Mírenlos. Miren cómo miran. No es una foto periodística. Es pura filosofía existencial. Mirar la muerte. Imaginársela. Carpe Castro.
El ataúd de Carlos Rafael Rodríguez a sus 84 años en el otoño de 1997 no porta los restos mortales de Carlos Rafael Rodríguez a sus 84 años en el otoño de 1997.
Dentro de aquel cajón de madera africana iba el cadáver oficial de Fidel Castro a sus 90 años en el otoño de 2016.
Dentro de aquel cajón de madera africana iba el cadáver oficial de Raúl Castro a sus 92 años en el otoño de 2023.
Los que sepan Photoshop, pueden borrar con confianza la capa verde olivo de estos dos hermanos. Ambos pertenecen ahora a la diosa de la historia. Al calcinado mármol de los tentadores trópicos y los tristes totalitarismos.
Sus respectivos uniformes militares ya no amenazan a ningún cubano. La metamorfosis cromática comenzó a finales de 1997 y duró hasta finales de 2023, tres decadentes décadas después.
Pero ya pasó. Se fueron, no están. Y no queda ni su ausencia. Se escurrieron como la lluvia que mojó estas biografías tan eternas.
No hay por qué preocuparse ahora. Los que sepan Photoshop, pueden añadir con confianza una capa de verde olvido.
El futuro es hoy. El siglo XXI cubano recién comienza, por fin, a comenzar.
Los gritos de “viva Fidel” y “viva Raúl” son de pronto obsoletos. Como también obsoletos resultan los gritos de “abajo Fidel” y “abajo Raúl”.
La Revolución Cubana será por un rato inercial, un impulso residual. Un paréntesis entrelíneas. En Física, un momentum: la masa de tantas memorias multiplicada por la violencia de la velocidad con que pasó todo.
Pero ya pasó. Se fueron, no están. Sin abrigar despedidas. Y la palabra volver ya se esfumó como si nunca hubiera pasado lo que pasó.
Como si el Estado nunca hubiera estado.