querer, sus apuntes se apuran a anunciar, en incandescente silencio, una especie de Diccionario Délfico de la Patria.

Sin embargo, el desierto se va infiltrando en la caligrafía de sus garabatos fundacionales. Es el diario de un loco y el diagnóstico de un suicida. Martí, monstruo imperial que busca amparo en un seno provinciano de hembra. Martí, meñique en posición fetal que acompaña al bautismo de fuego de su nación de parto.

En su cumpleaños 172, los cubanos tendríamos que reinventarnos a ese micro-martí. Encontrar el hilo de una historia sin histología por donde zafar la madeja de su laberíntica labia. Extender la elementalidad de lo que dejó inconcluso a la completez claustrofóbica de su Opus. Amar sus minucias antes que su minuciosidad. Y armarnos, por fin, de un Martí portátil, que quepa cómodo en cualquiera de esas incontables notas al pie que rezan, para que su misterio sea inagotable: “palabra ininteligible”.





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Todos los peores humanos (I)

Por Phil Elwood

Cómo fabriqué noticias para dictadores, magnates y políticos.