OJ, el Simpson negro

Ha muerto, por fin, el repugnante asesino. Otro más, en la sucia saga de norteamericanos nefastos. Los Estados Unidos pueden ser un país perverso, de gente mala que se hace millonaria porque el mercado cómplice les paga a ciegas, según las leyes de la oferta ominosa y la decadente demanda.

El domingo 12 de junio de 1994, en Los Ángeles, OJ Simpson mató a dos personas inocentes. Ninguno le había hecho absolutamente nada a él. 

Esa noche, el ex deportista estrella de la NFL, con premeditación y plena conciencia de su maldad, fue hasta la casa donde esas dos personas estaban. Toda vez allí, sin darles la más mínima oportunidad de defenderse, los acribilló a puñaladas. 

En el caso de la mujer, Nicole Brown, OJ Simpson casi la decapita por no querer seguir acostándose con él, sino acaso con la otra víctima fatal, Ron Goldman.

Con su arrogancia miserable de macho, con su violencia de bruto alfa, con su imbecilidad ostensible hasta en sus facciones, OJ Simpson prácticamente descuartizó a esa pareja de amigos o amantes, quienes sólo aspiraban a vivir en paz, sin las intromisiones del impune homicida. 

La mole de músculos matarifes de OJ Simpson era, por lo demás, doce años mayor que su antigua pareja y veintiún años mayor que su nueva relación. Típico de su calaña, el antiguo atleta no era más que un abusador.

Después del doble asesinato, vino entonces el espectáculo espantoso de una sociedad con culpa racial. Los activistas y las turbas chantajearon a la corte judicial, amenazando con atizar más y más vandalismo en las calles. 

La comunidad afroamericana convirtió en icono sagrado a su peor energúmeno. Al hacerlo, se asociaron a propósito en los Estados Unidos con uno de los más cobardes feminicidios y crímenes de odio.

Ahora, post mortem, cuando el karma del cáncer hizo tardíamente justicia con OJ, hay indicios de que este pésimo personaje, que aparece hasta en media docena de episodios de Los Simpson, pudo haber contratado a la mafia italiana para ejecutar su sentencia extrajudicial. Pero da exactamente lo mismo si mató o mandó a matar. El Simpson de corazón negro nunca sintió culpa por la atrocidad de sus actos. 

Para demostrarlo, hasta un libro escribió o le escribieron, donde él especula sobre cómo pudieron cometerse los crímenes que de hecho él mismo cometió. El título de su testimonio es: If I did it. Es decir, Si lo hice.

Ahora, a punto de ser cremado en privado, incluido su cerebro (un órgano que muchos piden se done a la ciencia forense, para ver si padecía de encefalopatía traumática crónica), habiendo hecho mil videos en sus redes sociales, pero sin trazas de remordimiento o crisis de conciencia, las cenizas de OJ Simpson bien podrían esparcirse sobre la vergüenza colectiva no sólo de la nación televisiva, sino de toda la civilización del espectáculo occidental.

Vendrán muchos otros OJ Simpson, por supuesto. Ya han venido varios, en realidad. El Estado de derecho y la economía capitalista son así. Es la lógica de la reproducción en masa de lo peor. El materialismo es radicalmente mimético. La libertad individual tiende a la esclavitud colectiva.

Shame on you, Orenthal James Simpson. 

No habrá infierno para tu alma. O tal vez ya lo hubo, aquí: haber vivido 77 años en el cuerpo de un hombre y nunca haberlo podido ser.





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Eclipse

Por Orlando Luis Pardo Lazo

Como colectivo, estábamos solos en las manos abismales de la infinitud. El cosmos no formaba parte del castrismo. Y eso, sin saberlo, constituía un alivio existencial